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Capítulo 112

El amanecer en Roma se desplegaba con una mezcla de colores cálidos y frescos que iluminaban gradualmente la vasta ciudad. Adrian, Clio y Lysandra, tras su encuentro íntimo en la cima del Coliseo, se vestían en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos mientras el mundo debajo comenzaba a despertar.

Mientras descendían por las estructuras del Coliseo, los sonidos de la ciudad en movimiento, los vendedores preparando sus puestos y los ciudadanos comenzando sus rutinas diarias, se elevaban hacia ellos.

Lysandra rompió el silencio, "Los panaderos ya están en marcha. El olor del pan fresco es tan tentador."

Clio sonrió, "Siempre has tenido un cariño por las pequeñas alegrías de la vida mortal."

Adrian asintió, "Es cierto. A veces, me pregunto cómo sería pasar un día sin preocupaciones, simplemente disfrutando de pequeños placeres como ese."

Caminaron por las calles, sus figuras se mezclaban con las sombras mientras se movían entre la gente que comenzaba su día. Aunque estaban físicamente presentes en la ciudad, siempre había una barrera invisible que los mantenía separados de los mortales que los rodeaban.

"¿Alguna vez os cansáis de esto?" preguntó Lysandra, "De estar siempre al margen, observando pero nunca siendo realmente parte de todo esto?"

Clio reflexionó por un momento antes de responder, "A veces, pero luego recuerdo las vidas que hemos vivido, las eras que hemos visto pasar, y me doy cuenta de que nuestra existencia tiene su propio tipo de belleza."

Adrian añadió, "Y aunque estamos apartados, todavía encontramos momentos de conexión, momentos que nos hacen sentir vivos de una manera diferente."

Regresaron a su villa, un lugar que les ofrecía refugio del mundo exterior y un espacio para ser ellos mismos. Aunque la ciudad de Roma seguía su curso, los tres inmortales se mantenían constantes, observando y, en ocasiones, influyendo discretamente en los acontecimientos que se desarrollaban a su alrededor.

La villa, con sus paredes robustas y sus habitaciones elegantemente amuebladas, ofrecía un contraste sereno al bullicio de la vida en Roma. Adrian, Clio y Lysandra se movían por la casa con una familiaridad tranquila, cada uno ocupando un espacio que, con el tiempo, se había convertido en un refugio seguro en un mundo en constante cambio.

En la sala principal, Adrian se desplomó en un sofá, sus ojos contemplando el fuego que chisporroteaba en la chimenea. Clio se unió a él, su cabeza descansando suavemente en su hombro, mientras que Lysandra optó por un sillón cercano, sus piernas elegantemente cruzadas mientras se reclinaba.

"¿Qué os parecería si exploramos un poco más la ciudad mañana por la noche?" sugirió Adrian, su voz suave y pensativa. "Hay tanto que ver, y aunque hemos sido espectadores, podríamos interactuar un poco más, quizás incluso hacer algunos... amigos."

Lysandra levantó una ceja, una sonrisa juguetona en sus labios. "¿Amigos, Adrian? Esa es una palabra que no hemos usado en mucho tiempo."

Clio se rió suavemente, "Tiene razón. Pero también es cierto que hemos estado bastante aislados. Podría ser interesante mezclarnos un poco más, ver la vida desde una perspectiva ligeramente diferente."

Adrian asintió, "Exactamente. No para involucrarnos en sus asuntos o política, sino simplemente para experimentar y entender más sobre esta era y su gente."

Lysandra se puso de pie, caminando hacia una ventana y mirando hacia fuera, hacia la ciudad que se extendía más allá de sus muros. "Roma es un lugar fascinante. Y aunque hemos visto mucho, hay tanto que aún no comprendemos completamente sobre su cultura, sus conflictos y sus pasiones."

Clio se levantó y se unió a ella, colocando una mano reconfortante en su hombro. "Entonces es una decisión. Mañana por la noche, exploraremos la ciudad, no como observadores distantes, sino como participantes, aunque sea solo por un breve momento en la eternidad."

Adrian se unió a ellas, su presencia un pilar constante de fuerza y estabilidad. "Pero siempre con cautela," recordó, "porque aunque deseamos mezclarnos, no podemos olvidar lo que somos y los peligros que eso puede traer."

Y con esa resolución, los tres se retiraron a sus respectivas habitaciones, la anticipación de la próxima noche llenando sus mentes con posibilidades y caminos aún no explorados.

La noche siguiente, la ciudad de Roma se desplegó ante ellos como un tapiz de luces parpadeantes y sonidos vibrantes. Adrian, Clio y Lysandra se mezclaron con la multitud, sus figuras envueltas en túnicas oscuras que se mezclaban con la noche.

Caminaron por las calles adoquinadas, sus ojos absorbiendo las vistas de vendedores ambulantes, ciudadanos riendo y conversando, y la arquitectura majestuosa que definía la ciudad. Aunque habían sido testigos de estas escenas desde lejos, estar entre ellas, sentir la energía y la vida de la ciudad, era una experiencia completamente diferente.

Lysandra, con una sonrisa en su rostro, se volvió hacia Adrian y Clio. "Es extraño, ¿no es así? Estar aquí, entre ellos, casi como si fuéramos uno de ellos."

Clio asintió, su mirada perdida en un grupo de niños que jugaban en una fuente cercana. "Es una sensación diferente, pero no desagradable. Hay una especie de... alegría en ello."

Adrian, mientras observaba a un hombre vender frutas frescas en un puesto cercano, reflexionó, "Es un recordatorio de lo que alguna vez fuimos, y de lo que nunca volveremos a ser. Pero también es una oportunidad para aprender, para entender más sobre la humanidad que observamos desde las sombras."

Continuaron su paseo, eventualmente encontrándose en un animado mercado nocturno. Los vendedores pregonaban sus mercancías, desde textiles ricamente tejidos hasta joyas brillantes y alimentos exquisitos. La fragancia de las especias y los alimentos cocinados llenaba el aire, creando un mosaico de aromas que era casi embriagador.

Lysandra se detuvo ante un puesto de joyería, sus ojos capturados por un collar de plata intrincadamente trabajado. El vendedor, un hombre mayor con ojos amables, le ofreció una sonrisa cálida. "Es hermoso, ¿no es así, señora? Hecho a mano por los mejores artesanos de Roma."

Adrian y Clio se unieron a ella, admirando la artesanía del collar. Después de un breve intercambio y una negociación amistosa, Adrian adquirió la pieza para Lysandra, quien lo aceptó con una sonrisa de agradecimiento.

Continuaron explorando el mercado, compartiendo risas y observaciones mientras se movían entre los puestos. Y por un breve momento, los tres inmortales se permitieron ser envueltos por la vida y la energía de la ciudad, permitiéndose ser parte de la humanidad que tanto habían observado.