webnovel

Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

Blond_Masked · LGBT+
レビュー数が足りません
32 Chs

Capitulo 5. Encuentro sangriento

Corrí sin detenerme, en medio de la noche, ajetreado y con la mente en blanco. Solo me detuve al llegar finalmente al lugar acordado.

La calle estaba en penumbras, sin un alma que la habitara, cuyo único sonido distinguible era una brisa suave de aire gélido que parecía más un hilo de voces susurrantes.

Me fijé en el nombre de la calle para asegurarme de estar en el lugar correcto.

Worley.

Por más que busqué a mis alrededores no vi a nadie. ¿Qué demonios estoy haciendo?

Venir fue una pésima idea. Me siento como un idiota.

Sostuve con firmeza la agarradera de mi mochila colgando sobre mi hombro y me dispuse a volver, pero… al fijarme en el camino imperceptible y perdido en tinieblas, me acobarde sintiendo mis rodillas temblar.

— ¿Te perdiste, niño? —a mi espalda, una voz masculina y rasposa me tomó por sorpresa.

Un hombre andrajoso y físicamente desairado, apareció parado en una esquina junto al único poste de luz parpadeante del lugar. Sus manos permanecían escondidas en los bolsillos de su chaqueta.

— ¿Qué hace un jovencito de tu edad solo a estas horas? —sacó una mano para agarrar el cigarrillo entre sus labios y exhalar el humo al aire.

Enmudecí de los nervios y en lugar de responder, preferí marcharme rápido antes que dirigirle la palabra.

— ¿Ya te vas tan rápido? —una segunda voz me estremeció.

Un hombre surgiendo de las sombras junto al otro, apareció atrapándome de un brazo.

— No te vayas todavía, tenemos algunas cosas que pueden gustarte.

— N-no, gracias…

— Si no tienes dinero, puedes pagar con otra cosa. Sabemos reconocer a potenciales clientes cuando los vemos.

— P-por favor…

— Revisa su mochila —ordenó el hombre andrajoso y el que me sostenía obedeció, tirando de ella, arrebatándomela del brazo.

Intenté aprovechar que me había soltado para huir; no tuve ni chance de correr cuando un tosco brazo me agarró del cuello por detrás, aprisionándome contra su cuerpo y, a la vez, elevando mis pies del pavimento.

Giró sobre sus talones junto conmigo, poniéndome frente a frente con su compañero, este se abrió la chaqueta, mostrando lo que llevaba debajo de esta.

Navajas, jeringas, polvo blanco en pequeñas bolsas, pastillas, diferentes variedades de cigarrillos y armas de fuego que colgaban tanto de la chaqueta como de su camisa.

— ¿Hay algo que quieras? —interrogó con intriga el de la chaqueta.

Mi cuerpo vibraba de miedo, no pude hacer más que gimotear al tratar de calmar mi llanto con los labios temblorosos y fruncidos.

— Oye, no parece ser de esos —habló el corpulento que me sostenía—. No tiene dinero ni nada de valor en la mochila. Esto es una pérdida de tiempo.

El tipo se cerró la chaqueta, suspirando decepcionado, pero inmediatamente esbozó una sonrisa.

— ¿Sabes? Hay otras formas de sacarles dinero a niños bonitos como tú —un tercer hombre abandonó las sombras para aparecer detrás del primero, dirigiéndose hacia mí con un enorme cuchillo en mano.

Me retorcí y pataleé imaginando lo peor.

— ¡Suéltenme! ¡Ayuda! ¡Déjenm…! —fui callado por la enorme mano de mi opresor.

El tercer hombre era rubio con gafas oscuras, vestía de cuero y tenía un poco más de clase que los otros dos.

Se arrodilló ante mí, cortó mi chaleco escolar y me levantó la playera exponiendo mi vientre.

Gimoteé en pánico cuando la afilada punta se posicionó sobre mi abdomen, sin llegar a dañar mi piel… aún.

— Entonces, ¿qué vamos a hacer? —dijo el más alto quien no aflojaba su agarre.

— Se nota que eres nuevo en esto, Luka. Es lo que hacemos cuando las víctimas no son clientes.

»Parece un mocoso saludable, así que lo cortaremos para vender sus órganos.

Gruesas lágrimas salían sin parar. Quería gritar, desaparecer o que esto terminara de una buena vez.

— Que piel tan suave… —me ericé cuando la mano helada del rubio me acarició el abdomen con fascinación, subiéndola más allá, llegando descaradamente a mi pecho.

— Este niño es muy lindo como para descuartizarlo. Mírenlo, creo que sería mejor si nos lo llevamos con los otros.

— ¡Ja! Tienes razón, su cara es muy linda. Eres bueno para notar productos de alta calidad.

— Bien, entonces, lo subiré a la camioneta —el enorme hombre comenzó a caminar llevándome en brazos, se detuvo a los tres pasos ante el sonido de un estruendo que resonó con violencia en mis oídos y en toda la cuadra como un eco.

Sentí que mi frente fue salpicada por líquido cálido. No me percaté de lo que era hasta que el agarre que me mantenía prisionero se debilitó. No lo pensé y lo empujé apartándolo de mí. Su pesado cuerpo cayó inerte boca arriba, quedé estupefacto cuando vi un agujero en su garganta que parecía una fuente de sangre.

El cuerpo se movía como el de un pescado fuera del agua, pero su movimiento de agonía fue breve antes de perecer pálido por los galones de sangre perdidos y con los ojos en blanco.

Los otros hombres y yo quedamos inmóviles, entonces, lo vi: un hombre de smoking elegante y cabello negro con una máscara que parecía el cráneo de un cuervo, sosteniendo una pistola humeante en lo alto. Enseguida supe que había sido él quien había disparado por detrás.

— ¡Cabrón! ¡¿Quién mierda eres?! —rugió el hombre andrajoso sacando una navaja.

El enmascarado guardó su arma y desenfundó un cuchillo que lanzó cual tiro al blanco, espetando en la frente del tipo tras varios giros en el aire. La puntería y precisión del lanzamiento lo delataba como un profesional en el lanzamiento de armas blancas.

El rubio se le abalanzó gruñendo como un animal rabioso, apuntando el cuchillo a su pecho; el enmascarado frenó el ataque bloqueándolo con el antebrazo, haciendo una maniobra evasiva con el brazo que obligó al otro a tirar su arma al suelo. El enmascarado tenía el brazo del rubio atrapado con el suyo en un nudo que si lo doblaba más, podría rompérselo. El quejido adolorido del rubio lo decía todo.

Cuando este se puso de rodillas, el chico le dio un cabezazo produciendo el sonido de una ruptura que me dio escalofríos.

Su nariz rota sangraba y sus ojos parecían abrumados por el impacto.

— Esta área no es suya —habló con una voz tan grave y siniestra que no podía ser propia de un humano. Intuí que bajo la máscara, estaría usando un aparato que la distorsionaba haciéndola sonar como si fuera de un ser infernal.

— L-lo siento… No volveré… no volveré a…

— Claro que no… porque le enviaré un mensaje a tu jefe —sacó su pistola una segunda vez, introduciendo el cañón en la boca del sujeto, metiéndola hasta un punto que pareció sofocante hasta para mí, un simple espectador.

Apreté los ojos al escuchar el sonido del disparo. El golpe del cuerpo del hombre al tocar el suelo, inerte, me causó escalofríos.

Me quedé tendido en mi sitio, estupefacto y paralizado por lo que acababa de presenciar.

Al enmascarado no parecía molestarle estar manchado de sangre. Me miró bajo esa escalofriante máscara y se encaminó lentamente hacia mí. Intenté retroceder arrastrándome, con el firme pensamiento de que yo sería el siguiente; no obstante, se detuvo al chocar su pie con mi mochila, la recogió y se agachó poniéndose de cuclillas para guardar mis cosas nuevamente y entregármela, fue en ese momento donde dejé de sentir miedo.

Al no tomar mis pertenencias por mi cuenta, la depositó sobre mis piernas. Se enderezó acomodando los bordes de su traje y se giró para marcharse.

Ya que se alejaba, me levanté apresurado y lo seguí.

— ¡Espera! —dio vuelta adentrándose en un callejón, me llevaba unos metros de ventaja.

Apresuré el paso para alcanzarlo y al llegar a la entrada del camino sin salida, lo perdí de vista.

Lo busqué confundido. No había más que basura regada y en bolsas, cajas de cartón vacías, suciedad y una reja de alambre que dividía el callejón en dos partes. El otro lado parecía dar a un lugar abierto y con iluminación a varios metros.

¿Qué demonios? ¿A dónde había ido? Vine hasta acá buscando explicaciones sobre el paradero de mi hermano. Dijo que me daría respuestas.

Le di la espalda a la reja, frustrado y considerando seriamente en marcharme.

— ¿Recuerdas nuestro último cumpleaños? —me detuve, desorientado por esas palabras—. Mamá quería hacer algo especial y nos celebró a ambos el mismo día con un pastel de merengue que ella misma horneó.

Ubiqué al enmascarado de pie al otro lado de la reja.

— Soplamos las velas al mismo tiempo. Ese día, comimos palomitas y vimos películas hasta tarde. Mamá fue la primera en dormirse.

Mi mente quedó en blanco y mi sangre comenzó a fluir más rápido que nunca ante una de mis mejores anécdotas de la infancia.

— ¿Cómo…? ¿Cómo lo sabes? —no hizo falta que respondiera; lo pensé, lo sentí y al final, supe la respuesta.

— Hola, hermanito —ese fue el momento en que sentí que mi tiempo se detuvo, congelándose a mi alrededor dejándonos únicamente a nosotros dos.

Cálidas y finas lágrimas brotaron de mis cuentas, derramándose silenciosamente a lo largo de mi rostro congelado por la estupefacción.

— ¿Nick…? —un poste de luz lo alumbraba desde la espalda, dejando toda su parte delantera a oscuras.

Este asintió con la cabeza.

Me encaminé embelesado en su dirección hasta chocarme con la reja que me separaba de él.

— ¿De verdad… eres Nicolás? —mi voz quebrada no me permitía alzar más la voz. Seguía sin poder asimilarlo.

— Perdón por la tardanza, Arthur —quería ver su cara. Moría de ganas por saber cómo lucía tras tantos años de no verlo.

Mis manos eran tan pequeñas y mis brazos tan delgados que pude colarlos sin problema entre el alambre de la reja, estirándola hacia su máscara. Me impidió tocarla, agarrándome de la muñeca con gentileza.

— Nick…

— Arthur.

— ¿Qué pasa?

— No reconocerías en lo que me he convertido.

— ¿Por qué? Lo único que importa es que estás aquí.

— Ojalá fuera tan fácil. No tenías que ver lo de hace rato.

— Eso ya no importa. Dime, ¿qué te pasó? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? ¿A dónde fuiste? ¿Por qué no me dejas verte? —me soltó, retrocediendo un par de pasos.

— No puedo decírtelo. Por ahora, no puedo.

— ¿De qué rayos hablas? Has aparecido de la nada, ¿pero no vas a decirme nada?

— Dije que no por ahora. Es una larga historia.

— Nick, ¿tienes idea de cuánto nos hiciste falta? ¿De cuánto sufrimos sin saber en dónde estabas? ¿Puedes acaso imaginar… lo mucho que oramos por ti?

— Sí, lo sé.

— ¿Cómo? ¡Es imposible que lo sepas!

— Arthur… lo sé. Sé que mamá murió —quedé sin habla—. Sé que es difícil de entender, pero te he estado observando.

¿Qué demonios significan… esas palabras?

— Juré que te protegería, ¿recuerdas? Lo he estado haciendo, mirándote desde lejos, cuidándote desde las sombras. Desaparecí ese día, pero no me alejé de ti.

— ¿Qué? ¿Estás diciendo… que a pesar de poder vernos, no regresaste? ¿Ni nos hiciste saber que estabas bien?

— Creéme, fue por tu bien.

»Sucedieron cosas que no entenderías. La vida me mostró un camino que decidí seguir. Tuve que renunciar a ciertas cosas para hacer otras. La planeación de una nueva vida no fue sencilla, tuve que hacer muchas otras cosas antes de poder encontrarme contigo.

— ¡No entiendo de lo que me hablas! ¡Quiero saber por qué desapareciste en el funeral! ¿A dónde fuiste?

— Arthur, vine esta noche para advertirte: ahora que me he mostrado ante ti, las cosas empezarán a cambiar —giró sobre sus talones, dándome la espalda—. El que me hayas descubierto es sólo el inicio.

— ¿Inicio de qué?

— De nuestra travesía —mientras seguía hablando.

— ¿Por qué? ¿Por qué ahora y no antes?

— Estuve esperando a que tuvieras edad suficiente para planear nuestro reencuentro.

— ¿Edad suficiente? ¿De qué se trata todo esto?

— Necesitarás tiempo para soportar mi verdad —empezó a caminar, alejándose sin mirar atrás—. Oh, por cierto… Mantente cerca de Noé Marshall.

¿Noé? ¿El nuevo? Aún tenía un centenar de cosas que quería preguntar.

— Me dio gusto verte, hermanito… Escóltenlo a casa.

— ¿Qué? ¡Espera! —un agarre desde atrás, me tomó desprevenido, obstruyendo mi respiración al colocarme un pañuelo húmedo en el rostro, sofocándome. Lo que contenía, me nubló la vista al inhalarlo y no pude oponerme a la sensación de la toxina.

Quise mantenerme fuerte, quería seguir despierto para no dejarlo ir.

Percibí con nula claridad a Nick distanciarse con cada paso, luchando contra mi visión confusa y debilidad física.

Lo último que recuerdo antes del golpe de inconsciencia, es la puerta de una camioneta negra.

 [ . . . ]

Desperté en mi cama, reconociendo mi habitación y mis sábanas, aunque desorientado por el tiempo transcurrido. Aún era de noche y todo parecía haber sido un sueño. Me siento tan cansado.

Repentinamente, recordé la conversación con Nicolás y los sucesos en la calle oscura. Me levanté de golpe.

Miré mi reloj, pasaban de las once. Junto a este, noté un teléfono negro y pequeño que no era el mío. Lo tomé, quitándole la tapa.

No tenía internet ni aplicaciones, era un poco anticuado, a decir verdad. En él, vi un único contacto sin nombre ni foto, del cual, tenía un mensaje.

"Cuando me necesites, llámame".

De nuevo tenía ganas de llorar, pero de enojo, desconcierto y por primera vez, de felicidad.

¿Me había dejado esto para decirme que nada fue un sueño?

Oprimí el celular en mis manos, abrazándome a mí mismo. Releí el mensaje, sintiendo a mi corazón hacerse pesado.

— Siempre te he necesitado, idiota…