webnovel

Mi demonio Nicolás [VOLUMEN 1]

Los hermanos Beryclooth. Su historia comenzó el día que fueron separados. A Arthur, su propia sangre le cortó sus alas; Nicolás conoció la verdadera oscuridad habitable en su alma, olvidándose del cielo para adentrarse en el infierno, renaciendo como un hombre malvado y sin miedo a nada. En el bajo mundo, él es conocido como “El demonio”.

Blond_Masked · LGBT+
レビュー数が足りません
32 Chs

Capítulo 18. Nicolás Beryclooth

Cuando fui separado de mi madre y hermano, odié a mi padre. Se había comportado como un idiota desde que nací.

Al menos, en mis primeros y más vagos recuerdos, solía sonreírme y levantarme en brazos. Trataba de complacerme con regalos, juguetes y dulces como a cualquier niño. Hubo días en que lo único que hacía era mimarnos y llenarnos de atención pese al trabajo de su empresa. Arthur en ese entonces, era muy pequeño para recordarlo, solo yo conservo esos recuerdos de nuestro padre, esa faceta que mi pequeño hermano nunca conoció de él.

Entonces, un día, repentinamente, su comportamiento de padre cariñoso desapareció y se alejó de nosotros.

Se volvió frío y distante tanto con sus hijos como con nuestra madre. Comenzó a llegar tarde del trabajo con la excusa del tráfico o que le había tocado hacer horas extras. En un principio me pareció algo normal, excepto cuando mamá comenzó a pelear con él y este no hacía mucho para defenderse. Tan solo la escuchaba, dejándola desahogarse a gritos para luego encerrarse en su oficina.

El día en que supe la verdad, todo cobró sentido.

Me obligó a ir a España con él, lugar que sabía era lejos de donde vivía entonces. Me llevó a vivir con otra mujer y esa niña tan pequeña que necesitaba ser sostenida en brazos.

Me separó de mi familia, solo para llevarme con otra.

"¿Quieres venganza?". 

Esas palabras retumbaron en mi cabeza.

Vi frente a mí la mano de un hombre que llevaba guantes negros, sosteniendo una pistola pequeña, ofreciéndomela.

Esa parte de mi vida pasó frente a mis ojos como una rápida y confusa cinta cinematográfica que me mostraba a gran velocidad los rostros y las voces de aquellos seres que aborrecía: mi padre, esa mujer y la bebé.

Vi las abrasadoras llamas carmesí envolver ese lugar que él llamó una vez mi nuevo hogar, un lugar que solo vi como una sofocante prisión y que ahora se había convertido en un infierno.

Los gritos de la mujer, el llanto de la bebé, el olor a carne quemada fue la mejor sensación del mundo, algo que jamás olvidaré.

[ . . . ]

— Entra, Nicolás —mi padre me abrió la puerta de su casa, dándome paso al interior.

Admito que su casa era mejor que la de mamá, había más espacio y era más bonita.

Ingresé cargando a mi espalda la mochila en la que llevaba mi ropa mientras mi padre sacaba del maletero el resto de mi equipaje.

Di apenas unos cuantos pasos, antes de encontrarme con una mujer cargando en brazos un bebé envuelto en una manta.

Era alta, de cabello corto y rizado alzado como en un peinado de salón. Grandes aretes redondos y brillantes colgando de sus orejas. Sus manos, al contrario de las de mi madre, estaban perfectamente cuidadas y retocadas con barniz y un anillo en el dedo anular de cada mano, uno con un diamante.

Usaba demasiado maquillaje y su ropa lucía costosa. No sabía por qué, pero se me revolvieron las tripas de sólo verla. Había algo en ella que no me gustaba.

— Oh, tú debes ser Nicolás —encorvó ligeramente la espalda hacia adelante como si quisiera inspeccionarme más de cerca—. ¡Qué guapo eres! —Torció una sonrisa que me hizo formar una mueca.

— ¿Quién demonios eres? —parpadeó asombrada por mi contestación. Volteo a ver a mi padre quien al ir entrando, me había escuchado y acudió inmediatamente al rescate dejando mis maletas en la entrada.

— Ah, Nicolás —puso sus manos sobre mis hombros —, ella es Amanda. Va a vivir con nosotros —. ¿Qué había dicho? ¿Cómo que va a vivir con nosotros? ¿Pretendía que esta mujer ocupara el lugar de mi madre? ¿Qué hay de la cosa que está en sus brazos?

— ¡No quiero! —me aparté enojado, alejándome del agarre de mi padre—. ¡Ella no es mi mamá! —Les di la espalda, corriendo escaleras arriba. 

Abrí las habitaciones del pasillo hasta dar con una que me gustara y en la que decidí que sería la mía.

Si mi padre cree que una desconocida puede ocupar el lugar de mi mamá, está muy equivocado...

Pasaron unas horas, cuando alguien tocó mi puerta. Era mi padre.

— Nicolás, baja a cenar. ¿No tienes hambre? —a decir verdad, sí tenía hambre. No quería cenar con ellos, pero no podía quedarme ahí muriendo de hambre.

Me paré de la cama refunfuñando y abrí la puerta, encontrándome con mi progenitor frente a esta. Lo pasé de largo, ignorándolo y me dirigí abajo.

— Hijo —me detuvo con un suave agarre en mi hombro—. Te prometo que serás feliz aquí e iremos de vez en cuando a visitar a tu mamá y a tu hermano. Con el tiempo, te acostumbrarás —Le contesté con un manotazo, confrontándolo de frente.

— Quiero regresarme.

— Nick...

— ¡No me hables como si me amaras! ¡Sólo mi mamá y Arthur me llaman así! —me alejé a paso veloz hasta el comedor donde se encontraba esa mujer, esperando sentada en una de las sillas. La miré enojado. 

No quería compartir mi vida con una extraña que se hacía pasar como la nueva mujer de mi padre.

Mi padre llegó momentos más tarde y empezamos a comer en silencio unas tostadas con mermelada. No me sabían a nada. Despreciaba este ambiente donde me encontraba y se puso peor cuando Amanda se atrevió a hablarme.

— Nicolás, no quiero ocupar el lugar de tu mamá, en serio. Sé que esto puede ser incómodo para ti, pero intentemos ser amigos, ¿sí? —estiró su brazo, en un intento de tomar mi mano.

— No me toques —su reacción se resumió a una mueca donde claramente oprimía su disgusto y molestia, aun así, intentó disimularlo con una cordial sonrisa.

— Nicolás, no seas grosero —recriminó mi padre.

— ¿Dejaste a mamá por esta zorra? —la mujer jadeó ofendida y mi padre me recriminó, severamente apenado y a la vez asombrado de mi vocabulario.

— ¡Nicolás! ¡No le faltes el respeto a Amanda! Discúlpate.

— ¿Entonces sí? —mi padre levantó la mano, preparado para golpearme y yo no iba a llorar ni disculparme; es más, estaba dispuesto a devolvérselo.

Tras unos segundos de mirarme con frustración, se retractó soltando un suspiro resignado. Ante su gesto de cobardía, me levanté con dignidad y me largué a mi cuarto. Me dispuse a jugar agarrando una de las extremidades de mis muñecos de peluche y comencé a azotarlos contra el piso repetidas veces haciendo como que los descuartizaba imaginando que era Amanda, hasta escuchar sus voces provenientes desde la planta baja.

— Me hubieras dicho que tu hijo era así de mal educado.

— Perdón. Nunca lo había escuchado hablar así.

— Pues tendrás que enseñarle a respetarme o yo tendré que hacerlo.

— Amanda, Nicolás podrá ser algo difícil, pero es muy pequeño para entender todo esto. Hay que darle tiempo.

— ¿Tiempo? Yo te di tiempo para que dejaras a tu esposa pero como no quisiste, tuve que embarazarme para que estuviéramos juntos. Quería que vinieramos a España a formar nuestra propia familia, ¡¿y tú traes a tu hijo?! ¿Por qué no lo dejaste con su madre?

— ¡Querías separarme de mis hijos! Una cosa fue dejar a Olivia, pero ellos son otra cosa. Te dije que la condición para irme contigo a España y nuestra hija, era poder seguir viendo a mis hijos y esto es lo que pude hacer.

— ¡No tenías que traer a uno a vivir conmigo!

— Amanda, por favor. Ya hice todo lo que me pediste; dejé a mi esposa, te compré todo lo que querías, conseguí una casa en España, preparé el viaje. Al menos deja que conserve a uno de mis hijos —me alejé de la puerta.

Así que esa mujer de alguna manera había obligado a mi padre a estar con ella. No podía entender cómo. No había comprendido la mayoría de las cosas que se habían dicho.

Vaya idiota...

A la mañana siguiente, me desperté hambriento. Bajé a la cocina tomando un plátano de la mesa. Estaba por quitarle la cáscara cuando me fue arrebatado de las manos. Miré hacia arriba. Amanda mordía la fruta mirándome con desprecio. No parecía ser la misma mujer aparentemente amable que había conocido ayer que desde un principio me transmitió un desagradable presentimiento.

— ¿Qué me ves? —pronunció con desdén tras tragar. Le fruncí el ceño con ganas de golpearla—. No puedes agarrar la comida sin mi permiso —Terminó de comerse el plátano y fue a arrojar la cáscara a la basura.

— Tu padre está trabajando. Vete a tu cuarto y no salgas de ahí hasta que regrese —¿Qué le pasaba a esa maldita? Sabía desde el principio que algo no andaba bien en ella.

Se metió al baño, dejando la casa en un silencio que fue interrumpido por el rechinar de una puerta en medio del pasillo. Esta se había entreabierto, despertando mi curiosidad.

Fui a esa habitación en silencio. Había una cuna y las paredes estaban pintadas de rosa y figuras infantiles. Peluches y demás juguetes en los muebles. En el centro del cuarto se hallaba una cuna. Al acercarme, visualicé a una pequeña niña chupando uno de sus puños lleno de baba. Vestía un mameluco rosa y un sombrero que le cubría toda la cabeza.

Al percatarse de mi presencia, me miró con enormes ojos curiosos de color verde. Sus pocos cabellos de la cabeza eran entre anaranjados y castaños, su piel era rosada.

Arthur era mucho más lindo. Las fotos lo probaban.

Una mano brusca me agarró del brazo, apartándome de la cuna.

— ¿Qué haces aquí? —Amanda mantuvo una mirada de disgusto en su rostro mientras me sostenía con rudeza del brazo, lastimándome.

— ¡Déjame!

— Te dije que te fueras a tu cuart… ¡Ah! —harto de su contacto ensuciando mi piel, le mordí la mano con saña, logrando que automáticamente se apartara. Se sobó levemente el lugar de la mordida y segundos después, me abofeteó.

— ¡Puto mocoso malcriado! —la pelea hizo que la bebé comenzara a llorar. Amanda rápidamente la tomó en brazos y comenzó a agitarla—. ¡Mira lo que hiciste! —No pude hacer más que gruñir desde mi posición.

Dejó a la bebé nuevamente en la cuna y me agarró de la oreja, jalándome fuera de la habitación.

— ¡Bruja! —le grité cabreado.

Creí que me soltaría una vez fuera del cuarto del bebé; sin embargo, continuó arrastrándome incluso mientras subíamos las escaleras. Una vez que estuvimos frente a mi habitación, me aventó dentro, azotando la puerta sin siquiera alcanzar a levantarme tras ser arrojado al piso.

Golpeé y pateé la puerta con frustración como si eso fuera a derribarla. 

— ¡Maldita! —pasé minutos golpeando la puerta y gritándole de mala manera. Al ver que no me dejaría salir, terminé resignándome y me acosté en mi cama a leer uno de mis comics para que se me pasara la rabia y olvidara el hambre. 

Las horas pasaron, mi estómago gruñía y se retorcía dolorosamente como si mis tripas estuvieran siendo desgarradas en el interior. Me encogí en mi cama, acostándome de lado, siendo el rugir de mi apetito el único sonido que me acompañaba en aquella habitación vacía y solitaria. 

De repente, la sonrisa de mi pequeño hermano apareció en mi mente. 

— Arthur… —susurré débilmente muerto de hambre y los labios secos.

Arthur… ¿Cómo podré protegerte si estoy tan lejos de ti? No sé cómo, pero te juro… juro que volveré. No pienso quedarme aquí con esa maldita mujer. Antes muerto.

Con su recuerdo que me brindó tranquilidad, me permitió relajarme hasta quedarme dormido.

Abrí mis ojos en cuanto escuché la puerta de mi habitación abrirse de golpe. Traté de que mis ojos desorientados se acoplaran a la luz del pasillo ya que al parecer era bastante tarde y mi habitación había quedado en sombras.

Amanda me tomó del brazo, obligándome a pararme y me jaloneó fuera de la cama escaleras abajo, llevándome a la mesa. Me obligó a sentarme en la silla frente a un plato de comida que inmediatamente me hizo babear. 

Mis ojos se dirigieron sospechosamente hacia la mujer que después de haberme matado de hambre todo el día, se había sentado a mi lado, mirándome con desdén. 

— Si vuelves a joderme, no te daré de comer esté o no tu padre en casa, ¿entendiste? —estaba por responderle, cuando el timbre resonó en la casa. La mujer se levantó y fue a recibir a mi padre que llegaba después de un ajetreado día de trabajo.

— Hola, Amanda.

— Ven, siéntate. Nicolás y yo te estábamos esperando para cenar —Amanda fingió una cordial sonrisa, posicionándose tras de mí y tomándome por los hombros, cosa que me erizó la piel por el desprecio que le tenía y su actuación mierdera.

— Oh, ¿qué pasó? ¿Ya se llevan mejor?

— ¡Sí! Sólo nos hacía falta pasar tiempo juntos. ¿Verdad, Nicolás? —sus uñas apretujaron discretamente mis hombros como una advertencia.

Miré el plato frente a mí y comencé a devorar la comida tras un leve "Sí". Tenía que resignarme aunque lo odiara, me moría de hambre.

A partir de entonces, tuvimos una tortuosa dinámica: Amanda me daría de comer cuando ella quisiera, pero durante el día, me daba sobras y me dejaba encerrado en mi habitación hasta que mi padre llegara y ese era el único momento en el día en el que podía comer algo decente y cuando ella tampoco estaba, me veía obligado a buscar en el refri o la alacena algo comestible que calmara mi hambre aunque fuera un poco. 

Si hacía o decía algo que no le gustara, me golpeaba o pellizcaba, preferentemente no en la cara para que él no lo notara.

Ya que ella de todos modos no me alimentaba aún cuando yo mantenía la boca cerrada y trataba de controlarme para no patearla o morderla, la insultaba y la hacía enojar, claro, no sin recibir a cambio una paliza.

Fingía quererme en presencia de mi padre y el muy imbécil le creía a pesar de conocerla. Su atención estaba enfocada preferentemente en esa niña que se la pasaba llorando durante las noches, impidiéndome dormir.

Habían pasado dos semanas. Todo mi cuerpo me dolía por los golpes, pero era tolerable cuando pensaba en mi madre y en mi hermano. Tan sólo anhelaba el momento de vengarme, era mi gran motivación para escapar de esa pesadilla. 

Un día, los cuatro salimos a pasear al parque. 

Mi padre cargaba a la niña llamada Ángela y yo caminaba solo a la par de ellos. 

Al llegar, ellos se sentaron en una banca y yo me alejé de ellos. Pensé que sería liberador estar por fin fuera y aprovechar mi oportunidad. Pensé en escapar, pero no tenía ni idea de adónde iría. 

Mi plan aún en construcción se vio interrumpido al escuchar a los niños divertirse en los juegos. Puede que fuera un poco agresivo, pero seguía siendo un niño que quería divertirse como cualquier otro y se veía tentado por subirse en esas construcciones infantiles.

Subí a la atracción principal que era un pequeño puente en el que por el otro lado estaba la resbaladilla en forma de espiral. Lo atravesé disfrutando de las tablas que se zangoloteaban con mis pasos. Estaba por aventarme, cuando sentí que alguien me empujó.

— Quítate, niño —un niño gordo me apartó a un lado y se adelantó tomando mi lugar para aventarme por la resbaladilla, algo que me hizo enfadar. Al verlo aterrizar, lo seguí con la mirada, viendo que planeaba volver a subir. Pero no había sido sólo él, sino una niña que también llegó a robarme el turno de pasar por la atracción.

Estaba comenzando a molestarme que tantos niños estúpidos, feos y maleducados estuvieran arriba del juego. Eran ruidosos, invadían mi espacio, su sola presencia era molesta.

No solía pelear con nadie porque sé que a Arthur no le gustaba que lo hiciera, se puso a llorar la primera vez que lo hice en el jardín de niños y desde entonces no había vuelto a involucrarme en esas cosas. Pero él… no estaba aquí ahora.

Ubiqué nuevamente al niño de hace unos momentos, quien se encontraba arriba de nuevo. Mi ritmo cardiaco se aceleró, mi corazón aumentó la fuerza con la que golpeaba mi pecho y mi sangre hirvió al momento de mirarlo. 

Con mis manos hechas un puño, caminé en dirección a él, atravesando el puente y quitando niños que se interponían en mi andar. Al llegar, me planté enfrente, clavándole mis ojos con un enojo severo. Este, al observarme, hizo una mueca. 

— ¿Tú qué?

— Me empujaste.

— No es cierto.

— Discúlpate.

— Vete o le digo a mi mamá que me estás molestando.

— Tú empezaste —comenzando a sentirse presionado y fastidiado, me dio un empujón en el hombro para alejarme. Su golpe me hizo retroceder un paso. Al momento de tocarme, una llama invisible se expandió en el interior de mi cuerpo, originándose en mi estómago.

El juego en el que nos hallábamos eran dos torres altas (al menos para los niños) que se unían por el puente, a través de la que sólo podíamos subir usando las escaleras ubicadas a un lado de mí, pero detrás de él y en el otro costado no había nada más que un espacio vacío, disimulando un balcón. 

Hice uso de todas mis fuerzas, tomando el enojo como combustible para empujarlo con ambos brazos con toda la intención de lastimarlo. Este perdió el equilibrio y soltó un breve grito antes de caer los casi dos metros de altura hasta la rasposa grava.

Todos los malditos niños deberían aprender a respetarme. Soy mejor que ellos, no deberían siquiera atreverse a mirarme ni tocarme. Montón de imbéciles. 

Una oleada de satisfacción me invadió al escuchar el golpe seguido de un desgarrador llanto. Todas las personas más cercanas se acercaron a captar el incidente. Los adultos, preocupados, acudieron a su auxilio, pero sobre todo, la que parecía ser su madre, corrió a por él, histérica a revisar su estado. 

Los niños montados en el juego, horrorizados por los lamentos del niño, bajaron a abrazar a sus padres, mientras que yo permanecí en la cima. La situación que provoqué, me hizo sentir que era el lugar que me correspondía.

Mi padre había venido a por mí y me llamó para que agarrara su mano. Sin discrepancias ni quejas, obedecí, pues había quedado satisfecho. Me dejé hacer y me recibió entre sus brazos.

Muchos de los adultos comenzaron con su hipótesis de lo que pudo haber causado la caída, ya que el gordo no podía hablar por su incesante lloriqueo. 

Todos continuaron alterados y confusos por la situación, hasta que una niña enana y de coletas me señaló con el dedo. 

— ¡Ese niño lo empujó! —todos posaron sus miradas en mí y mi progenitor. La madre del niño clavó su mirada con odio en nosotros. 

— ¡Usted! ¡Si le pasa algo a mi hijo, lo meto a la cárcel!

— Señora, mi hijo no hizo nada —afirmó desconcertado y comenzando a sentirse presionado por las miradas que recaían más en él que en mí, porque claro, él era responsable de mí—. Fue un accidente —intentaba convencerse a pesar de la testigo, pues él realmente no me había visto.

— ¡Acaban de decir que lo vieron empujarlo! 

— ¡Frederick! —Amanda llegó obviamente cargando a Ángela y se colocó junto a su esposo a discutir con la furiosa madre.

Por mi parte, todo aquello me estaba hartando, sólo quería irme, así que cuando mi padre me dejó en el suelo, decidí alejarme del complot mientras mis tutores se veían envueltos en una incertidumbre de la que no podrían escapar, pero eso no era mi problema.

No me importaba lo demás, crear ese caos me había hecho el día. 

Me senté en una banca vacía alejado del montón de gente reunida por el suceso, mientras yo los contemplaba entretenido, repasando mi hazaña continuamente en mi mente. Sólo desearía tener unas palomitas.

Sin darme cuenta, alguien se situó a mi lado, ocupando el asiento vacío en silencio. 

— Lo empujaste a propósito, ¿verdad? —observé confundido al entrometido hombre sentado a mi lado. Vestía de negro, con un sombrero elegante, cubriendo parte de una cabellera roja y rizada. Llevaba un maletín de cuero que reposaba sobre sus piernas.

Su fría mirada permanecía fija al frente.

— Él empezó.

— Lo sé, lo vi.

— ¿Qué quiere?

— Nada, sólo me siento intrigado por tu reacción. No pareces estar asustado ni arrepentido de lo que hiciste.

— No sé qué significa lo segundo. 

— Dime, ¿en qué pensaste cuando lo empujaste? —fue una pregunta que no esperaba escuchar, pero dio la casualidad de que era algo fácil de responder.

— Quería lastimarlo —respondí muy seguro de mis palabras. El hombre soltó una risita.

— Tus padres se ven muy preocupados.

— La zorra de ahí no es mi mamá —por primera vez desde que llegó, volteó a verme alzando ambas cejas, pero de una forma no muy expresiva. 

Su cara era como la de una estatua rígida que apenas si podía esbozar expresiones.

— ¿No? ¿Y tú padre?

— A él lo odio.

— ¿Por qué?

— Es un idiota —el pelirrojo calló unos segundos, antes de volver a hablar.

— ¿Cómo te llamas? —no me gustaba la idea de decirle mi nombre a un extraño, pero no me sentía incómodo hablando con él, es más, tal vez era la persona que en esos momentos necesitaba para desahogarme y contarle cómo me sentía. Parecía inteligente.

— Nicolás.

— Nicolás, ¿te importa si soy tu amigo?

— ¿Amigo?

— Sí. No sé por lo que has pasado, pero a juzgar por la expresión de tu cara, puedo ver que tienes mucho qué decir. Si quieres a alguien con quien hablar, habla conmigo —no supe exactamente el por qué, pero de un momento a otro, entablamos una fluida conversación. 

Le conté de forma resumida mi historia: sobre mi madre y mi hermano, sobre cómo me habían separado de ellos y cómo había terminado aquí. Dije lo suficiente para hacerle entender que odiaba la vida que tenía a lado de mi padre, que deseaba… que desapareciera.

— Eres un niño muy interesante, Nicolás. Me gustaría quedarme más tiempo, pero debo irme —se levantó de su asiento, justo en el momento en que las gotas de lluvia comenzaron a caer. 

No dije nada, simplemente me limité a observar cómo planeaba comenzar a alejarse.

— Fue un placer conversar contigo. Espero volver a verte —hizo un gesto con la mano en señal de despedida y comenzó a caminar, hasta el punto en que ya no pude verlo.

[ . . . ]

Recibí un fuerte golpe que me hizo voltear la cara. Amanda por primera vez me golpeó frente a mi padre justificadamente.

— ¡¿Sabes cuánto dinero perdimos por tu culpa?! —miré a mi padre quien se encontraba retraído por mi regaño. 

— Nicolás, por favor, dime por qué lo hiciste.

— ¡Porque se lo merecía! Él me empujó primero.

— ¡Basta! —y por primera vez, mi padre alzó la voz, levantándose del sofá, viniendo hacia mí. 

—Nicolás, sé que nada de esto te parece y que la idea de una nueva escuela tampoco te agrada, pero esta es nuestra vida ahora. No puedes ir por ahí lastimando a la gente, ni a los animales solo porque algo no te gusta. Espero… que lo entiendas algún día y si no lo haces, tendré que castigarte más fuerte la próxima vez.

— Todo esto es por tu culpa —reclamé casi escupiéndole en la cara.

— ¿Qué?

— Mi vida era perfecta hasta que tú la arruinaste. Éramos felices, pero comenzaste a llegar más tarde. No me importaba no verte en todo el día, pero al menos me dabas las buenas noches y abrazabas a mamá, pero luego mamá ya no tenía dinero por tu culpa. Tenía que quedarse sin comer para darnos a Arthur y a mí. Vendió su ropa y sus joyas.

»Estaba enojado, pero mamá siempre me dijo que todo se resolvería, hasta que tú… ¡Me trajiste aquí con esta zorra y esa bebé que ni siquiera quiero como mi hermana! ¡No lo es! ¡¿Sabías que esta maldita solo me da de comer cuando le da la gana y me golpea todo el tiempo?! ¡No, porque eres un idiota! ¡Lo echaste todo a perder! ¡Arruinaste mi vida! ¡Te odio! ¡Ojala te mueras! —no esperé que me respondiera y subí corriendo hasta mi cuarto azotando la puerta y poniéndole el seguro para que nadie entrara.

Aventé mis juguetes con violencia contra la pared y contra el suelo. Quería destruir algo, lo que fuera para que este fuego que quemaba mi estómago y hacía hervir mi sangre se esfumara. Uno de mis muñecos salió volando quebrando la ventana. Escuchar el cristal rompiéndose me hizo detenerme.

Detuve mi desorden emocional y fui a asomarme al borde de esta. Mi soldado de plástico sólido estaba tirado en el pavimento de la banqueta junto a los trozos de vidrio.

Me fijé en el árbol frente a la ventana. Una de sus ramas era lo suficientemente grande como para darme acceso a su tronco, así que abrí la ventana y me trepé en esta como pude, descendiendo por este unos cuantos pasos con ayuda de mis brazos y piernas, hasta que en un punto resbalé y caí de espaldas al piso. 

Maldije en voz baja y me levanté torpemente para sacudir mi ropa. Me alejé de la casa, mirando al suelo, dejando que mis pies caminaran sin rumbo entre la gente insignificante que ignoraban mi existencia. 

Por mí, todos pueden morirse. 

Apenas había avanzado un par de cuadras, cuando me choqué contra alguien. Al levantar la vista, el sujeto pelirrojo que había conocido en el parque estaba mirándome fijamente.

— No digas nada —su demanda hecha con una voz tosca irrumpió mi labia, dejándome analizar lo que había dicho. 

¿Decir algo de qué? ¿De que lo conozco?

Se colocó sobre una rodilla agachándose y mi altura y prosiguió:

— Mejor dime qué haces fuera de tu casa —puse una expresión amarga que él interpretó como una respuesta inmediata.

— Ayúdame —Indagué tras considerar mis palabras apretando los dientes. 

Se silenció por momentos como si me analizara.

— ¿Qué es lo que quieres, niño? —en ese momento, realmente no sabía cómo ponerlo en palabras, así que continuó —. Dime qué quieres y haré que se haga realidad.

— Yo… odio a mi padre.

— Lo sé —contestó tranquilamente. 

Pese a su ofrecimiento que me había dejado atónito, no supe como formular en palabras mi deseo y ante mi silencio, continuó hablando.

— Fue hace poco, pero desde que nos conocimos, te he observado lo suficiente para saber lo mucho que detestas estar aquí. Sabes perfectamente lo que quieres, tan sólo debes pedírmelo. Soy tu amigo, ¿recuerdas? —amigo… Es verdad, aquel hombre era mi primer amigo y sonaba más que dispuesto a ayudarme. Era mi oportunidad.

Sus palabras me ayudaron a aclarar mi mente.

Aunque no podía verme, me conocía lo suficiente a mí mismo para saber que mi cara se había transformado en una de odio puro.

— Quiero regresar a casa.

[ . . . ]

Estuve fuera por media hora, hasta que decidí volver. Al tocar la puerta, fui recibido por mi padre con una cara de angustia que, al verme, me abrazó.

— ¿Dónde estabas? ¿Estás herido? —no le respondí y dejé que me abrazara. 

Me sorprendí al notar que lloraba escondiendo su cara en mi hombro. No comprendí su reacción, desconocía el por qué.

Una vez que se calmó, me soltó sin permitirme ver su cara. 

— Deberías ir a dormir —recomendó con una voz apagada.

Me dirigí en silencio a mi habitación sin mirarlo. 

Mientras subía las escaleras, escuché la voz de Amanda en la habitación de la bebé. Al intentar asomarme desde mi posición, pude verla gracias a que la puerta se encontraba entreabierta; estaba cargado a su hija, meciéndola en brazos para hacerla dormir. 

La escena me produjo asco. 

En mi cuarto, me eché sobre la cama mirando al techo, mirando el reloj sobre mi buro cada tanto. Esperando…

Aburrido, saqué la pistola de mi pantalón y la contemplé con interés, preguntándome: ¿Por qué me había dado esto?

Pasó al menos una hora antes de que dejara de escuchar ruidos abajo y viera por la abertura de la puerta que las luces estaban apagadas. Supe que ya era hora.

Bajé cautelosamente al primer piso reiterándome de que estuvieran dormidos. Me asomé a su dormitorio y con un ligero vistazo, comprobé que ambos estaban en la cama.

Caminé de puntillas hacia la puerta de entrada y le quité el seguro, dejándola entreabierta para que él pudiera entrar.

Regresé en silencio a mi dormitorio y me preparé para lo que fuera que tuviera que pasar. Escuché con ansiedad el "tik-tak" del reloj de mi pared, atento al transcurrir de los segundos.

Pasaron varios minutos en un silencio total, tantos que estaba a punto de quedarme dormido. Mis ojos se estaban entrecerrando por el peso de mis párpados, pero los abrí de golpe al escuchar una explosión en la parte de abajo que sacudió la casa.

Me levanté alterado, guardé el arma en el resorte de mi pantalón y fui a abrir la puerta, hallando fuego alzándose en una enorme llamarada desde la planta baja hasta las escaleras de madera. 

Fascinado por la belleza del baile del peligroso fuego que emitía un calor abrasador, escuché un desgarrador grito de mujer, seguido del llanto de un bebé.

— ¡Amanda! —el angustiante grito de mi padre me incitó a asomarme por el corredor por donde logré visualizar lo que pasaba abajo.

Amanda corría de un lado al otro hecha una antorcha viviente, gritando histéricamente envuelta en agonía, mientras cargaba un bulto carbonizado en los brazos. Pude ver su cabello desvanecerse en el fuego infernal, su piel achicharrarse hasta volverse cenizas, dejándola en carne viva sin que sus lamentos se apagaran.

Mi padre permaneció petrificado en un rincón, presenciando la agonía de su nueva esposa y bebé totalmente perturbado y destruído por dentro, petrificado ante su sufrimiento.

Me aproximé a las escaleras sin despegar mis ojos de ella, sintiendo el calor abrazarme cuando comencé a descender escalón por escalón, consciente del fascinante caos y destrucción a mi alrededor. 

No le presté atención al peligro de quemarme, al sofoco por falta de oxígeno, o que alguno de los cuadros colgados en el corredor me cayera en la cabeza. Cada uno de mis sentidos se concentró en la escena de la mujer ardiendo viva.

Sus gritos perforaban mi mente como una satisfactoria melodía, estimulando mi alegría en el interior, volviéndose tan intensa que sentí mis comisuras levantarse involuntariamente, separando mis labios con sorna ante lo que espectaban mis ojos.

En cuanto mi padre me vio bajar, pareció reaccionar de su shock y vino hacia mí con un rostro descompuesto , envuelto en miedo y desesperación. 

Me agarró de la mano y me jaló hacia la salida, deteniéndose a medio camino cuando una viga del techo cayó frente a nosotros. Volteó a ver el segundo piso, pero las escaleras se bloquearon cuando el barandal rústico cayó destrozado por las llamas.

En medio del caos, miró con desesperación a sus alrededores y, sin hallar alguna otra ruta de escape, sus ojos vidrios y desesperanzados se posaron en mí con una expresión amarga y miserable. 

Se dejó caer de rodillas frente a mí y me abrazó con fuerza.

— Hijo… —pronunció con voz rota—, vamos a estar bien… Todo va a estar bien —. Sus palabras fueron una abrumadora mentira. 

En esta situación, ¿cómo se le ocurría decir eso?

Me quedé callado, pensando en mi situación, ¿tenía planeado que muriera con él?

Llevé con discreción una de mis manos a mi espalda, hallando la pistola que mi amigo me había enseñado a usar.

— Todo esto es mi culpa —confesó a punto de soltarse a llorar. Me detuve momentáneamente—. Perdón. Perdóname —Ríos torrenciales descendieron de sus ojos. 

Se despegó de mí, me miró a los ojos y con una triste sonrisa, reveló:

— Perdóname por tenerme como padre —por un momento, sus palabras y expresión removieron algo en mi pecho que retumbó hasta mi cerebro, sentimiento que sólo avivó mi ira. 

Saqué el arma y la apunté a su cabeza.

Vi en sus ojos confusión y asombro antes de jalar el gatillo.

¡Bang!

El fuerte sonido perforó mis oídos, exaltándome hasta el punto en que el arma se cayó al mismo tiempo que el cuerpo de mi padre.

Su sangre salpicó en mi rostro, dejándome con un nuevo sentimiento tan intenso que quedé ido en medio de ese mar de llamas. 

Sentí que caía en un profundo abismo del que no volvería a salir. El paisaje, los cuerpos, la sangre en mi cara… Presencié con mis propios ojos lo que había provocado: la muerte, un concepto intrigante y excitante.

¿Esto es liberación? ¿Felicidad? ¿Paz interior? No lo sabía, pero… era algo muy bueno.

El calor y el exceso de humo que se empezaba a acumular en mis pulmones me sofocó, nublando mi mente. Empecé a toser, sintiendo el sudor emanar de mi frente. 

Caí de rodillas, ahogándome con mi propia tos, sudando por el intenso calor que me hizo sentir como si estuviera dentro de un horno. Me tiré completamente al piso, tosiendo agobiado hasta que me desmayé. 

[ . . . ]

Desperté en la cama de un hospital con una máscara en mi nariz y boca que me ayudaba a respirar. Confundido, busqué a mis alrededores a alguien que me orientara sobre lo que sucedió.

— ¿Cómo te sientes? —giré ante la voz del hombre pelirrojo de pie junto a la ventana que mostraba la noche.

Sentí alivio al verlo.

— ¿Qué… pasó? —emití sintiendo mi garganta rasposa.

— Justo lo que querías. Tu padre, su esposa e hija están muertos, puedes regresar a casa. Cuando te recuperes, te llevarán de regreso con tu madre —sonreí incrédulo.

No podía ser cierto… Realmente lo había logrado… y todo gracias a él.

— Como sea, me retiro —se colocó su sombrero y caminó hacia la puerta.

— ¿Te… volveré a ver? —se detuvo bajo el marco.

— Tal vez y, si es así, será más pronto de lo que crees —sin darme más explicaciones, se marchó cerrando la puerta.

Pude descansar esa noche con una sonrisa en mi rostro.