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Joven

El miedo de Abel era notorio a simple vista, puesto que su cuerpo no podía parar de temblar y no era para menos, la puerta que hace menos de un segundo parecía imposible de abrir se había abierto por si sola.

—Hola?!, Martin?!, sos voz, muchacho?—Grito Abel mientras el revólver en su mano temblaba tan peligrosamente que nadie se animaría a estar cerca del viudo en este momento; temerosos de recibir un disparo que podría salir en cualquier momento por error.

—...—Fue el silencio moribundo de esta mansión el que respondió al viudo, al parecer si Abel quisiera obtener respuestas, debía conseguirlas por su cuenta y eso solo podía significar acercarse a esta misteriosa puerta que parecía estar invitandolo a entrar.

Dando un paso a la vez Abel se fue acercando a la puerta, siempre tomándose una pequeña pausa tratando de escuchar algún ruido delator de peligro esperándolo en el interior de esta habitación, sin embargo la falta de ruido siempre lo invitaba a dar un paso más hacia adelante, fue de tal forma que el viudo llegó finalmente a estar a unos pocos centímetros de la puerta.

—Martin!, voy a entrar, no te asustes y saltes arriba de mí, o podría terminar pegándote un tiro por error!—Advirtió Abel a los gritos, mientras incómodamente sentía como el sudor en sus manos estaba haciendo que perdiera el agarre del revólver.

Cumpliendo sus dichos, el viudo dio el último paso que faltaba y rápidamente apuntó con su revólver al interior de la habitación, sin embargo los miedos de Abel no tomaron forma y pudo inspeccionar que el interior de la habitación estaba aparentemente vacío.

—…*coff*...Que olor a mierda...*coff*...—Tosio Abel cubriéndose la nariz con su brazo roto conteniendo sus ganas de vomitar nuevamente, al notar que un fuerte olor nauseabundo y penetrante se podía oler proviniendo de la habitación.

Tras acostumbrarse un poco al olor y recomponerse, Abel recordó no haber olido semejante fragancia cuando estuvo en esta habitación, por lo que curiosidad y algo de miedo a los desconocidos el hombre entró en el cuarto.

La habitación en cuestión seguía siendo un almacén bastante simple con unas cuantas cajas apiladas una arriba de la otra, pero había algunos ligeros cambios desde la anterior visita de Abel: al igual que la mansión el piso , las paredes y el techo de esta habitación seguían siendo de tablones de madera en no tan buen estado, pero en las cuatro paredes de la habitación se encontraba un estante largo que rodeaba todas las paredes y sobre dichos estante se encontraba una gran cantidad de latas de comida oxidada y en no tan buen estado. En la anterior visita de Abel a esta habitación estas latas no llamaban tanto la atención y eran muy coloridas indicando su buen estado, por lo cual el viudo dedujo que esta debía ser el cambio en la habitación que estaba provocando que haya un olor nauseabundo inundando la habitación.

—Martin, ¿estás por acá muchacho?—Preguntó Abel mientras aguantaba el olor a mierda que había en la habitación y entraba en la misma.

Fue entonces cuando con horror Abel sitio que había alguien en una de las esquinas de la habitación, lo cual provocó que el viudo violentamente se diera vuelta y apunta con su revólver a esa dirección.

—Chico, ¿estás bien?—Preguntó Abel al notar que la sombra era ni más ni menos que el joven demente llamado martin que le habia salvado la vida en la anterior ocacion, sin embargo parecería que el joven estaba bastante comprometido en buscar que habia en el interior de una de las cajas en la esquina de la habitacion, por lo que la mitad de su cuerpo estaba metido en la misma y ingoraba las preguntas de Abel.

—¿Se te perdió algo?,¿Necesitas ayuda?—Preguntó Abel acercándose lentamente al joven, no obstante el viudo no tuvo que llegar hasta donde se encontraba Martín para notar que habia raro en esta situación, en primera instancia el joven no le estaba respondiendo a sus preguntas y en segunda instancia el cuerpo del muchacho no se estaba moviendo y permanencia igual de rígido que los muebles a su alrededor.

Preocupado con lo que estaba viendo, Abel se acercó al joven y puso su mano en hombro buscando que el chico le viera la cara, mientras comentaba con preocupación:

—¿Pasó algo?, ¿se te quedó la mano atorada?