La torre de Ryūjin Global en ÓrbitaCentra era un espectáculo para la vista, especialmente para alguien que, como Alex, provenía de los sectores más bajos de la ciudad. La estructura se alzaba como un monolito de poder y prosperidad, sus paredes de vidrio reflejaban la luz del sol de una manera que casi parecía burlarse de aquellos que vivían en la oscuridad de las calles inferiores.
Alex, con su nuevo traje proporcionado por la corporación, se sentía fuera de lugar, pero al mismo tiempo, un sentido de pertenencia lo inundaba. Este era su primer paso hacia el mundo que siempre había deseado, un mundo de riqueza, poder y respeto. Aunque los pasillos de Ryūjin estaban llenos de rostros inexpresivos y ojos fríos, para Alex, eran un recordatorio constante de lo lejos que había llegado.
En su primer día oficial, Alex fue asignado a un equipo de operaciones especiales dentro de Ryūjin. Aunque la mayoría de los empleados de la corporación estaban ocupados con la investigación, desarrollo y producción de tecnología avanzada, el equipo de Alex se ocupaba de asuntos más oscuros y clandestinos.
Su primera tarea fue asistir a una reunión en un piso alto de la torre, donde los rascacielos vecinos parecían minúsculos en comparación. La sala de reuniones estaba bañada en una luz suave, y una larga mesa de caoba se extendía por el centro. Alrededor de la mesa, hombres y mujeres con trajes caros discutían en voz baja, sus ojos ocasionalmente se desviaban hacia Alex, evaluándolo.
Una mujer se levantó, su presencia dominaba la sala a pesar de su estatura modesta. Su cabello negro estaba recogido en un moño apretado, y sus ojos eran tan afilados como cuchillas. "Alex," comenzó, su voz era como hielo, "soy la Directora Ejecutiva, Hana Takada. He oído hablar mucho de ti."
Alex inclinó la cabeza ligeramente, "Un honor, Directora Takada."
Hana continuó, "Vamos a ponerte a prueba, Alex. Tu primer trabajo será supervisar una operación en el Distrito Rojo. Hay un grupo que ha estado causando problemas, interfiriendo con nuestras operaciones y robando nuestros suministros. Quiero que te ocupes de ello."
Alex asintió, "Será hecho, Directora."
La operación en el Distrito Rojo no era simplemente un trabajo de supervisión. Alex sabía que se esperaba que demostrara su valía y que cualquier fallo reflejaría no solo en él sino también en quienes lo habían recomendado para el puesto. El Distrito Rojo era conocido por ser un hervidero de actividad ilegal, donde las luces neón bañaban las calles en un resplandor perpetuo y las figuras sombrías operaban en cada esquina.
Alex, acompañado por un equipo de operativos de Ryūjin, se adentró en el distrito, sus ojos se movían rápidamente, analizando cada detalle, cada rostro que pasaba. Aunque la operación era clara - desmantelar al grupo problemático - Alex sabía que cada acción, cada decisión que tomara, sería un reflejo de su capacidad para operar en este nuevo mundo de sombras y secretos.
Alex, ahora con 19 años, había crecido no solo en edad sino también en astucia y habilidad. Su tiempo en Ryūjin Global lo había endurecido, y su moral, una vez firme, ahora era más flexible, adaptándose a las necesidades y demandas de la corporación. Su lealtad a Ryūjin nunca había flaqueado, a pesar de las tareas cada vez más oscuras y moralmente ambiguas que se le habían asignado.
El Distrito Rojo estaba iluminado por luces de neón parpadeantes, creando un espectáculo de luces que enmascaraba la oscuridad que se escondía debajo. Alex y su equipo se movieron a través de las calles con una determinación silenciosa, sus ojos escaneando cada rincón, cada sombra, en busca de amenazas potenciales.
La operación era clara: un grupo de rebeldes había estado causando problemas en el área, interfiriendo con las operaciones de Ryūjin y robando suministros valiosos. Alex sabía que se esperaba que manejara la situación con una eficiencia brutal, demostrando que era digno de la inversión que Ryūjin había hecho en él.
Mientras se adentraban más en el distrito, los sonidos de la vida nocturna se intensificaban: música pulsante, risas, gritos. Pero Alex estaba enfocado, su mente estaba clara y centrada en la tarea que tenía entre manos.
Finalmente, llegaron a un edificio de aspecto ruinoso, las luces de neón apenas iluminaban la fachada desmoronada. Alex señaló a dos de sus operativos para que se quedaran atrás, cubriendo la entrada, mientras él y los demás entraban.
Dentro, el edificio estaba en un estado de caos controlado. Personas corriendo, gritando órdenes, cargando cajas. Alex no dudó. Dio la señal y su equipo se movió, desmantelando la operación con una precisión militar. Los gritos de sorpresa y miedo llenaron el aire mientras Alex avanzaba, su expresión era de piedra.
En el centro de la sala, una mujer se levantó, sus ojos se encontraron con los de Alex. Ella no mostró miedo, solo resignación. "¿Ryūjin?", preguntó, aunque parecía que ya conocía la respuesta.
Alex asintió una vez, "Estás interfiriendo con nuestras operaciones. Esto termina ahora."
La mujer sonrió, una sonrisa triste y cansada. "No terminará. Otros vendrán después de nosotros. Siempre hay otros."
Alex no dijo nada más, simplemente dio la orden y la operación fue desmantelada, los rebeldes fueron eliminados o dispersados, y los suministros recuperados.
Mientras salía del edificio, Alex se permitió un momento para reflexionar. La mujer tenía razón, siempre habría otros, siempre habría mercenarios dispuestos a trabajar para el mejor postor, creando caos y desorden. Pero Alex también sabía que siempre estaría allí, en las sombras, listo para eliminar esa amenaza. Porque eso es lo que Ryūjin Global requería, y él era leal, ante todo.
La vida en Ryūjin Global era un constante juego de ajedrez. Cada movimiento, cada decisión, estaba calculada para maximizar el beneficio y minimizar las pérdidas. Alex, con su mente siempre analítica y su lealtad inquebrantable, se había convertido en una pieza valiosa en este tablero intrincado.
La oficina en la que trabajaba estaba ubicada en uno de los pisos superiores del imponente rascacielos de Ryūjin Global en ÓrbitaCentra. Desde su ventana, podía ver la vasta extensión de la ciudad, con sus luces parpadeantes y sus vehículos voladores zumbando en el aire. Más allá, los distritos más pobres, apenas visibles, languidecían en la oscuridad, un recordatorio constante de la brecha que dividía este mundo.
Alex se sentó en su escritorio, un espacio minimalista y eficiente, y encendió su terminal. Su NeuroEnlace, un implante cerebral que le permitía interactuar directamente con sistemas digitales, zumbó suavemente en su cráneo mientras se conectaba con la red de la corporación. Los datos fluyeron a través de él, información sobre operaciones en curso, informes financieros, y más importante, contratos pendientes que necesitaban su atención.
Uno de los contratos destacaba por su urgencia, marcado en rojo en su interfaz virtual. Alex lo seleccionó, sumergiéndose en los detalles. Un grupo de mercenarios, conocidos por su brutalidad y falta de escrúpulos, había sido contratado por una corporación rival. Su misión era simple: desestabilizar las operaciones de Ryūjin en un sector clave de ÓrbitaCentra.
Alex frunció el ceño. Este tipo de trabajos eran delicados. Requerían una mezcla de astucia, habilidad y, a veces, una disposición para ensuciarse las manos. Pero él era un empleado de Ryūjin, y su deber era claro.
Se puso de pie, ajustando el traje negro perfectamente confeccionado que era el uniforme estándar de su posición. En su mente, comenzó a formular un plan, calculando cada variable, cada posible resultado. Los mercenarios serían eliminados, las operaciones de Ryūjin aseguradas. No había otra opción.
Alex se dirigió hacia el elevador, su expresión era una máscara de determinación fría. Mientras descendía hacia el garaje subterráneo, donde su vehículo personalizado lo estaba esperando, repasó mentalmente cada paso de su estrategia. Cada movimiento, cada decisión, estaba perfectamente orquestada en su mente.
El vehículo, un modelo aerodinámico capaz de maniobrar tanto por el aire como por tierra, zumbó suavemente mientras Alex se deslizaba por las calles de ÓrbitaCentra. Los neones brillantes y las holografías publicitarias iluminaban el camino, creando un espectáculo de luces que era tanto deslumbrante como alienante.
Alex sabía que este trabajo lo llevaría más profundo en la red de intrigas y conflictos que definían el mundo de las megacorporaciones. Pero no había dudas ni vacilaciones en él. Este era su mundo, un mundo de sombras y maquinaciones, y él lo navegaría con la precisión y la astucia que Ryūjin Global demandaba.
El aire estaba cargado de tensión cuando Alex y su equipo, compuesto por tres individuos altamente capacitados y leales a Ryūjin Global, se adentraron en el distrito subterráneo de ÓrbitaCentra. Los pasillos estrechos, iluminados por luces neón parpadeantes, estaban llenos de sombras amenazantes y susurros cautelosos. La información indicaba que los mercenarios se ocultaban en este laberinto de corrupción y desesperación.
Kara, una experta en combate cuerpo a cuerpo con implantes de combate que mejoraban su fuerza y velocidad, lideraba la formación. Sus ojos, mejorados con implantes oculares de alta tecnología, escaneaban cada rincón oscuro, cada posible emboscada. Detrás de ella, Alex coordinaba las operaciones, su NeuroEnlace zumbando con datos en tiempo real sobre la misión y el entorno.
A su lado, Leo, el especialista en armas del equipo, mantenía su rifle de pulso listo, mientras que Zara, la hacker del grupo, se mantenía conectada a la RedSombra, asegurándose de que sus movimientos permanecieran indetectables para los ojos electrónicos que pudiesen estar vigilando.
Al girar en un pasillo particularmente oscuro, el equipo fue recibido por una ráfaga de disparos de plasma. Las paredes chisporrotearon y se derritieron al contacto con las armas de alta energía. Kara se movió con velocidad sobrehumana, su cuerpo esquivando los disparos con una precisión milimétrica gracias a sus implantes.
Leo respondió con una serie de disparos precisos, cada pulso de su rifle dirigido con letal exactitud. Los gritos de los mercenarios llenaron el aire, mezclándose con el olor a quemado de la tecnología destruida y la carne cauterizada.
Alex, con su mano levantada, señaló hacia una puerta lateral, indicando un cambio en la ruta para evitar más emboscadas. Su mente estaba tranquila, cada movimiento, cada decisión, estaba siendo calculada fríamente, sin permitir que la adrenalina nublara su juicio.
Zara, mientras tanto, se había infiltrado en los sistemas de seguridad de los mercenarios, desactivando trampas y desbloqueando puertas para permitir un avance más fluido para el equipo. Sus dedos danzaban sobre su teclado holográfico, y sus ojos, iluminados por el resplandor de la interfaz virtual, estaban fijos en su tarea.
El equipo avanzó, enfrentándose a resistencia en cada paso, pero moviéndose con una eficiencia brutal y una coordinación perfecta. Cada miembro sabía exactamente dónde estar, exactamente cuándo moverse, gracias a la comunicación constante a través de sus NeuroEnlaces.
Finalmente, llegaron a la sala de control principal, donde el líder de los mercenarios, un hombre masivo con implantes cibernéticos visibles cruzando su rostro y brazos, los esperaba con una sonrisa siniestra.
"Ryūjin Global ha enviado niños a hacer el trabajo de un hombre", gruñó, levantando un cañón de plasma.
Lo que siguió fue un combate brutal y visceral. Kara se lanzó hacia adelante, su cuerpo una mezcla de gracia y poder mortal, mientras Leo proporcionaba cobertura con disparos precisos y controlados. Alex, con una pistola en mano, se movía con una calma letal, cada disparo un eco de su voluntad inquebrantable.
La sala se llenó con el sonido de los disparos, los gritos, y el zumbido de los implantes cibernéticos al ser activados. La lucha fue feroz, pero la habilidad y la coordinación del equipo de Alex prevalecieron.
Con el líder de los mercenarios yaciendo en el suelo, su pecho quemado por los disparos de plasma, Alex se acercó, su expresión inmutable. Miró al hombre, buscando cualquier signo de información o inteligencia que pudiera ser útil. Pero solo encontró la oscuridad de la muerte en sus ojos apagados.
El equipo, sin palabras, comenzó a peinar la sala, asegurándose de que toda la información valiosa fuera extraída y todos los rastros de su presencia eliminados.
Alex, mientras tanto, se quedó mirando por un momento al caos que habían causado, un recordatorio de lo que estaba dispuesto a hacer, de lo lejos que estaba dispuesto a llegar, por Ryūjin Global, por el poder, por todo.
El aire estaba cargado de un silencio ominoso, interrumpido solo por el zumbido de las máquinas y los leves sonidos de los cuerpos inanimados que yacían en el suelo de la sala de control. Alex, Kara, y Leo, cada uno absorto en sus respectivas tareas, trabajaban meticulosamente para asegurar la zona y extraer cualquier dato valioso de los sistemas de la base.
Zara, con su teclado holográfico iluminando su figura con un resplandor etéreo, estaba inmersa en el ciberespacio, sus dedos danzando con precisión mientras navegaba por las corrientes de datos, extrayendo información crítica del sistema enemigo.
De repente, un sonido sordo y brutal rompió el silencio, un eco que reverberó a través de la sala con una violencia abrupta.
Zara cayó al suelo, su teclado holográfico parpadeando y desvaneciéndose en la nada. Un agujero humeante en su casco, un testimonio mudo de la brutalidad del disparo que la había derribado.
El equipo se quedó paralizado por un instante, el tiempo pareció detenerse mientras procesaban la violenta interrupción. Alex se giró, sus ojos se encontraron con la figura caída de Zara, y un nudo se formó en su estómago.
Kara dejó escapar un jadeo ahogado, sus ojos se llenaron de una mezcla de shock y dolor, mientras que Leo, con una expresión endurecida, rápidamente identificó la amenaza: un mercenario herido, arrastrándose, con una escopeta aún humeante en sus manos.
Sin dudarlo, Leo levantó su arma, y con una precisión fría, disparó, los proyectiles atravesaron al mercenario, poniendo fin a cualquier amenaza adicional que pudiera haber presentado.
Alex se acercó a Zara, su corazón latiendo con una mezcla de dolor y rabia, mientras Kara se unía a él, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas. Se arrodillaron juntos, un momento de duelo compartido en medio del caos.
Leo, manteniendo su vigilancia, habló a través del NeuroEnlace con una voz firme, aunque teñida de pesar. "Tenemos que movernos, Alex. No podemos quedarnos aquí."
Alex asintió, su mirada se encontró con la de Kara, y en ese intercambio silencioso, una promesa no dicha se formó entre ellos. No permitirían que la muerte de Zara fuera en vano.
Se levantó, su voz, aunque temblorosa, llevaba un tono de resolución cuando habló a través del NeuroEnlace. "Recoged cualquier información que Zara haya podido extraer. Vamos a usar cada pedazo de datos para desmantelar a quienes se oponen a Ryūjin Global."
Con la pérdida pesando en sus corazones, el equipo se movió, sus acciones deliberadas y enfocadas, cada movimiento un homenaje a su compañera caída. La misión había cambiado, y aunque la sombra de la tragedia los envolvía, su determinación nunca había sido más fuerte.