Una larga pausa de silencio envolvió la gran sala donde dos personas (uno que parecía ángel y el otro un diablo) parados sin expresión mientras se miraban uno al otro. El hombre enmascarado estaba parado con una mano en su bolsillo, aparentemente observando al ángel en frente de él.
Davi, por otro lado, se sentía como si fuera un ratón blanco esperando por su predestinada muerte en manos de una gran bestia oscura en frente de ella. Ella sentía como si la oscura bestia estuviese mirando a través de su profunda alma, como si los dioses le hubieran concedido el poder de examinar los secretos más profundos de cada mortal.
—¿Asustada?— La sola palabra mencionada por el hombre era parecida como haber lanzado un fuego artificial alarmándola de todo pero haciendo que su corazón lata de manera salvaje debido a su aparentemente belleza mágica.
—¿Ah? No, noo…no. Bueno sí, lo estoy— Las rodillas de Davi estaban completamente débiles. La presencia del hombre ante ella era suficiente para quitarle su energía. El hombre era demasiado aterrador que ella ni siquiera se atrevía a mentirle. Su conducta misteriosamente oscura y fría se sentía casi como si él fuera… un monstruo, disfrazado como un hombre hermoso.
Pero justo después de ella haber dicho esas palabras, los ojos de Davi se abrieron cuando el hombre levantó su mano hacia su nuca. Luego él suspiró como si esperara que ella fuera así.
—¿Arrepentida ahora?
—No.
—¿Quieres volver a casa?
—No— Davi no dudaba en responder las preguntas del hombre. Era porque ella sentía que el hombre la estaba poniendo a prueba y una respuesta incorrecta le costaría, su vida.
—Asustada, ¿pero aún te quieres quedar?
—Sí.
El hombre bajó su mano hacia su bolsillo. La última respuesta de la chica, fue suficiente para convencerlo de que no estaba tan mal después de todo. Los ojos de ella ardían en determinación y tenía un espíritu luchador salvaje, lo que era un contraste por la forma en que ella lucía. Él podía decir en una mirada que ella no era enclenque, que había algo inconmensurable dentro de su cuerpo aparentemente frágil.
—Bien.
El hombre parecía un tanto satisfecho así es que comenzó a sacarse la chaqueta de su traje. Por otra parte, Davi respiró profunda y silenciosamente y miró directo a los ojos enmascarados.
—¿Cuál es tu nombre?
—Sei.
—¿Sei...?
—Sólo dime Sei— Las palabras del hombre eran firmes, indicando que no diría nada más de lo que había dicho. Su voz estaba plena de autoridad, como un gobernante despiadado del mundo ancestral. Sus palabras parecían ser tan absolutas que Davi no podía evitar preguntarse qué haría este monstruo si alguna vez ella se fuera en contra de él.
Se preguntaba por qué demonios escondía tanto su cara e identidad, al punto de usar una máscara dentro de su propia casa, pero ella sabía que este no era el momento correcto para preguntar la razón por ahora.
—Mmm… el contrato estipula que no tengo permitido ver tu rostro. Pero, ¿qué pasa si por accidente te veo? Digo, solo en caso… si… accidentalmente.
—¿Accidente? Eso no pasará.
Davi se quedó sin habla. ¿Cómo podía este hombre estar tan seguro? ¿Acaso ahora se veía a sí mismo como un dios?
—Pero…pero, ¿qué pasa cuando tu duermes? ¿Vas a dormir usando tu máscara?
Davi sentía que sus preguntas de alguna manera eran estúpidas y graciosas, pero el hombre no contestó, sino que deslizó su mano en su bolsillo y tomó algo de este. Levantó su mano en frente de ella. Davi miró confundida la prenda roja en su mano.
—Usarás esto, cada vez que estemos en la cama.
A Davi se le abrió la boca cuando se dio cuenta lo que era. Era una venda roja.
Espera. ¿Qué? ¿En serio? ¿Voy a dormir vendada de aquí en adelante? ¿Me estás bromeando? ¡Esto es una locura!
Davi no podía creer lo que había dicho. No sabía cómo reaccionar. Ella estaba sin palabras. Si él fuera otro hombre, ya le hubiera pateado sus preciadas bolas hace un buen tiempo ya por decir cosas tan absurdas. Pero era él, y ella sabía a primera vista que él no era nada comparado con todos los hombres que había conocido antes. Sabía que él era el significado de la palabra "peligro" y que sus palabras no eran más que órdenes absolutas.