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**Capítulo 6: Sombras y Verdades a Medias**
Ceciro observó la llama extinguirse en su mano, todavía podía sentir el calor residual en su palma. Hestia, a su lado, había saltado sobre él para apagar la llama, y la intensidad en sus ojos dejaba claro que algo la había perturbado profundamente. Cuando ella finalmente se apartó, sus miradas se cruzaron, y Ceciro no pudo evitar preguntarle:
—Diosa, ¿qué sucede? ¿Por qué reaccionaste de esa manera?
Hestia lo miró, su rostro estaba todavía pálido, y por un momento dudó en responder. Sin embargo, sintió la sinceridad en la pregunta de Ceciro. No había malicia en su tono, solo genuina preocupación.
—Ceciro... esa llama... —empezó a decir, aún tratando de poner en palabras lo que había sentido—. Era diferente. No era solo fuego común. Se sentía... divino, antiguo. Me recordó... a algo de antes, de cuando estaba en el cielo. ¿Cómo pudiste hacer eso?
Ceciro parpadeó, asimilando lo que decía Hestia. La sorpresa lo tomó por unos segundos, pero rápidamente, la habilidad "Mente de Jugador" se activó, calmando cualquier agitación interna. Hestia continuó:
—¿De dónde eres realmente? ¿Es posible que no seas humano? Y si lo eres, ¿cómo lograste hacer algo que ni siquiera los aventureros más poderosos de Orario pueden hacer? —Las preguntas comenzaron a llover sobre Ceciro, una tras otra—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Recuerdas algo más de tu vida antes de llegar a Orario? ¿Por qué parece que puedes hacer cosas que van más allá de lo común?
Ceciro se mantuvo tranquilo, su mente procesando rápidamente cada pregunta. Sabía que tenía que ser cauteloso con sus respuestas, y recordó una lección importante: la mejor mentira es una verdad a la que se le ha sustraído un detalle clave. Así que decidió hablar, pero con cuidado.
—Diosa, entiendo tu preocupación. La verdad es que no soy de Orario, vengo de un lugar lejano. Creo que soy humano, pero, para ser sincero, mi memoria es un tanto confusa. Recuerdo fragmentos de mi vida antes de llegar aquí, pero son vagas, como si estuvieran envueltas en niebla. No hay nada claro hasta que llegué a esta ciudad.
Hestia lo miró intensamente, tratando de encontrar algún rastro de mentira en sus ojos. Pero todo lo que vio fue sinceridad, aunque incompleta. Ceciro se mantuvo firme en su expresión, asegurándose de no mostrar ningún signo de duda.
—Entonces... —comenzó Hestia, su voz se suavizó—, realmente no sabes mucho más que yo. —Pausó, procesando sus propias palabras y las de Ceciro. Las respuestas que él le había dado no eran satisfactorias, pero tampoco sentía que fueran del todo falsas. Solo... incompletas.
Mientras Ceciro observaba cómo Hestia parecía sumida en sus pensamientos, decidió abrir su panel de estado para comprobar cualquier cambio después de los eventos recientes. Cuando lo hizo, todo parecía normal, excepto por un detalle que llamó su atención: una interrogación apareció al lado de su raza.
Ese símbolo, por insignificante que pareciera, causó un escalofrío en Ceciro. La duda que había plantado en Hestia también comenzaba a germinar en él.
**Pensamientos de Hestia**
Mientras Ceciro reflexionaba sobre el cambio en su estado, Hestia no podía dejar de pensar en todo lo que había sucedido. Los últimos tres días habían sido un torbellino. Ceciro había aparecido en su vida de la nada, pero en ese breve tiempo, había logrado desatar en ella un mar de emociones. Sentía que lo conocía desde hace mucho más tiempo del que realmente llevaban juntos. Su presencia le resultaba cálida, reconfortante, pero también llena de misterio.
"¿Qué clase de persona eres realmente, Ceciro?", se preguntaba Hestia mientras repasaba las respuestas que le había dado. "Esa llama... había algo en ella que me resultaba familiar, algo que no había sentido desde que estaba en el cielo. ¿Cómo puede ser posible que un humano, si es que realmente lo es, pueda conjurar algo tan... divino?"
Recordó las historias antiguas, de héroes que cargaban con secretos y poderes que no siempre comprendían, que ocultaban su verdadera naturaleza para proteger a los demás. ¿Era Ceciro uno de esos héroes? Pero si lo era, ¿por qué él mismo parecía no saberlo?
Hestia sintió una mezcla de preocupación y fascinación. Ceciro había despertado algo en ella que no había sentido en eones. No solo era la calidez de su compañía, sino también la curiosidad, la necesidad de entenderlo. Y ahora, más que nunca, estaba decidida a estar a su lado, a protegerlo y ayudarlo en lo que fuera necesario, aunque no entendiera del todo lo que él mismo era.
Al ver cómo Ceciro intentaba disimular su preocupación y cambiar de tema, Hestia decidió dejarlo por el momento. Sabía que había algo más, algo que aún no podía ver, pero no quería presionarlo demasiado. Si algo había aprendido en estos días, era que Ceciro era una persona que prefería cargar con sus problemas solo. Sin embargo, no iba a permitir que eso continuara. No mientras ella estuviera allí.
—Será mejor que vayamos a descansar, Ceciro. Has tenido un día muy largo —dijo Hestia finalmente, intentando sonreír para aliviar la tensión.
Ceciro asintió, dándose cuenta de que había logrado desviar la conversación por ahora. Pero sabía que estas preguntas volverían a surgir. Mientras se dirigían a sus respectivos lugares para dormir, ambos tenían mucho en qué pensar.
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Desde lo alto de la torre de Babel, Freya observaba la ciudad de Orario como lo hacía cada noche. La vista que se desplegaba ante ella era una mezcla de luces titilantes y sombras profundas, un contraste que siempre la había fascinado. Sin embargo, su interés hoy no estaba en la ciudad en su conjunto, sino en una figura en particular. Un aventurero que había captado su atención hacía apenas tres días.
**Ceciro.**
El nombre resonaba en su mente, una melodía extraña y nueva. Desde el momento en que lo había visto por primera vez, algo en su alma había llamado su atención, un brillo que no veía a menudo en los mortales. Había pasado horas observándolo, evaluando su potencial, su fuerza, su valor... y, sobre todo, el alma que lo hacía destacar entre la multitud de aventureros en Orario.
Mientras contemplaba la ciudad, sus ojos plateados se entrecerraron ligeramente. Estaba a punto de enfocar su atención nuevamente en Ceciro cuando una luz inusual atrajo su mirada. Provenía de una pequeña iglesia en las afueras de la ciudad, la misma iglesia donde sabía que Ceciro se alojaba con su diosa, Hestia.
La luz que vio no era natural. Era un resplandor divino, algo que no debería existir en el mundo de los mortales sin la intervención de un dios. Freya se inclinó hacia adelante, sus sentidos agudizándose. ¿Hestia había usado su divinidad? ¿Qué estaba sucediendo en esa iglesia?
La idea de que Hestia pudiera haber intervenido directamente en los asuntos de Ceciro la hizo tensarse. La ira comenzó a hervir en su interior. Ceciro no era de Hestia, no podía serlo. La sola idea de que la diosa virgen pudiera tener algún tipo de influencia sobre él la llenaba de una furia fría.
"**Ceciro es mío**", pensó, sus labios formando una fina línea mientras su mirada se volvía más oscura. Su mente viajó a la cita que Ceciro había tenido con Hestia, un evento que ya le había molestado profundamente. Verlos juntos, la forma en que él la miraba, la atención que le prestaba... cada detalle había sido como una espina en su lado. Y ahora esto, una luz divina envolviendo a Ceciro, una prueba irrefutable de que Hestia había hecho algo. Algo que no debía.
El pensamiento de Hestia utilizando su divinidad sobre Ceciro hizo que Freya se pusiera de pie de golpe, dejando que el aire frío de la noche acariciara su piel. Su mirada seguía fija en la iglesia, sus manos apretadas en puños mientras su mente corría por posibles respuestas.
No podía permitir que Hestia, o cualquier otro dios, interfiriera con lo que era suyo. Ceciro le pertenecía, incluso si él aún no lo sabía. Y no dejaría que nadie se interpusiera entre ellos.
Mientras su ira comenzaba a calmarse, un plan comenzó a formarse en su mente. Hestia era débil en este mundo, limitada por las reglas impuestas a los dioses. Si había utilizado su divinidad, habría consecuencias. Freya no necesitaba apresurarse. Había otras formas de asegurarse de que Ceciro se alejara de Hestia y se acercara a ella. Más tarde, cuando el momento fuera perfecto, haría su movimiento.
Pero por ahora, se limitaría a observar. Podía permitirse el lujo de ser paciente, al menos por un tiempo. Con un suspiro, se relajó, volviendo a sentarse suavemente en su asiento.
Mientras el brillo divino se desvanecía en la iglesia, Freya sonrió para sí misma, una sonrisa que no alcanzó sus ojos. Ceciro era solo suyo. Y cualquiera que intentara acercarse a él aprendería esa lección de la manera más difícil.
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Ceciro caminó junto a Hestia, acompañándola a su habitación en silencio, ambos sumidos en sus pensamientos. Cuando llegaron, él se detuvo en la puerta, con la intención de despedirse. "No te preocupes por lo que ha pasado, Hestia," dijo en voz baja, tratando de calmarla. "Siento si te he causado molestias."
Hestia, con la cabeza baja y los ojos brillando por las lágrimas que intentaba contener, negó con la cabeza. "No hay nada de lo que debas disculparte," respondió con la voz temblorosa. "Si alguien debe disculparse aquí, soy yo... Soy tan inútil. No he podido ayudarte en nada, viviendo en esta iglesia destartalada, sin dinero, sin poder ofrecerte lo que realmente mereces. He fallado como diosa..." Sus palabras se desvanecieron mientras se ahogaban en un sollozo que no pudo retener.
Ceciro la miró con ternura, sintiendo una punzada de tristeza al ver su dolor. Sin decir nada más, se acercó y la envolvió en un abrazo cálido, fuerte pero lleno de cuidado. Hestia, sorprendida por el gesto, se aferró a él como si fuese un salvavidas en un mar de dudas y autocrítica.
"Aun sabiendo todo eso, Hestia," comenzó Ceciro en un susurro, acariciando su cabello con suavidad, "decidí quedarme contigo."
Ella levantó la mirada, con los ojos aún llenos de lágrimas y lo miró con incomprensión. "¿Por qué?" preguntó, casi en un gemido. "¿Por qué te quedarías? No tengo nada que ofrecerte…"
Ceciro sonrió con dulzura y, limpiando una lágrima que rodaba por la mejilla de la diosa, le respondió con una calidez en su voz que hizo que Hestia sintiera que la carga en su corazón se aligeraba. "¿De verdad necesitas una razón para estar con una diosa tan hermosa como tú? Aun sin riquezas ni poder, tú eres amable, dulce y te preocupas por mí. No necesito nada más que eso." Se inclinó hacia ella y le dio un pequeño beso en la frente, un gesto lleno de afecto y consuelo. "Ahora, duerme bien."
Hestia, sintiéndose abrumada por la mezcla de emociones, apenas pudo reaccionar cuando él se separó y se dispuso a retirarse. Pero antes de que pudiera alejarse, ella extendió una mano temblorosa y agarró su camisa, sin querer dejarlo ir. "Por favor… Quédate," pidió en un murmullo apenas audible. "Hasta que me duerma. Me siento más segura cuando estás aquí."
Ceciro, sin pensarlo dos veces, asintió con una sonrisa comprensiva y se sentó en el borde de la cama. Se quedó a su lado, sosteniendo su mano, mientras la veía cerrar los ojos, todavía húmedos por las lágrimas, pero finalmente calmados.
Poco a poco, Hestia se fue sumiendo en un sueño tranquilo, su respiración volviéndose suave y regular. Ceciro esperó pacientemente hasta estar seguro de que su diosa dormía profundamente. Solo entonces, con movimientos cuidadosos para no despertarla, se levantó y se retiró a la sala principal. Se recostó en su confiable sofá, dejando que el cansancio del día lo abrazara mientras pensaba en lo ocurrido. Cerró los ojos y se preparó para descansar, con la sensación de haber tomado la decisión correcta, de estar en el lugar donde debía estar.
Mientras Ceciro se recostaba en el sofá, finalmente permitiéndose un momento de descanso después de todo lo ocurrido, comenzó a notar algo diferente. En medio del silencio de la iglesia, una quietud envolvente que solo la noche podía ofrecer, sus sentidos se agudizaron de una manera que no había experimentado antes. Al principio, atribuyó esta sensación a la tranquilidad del lugar, pero pronto se dio cuenta de que era mucho más que eso.
Su oído, más sensible que nunca, captaba sonidos que antes habrían pasado desapercibidos. Podía escuchar el leve susurro del viento rozando las paredes de la iglesia, y lo más sorprendente, los sonidos más allá de esas paredes. A varios metros de distancia, fuera del edificio, percibió el crujir de la madera en una ventana cercana y el suave zumbido de insectos en la noche. Era como si su percepción se hubiera expandido, permitiéndole sintonizar con el mundo exterior de una manera completamente nueva.
Intrigado, Ceciro decidió probar su visión. Enfocó su mirada en sus propias manos, levantándolas frente a su rostro en la oscuridad. Sorprendentemente, a pesar de la penumbra, podía distinguir los patrones en su piel con una claridad asombrosa: los poros, las líneas finas que delineaban cada curva de sus dedos, todo estaba allí, visible como si estuviera a la luz del día. Notó un leve resplandor bajo su piel, algo que parecía pulsar suavemente, como si algo estuviera protegiendo su cuerpo desde adentro. "¿Podría ser la habilidad 'piel de hierro'?" pensó, recordando las habilidades que había ganado al subir de nivel.
Su curiosidad creció, y decidió concentrarse más en su cuerpo, explorando las nuevas capacidades que había desarrollado. Fue entonces cuando, al cerrar los ojos y enfocar su atención en su interior, escuchó algo que lo dejó desconcertado: el sonido de un río fluyendo. Pero no había ningún río cerca de la iglesia... ¿o sí? Se dio cuenta de que ese sonido provenía de su propio cuerpo, del flujo de su sangre circulando por sus venas y arterias. El ritmo constante y regular era como un río interno, moviéndose con una fluidez natural.
Luego, escuchó otro sonido, un pulso profundo y constante. "¿Es mi corazón?" se preguntó. Sí, lo era. Su corazón latiendo con fuerza, cada latido resonando en sus oídos como un tambor lento y poderoso. A medida que se concentraba en ese sonido, sintió cómo su cuerpo entero comenzaba a pulsar al mismo ritmo, como si estuviera en perfecta sincronía con su corazón. Esta conexión entre mente y cuerpo lo llevó a un estado de calma profunda, una especie de punto zen en el que cada parte de su ser estaba alineada.
En este estado, su mente empezó a sentirse pesada, como si estuviera flotando en un mar de tranquilidad. Era una sensación extraña, como si estuviera bajo una suave anestesia que adormecía su consciencia pero lo mantenía alerta al mismo tiempo. Mientras seguía explorando este nuevo estado, notó que su cuerpo respondía de maneras que antes le habrían parecido imposibles. Podía sentir cada órgano, cada músculo, cada fibra, todo estaba bajo su control. Incluso podía sentir cómo su cuerpo comenzaba a pulsar al unísono con su corazón, creando un ritmo uniforme que lo conectaba con su interior de una manera profunda e íntima.
Entonces, como un destello en su mente, escuchó un sonido familiar: *ding*. Era el sistema que había aprendido a reconocer en su mente, siempre presente para informar sobre sus progresos. Esta vez, el mensaje era claro: **"Has obtenido una habilidad pseudo pasiva activa: Control Interno."** La descripción indicaba que esta habilidad le permitiría tener un control consciente sobre los procesos internos de su cuerpo, algo que antes solo podía imaginar.
Este descubrimiento lo llenó de emoción. Su mente, usualmente racional y calculadora gracias a su habilidad "Mente de Jugador", empezó a pensar en las posibilidades. Recordó una película que había visto una vez, donde exploraban la idea de qué pasaría si alguien pudiera usar el 100% de su cerebro. ¿Qué podría lograr con esta nueva habilidad? ¿Qué potencial podría desbloquear?
La emoción lo invadió, pero al mismo tiempo, se mantuvo en calma, sabiendo que tenía un vasto campo por explorar dentro de sí mismo. No solo había ganado una nueva habilidad, sino también una puerta abierta hacia un futuro lleno de posibilidades. Mientras estas ideas lo invadían, su cuerpo se relajó completamente, cayendo en un sueño profundo, con una pequeña sonrisa en sus labios. La noche apenas comenzaba, y en su mente, el camino hacia lo desconocido estaba más claro que nunca.
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Ceciro despertó al día siguiente, el eco de su corazón resonando en su mente, un sonido nuevo y fascinante que nunca antes había percibido con tanta claridad. Podía sentir el flujo constante de su sangre circulando por su cuerpo, como si cada latido y cada pulso lo mantuvieran en un estado de alerta elevado. Se levantó del sofá donde había pasado la noche, estirando sus músculos que ahora sentían una nueva vitalidad.
Con un suspiro, se dirigió a la pequeña cocina improvisada en la iglesia, decidido a preparar el desayuno para Hestia. Sabía que su diosa seguía dormida, agotada por los eventos de la noche anterior. Mientras cocinaba, se dio cuenta de que algo había cambiado. Los movimientos de sus manos eran más fluidos, más precisos. Los ingredientes respondían con una facilidad que antes no tenía. Entonces, una notificación del sistema apareció frente a él:
**"Habilidad de Cocina ha subido de nivel."**
Ceciro sonrió, complacido por la mejora. Terminó de preparar el desayuno y, con una bandeja en mano, se dirigió a la habitación de Hestia. Abrió la puerta con cuidado y se acercó a la cama. Hestia estaba acurrucada bajo las mantas, respirando suavemente. Aunque parecía dormida, Ceciro notó algo en su postura, una ligera tensión que delataba que estaba despierta, pero fingiendo.
Con una sonrisa traviesa en sus labios, Ceciro se inclinó y le dio un suave beso en la frente. "El desayuno está listo," susurró cerca de su oído. "Voy a ir al dungeon."
Al notar que no había respuesta, comenzó a darse la vuelta, pensando que no había logrado romper su fachada. Pero justo cuando estaba a punto de salir de la habitación, sintió una mano pequeña y cálida aferrándose a su camisa. Se giró y vio los ojos grandes y azules de Hestia mirándolo con una mezcla de agradecimiento y tristeza.
"Gracias por todo," murmuró ella, su voz apenas un susurro. "Pero, por favor, Ceciro... prométeme que no usarás tu magia. No quiero que te pongas en peligro por mi culpa."
Hestia bajó la mirada, su expresión llena de culpa. "Sé que tu magia es poderosa, pero también peligrosa... No quiero que te expongas innecesariamente. Lo siento tanto..."
Ceciro sintió una oleada de ternura hacia Hestia. Se agachó para estar a su altura, colocó una mano en su cabeza y le dio unas palmaditas reconfortantes. "Haré lo que me pidas, Hestia. No te preocupes, estaré bien," dijo con una sonrisa tranquilizadora. "Ahora, apúrate. No quiero que el desayuno se enfríe."
Hestia asintió lentamente, todavía aferrada a su camisa por unos segundos más antes de soltarlo. Ceciro se levantó, salió de la habitación y la dejó para que se preparara mientras él salía de la iglesia y se dirigía al dungeon.
El aire de la mañana estaba fresco y claro cuando Ceciro comenzó su camino. Pero esta vez, no tenía prisa por llegar a los niveles más bajos del dungeon. En lugar de ir directamente al cuarto piso, decidió tomar su tiempo. Se adentró en los primeros pisos, enfrentándose a los monstruos con calma y precisión, probando sus nuevas habilidades y asegurándose de que cada movimiento fuera perfecto.
Cada encuentro le daba la oportunidad de refinar sus técnicas, de entender mejor cómo funcionaban sus habilidades después de haber subido de nivel. Quería asegurarse de que estaba completamente preparado antes de enfrentarse a los desafíos más grandes que aguardaban en los pisos más profundos. Y así, entrenó en esos primeros niveles, acumulando puntos de experiencia y mejoras automáticas, sintiendo que su cuerpo se hacía más fuerte, más rápido, más eficiente con cada combate.
Ceciro sabía que no debía apresurarse. A medida que avanzaba, podía sentir cómo su poder crecía lentamente, cómo su conexión con su propio cuerpo se hacía más profunda. Solo cuando sintiera que estaba listo, cuando su cuerpo y mente estuvieran en perfecta sincronía, se aventuraría al cuarto piso. Hasta entonces, continuaría entrenando, afinando cada aspecto de su ser, preparándose para lo que estaba por venir.
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Ceciro avanzaba con determinación por el dungeon, habiendo decidido dejar atrás el primer piso por ser demasiado fácil. Los monstruos allí apenas representaban un desafío, y tampoco soltaban recompensas valiosas, lo que hacía que su tiempo fuera mejor invertido en niveles superiores. Así que se adentró en el segundo piso, donde los monstruos ofrecían un reto mayor y mejores recompensas.
Mientras combatía contra un grupo de goblins, moviéndose con gracia y precisión, Ceciro sintió una vibración sutil y escuchó un *ding* familiar, la señal de que había logrado algo nuevo. Con una sonrisa, evitó un golpe de uno de los goblins y aprovechó el momento para echar un vistazo rápido a la pantalla que apareció frente a él. Lo que leyó le hizo sonreír aún más:
**"Has adquirido la habilidad: Técnica Bastarda."**
El sistema explicaba que esta habilidad era el resultado de su propio cuerpo y mente adaptándose a la falta de un maestro formal. Sin tener a alguien que le enseñara, su propio instinto había guiado su desarrollo, creando una técnica única y personal. Aunque sus movimientos no habían cambiado significativamente, se dio cuenta de que se sentía más ligero, como si su cuerpo respondiera con mayor facilidad a sus comandos.
Ceciro continuó luchando, dejando que su nueva habilidad fluya a través de él, notando que sus estadísticas comenzaban a aumentar de manera constante. Su fuerza y agilidad mejoraron en 4 puntos cada una, mientras que su destreza aumentó en 3 puntos. A medida que sus habilidades crecían, sentía que su cuerpo se volvía más eficiente, más rápido y preciso.
Inspirado por estos progresos, decidió probar algo diferente. Dejó de usar su espada por un momento y desarmó a los goblins, enfrentándolos con las manos desnudas. No le hacía gracia la idea de dejarse golpear, pues no era un masoquista, pero sí quería ver cómo su habilidad *Piel de Hierro* afectaba su crecimiento en defensa. Así que se lanzó al combate sin armas, usando solo su cuerpo.
Enfrentado a dos goblins a la vez, Ceciro luchó con una intensidad renovada. Bloqueó golpes, esquivó ataques, y contraatacó con precisión. Cada impacto recibido se sentía más leve, como si su cuerpo realmente se estuviera endureciendo bajo la presión. Al cabo de unos minutos, otro *ding* resonó en su mente. Su defensa había aumentado en 3 niveles, y su habilidad *Piel de Hierro* también había subido un nivel.
Sin embargo, a medida que el combate continuaba, notó algo curioso. Su habilidad *Piel de Hierro* estaba haciendo su trabajo, reduciendo el daño que recibía, pero a un costo. Su estadística de defensa, que antes subía rápidamente con cada golpe recibido, ahora lo hacía a un ritmo mucho más lento. Parecía que cuanto más su cuerpo se fortalecía bajo la influencia de *Piel de Hierro*, menos crecía su defensa con el tiempo.
Finalmente, decidió que era suficiente. Mató a los dos goblins con su espada, observando con cuidado cómo sus habilidades habían progresado. La protección adicional que le brindaba *Piel de Hierro* era sin duda valiosa, pero ralentizaba su desarrollo defensivo. Era un arma de doble filo: una mayor resistencia en el corto plazo, pero un crecimiento más lento a largo plazo.
Ceciro meditó sobre este balance mientras se preparaba para continuar. Si bien la habilidad le ofrecía una clara ventaja en combate, tendría que ser estratégico en cómo la utilizaba. Sabía que el dungeon no se haría más fácil, y que cada ventaja debía ser explotada, pero también optimizada. Decidió que, al menos por ahora, entrenaría su defensa tanto con como sin la habilidad activa, buscando un equilibrio que le permitiera seguir avanzando y mejorando a un ritmo constante.
Con una última mirada a los goblins caídos, Ceciro avanzó más profundamente en el dungeon, más preparado y determinado que nunca a seguir creciendo en poder y habilidad.
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### **Estado del Sistema:**
- **Nombre:** Ceciro
- **Nivel:** 4 (Exp: 1400/1600)
- **HP:** 130/130
- **MP:** 13/13
- **EP:** 35
- **Fuerza:** 29
- **Defensa:** 21
- **Agilidad:** 23
- **Destreza:** 21
- **Magia:** 10
- **Suerte:** 21
- **Percepción:** 3
- **Habilidades:**
- **Mente de Jugador (Pasiva)**
- **Cuerpo de Jugador (Pasiva)**
- **Cocina (Principiante, 3/4)**
- **Mano del Destino (Pasiva, 1/6)**
- **Correr (Principiante, 3/6)**
- **Piel de Hierro (Pasiva, 2/6)**
- **Percepción (Pasiva, 3/6)**
- **Aumento de Fuerza (Pasiva, 1/5)**
- *Incrementa la fuerza física de manera proporcional a la cantidad de puntos en la estadística de fuerza.*
- **Reflejos Mejorados (Pasiva, 1/5)**
- *Mejora la agilidad, lo que permite una respuesta más rápida en combate y en situaciones de peligro.*
- **Destreza Precisa (Pasiva, 1/5)**
- *Optimiza la coordinación mano-ojo, mejorando la precisión y la efectividad en tareas que requieren destreza.*
- **Puntos de Estado:** 35
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Ceciro, luego de revisar su estado y ver las habilidades que había ganado por superar los veinte puntos en varias estadísticas, no pudo evitar emocionarse. Una risa suave escapó de sus labios mientras pensaba que, en algún momento, las habilidades no tendrían suficiente espacio en su panel de estado. Era una idea divertida, pero sabía que cada una de esas habilidades representaba un paso hacia su meta.
Dejando las bromas a un lado, Ceciro descendió al tercer nivel del Dungeon. La atmósfera era más densa, y el aire se sentía ligeramente más pesado, señal de que los monstruos en este nivel serían más desafiantes. Sin embargo, con su creciente fuerza y habilidades, se sentía más preparado que nunca. Con la espada firmemente en su mano, se adentró en los oscuros pasillos, listo para enfrentar lo que viniera.
Cada combate se convirtió en una oportunidad para afinar sus nuevas habilidades. Los monstruos caían con más facilidad ante sus ataques mejorados, y sus reflejos le permitían esquivar con precisión los ataques que antes habrían sido difíciles de evitar. Sin embargo, no se conformaba con su progreso; sabía que aún tenía mucho que aprender y dominar.
Ceciro decidió enfrentarse a un grupo de Kobolds que patrullaban uno de los pasillos. Con movimientos rápidos y fluidos, desarmó a uno de ellos, esquivó el ataque de otro y, con un giro de su cuerpo, acabó con el tercero. Cada movimiento era más efectivo y preciso, reflejando el impacto de sus nuevas habilidades. Pero sabía que la verdadera prueba aún estaba por delante, en los niveles más profundos del Dungeon.
Con una determinación renovada, Ceciro continuó su avance, sintiendo que cada paso lo acercaba más a su destino, y que cada enemigo derrotado lo fortalecía aún más.
Ceciro descendió al cuarto piso del Dungeon, y fue recibido de inmediato por una horda de goblins. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras desenvainaba su espada, listo para enfrentarse a los monstruos. Con una fluidez que solo los guerreros experimentados poseían, comenzó a eliminar a los goblins uno por uno, sus movimientos precisos y letales.
A medida que avanzaba por los oscuros corredores del cuarto piso, Ceciro utilizó su mapa para orientarse, y pronto notó una zona semi-abierta que le llamó la atención. Decidió dirigirse hacia allí, moviéndose con cautela. Al llegar, la escena que encontró fue inquietante: un grupo de aventureros, claramente en mal estado. Uno de ellos estaba herido de gravedad, otro yacía casi muerto detrás de él, y dos chicas estaban ya sin vida a su lado.
Ceciro observó la escena con frialdad, sin que su rostro mostrara emoción alguna. La visión era repulsiva, sí, pero su repulsión no era la que sentiría alguien normal. No podía empatizar con estos desconocidos; su mente simplemente no funcionaba de esa manera. Su diosa, Hestia, era una excepción en su vida, alguien que había logrado tocar algo en su interior. Tal vez porque ella era exactamente como la había imaginado, recordándole a una niña de su mundo anterior, alguien que había protegido con todo su ser.
Pero fuera de eso, Ceciro no se preocupaba por los demás. Si Hestia hubiera sido diferente, probablemente le habría dado las gracias el primer día y habría seguido su camino, tal vez uniéndose a Loki o continuando solo. Había leído demasiadas historias donde los protagonistas lograban grandes cosas sin necesidad de un equipo o una familia. Muchos dirían que eso era ficción, pero él se reiría en sus caras. ¿Acaso no era su propia vida ahora la mayor prueba de que lo imposible podía volverse realidad? Morir y renacer en otro mundo, con habilidades especiales y un destino heroico... eso también era ficción, y sin embargo, aquí estaba, viviendo esa "ficción".
Con esa idea en mente, Ceciro decidió no involucrarse en la tragedia frente a él. No era su problema, y no sentía la necesidad de intervenir. Siguió su camino, dejando a los aventureros atrás, mientras su mente se concentraba en su próximo objetivo dentro del Dungeon.
Ceciro continuaba abriéndose paso por el cuarto piso del Dungeon, eliminando a los monstruos con precisión y eficacia. Mientras avanzaba, su percepción aguda le advirtió sobre un grupo numeroso que descendía del tercer piso. Su mapa interno, alimentado por su habilidad de percepción, se actualizó casi al instante. Entre los puntos de referencia que aparecieron, uno brillaba en azul, y al enfocarse en él, la notificación en su mente lo identificó: **Princesa Espada**.
La curiosidad asomó en su mente. "¿Le caigo bien?" pensó Ceciro, aunque sabía que esa línea de pensamiento no lo llevaría a ninguna parte. Ais Wallenstein era una guerrera formidable, y su interés en él, si es que existía, probablemente tenía raíces más profundas que un simple agrado. Los demás puntos, en su mayoría amarillos, no le generaban inquietud, pero dos en particular, resaltados en naranja, captaron su atención: **Bete Loga** y **Lefiya Viridis**. "Ellos no me soportan... pero, ¿eso me afecta?" se preguntó con una indiferencia característica.
Mientras se sumergía de nuevo en la caza, Ceciro notó que el grupo de la Familia Loki pasaba por su zona de combate. Las miradas que recibió no eran de simples curiosos; había una mezcla de sorpresa y análisis en sus ojos. Podía oír los susurros, los comentarios entre los miembros del grupo, aunque no lograba captar todo lo que decían. Su enfoque volvió a los monstruos frente a él, hasta que un repentino y colectivo jadeo a sus espaldas lo obligó a voltear.
El espectáculo que encontró era digno de una escena de teatro. Los principales miembros de la Familia Loki, liderados por Ais, lo observaban con una mezcla de sorpresa y algo más... respeto, tal vez. El interés de Ais en él había atraído la atención de los demás, pero eso no significaba que estuvieran contentos con la situación.
Decidido a continuar su caza, Ceciro se dio la vuelta, dispuesto a ignorar al grupo, pero una mano firme en su hombro lo detuvo. Instintivamente, intentó soltarse, pero la fuerza que lo retenía era indomable. "Maldición, ¿cómo es posible que sea tan inútil en este momento?" La frustración burbujeaba en su interior, pero la activación de **Mente de Jugador** disipó cualquier impulso irracional. Respiró profundamente antes de girarse y, con una voz controlada, preguntó: "¿Qué necesitan?"
Tiona Hiryute, una de las gemelas Amazoness, dio un paso adelante. Su expresión era un cruce entre el entusiasmo y la seriedad, una mezcla poco común en ella. "Ais está raramente interesada en ti," explicó, "y quiere hablar contigo." La sorpresa en el rostro de Ceciro fue genuina, pero la ocultó rápidamente detrás de una máscara de indiferencia. Miró a Ais, que lo observaba con una intensidad que casi lo incomodaba, y luego a las otras chicas, especialmente a Lefiya y a la hermana de Tiona, Tione, que lo miraban con ojos llenos de desconfianza.
"¿Qué hacen ellas aquí?" preguntó, no tanto con curiosidad, sino más bien con un toque de irritación. La respuesta llegó de Tiona, con su habitual franqueza: "Están aquí para proteger a Ais de ti."
Un destello de asco cruzó el rostro de Ceciro. No pudo evitar murmurar en voz baja, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que algunos lo escucharan: "Las mujeres siempre pensando en nosotros como los malos." La reacción fue inmediata: Lefiya se sonrojó, claramente ofendida, mientras que Tione frunció el ceño, preparada para intervenir. Bete, siempre el más temperamental, dio un paso hacia adelante, pero Ais levantó una mano, deteniéndolo.
Ais, por su parte, no estaba acostumbrada a este tipo de interacciones. Su vida giraba en torno a la fuerza, a volverse más poderosa. Hablar de sentimientos, de inquietudes personales, era un territorio desconocido para ella. Al intentar explicar su repentino interés en Ceciro, su voz se volvió dubitativa. "Yo... quería preguntarte..." Comenzó, pero las palabras se le escapaban como arena entre los dedos. Los demás, incluso Tiona, la miraban con asombro; Ais, la imperturbable Princesa Espada, parecía estar luchando consigo misma para articular una simple pregunta.
"Lo que quiero decir es..." Ais miraba a Ceciro, pero sus ojos revelaban la lucha interna que estaba librando. Era evidente que no tenía la costumbre de expresarse así, y mucho menos de iniciar una conversación con alguien que no fuera sobre combate o entrenamiento.
Ceciro, consciente del esfuerzo que Ais estaba haciendo, permaneció en silencio, dándole el tiempo que necesitaba. Pero las otras chicas estaban atónitas, sobre todo Lefiya, que miraba a Ais como si no la reconociera. Tione, aunque usualmente confiada, no sabía cómo interpretar la situación, y Bete, siempre impaciente, gruñó con evidente frustración.
Finalmente, Ais bajó la mirada, visiblemente frustrada consigo misma. "Es solo que... he notado que eres... diferente," dijo, casi susurrando las últimas palabras. "Quería entender... por qué."
La declaración, aunque simple, dejó un aire de confusión y sorpresa entre los presentes. Ceciro la miró a los ojos, procesando sus palabras. En su mente, su **Mente de Jugador** lo ayudaba a ordenar sus pensamientos, pero incluso sin esa habilidad, sabía que la situación era inusual. Ais Wallenstein, la legendaria Princesa Espada, estaba mostrando interés en él, no como un rival o un enemigo, sino como algo más.
Ceciro observó a Ais con una mezcla de cálculo y curiosidad. "¿Diferente?" pensó, reflexionando sobre las palabras de la Princesa Espada. Primero, fue su magia lo que llamó la atención, y ahora, su presencia misma parecía intrigarla. En su mente, el análisis comenzó a desplegarse rápidamente, gracias a su habilidad de **Mente de Jugador**.
"¿Acaso el sistema ha creado algún tipo de trasfondo para mi existencia en este mundo?" se preguntó. La idea tenía sentido, pero al mismo tiempo, resultaba desconcertante. Si el sistema era tan poderoso como para moldear la percepción que los demás tenían de él, entonces podría considerarse prácticamente omnipotente. Pero había algunas cuestiones que lo hacían dudar.
"Primero, el sistema me muestra personas y eventos aunque no esté presente, lo que ya es bastante impresionante. Luego, Hestia mencionó que el maná que utilizo es de origen divino, lo que sugiere que mi conexión con este mundo es más profunda de lo que creía. Segundo, el sistema utiliza las piedras mágicas para mejorar mis habilidades, pero... ¿unas simples piedras podrían otorgar tanto poder al sistema?"
Mientras estas preguntas rondaban en su mente, Ceciro recordó la misión que el sistema le había dado: llegar al piso 5 para recibir una recompensa de cultivo. "Es como si el sistema estuviera empujándome a mejorar lo más rápido posible, preparándome para algo..." concluyó, aunque el pensamiento lo dejó más inquieto que antes.
Todo este análisis tomó apenas unos segundos en la mente de Ceciro, y cuando volvió a enfocarse en Ais, notó que ella lo miraba con expectativa, como si esperara alguna respuesta a su confesión.
"Ven conmigo," le dijo Ceciro, su tono calmado pero firme. Ais asintió sin decir palabra, y juntos se alejaron un poco del grupo, pero manteniéndose dentro del campo visual de sus compañeros. La Familia Loki, especialmente Lefiya y Bete, seguían cada movimiento con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
Una vez que estuvieron a una distancia adecuada, Ceciro se detuvo y se giró hacia Ais. "¿A qué te refieres con 'distinto'?" preguntó, manteniendo su mirada fija en los ojos dorados de la joven espadachina.
Ais pareció tomarse un momento para ordenar sus pensamientos, su expresión serena, pero con un brillo de incertidumbre que raramente mostraba. "Es... difícil de explicar," comenzó, su voz suave pero con un tinte de seriedad que indicaba lo importante que era esto para ella. "Cuando te veo, siento una especie de... tirón. Como si hubiera algo en ti que me llama, que me resulta familiar de alguna manera. Es como si... fuéramos iguales, pero no puedo entender por qué."
Las palabras de Ais resonaron en la mente de Ceciro, haciendo eco de sus propias dudas y teorías. "¿Iguales?" pensó, mientras su mente comenzaba a trabajar de nuevo a toda velocidad. ¿Podría ser que compartieran algún tipo de conexión más profunda, algo relacionado con el sistema o con su naturaleza como reencarnado? La idea le hizo tararear en voz baja, un hábito que tenía cuando sus pensamientos se enredaban en un rompecabezas difícil de resolver.
Mientras tarareaba, sus ojos se fijaron en el rostro de Ais, que lo miraba con una mezcla de expectación y vulnerabilidad. No era común ver a la temida y respetada Princesa Espada en esa postura, y eso lo hizo reflexionar aún más sobre lo que estaba ocurriendo entre ellos.
Los detalles de la situación no pasaron desapercibidos para los otros miembros de la Familia Loki. Lefiya, que tenía un afecto especial por Ais, observaba con una mezcla de celos y preocupación, mientras que Tiona y Tione intercambiaban miradas de sorpresa. Bete, siempre rápido para juzgar, fruncía el ceño, claramente molesto por la atención que Ais le estaba dando a Ceciro.
Ais, por su parte, estaba luchando contra su propia naturaleza. Hablar de sentimientos o impresiones no era algo que hiciera con frecuencia, y mucho menos en un contexto que no tenía que ver con el combate. Su incomodidad era palpable, pero aun así, se esforzaba por comunicarse con Ceciro, sabiendo que había algo en él que necesitaba comprender, aunque no supiera exactamente qué era.
"Es como si... algo dentro de mí respondiera a ti," continuó Ais, tratando de expresar lo que sentía. "No estoy acostumbrada a esto. Normalmente, solo me importa volverme más fuerte, pero... contigo es diferente."
Ceciro la observó en silencio, procesando sus palabras. Aunque no tenía todas las respuestas, sabía que lo que estaba ocurriendo no era algo que pudiera ignorar. La conexión que Ais describía, esa sensación de similitud, podría ser una pista importante para entender su propio lugar en este mundo y el propósito del sistema que lo guiaba. Pero por ahora, decidió no precipitarse en sus conclusiones, dejando que las piezas del rompecabezas se acomodaran en su mente a su propio ritmo.