—¡Talon, estás clavando tu codo en mi espalda! —dije molesta mientras él soltaba un gruñido.
—Lo siento, pero el espacio aquí es limitado.
—Estos estúpidos arbustos van a dejarme calva —susurró Georgia a mi lado, mientras se desenredaba el pelo por quinta vez de las espinas de los arbustos—. ¿De quién fue la brillante idea de espiarlos a través de los arbustos?
—La tuya —dijimos todos los demás inmediatamente.
—Bueno, la próxima vez ustedes pueden idear un mejor plan.
Los cuatro nos habíamos forzado paso entre los arbustos que rodeaban el jardín secreto que Ethan había preparado para Rosalía. Cuando Ethan lo hizo construir, Georgia le pidió a uno de los jardineros que por favor dejara un espacio entre una fila de arbustos, en un área oculta entre los árboles, para que pudiéramos espiarlos en el momento de la propuesta.
No era, quizás, la mejor idea, ya que ahora estábamos todos sucios, apretados y arañados por espinas y ramas, pero al menos podíamos ver bien a Ethan y Rosalía.
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