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Salida

Cuando finalmente Abel logró desprender de su vista el mensaje, el viudo con los ojos bien abiertos vislumbro como el entorno alrededor de él había cambiado drásticamente por arte de magia. Si bien el viudo aún se encontraba en un almacén, los tablones de las paredes,techos y el suelo de la habitación estaban mucho más cuidadosos y se notaba que eran de estas épocas, mostrando como la mansión había tenido un trabajo de mantenimiento cuidadoso.

Por otra parte, el olor nauseabundo que inundaba la habitación había desaparecido, adelantando el hecho de que todas las latas en de comida oxidada cuyo contenido ya caducadas hace décadas habían sido reemplazadas por otras latas más modernas, mientras que el detalle más importante de todos se encontraba a unos metros de nuestro protagonista.

—Desapareció el cadáver…—Murmuró en voz muy baja Abel mientras unas lágrimas comenzaban a salir de sus ojos y se perdían en su desordenada barba, para que luego otras lágrimas se le sumarán a las anteriores, hasta que finalmente el hombre se arrodillo en el suelo mientras rompía en estrepitosos llantos.

Tras haber soportado el duro infierno el hombre supo que finalmente había regresado al mundo donde dios lo protegió, pero pese a ello sus lágrimas no eran de alegría, sino más bien de una abrumadora angustia. Puesto que Abel era consciente de que la escapatoria de ese cruel infierno solo había sido posible gracias al sufrimiento que soportaría el condenado que él mismo había seleccionado, toda su alegría se debía a la vida de esta persona desconocida al cual por capricho del destino le había tocado cumplir la condena que él debía realizar.

Sabiendo todo eso Abel no podía festejar haber salido con vida de ese lugar, puesto que el cambio en la realidad que acababa de experimentar era el martillazo final que necesitaba para que no dudara nunca más acerca de que todo lo que había experimentado en Golden Valley era absolutamente real, existía ese otro mundo, existían sus infinitas posibilidades, había una historia oscura y secreta en su vida que le daba verguenza a el mismo admitir que se había olvidado de ella y por supuesto el gran hecho del cual era absolutamente consciente, si había escapado del infierno fue tirando a otra persona en ese oscuro lugar.

Abel continuó llorando estrepitosamente mientras sus lágrimas empapaban la carta que sus manos temblorosas se negaban a soltar, hasta que finalmente un ruido abrupto provocó que el viudo tuviera que detener abruptamente su llanto.

*Cruuiiik* La puerta del almacén que el viudo juraría que había dejado abierta, comenzó a abrirse lentamente y una persona vestida exactamente igual que el hombre gordo al cual Abel había prendido fuego apareció por la puerta de la mansión. Sin embargo la cara de esta persona no tenia un tomor en el rostro y su cuerpo no tampoco tenia la obesidad del hombre que Abel habia visto en el otro mundo.

Siguiendo sus instintos, Abel rápidamente trató de sacar el revólver en su pantalón, pero con horror el viudo se dio cuenta que había dejado el mismo arriba de una cajas mientras escribía el mensaje y de un vistazo el hombre comprobó que el revólver no lo había acompañado.

—Todo bien,señor?. Acabo de escuchar unos llantos viniendo de este lugar, así que vine a investigar que ocurría. Si quiere lo puedo ayudar a encontrar la salida, no tiene por qué desesperarse y mucho menos debe sentir vergüenza, es muy normal perderse en esta gran mansión, sus diseno es muy rebuscados, casi como si fuera un laberinto—Comentó el guía con una expresión bastante amable, mientras miraba con cierta preocupación al hombre en el suelo que lo miraba como si del demonio mismo se tratase.

Abel con toda la desconfianza del mundo miró la expresión amable de este hombre, sin embargo una sonrisa forzadisima apareció en su rostro mientras comentaba un pensamiento bastante contrario al que su paranoia le hacía pensar:

—Si, me perdí, podría llevarme a la salida, quiero regresar al pueblo…

—Claro sígame, le llevaré hasta la puerta principal de la mansión—Comentó el guía devolviéndole una amable sonrisa mientras extendía su mano para ayudar a levantar a Abel el suelo.