Abel lentamente abrió los ojos y miró con molestia la lámpara blanca en el techo. Con aturdimiento, Abel miró los alrededores y se dio cuenta de que había despertado en la cama de un hospital.
Un hombre gordo y calvo estaba roncando, mientras dormía en un sillón que había sido colocado en la habitación. El hombre estaba usando unas gafas negras que ocultaban sus ojos y vestía una camisa hawaiana con una malla colorida y unas ojotas.
Abel miró al hombre roncando por unos cuantos segundos, hasta que tocó uno de los botones de la cama para llamar a una enfermera.
Unos minutos pasaron y una enfermera se acercó junto a una mujer un poco más joven en comparación con el hombre gordo. La mujer vestía un traje formal de color negro con una camisa blanca.
—¡Despertaste!—Gritó la mujer en traje corriendo a abrazar a Abel en la cama.
—Estoy bien, mamá...—Comentó Abel con tono algo deprimido por todo los eventos ocurridos últimamente.
—María, deja de abrazarlo que lo va a desmayar otra vez—Se quejó el hombre gordo que se había despertado por el grito de la mujer.
—¡Deja de quejarte y ven a abrazar a tu hijo!—Gritó María con enojo.
El hombre gordo se levantó y fue abrazar a Abel en la cama también, mientras decía:
—Estuviste desmayado durante una semana entera. Un policía se acercó y me dijo que te notificara que habían cerrado el caso de tu esposa cuando despertaras.
—¿No lo consideraron asesinato?—Pregunto Abel con algo de enojo.
—En ningún lugar del mundo vas preso por mandar una carta...—Comentó Carlos con algo de preocupación por el estado de su hijo—Deberías aceptarlo, en mi opinión el asesino de tu esposa es el que mató a tu hija...
—...—Abel se quedó en silencio sin responder, no tenía mucho humor para hablar y todo su cuerpo se sentía muy débil.
—Por lo demás, en unos días será el funeral de Clara...—Comentó Carlos con bastante disgusto y con enojo.
—¿Pasó algo que estás tan enojado?—preguntó Abel, notando el disgusto de su padre.
—Los sacerdotes no entierran suicidas...—Comentó María con algo de pena—Así que el funeral será en un crematorio. Como lo decidieron los padres de Clara, no pudimos negarnos…
—Está bien, mientras los padres de Clara se queden tranquilos, yo estoy tranquilo...—Comentó Abel con pena y bastante cansancio.
—A mí me parece una locura...—Comentó Carlos con enojo; sin aceptar la idea—Tu esposa no se suicidó: ¡la mataron!. Deberían enterrar a Clara a lado de la tumba de Sofía.
—Está vacía la tumba de Sofía y Carla siempre pensó que seguía viva...—Comentó Abel con tristeza y amargura—Lo mejor que podríamos hacer es enterrar a Clara como querían sus padres.
—¿Vas a volver a vivir con nosotros?—preguntó María, tomando la mano de su hijo y mirándolo con preocupación.
—No lo sé, mamá ... No sé qué hacer ahora...—Comentó Abel de forma aturdida—Aunque sea horrible decirlo: para mí esta muerte fue bastante peor que la de Ana, pero por algún motivo no me siento tan mal como aquel entonces. Parecería que me estoy acostumbrando a que todo se vaya a la mierda y siempre haya algo que arruine mi vida.
—No digas tonterías...—Comentó Carlos con preocupación—Tu vida no se fue a la mierda; estás igual de sano que siempre, dinero no te falta y tienes dos padres que te adoran: tu vida es perfecta para la gran mayoría de personas, hijo.
—Si te sientes mal en esa casa, puedes venir a vivir con nosotros...—Comentó María tomando con más fuerza la mano de su hijo—O si no podemos ir juntos de viaje a Golden Valley. Ese viaje te ayudó bastante a aceptar la muerte de Ana: ¿Recuerdas?
—Golden Valley...—Murmuro Abel en voz baja; para el viudo a estas alturas le era impresionante como de alguna forma u otra ese sitio nunca podía escapar de su vida.
—O podrías ir de viaje a Italia...—Comentó Carlos, recordando que la segunda luna de miel de su hijo fue en ese país—Lo importante es que nunca te olvides que siempre serás joven para comenzar de cero de nuevo: sin importar tu edad. Cuando yo volví de la guerra, de verdad tuve que empezar de cero y sin la ayuda de nadie; recuerda que yo me casé con tu madre teniendo tu edad.
—...—Abel se quedó en silencio por un rato, debido al cansancio físico y sobre todo mental.
—Recomendaría que lo dejen descansar...—Dijo la enfermera notando el silencio de Abel y la fatiga en su rostro; la enfermera se había quedado callada para no interrumpir a la familia—Su cuerpo está muy débil y sería mejor darle unos días de rehabilitación hasta que el doctor le dé el alta médica.