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Cruzando el Océano

9:30 pm – El Mensaje de Han

Reese dejó el teléfono sobre la mesa después de leer el mensaje de Han por segunda vez. Aunque habían salido airosos del golpe en el puerto, no podía sacudirse la sensación de que algo más grande se estaba gestando. Las palabras de Han no solían ser alarmistas sin razón.

Hector se le acercó mientras el equipo revisaba las cajas recién llegadas.

—¿Qué pasó? Te ves más serio que de costumbre —dijo Hector, encendiendo un cigarro.

Reese lo miró y negó con la cabeza.

—Han dice que hay algo grande en camino. No sé qué significa aún, pero quiero estar preparado. ¿Puedes encargarte de las cosas aquí por un tiempo? Necesito salir de Los Ángeles por unos días —respondió Reese, su tono más bajo de lo habitual.

Hector exhaló una bocanada de humo, asintiendo lentamente.

—¿Es Tokio? —preguntó, directo.

—Sí. Si Han tiene información, quiero escucharla en persona. Además, tengo que ver cómo van las cosas allá. No podemos depender solo de este mercado, especialmente si las autoridades están tan cerca —respondió Reese.

Hector puso una mano en su hombro, un gesto de confianza.

—No te preocupes. Yo me encargo de todo aquí. Ve y asegúrate de que nuestra posición allá esté sólida —dijo, dándole una palmada antes de volver al grupo.

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**2 Días Después – Vuelo a Tokio**

Reese estaba sentado en el avión, mirando por la ventanilla mientras la ciudad de Los Ángeles desaparecía debajo de las nubes. Era la primera vez en meses que dejaba el país, y aunque confiaba en Hector, no podía evitar preocuparse por lo que podría pasar en su ausencia.

Sacó su teléfono y revisó los mensajes de Han. Había algo en el tono del texto que lo inquietaba. Tokio era un mercado lleno de oportunidades, pero también estaba plagado de competencia, y no todos jugaban limpio.

—"Todo bajo control," —se dijo a sí mismo, intentando calmarse. Pero sabía que los días que venían serían decisivos.

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**8:00 pm – Tokio, Japón**

El zumbido de la ciudad lo envolvió tan pronto como salió del aeropuerto. Las luces de neón, los anuncios en japonés y el bullicio de la gente eran un contraste total con Los Ángeles. Reese tomó un taxi hacia un lugar que Han le había indicado, un club exclusivo que servía como punto de encuentro para su red.

Cuando llegó, Han ya estaba esperándolo en la barra, con su característico aire despreocupado.

—Reese, bienvenido a Tokio. ¿Cómo estuvo el vuelo? —preguntó Han, ofreciéndole un trago.

—Tranquilo. Aunque estoy más interesado en saber por qué estoy aquí —respondió Reese, sentándose junto a él.

Han asintió, como si esperara esa respuesta.

—Hay una nueva facción moviéndose aquí. Quieren controlar todo el contrabando de armas en Asia y también están interesados en expandirse a América. Lo que pasó en tu puerto fue solo una advertencia. Quieren que sepamos que están observando —explicó Han, mientras jugaba con su vaso.

Reese lo miró fijamente, procesando la información.

—¿Quiénes son? —preguntó, directo al punto.

—Son liderados por alguien llamado Ryo, un hombre conectado con la yakuza y otras redes. Es metódico, pero tiene un temperamento explosivo. Por ahora no te han apuntado directamente, pero si seguimos creciendo, es cuestión de tiempo —respondió Han.

Reese tomó un sorbo de su bebida, pensando en la mejor manera de moverse en este nuevo terreno.

—¿Qué sugieres? —preguntó finalmente.

Han sonrió.

—Quiero que vengas conmigo a una reunión mañana. Quiero que conozcas a algunos contactos clave. Si vamos a resistir esta presión, necesitamos aliados sólidos. Y, claro, quiero que entiendas mejor el terreno aquí. Tokio no es Los Ángeles, Reese —dijo, dándole una mirada seria.

Reese asintió. Sabía que esto iba más allá de lo que esperaba, pero también sabía que no podía retroceder.

Al Día Siguiente – El Circuito de Tokio

Han y Reese llegaron a un lugar escondido en las afueras de la ciudad, un garaje lleno de autos modificados. Era un espacio que parecía sacado de una película, con luces neón y el rugido de motores como banda sonora. Aquí era donde los negocios ilegales y el mundo del drift se entrelazaban.

—Quiero que conozcas a alguien —dijo Han, mientras lo guiaba hacia un grupo de corredores que se reunían junto a un Nissan Silvia.

Uno de ellos se dio la vuelta. Era un joven de cabello oscuro y mirada desafiante.

—Este es Takashi, pero todos lo llaman DK. Es uno de los mejores corredores de aquí. También es sobrino de un pez gordo de la yakuza, así que tiene peso en este mundo —dijo Han, presentándolos.

Reese extendió la mano, pero Takashi apenas lo miró.

—¿Este es tu chico nuevo? —preguntó DK, con desdén.

—Reese no es cualquiera. Es un jugador clave en Los Ángeles. Podrías aprender algo de él, DK —respondió Han con una sonrisa, ignorando la actitud de Takashi.

El ambiente era tenso, pero Reese lo dejó pasar. Sabía que ganarse el respeto aquí sería un proceso lento.

Esa Noche – La Primera Carrera

Más tarde, mientras los autos se alineaban para una carrera en las estrechas calles de Tokio, Han se acercó a Reese.

—Si quieres entender cómo se mueve todo aquí, necesitas involucrarte. No todo se resuelve con negocios. Aquí las carreras lo son todo —dijo Han, mientras le entregaba las llaves de un Nissan Silvia S15 modificado.

Reese miró el auto, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.

—¿Quién es mi oponente? —preguntó, con una sonrisa desafiante.

Han señaló a Takashi, quien ya estaba en su Nissan 350Z, mirándolo con una mezcla de burla y desafío.

—No esperaba menos —murmuró Reese, subiendo al auto.

La Carrera

Las luces se apagaron y los motores rugieron. La carrera fue un espectáculo de velocidad y precisión, con ambos autos deslizándose por las curvas de las montañas. Reese, acostumbrado a las rectas de Los Ángeles, tuvo que adaptarse rápidamente al estilo de drift que dominaba en Tokio.

Aunque perdió por poco, la carrera dejó claro que Reese no era un principiante. Algunos de los corredores comenzaron a mirarlo con más respeto, incluso Takashi, aunque no lo mostró abiertamente.

Han lo recibió al final de la carrera con una sonrisa.

—No ganaste, pero dejaste una impresión. Eso es lo que importa aquí —dijo, mientras le daba una palmada en el hombro.

Reese asintió, sabiendo que este era solo el comienzo de su aventura en Tokio.

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