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Capítulo 40

—Es la primera vez que no me siento a gusto contigo, ¿he hecho algo malo? —preguntó Susi.

Nos encontrábamos en un establecimiento que, para mí, era adecuado y familiar, un lugar en el que, a pesar de estar cerca de mi casa, no había visitado en mucho tiempo, a diferencia de Eva. El señor Francisco se asombró con mi presencia en su cafetería, y algo confundido por el comportamiento de quien me acompañaba, pues era evidente que Susi estaba ansiosa.

—Podría decir que sí, pero reconozco que tengo gran parte de la responsabilidad en el mal que nos estamos haciendo —respondí.

Susi rascó su entrecejo, una manía que me permitía saber que algo no le gustaba o incomodaba. Normalmente lo hacía cuando sacaba a la luz el tema de enfrentar a su padre y denunciarlo.

—¿A qué te refieres? —inquirió. Su falsa simpatía era más que obvia, y fue lo que siguió confundiendo al señor Francisco cuando nos dejó nuestras tazas de café.

—Lo sabes muy bien, estamos jodiendo nuestras vidas y yo no quiero esto, ni para mí ni para ti —respondí contundente.

—¿Qué es lo que realmente me quieres decir? —insistió.

—Susi, sabes muy bien lo que te quiero decir… Por favor, no compliques más las cosas, ten en consideración que estoy pensando en tu bienestar y tu futuro —respondí sin titubear.

—Me pides algo imposible, quieres que me aferre al dolor de mi realidad, y además que lo afronte sola —replicó. Sus ojos de repente se humedecieron.

—No he dicho que te dejaré sola, por eso te cité hoy, para decirte que quiero apoyarte y ayudarte.

—Ojalá eso bastase… Si eso fuese suficiente, con gusto lo dejaría todo para centrarme en lo que quiero hacer, o al menos intentar ser feliz.

—Estoy dispuesto a lo que sea con tal de ayudarte, pero también necesito que te dejes ayudar.

—¡No quiero! ¡No quiero hacerlo!

Por unos instantes, me asombró que, por primera vez, Susi me levantase la voz. Pero mantuve la compostura y la miré fijamente a los ojos; su ojo izquierdo empezó a temblar.

—No quería decirlo tan rápido, pero dada la situación, entonces no podemos seguir viéndonos, no si lo que quiero es superar mi adicción y los problemas que empiezan a perjudicar mi futuro —sentencié.

—¿Estás terminando conmigo? —preguntó indignada.

—Que yo sepa, nunca hemos compartido una relación romántica, de hecho, el que no me dejes apoyarte me hace cuestionar que siquiera seas mi amiga —respondí sin titubear. Empezaba a aplicar el consejo de Cata, ponerla entre la espada y la pared.

—Paúl, ¿acaso no te das cuenta de lo mucho que me vas a lastimar? —replicó. Su voz era débil.

—Lo siento, Susi, pero no creo que nos hagamos más daño del que ya nos estamos haciendo.

—No puedes dejarme —musitó.

—Puedo y debo, si no es lo mejor para ti, al menos lo será para mí.

—No quiero que me dejes —dijo en apenas un hilo de voz tembloroso.

Susi contuvo sus ganas de llorar, no quiso hacer un escándalo de nuevo, aunque las lágrimas ya se deslizaban por sus mejillas.

—Susi —musité—, lamento que nuestra relación termine de esta manera, pero…

—No hay peros que valgan —me interrumpió—, no tuviste que darme esperanzas, no eres más que un egoísta.

Me sorprendió que la palabra esperanza saliese de su boca, no imaginé que ella se aferrase a eso, mucho menos con la forma de vida que llevaba.

—Susi, ¿puedo saber por qué no enfrentas a tu padre? —pregunté.

—No puedo decírtelo, perdóname.

—Yo podría ayudarte.

—No podrás, nadie lo ha hecho ni lo hará.

—¿En quién te apoyas cuando te sientes mal?

—Se supone que me apoyo en ti, pero ahora que quieres dejarme…

Se interrumpió a sí misma y no aguantó las ganas de llorar, por lo que me senté a su lado para abrazarla y consolarla; por lo menos no me rechazó.

—Susi, puedes con eso y más, debes enfrentar a tu padre y hacerlo pagar por lo que te hizo… Tu mamá también debe aceptar las consecuencias de su negligencia, no pueden quedar impunes, no me parece justo.

—¿De veras crees que puedo? —preguntó con voz temblorosa.

—Claro que sí… Cuentas con pruebas irrefutables, crudas y que demuestran el daño que sufriste, además de la valentía con que lograste sacar esas fotos… Sé que son tus padres, a pesar de todo, pero no se justifica que te hayan hecho sufrir de tal manera.

—Si quedo en la calle, ¿me apoyarás? —preguntó. Fue mi gran oportunidad de convencerla.

—Pero, por supuesto, no te abandonaré —dije con la mayor seguridad que pude transmitir—, pero antes necesitamos superar un gran obstáculo.

—¿Qué obstáculo?

—Tenemos que dejar de depender de las drogas, es de vital importancia que nos rehabilitemos.

—No lo sé… A veces me siento mejor cuando estoy drogada.

—¿Cómo podrías sentirte mejor? Todas esas sensaciones estimulantes no son más que un engaño, y lo sabes… ¿No ves que nos estamos yendo a la mierda? Somos muy jóvenes, Susi, podemos evitar hundirnos en la miseria. Yo no quiero vivir con este problema, no es para mí… Por favor, ven conmigo y superemos esto juntos. 

—¿De veras crees que puedes ayudarme? —preguntó.

—La verdad es que no tengo idea, pero puedo creer en ti… Todos necesitamos un empujón —hice una pausa—. Lo peor que nos puede pasar es que fallemos y, aun así, podríamos aprender una lección. No quiero vivir de esta forma, ni perder lo que tanto valoro, y si tú no quieres perderme, entonces aférrate a eso para lograrlo.

Ella me abrazó como única forma de responderme, se dejó caer sobre mi pecho y ahí se refugió durante unos minutos. Por alguna razón, me sentí su protector y con la responsabilidad de ayudarla. Sabía que el camino sería complicado, pero tenía la certeza de que lo lograríamos.

Al final de nuestro encuentro quedé satisfecho de haber quedado en buenos términos y con una meta en conjunto.

Lo complicado sería la abstinencia, pero era de vital importancia lograrlo, incluso antes de iniciar el proceso de rehabilitación. Por otra parte, me sentó bien sentir algo que en meses no sentía; esperanza. Además del pensamiento positivo y el hecho de saber que, por primera vez en mucho tiempo, estaba tomando las decisiones correctas.