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Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

Blond_Masked · LGBT+
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32 Chs

Capitulo 3. Sendero de oscuridad

Estaba aterrado, aterrado de sentirme en un peligro latente por el ataque de un psicópata, aterrado de sus intenciones, de su mirada, de esos ojos vacíos que parecían estar buscando algo muy en el fondo de mi alma, pero lo más espantoso de eso, era la máscara de hueso que llevaba.

Era en ese tipo de situaciones de acoso y violencia en las que más añoraba la compañía y protección de mi hermano.

— Cuánto tiempo, Arthur… —temblé ante la profundidad de su voz. Me aterrorizaba escucharlo hablar como si me conociera.

Me sacudí nervioso, sin tener una remota idea de quién era.

¡No conocía a ningún loco!

— Pareces muy confundido, pero créeme, eso acabará pronto si me obedeces —presentí su sonrisa bajo la máscara.

¿Confundido? ¡Estaba aterrado! ¿Cuándo fue la última vez que sentí mi corazón agitarse tan fuerte?

— Nicolás —pronunció como si fuera una sentencia de muerte.

Quedé helado y dejé de temblar. Consiguió que lo mirase a los ojos nuevamente.

¿Cómo demonios… este tipo conocía el nombre de mi hermano?

— Las respuestas que buscas estarán esperando por ti hoy en la calle Worsley, a las 9:00 pm —permanecí perplejo por la información, pero volví a encogerme cuando cortó la distancia entre nosotros hasta terminar cerca de mi oído—. Ahora vete, pero si gritas… tendré que silenciarte.

Me soltó, casi empujándome fuera del callejón; di tropezones torpes al retroceder y fui alejándome hasta estar cerca de la entrada de la escuela donde me sentí fuera de peligro. Lo vi salir del callejón para recoger su canica, guardándola en su bolsillo.

Giró levemente la cabeza mirándome por última antes de volver a encaminarse en las sombras donde hace unos instantes fui acorralado.

Vi a mis alrededores con la incógnita de si alguien más lo había visto, pero la poca gente y estudiantes que pasaban, parecían no haberse dado cuenta del individuo enmascarado como en víspera de Halloween.

Me asomé al callejón sin hallar rastros de él. Me quedé parado mirando a la nada, con problemas para procesar mi espeluznante experiencia sin que mi cuerpo dejara de temblar.

¿Quién era? ¿Por qué dijo el nombre de mi hermano? Si él ya no…

— ¿Arthur?

— ¡Ahh! —salté del susto cuando una mano a mis espaldas me sorprendió tocándome el hombro. Adrián, confundido, me tomó de los brazos para calmarme.

— ¡Whow! ¡¿Qué te pasa?! ¿Estás bien? —la dulce mirada en su rostro ayudó a reconfortarme. Mi corazón aún se sentía agitado.

— Un… un chico… —balbuceé con un nudo en mi garganta obstruyendo mi voz.

— ¿Qué?

— Vi a un chico con una máscara… sabía mi nombre —no pude contener las lágrimas que comenzaron a brotar inundando mis ojos—, y dijo… dijo...

— ¿Qué te dijo, Arthur?

— Dijo el nombre de mi hermano —dejé que el agua salada recorriera mis mejillas tras esas palabras.

Adrián quedó anonadado y después de segundos de procesamiento, me hizo a un lado para echar un vistazo al callejón, buscando precipitadamente algún rastro del sujeto.

Se giró hacia mí y me sostuvo con fuerza, hablándome en un tono muy serio.

— ¿Te hizo algo? —tragué saliva, nervioso. Intenté no verme tan obvio, sólo podía disimular apartando la mirada.

— No... —lo último que quería, era que Adrián se preocupara y llamara a la policía.

Me envolvió en un reconfortante y cálido abrazo contra su pecho donde me derrumbé pensando en lo que había pasado mientras lloraba en silencio. Lo necesitaba. Estar en su regazo me recordaba a cuando mi hermano me abrazaba cada vez que me asustaba.

— Vayamos a la policía —sugirió sin soltarme. Yo me negué.

— ¿Por qué ¡Podría ser un acosador o un asesino! Si no hacemos nada...

— ¡Que no! ¡No quiero! —grité tan fuerte que temí que se hubiese escuchado en toda la calle. Arrepentido por mi tono, incliné mi cabeza en el pecho de Adrián nuevamente—. Por favor, olvidémoslo... —Supliqué. Lo último que quería era un escándalo—. Esto me duele mucho… —sisé, llevándome una mano al pecho.

Adrián enmudeció al presenciarme en un estado tan vulnerable, aunque no era la primera vez. Momentos después, sentí su mano acariciar mi mejillas, retirando algunas de mis lágrimas con sus cálidos dedos.

— ¿Quieres que me quede contigo hoy? —asentí levemente.

Al separarnos, me tomó de la mano y caminamos a su casa. No quería ir a la mía, no me gustaba llevar a Adrián a mi solo y deprimente hogar.

Cuando llegamos, fuimos recibidos por su madre y hermana que tenían lista la comida y aunque se sorprendieron de verme, me recibieron con una sonrisa.

— Adrián, ¿por qué no me dijiste que Arthur iba a venir? —reclamó su madre con sarcasmo.

— ¡Adrián tiene novio! —su hermana de once años se burló solo para avergonzarlo en mi presencia.

— Sí, es mi novio —declaró apretando mi mano.

Me sonrojé al sentirme incómodo ante su franqueza, lo que a su hermana Any, le causó una gran sorpresa.

— ¿No eran solo amigos? ¡¿Por qué no me dijiste?!

— Era una sorpresa, aunque mamá ya lo sabía. Por cierto, mamá, ¿Arthur puede quedarse a comer?

— Ya que está aquí, no puedo decirle que no. Es un gusto recibirte, Arthur. Ven, siéntate.

— G-gracias… —me senté en el comedor junto a Adrián tímidamente. Su madre me ofreció sopa y un delicioso guisado, cuyo sabor me recordó a la comida de mamá.

Cuando llevé el primer bocado a mi boca, lágrimas de nostalgia inundaron mis ojos derramándose por mis mejillas frente a Adrián y su familia.

— ¿Arthur? ¡¿Estás bien?! ¿Qué te pasa? —su madre me miró preocupada, probablemente pensando que su comida me había desagradado, cosa que me hizo sentir peor.

— ¿Qué tienes? —Adrián puso una mano en mi espalda, dedicándome una mirada angustiada.

— No... es nada —intenté limpiar urgentemente mis lágrimas, avergonzado—. Perdón, yo... Perdón. Ya regreso —Antes de derrumbarme, me levanté de la mesa y corrí hacia el patio, donde contuve mis ganas de gritar.

— Bebé, ¿qué te pasa? —la voz de Adrián a mi espalda se escuchó entristecida. Me sentí terrible por causarle tantas molestias siempre.

Giré sobre mis talones para darle la cara con ojos llorosos. Cuando lo vi parado ahí, se estrujó mi corazón.

Le tenía tanta envidia.

— Perdón, no quise… irme así, pero... me acordé de algo desagradable…

— Recordar a tu familia no debería ser desagradable —con unos cuantos pasos, se acercó lo suficiente para acariciarme la mejilla.

— No... no debería, pero tú no lo entiendes —a medida que el dolor en mi pecho se agrandaba, se hacía más difícil hablar moderadamente.

— Tienes razón, no lo sé, pero estoy seguro de que los amabas muchísimo.

— Los perdí... los perdí a todos. Cuando me senté en la mesa con tu mamá, con Any y contigo, sentí como si la vida me hubiera restregado en la cara lo que me quitó, lo que no podré recuperar jamás, lo que… pudo haber sido si toda eso nunca hubiera pasado: un hogar cálido lleno de sonrisas y alegría, un lugar en el que siempre te esperan a que llegues a casa preguntándose cómo estuvo tu día, una familia completa.

— Arthur… —cerré los ojos comenzando a llorar de nuevo, reprimiendo mi voz para no ser escuchado por su familia—. ¡Arthur...! —Adrián me abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en el hueco entre mi hombro y cuello, quebrando su voz en un tono comprensivo y lastimero como si estuviera sintiendo mi dolor.

— No puedo reemplazar a tu familia en ningún aspecto. Lo único que puedo ofrecerte es mi amor y mi vida. Quiero estar para ti siempre que lo necesites, ¡es lo único que puedo hacer por ti! Perdóname... por no poder hacer más.

— Adry… —correspondí su gesto conmovido, aferrándome a su espalda mientras sollozaba en su pecho.

Permanecimos así un largo rato que se sintió eterno, dándome el tiempo suficiente para recuperarme. Al cabo de un rato, nos separamos y volvimos dentro para continuar con la comida.

Me disculpé con su madre y hermana, apenado por mi actitud.

Al cabo de unas horas, hicimos la tarea y nos fuimos al cuarto de Adrián a jugar video juegos.

Miré por pura inercia el reloj de la pared: eran las seis de la tarde; entonces, recordé aquellas palabras…

"Las respuestas que buscas estarán esperando por ti hoy en la calle Worsley, a las 9:00 pm".

Sé que podía ser peligroso y muy probablemente una trampa; cualquiera pensaría que ir sería una estupidez, pero ese encuentro me había otorgado un poco de esperanza. Por primera vez en años, tenía la oportunidad de saber lo que le había ocurrido a Nick.

Comenzaba a cuestionarme… ¿Qué debía hacer?

— Arthur —ladeé la cabeza, siendo recibido por los labios de Adrián sobre los míos. Me exalté por su repentino atrevimiento.

— ¡Ah! ¡Lo siento! —exclamó al ver mi cara de desconcierto—. Creo que fue inapropiado. Con todo lo que has pasado…

— Adrián…

— ¿Sí?

— Si yo llegara a lastimarte, ¿qué harías? —levantó una ceja, confundido.

— ¿Qué?

— ¿Qué harías? —meditó mirando al techo unos segundos antes de responder.

— Quisiera saber la razón.

— ¿Y si lo hiciera… accidentalmente? ¿Sin querer? —rascó su nuca, pensativo.

— Entonces, supongo… que te perdonaría —quedé pensativo por su respuesta, sin entenderlo.

Ni siquiera yo sabía por qué le había preguntado eso.

Me abrazó por los hombros atrayéndome hacia sí; depositó un beso en mi cien y susurró gentilmente:

— Te amo… —mi corazón se contrajo.

— Y-yo también… —escondí mi rostro para evitar que se diera cuenta de la culpa y la tristeza de mis ojos.

Al dar las siete, supe que era hora de irme a casa.

— ¿Seguro que no quieres quedarte?

— No, tengo que volver, pero gracias —la verdad es que ya no quería seguir causándole molestias a su mamá.

— Entonces, será para la próxima —Adrián sonrió y me acompañó hasta la casa de mi madre que, como siempre, se hallaba vacía.

Después de que nos despedimos, lo vi alejarse, perdiéndose en la lejanía de la calle al doblar la esquina.

Miré mi teléfono. Eran las 8: 40 pm.

Calculé que llegar a Worsley me tomaría quince minutos caminando. Temblé ante la idea y sacudí mi cabeza en modo de negación, o más bien, indeciso.

Estaba por tomar la manija de la entrada, mas mi puño se cerró antes de tocarla.

Antes de seguir dudando más, mis piernas se movieron desafiando mi voluntad y corrí en la oscuridad del ocaso que estaba especialmente negro esa noche.