Alcanzar la divinidad, no importa la época o el lugar, ese ha sido el objetivo perseguido por miles de millones de personas a lo largo de la historia. Superar los límites de la mortalidad, poseer la fuerza suficiente para mover montañas o el poder de destruir estrellas con un simple movimiento de dedo. Sin duda alguna, la gran mayoría de la gente aceptaría arriesgarlo todo por conseguir tal hazaña. Sin embargo, esto no son más que meras fantasías contagiadas generación tras generación. Un simple mortal nunca será capaz de volverse una deidad… ya no.
Eones han pasado desde que las primeras personas consiguieron prender una pequeña chispa de divinidad en su alma. Poco a poco, esa gente aprendió a congeniar con la energía que formaba el mismo mundo y alimentar esa chispa con ella hasta volverla una potente llamarada, dando así el primer paso dentro del reino de las deidades.
No obstante, obtener la divinidad era cualquier cosa menos fácil. Esa energía no era algo destinado a que meros mortales pudieran usar, con lo que el mismo hecho de absorber esa energía era capaz de alterar el cuerpo e incluso el alma de uno. Incluso los que lograron trascender satisfactoriamente vieron sus cuerpos alterados, obteniendo unas peculiares pupilas doradas y un par de alas del mismo color.
Por el contrario, aquellos que no eran capaces de soportar el poder terminaban con el cuerpo hecho pedazos, o peor, con su alma siendo consumida por el fuego. No obstante, no todos morían. Incluso con el cuerpo hecho pedazos y el alma completamente incinerada, algunos de ellos permanecieron con vida, volviéndose nada más que meros espectros hambrientos de esa divinidad que no pudieron obtener.
Esos espectros atacaban a todo lo que tuviera la más mínima muestra de divinidad y al no ser más que meros espíritus corruptos, acabar con ellos no era fácil. Sin embargo, su ego era prácticamente nulo, con lo que lidiar con ellos no era difícil. En lugar de eliminarlos, se decidió encerrarlos en una prisión dimensional, condenándolos a vagar eternamente en medio de la nada, esperando a que desaparecieran en ella por sí mismos.
Por mala suerte, esa energía que permitía a las personas alcanzar la divinidad no era infinita. Poco a poco se fue atenuando, hasta que la cantidad remanente se volvió insuficiente para nutrir a nadie más. A causa de eso, esas deidades decidieron buscar lugares más ricos en esa energía y abandonaron el mundo, dejando atrás a los meros mortales que jamás podrían trascender y a esos espectros corruptos encerrados en la prisión dimensional de la que jamás deberían poder salir.
Los milenios pasaron, las historias de deidades se volvieron leyendas y las leyendas se volvieron mitos. No obstante, miles de años después, en ese mundo donde nadie jamás podría obtener la divinidad y unos seres hambrientos de ese poder estaban encerrados, un prodigio nació...