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Capítulo 2

Con el paso de un mes, «la chica de la guitarra» y yo empezamos a conectar de una manera inesperada. Saludarla a diario antes de irme al colegio se volvió una rutina que disfrutaba conforme nuestra mutua confianza crecía.

Por otra parte, los fines de semana eran mucho mejores, ya que podía pasar más tiempo con ella, escuchar sus presentaciones y, en un par de ocasiones, ayudarla a recolectar dinero de los transeúntes.

Nos hicimos buenos amigos y eso me llenó de una felicidad que mi creciente círculo de amistad en el colegio, ni mi popularidad, me ocasionaban; era simplemente increíble pasar tiempo con ella. Sin embargo, aunque bien crecía nuestra confianza día a día, y conversábamos del entorno que nos rodeaba, nunca pudimos darnos detalles de nuestras vidas hasta cierto punto.

«La chica de la guitarra» era bastante reservada respecto a los detalles de su vida, y como casi nunca preguntaba sobre mí, era poco lo que podía decirle sin sentirme un chico intenso que quería darse a conocer. Aun así, solíamos disfrutar mucho la mutua compañía, por lo que, en mi caso, decidí dejar que el tiempo fluyese y favoreciese o perjudicase nuestra amistad; así comprendí la inexactitud del futuro.

—Siempre me he preguntado una cosa —comentó «la chica de la guitarra» una mañana de domingo.

—¿Es algo que te inquieta? —inquirí.

—No precisamente, pero sí me impresiona un poco —respondió—. Dime… ¿No sientes vergüenza de mí?

—¿Por qué habría de sentir vergüenza? —repliqué.

—La respuesta es obvia —dijo con un dejo de vergüenza.

—Pues no, no me avergüenzo de ti… De hecho, te considero mi mejor amiga. Si me avergonzase de ti, no viniera a verte ni a pasar tiempo contigo, ¿no crees?

Ella no respondió a mi incógnita, solo se mantuvo en silencio mientras afinaba su guitarra y mantenía la vista en el suelo. La sentí un tanto vulnerable.

—¿Cómo te llamas? —pregunté de repente.

La impresión en su mirada me tomó por sorpresa, pensé que no quería hablar de ello, pero en sus ojos también había una especie de alegría, era un brillo particular que embellecían los mismos.

—Eva —musitó, a la vez que dejó escapar por instantes una sonrisa.

—Es un nombre hermoso —dije.

—¿Y tú, cómo te llamas? —preguntó.

—Paúl… Es un verdadero placer conocer tu nombre, Eva —respondí al tenderle la mano.

Ambos estrechamos nuestras manos y nos dedicamos sonrisas; dábamos inicio a una amistad genuina y sincera, aun cuando apenas nos estábamos conociendo de verdad. Me dio gusto tener la dicha de dirigirme a ella por su nombre y no por el escueto apodo con el que la llamaba en mis pensamientos.

Tiempo después, y con una amistad en la que la confianza seguía creciendo, Eva empezó a abrirse un poco respecto a su vida y hablarme de cosas que me hicieron entender mucho de su personalidad.

En primera instancia, supe la razón por la cual era capaz de hablar con una fluidez y dicción envidiable, al igual que de leer mejor que yo e incluso escribir con una caligrafía hermosa.

Resulta que, a pesar de vivir en una condición bastante compleja, quien vivía con ella se había tomado el tiempo de instruirla en los aspectos básicos de la educación, incluyendo matemáticas básicas e historia. Fue sorprendente y grato conocer ese detalle de su vida, pues sabía que más allá de poder compartir una amistad, podía sentir la libertad de hablarle de mi colegio y las cosas que estaba aprendiendo.

Además, Eva jamás demostró ser alguien que se molestaba por la felicidad y la prosperidad ajena. Tampoco demostraba envidia ni recelo con aquellos que, a diferencia de mí, la veían con malos ojos o incluso la ignoraban durante sus presentaciones; sus valores hablaban por ella.

Tal vez por eso, atravesé una etapa de mi vida en la que quise ser como ella en muchos aspectos. Quería hablar mejor de lo que hablaba, escribir más bonito, ser amable y servicial e incluso aprender a tocar la guitarra, aunque esto último siempre se me hizo imposible. Así, el tiempo que empecé a pasar con Eva se extendió con el paso de los días y nuestra confianza se afianzaba más y más; fue una amistad que comparé con la que tenía con Uriel.

La diferencia entre Uriel y Eva es que ella era la voz de la conciencia cuando la inmadurez me ganaba la partida, e incluso me aconsejaba como si fuese mi hermana mayor. En cambio, mi mejor amigo, solo me alentaba a seguir adelante con las locuras que se me ocurrían, y que en más de una ocasión nos metió en problemas a pesar de lo mucho que nos divertía.

A todas estas, la imagen de Eva fue opacando de poco el recuerdo de mi mejor amigo, hasta un punto en el que empecé a olvidarme de él. La promesa que le había hecho estaba pendiendo de un hilo y cada vez que intentaba hacerle una llamada telefónica, me avergonzaba por el tiempo que pasé sin contactarlo.

Entonces, una tarde, mientras estudiaba en mi habitación, llegué a la conclusión de que debía superar la etapa que implicaba mantener una amistad con Uriel. En otras palabras, me dejé llevar a la hora de olvidarlo, consciente de que esto podía ser una mala decisión, y triste por pensar que nunca volveríamos a tener la oportunidad de reencontrarnos algún día.