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La pequeña relojera

Los engranajes se movilizaban y la gigantesca estructura se movía armoniosamente, balanceando lentamente sus elementos que como si de una orquesta se tratara; cantaban al unísono a manera lenta y con un ritmo perfecto.

Ella era pequeña, llevaba gafas de aumento, pelo corto rebelde, un pequeño saco en su espalda, guantes de goma, una falda, una camisa con mangas cortas y botas. La pequeña Aine rondaba los pasillos de manera tranquila, silbaba alegremente y observaba los gigantescos engranajes que giraban y hacían sonar toda la estructura que la hacía ver como una ratoncita recién nacida y que estaba en el centro del universo. Aine era la guardiana del tiempo y pasaba sus días saltando de engranaje en engranaje, revisando que todo se mantuviera en perfecto estado y ese día no era la excepción. La vida se mantenía ligada al tiempo y este mismo era como la sangre de aquella maravilla arquitectónica.

Aine dio un ligero salto y cayó en un gran engranaje que estaba moviendo unas cuantas poleas, su ruido era muy fuerte y todo parecía estar en perfecto estado, las piezas estaban engrasadas y el tiempo no había sufrido ningún cambio. Mientras revisaba los engranajes pudo percatarse de algo, por el rabillo de sus ojos color crema vio a una sombra pasar, eso la puso en alerta. El reloj cantaba y su pequeña caja musical empezó a sonar, las notas emergieron como lo hace el mar por el alba y el orgullo de sus notas impregnó el ambiente como lo hace la sabia en los árboles. Aine dio media vuelta y se puso sus lentes, observó mejor el lugar, cada rincón, cada manecilla, cada resorte. Ella sabía que ese lugar tenía el don de traer de la muerte las cosas que ya habían partido, pero, la vida sigue un curso y no puede evitarse. El pasado ya pasó, el futuro es incierto y el hoy es el que se vive, nada de lo que haya pasado puede cambiarse o alterarse y por eso ella era la guardiana del centro del universo, aquel que tenía el don de traer lo que ya había pasado y cambiar lo que aún no había sido. La Sombra se movía tímidamente entre las sombras que proyectaban los engranajes y los gigantescos resortes. Aine caminó sutilmente, quizá era su imaginación, quizá era solo la sombra de la colosal estructura… no lo sabía con exactitud. Más en cambio, si podía intentar saber lo que era, tenía que asegurarse. Las manecillas de la gran sala central se movilizaban y su sonido resonaba armoniosamente a manera de eco por todo el lugar, la melodía de la caja acompañaba cual canto de sirena el compás de aquellas enormes manecillas.

La Sombra era astuta y caminaba rápidamente de sombra en sombra, no quería ser descubierta y tener que tirar todo su viaje a la basura. La inmensa estructura hacía lucir a Aine como un hada pequeña que estaba andando con cierta curiosidad, como lo hacían las hadas al abrir las flores en verano. Tomó de su pequeño saco una linterna, la encendió y con su luz disipó las sombras de los sitios a los que apuntaban, la Sombra seguía movilizándose suavemente, aunque ahora con un poco más de prisa en su andar. Un movimiento brusco de Aine pudo dejarla ver lo que era; no era una sombra, ya que al ser tocada por las luces dejó al descubierto su cuerpo humano. Aine se sobresaltó, pero rápidamente se dispuso a atraparlo.

El ser encapuchado, al verse descubierto echó a correr, los engranajes se movían lentamente y este ser ennegrecido por sus ropas saltaba de engranaje en engranaje. Aine le siguió la pista, era veloz, pero ella tenía una carta bajo su brazo, conocía la enorme estructura como la palma de su mano y podía andar por donde ella quisiera, se sabía de memoria todos los pasillos, atajos e incluso zonas en donde solo ella podía acceder, no era la primera vez que alguien llegaba con intenciones de ir a la cámara central para girar las enormes manecillas que ahí estaban en sentido contrario y literalmente ser "Dios".

––Solo un poco más. Solo un poco más––El hombre corría mientras que sus ropas se sacudían con violencia y la adrenalina se mezclaba de forma enfermiza con la angustia––. No puedo permitirme fallar, no ahora.

Aine cambió de dirección, subió por unas manecillas y luego se apoyó en un resorte, impulsándose para llegar a una sala más alta, luego, sacó de su saco unas cartas y lanzó una de ellas al suelo. El pasillo en el que ella se hallaba era extenso y aquella carta resbaló un poco, pero al detenerse se hizo más grande. Aine sabía que el camino que él estaba tomando era un tanto largo, tan solo dos habitaciones se interponían ante él y la sala central en donde estaba plantado el árbol del tiempo. Ella podía perseguirlo, pero sabía de una mejor forma de llegar y en un espacio de tiempo más corto.

Él se detuvo un momento y observó frenético a su alrededor, la adrenalina recorría furiosamente su organismo y la emoción se mezclaba enfermizamente con el miedo. Esa chica ya no estaba, la guardiana se había ido, pero ya sabía que estaba ahí y tenía que apurar el paso si quería llegar antes que ella.

Por su parte, Aine dio un salto y entró en la carta, ésta la llevó a una sala en donde podría acortar bastante. Todo era de color azul y morado, pequeñas estrellas blancas flotaban a su alrededor y había miles de engranajes y relojes de arena flotando. Su cabello parecía tener vida propia al igual que sus vestidos, el suelo era como el agua y ella caminaba por encima de esta, flores blancas adornaban aquellas aguas y el sonido de los engranajes era mudo, pues lo único que sonaba eran sus pisadas y el pequeño chapoteo que generaban. Podía ver galaxias y constelaciones en esa sala y al final de la misma, había una puerta. Era un tanto extraño ya que aquella sala parecía no tener final a sus lados, pero solo le tomó menos de tres minutos el poder abrir esa puerta. Miles de engranajes salieron a su encuentro, su sonido era armonioso y estos se movían en plataformas. Cerró la puerta y continuó su camino, tenía que encontrar el engranaje exacto que la llevara a la sala central, sus cartas funcionaban como enlace entre los millares de lugares y de cierta forma era una manera hasta divertida de viajar.

Sus ojos observaron con detenimiento los movimientos de las plataformas y los engranajes, sabía que la paciencia era apremiante y si quería lograrlo ocupaba de precisión, aunque no temía, había hecho tantas veces ese recorrido que podría hacerlo con los ojos cerrados si quisiera. Con una precisión perfecta lanzó la carta la cual danzó por el aire hasta dar con la plataforma indicada. Sus tiempos fueron perfectos y de un paso llegó a la plataforma para entrar en la carta.

El sujeto no sacaba sus brazos, pero entró por el camino trazado. La sala tenía muchas muñecas que danzaban en cajas musicales, era algo aterrador y lindo de ver, su melodía era hipnotizante y pese a que le costaba desplazarse por los engranajes pudo lograrlo, su túnica negra se sacudía con sus movimientos y en un salto hasta llegó a perder el equilibrio. Temblaba y parecía estar un poco débil, más sacaba fuerzas de flaqueza y con cierta dificultad lograba mantener su paso. La siguiente sala era únicamente de relojes, sus grandes espejos de distintos tamaños revelaban miles de resultados a su silueta que, se deformaba con cada espejo por el que se reflejaba y sus pasos resonaban entre la leve melodía de las cajas de música que había dejado atrás. Su cordura quizá la había perdido hace ya bastante y no quería ponerse a pensar en todo lo ocurrido, solo… siguió con su camino. El color oro de las piezas relucían cual luz mañanera y era hasta atractivo el escuchar su canto mudo. Cristales sonaban por los techos, sacudidos quizá por el viento.

La puerta a la gran sala era majestuosa, de oro puro y con un gran marco que resplandecía cual carbón encendido. Presuroso entró corriendo, la emoción pudo con él y las ganas le quebraban el alma en esquirlas que podían impactar el suelo si fuesen copos nevados.

La sala era enorme, con su resplandeciente color oro y su gran majestuosidad, en el suelo y en su centro había dos gigantescas manecillas que avanzaban lentamente, tenía tres círculos enormes grabados con cristal y tenía simbología que él no entendía. Su respiración estaba alterada y su corazón bombeaba fuertemente, pensó que podría explotarle y salir del cuerpo. Había unas cuantas gradas y en lo más alto, había un gigantesco árbol, su color era hermosos y el verde de sus hojas apaciguaba su alma perturbada. Corrió sin perder tiempo y se retiró su capucha, revelando su verdadera identidad. Era una mujer de cabello negro y grasiento, delgada y hasta de buen parecer, llevaba en brazos a un niño que no podía llegar a cruzar más allá de los diez años. Con el niño en brazos se tambaleó hasta las manecillas, en el centro de las mismas había un pedestal en el cual colocó con delicadeza a su hijo. Buscó a su alrededor y pudo ver una pequeña palanca con la cual podría quizá devolver esas manecillas, trayéndolo de la muerte.

Con la poca fuerza que le quedaba trató de empujar con toda su alma, la palanca parecía estar atascada, pero tras varios intentos desesperados al fin logró hacerla funcionar, no le importaba si llegaba la relojera, ella no podría hacer nada para evitar su pecado.

Las lágrimas salían de sus ojos, había olvidado a la relojera, al diablo con ella, había logrado su objetivo y todo su sacrificio habría valido la pena. Su hijo, su único hijo volvería a la vida, le había ganado la partida a la muerte y se sentía emocionada, con cierta impaciencia y emoción.

Pero… las manecillas no avanzaron en sentido opuesto.

La emoción se transformó en desesperación y decepción, el dolor que había desaparecido volvió a las puertas de su alma y ella, con más histeria que cabeza volvía a activar el mecanismo, maldiciendo a los dioses y todo aquello que era santo.

––Las manecillas no van a avanzar en sentido opuesto.

Se volvió, guiándose por dónde provenía el sonido. En el árbol, en una de sus ramas, estaba la relojera.

––Este lugar, es hermoso. Yo lo mantengo, engraso sus piezas, soy su guardiana y su relojera, pero… ningún mortal puede hacer girar las manecillas––Se bajó del árbol y empezó a descender las gradas con delicadeza––. Las leyendas en torno a este sitio son ciertas y a la vez no; la verdad es más rastrera de lo que crees. ¿Piensas que eres la primera que viene aquí?

––¡Cállate!

––¿Piensas que no sé la manera de llegar? Dime ¿Cuántas almas sacrificaste para venir?

La mujer se agarraba la cabeza.

––¡Cállate!

Las manecillas sonaban de fondo junto con los engranajes. Aine se acercó al niño, la mujer la observó con un rostro desesperado y sacó el arma de fuego que llevaba consigo, la desenfundó y le disparó al pecho, no dudó un solo segundo. El sonido del disparo rompió la armonía y su estruendo resonó a manera de eco por toda la sala. Aine se desplomó y produjo un estruendo hueco.

La mujer se quedó en silencio, sollozaba y se tomaba la cabeza. Había guardado esa arma como último recurso. Maldecía y dejaba que sus lágrimas golpearan los suelos dorados.

––Si acabar con mi vida fuera tan sencillo––Aine se levantó, la mujer se quedó estupefacta, la herida se regeneró––, no sería la guardiana de este lugar… ¿o me equivoco?

La mujer le volvió a disparar todo el cargamento, bala tras bala salían y volaban hasta Aine, dándole en puntos vitales, pero sus heridas se sanaban con la misma rapidez que las balas salían del arma. Humo salía de la pistola y el fuego producto de las balas había cesado, la mujer trataba de accionar el gatillo, pero… no existía cargamento alguno con cual herirla.

Se acercó al niño y le tocó la cabeza, la mujer extendió su mano como queriendo decirle que no le hiciera daño, lloraba y tenía su alma destrozada. Al tocar la frente del infante con su palma, los ojos crema de Aine cambiaron, su color era el mismo, pero, sus pupilas se deformaron hasta convertirse en un reloj dorado y las manecillas de ese reloj empezaron a avanzar en sentido opuesto. Aine se quedó así por un tiempo, pero la mujer pudo sacar algo que la dejó perpleja, de los ojos de ella… empezaron a salir lágrimas que recorrieron su rostro y se hicieron lugar en el suelo de oro.

Las manecillas en los ojos de Aine seguían avanzando en sentido opuesto.

Le retiró la mano de la cabeza y le dio un beso en la misma. Se volvió con elegancia hacia la mujer y con un tono muy dulce trató de dirigirse a ella.

––Murió de una enfermedad incurable… su nombre era Daeres ¿cierto? –– La mujer asintió entre lágrimas. Aine se acercó y le tocó el hombro––. Sufrió mucho a causa de esa enfermedad, incontables semanas de dolor. Lo lamento tanto, pero… no puedo traer de vuelta a tu hijo.

––Diez almas––Aine la observó con una dulce mirada––. Sacrifiqué diez almas para llegar hasta aquí––Su voz era cortada y apenas audible, su nariz estaba roja y tenía una mirada de desesperación.

Aine la abrazó. Sus ojos volvieron a la normalidad.

––Lo siento, no puedo hacerlo.

La mujer quebró en llanto y empezó a llorar amargamente en el hombro de Aine.

––Si trajera de vuelta a tu hijo… tendría que hacer lo mismo con las miles de almas que han venido a este lugar. Además, este sitio solo trae de vuelta las cosas en el estado en el que se fueron. Tu hijo… seguiría enfermo, no puedo curarlo y hay cosas que el tiempo mismo no puede cambiar. El traerlo de vuelta solo iniciaría nuevamente el ciclo de sufrimiento.

Las lágrimas de la mujer manchaban sus vestidos, ella la abrazaba y comprendía por lo que pasaba la madre, lamentablemente, no podía ayudarla. Era algo con lo que había aprendido a lidiar.

––¡Debe haber una forma! ¡Por favor! ––La mujer no sabía que más podía hacer––. ¡Mi vida! ¡Daré mi vida a cambio de la de Daeres!

––No se puede cambiar el curso de este universo. Es algo que ni el mismo Zero, creador del cosmos y hasta de este lugar, se ha atrevido a hacer, aunque puede. Lo que ya pasó no puede cambiarse.

Aine conocía lo que le iba a pasar a esa mujer, pero antes de tener que proceder con su castigo por su pecado, decidió hacer algo que no había hecho hace ya bastante.

––En este lugar hay un lindo jardín, podría ayudarte a despedirte de tu hijo de manera correcta.

La mujer lloraba desconsolada y no sabía siquiera que decir, solo pudo asentir mientras procesaba todo lo que estaba pasando. Se acercó a su hijo torpemente y lo abrazó mientras sus lágrimas caían repletas de dolor. Aine se acercó y la acompañó hasta el jardín, las manecillas sonaban lejanamente.

Sacó algo de su saco, era un rectángulo plano el cual, al tocar el suelo, creó un agujero en la tierra de aquél bello jardín que tenía flores de todos los colores. Las sombras de los engranajes pasaban volando cual aves al poniente.

La mujer temblaba y lloró amargamente, abrazaba a su hijo con fuerza. Aine esperó pacientemente hasta que ella entendió que tenía que dejar a su hijo. Con cuidado lo colocó en el espacio entre la tierra y dejó que Aine lo sepultara. Fue a por unas flores y se las dio a la madre quien, entre lágrimas las plantó.

––Algún día volverás a reunirte con él. Te está esperando y yo sé que esa espera no será muy larga––Juntó sus manos y rezó a Zero.

La madre temblaba y seguía llorando con bastante dolor. Una energía empezó a brotar del suelo y la envolvió como si de una serpiente se tratara, era una energía dorada, la mujer observaba a Aine con miedo, pero entendió al instante.

––Pero ya no podrás volver, ese es el castigo por tu pecado––Su voz era dulce y hasta comprensiva.

La energía envolvió a la mujer por completo, de su rostro salió una última lágrima que cayó en las flores que la mujer plantó en la tumba de su hijo y resbaló hasta dar con la tierra.

––Nadie puede saber lo que este lugar guarda. Perdón… Vailed. Espero que seas feliz en la otra vida.

Pétalos volaban junto con la energía dorada, hasta que… terminaron por consumir a Vailed…

Tiempo después, Aine estaba regando las flores de aquel lugar, había engrasado antes algunos engranajes y pensó que podría ser una buena idea el darles cuidado como si de una madre se tratara. Fue hacia la tumba que había hecho hace ya bastantes años y se sorprendió, al ver una flor más grande que había nacido en donde la última lágrima había caído. Aquella flor estaba cuidando de las flores más pequeñas que la mujer había plantado… … hace ya mucho tiempo.

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