Vastor todavía tenía sobrepeso, pero nadie lo confundiría más con un huevo cobrando vida. Su barriga se redujo al tamaño típico de un entusiasta de la cerveza, pero sus extremidades y ojos rebosaban de vigor.
—¿En qué puedo ayudarte? —Preguntó.
—Déjanos, Lomar, e informa al resto del personal que no queremos ser molestados. —Jirni ordenó al mayordomo—. Quienquiera que entre aquí saldrá de esta casa por la mañana. De pies a cabeza.
Lomar había visto con frecuencia a la dama de la casa molesta o enojada, pero nunca había amenazado a un miembro del personal. Jirni era una mujer de pensamiento y acción. Hablaba poco y las pocas palabras que decía tenían mucho peso.
Le hizo una profunda reverencia y cerró la puerta, activando desde el exterior las matrices de bloqueo que solo podían ser desactivadas por los dueños de la casa.
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