Antes de que Alicia pudiera tocarlo, Zeres atrapó su delgada muñeca. Le dirigió una mirada aguda y luego cerró los ojos exasperado. Sus músculos parecían convertirse en acero mientras comenzaba a jadear, furioso con ella y sin saber cómo manejarla.
Después de mirarla durante un largo rato, una risa suave y sin humor que sonaba totalmente diferente a él escapó de sus labios. —No me importa lo que pienses de mí ahora, Alicia. Puedes seguir pensando en mí como el maldito ángel que crees que soy todo lo que quieras —dijo, con su voz volviéndose más profunda, más oscura y más fría.
—Sí. Porque eso es lo que realmente eres —Alicia replicó, sin retroceder—. Tú no eres
—¡Cállate! —siseó, una perturbadora insinuación de crueldad bailaba en su expresión—. Cállate… —apretó los dientes, sus fosas nasales se ensancharon con la fuerza de su respiración mientras la sujetaba un poco más fuerte solo con su peso.
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