6 años más tarde
—¡Natsu, vamos a la casa rápido! —gritó Zeref, agitado.
—Pero todavía no termino mi entrenamiento —respondió su hermano, enojado—. ¿Cuál es la razón para querer que regresemos tan rápido? —preguntó con curiosidad.
—Porque se acerca una tormenta —contestó Zeref mientras tomaba a Natsu de la mano. Luego continuó hablando mientras caminaban—: Esta tormenta no es como ninguna que haya visto antes. Tenemos que prepararnos y bajar toda la comida, agua y ropa que podamos al refugio —sentenció, deteniéndose por un momento para observar la tormenta que se avecinaba.
Al escuchar a su hermano tan preocupado e incluso un poco asustado, Natsu entendió inmediatamente la gravedad de la situación. Sin embargo, no podía evitar preguntarse cuál era la razón de tanta inquietud. Muchas veces antes, la pequeña villa en donde vivían había enfrentado tormentas grandes y las había soportado muy bien. Además, su hermano jamás se había asustado por algo tan "simple" como una tormenta. Entonces, ¿qué diferenciaba a esta de las anteriores?
Antes de seguir dándole más vueltas a la situación, Natsu regresó a la realidad y se dio cuenta de que ya estaban dentro de la casa. Decidió preguntarle a su hermano para despejar sus dudas; después de todo, Zeref era la persona más inteligente que conocía.
—Hermano, ¿por qué esta... —antes de terminar su pregunta, su padre entró de manera inesperada, interrumpiéndolo.
—¡Zeref, Natsu! ¡Niños, vamos rápido al refugio! No tenemos tiempo que perder —dijo su padre con una urgencia que no era habitual en él, lo que solo podía significar que algo malo estaba a punto de suceder.
—Papá, ¿qué está pasando? —preguntó Natsu, incapaz de entender completamente la situación. No era normal ver a las dos personas más fuertes que conocía actuar de esa forma. Solo podía intentar obtener respuestas de su padre.
—No hay tiempo para explicaciones, Natsu. Tenemos que irnos ya —respondió su padre rápidamente. Aunque Natsu no entendía del todo, sabía que debía ser algo extremadamente peligroso si lograba alterar tanto a su padre y a su hermano.
—Papá, ya hice todas las cajas de suministros que pude —dijo Zeref, manteniéndose concentrado mientras los demás hablaban.
—Bien, necesitamos llevar todo al refugio de inmediato. Natsu, agarra esto —ordenó su padre mientras le entregaba una pequeña caja—. Tu hermano y yo llevaremos las demás. Tú cuida de esa.
Natsu, quien generalmente no obedecía las órdenes de su padre o de su hermano, sabía que esta vez no era momento para actitudes rebeldes. Sin cuestionarlo, guardó silencio y obedeció.
—Agarra esa caja y cuídala como si fuera lo más importante en el mundo —dijo Zeref. Antes de que Natsu pudiera preguntar por qué, su hermano añadió—: Ahí está mamá. Cuídala mucho.
Al oír esas palabras, Natsu quedó atónito, pero reaccionó rápidamente. Apretó la caja contra su pecho con mayor fuerza y decidió no soltarla bajo ninguna circunstancia.
—Bien, creo que ya tenemos todo. Ahora sí, niños, es hora de irnos —dijo su padre con un tono más calmado, lo que ayudó a tranquilizar un poco a sus hijos.
La familia salió apresurada hacia el refugio, ubicado en la parte trasera de la casa. La entrada consistía en dos grandes puertas de hierro, lo suficientemente amplias como para permitir el paso de dos adultos al mismo tiempo, incluso con muebles. Sin embargo, las puertas lucían viejas, dando la impresión de que no aguantarían por mucho tiempo.
—Papá, ¿estás seguro de que esa cosa aguantará la tormenta? —preguntó Natsu, lleno de dudas.
—Claro que aguantará, Natsu. Está hecha de metal con propiedades mágicas de resistencia y durabilidad. Que su apariencia no te engañe: este refugio resistirá cualquier desastre natural —respondió Zeref en lugar de su padre. Sus palabras lograron convencer a Natsu, pues siempre había confiado ciegamente en su hermano, quien nunca se equivocaba.
Mientras Zeref respondía, su padre abría las puertas del refugio. Cuando comenzaron a descender por las escaleras, Natsu notó que estas eran de hierro, pero tenían un extraño brillo azul que nunca antes había visto.
Al entrar al refugio, Natsu sintió como si hubiera llegado a otro mundo. A pesar de la oscuridad, podía ver mejor de lo que esperaba, gracias al tenue brillo del metal que recubría las paredes y el techo.
El lugar lo dejó asombrado, ya que jamás había visto magia en acción. Aunque sabía que existía y que tanto su padre como su hermano podían usarla, nunca lo habían hecho frente a él.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no notó cuando su padre se adelantó para llegar hasta otras dos puertas similares a las de la entrada. Al abrirlas, una luz deslumbrante llenó el lugar, cegando por unos instantes a los hermanos. Instintivamente, Zeref atrajo a Natsu hacia él, poniéndose en posición protectora.
La luz fue disminuyendo poco a poco hasta que ambos pudieron ver el interior de la habitación. La sorpresa fue tal que incluso Zeref, normalmente tranquilo, quedó momentáneamente sin palabras.
La habitación era enorme. El suelo, de un blanco puro, contrastaba con las paredes de madera, creando una combinación extraña pero armoniosa. Dentro ya había estanterías llenas de comida, lo que hacía innecesario que trajeran más. También había camas separadas por pequeños muebles, situadas al fondo. En el centro de la habitación había dos grandes mesas rodeadas de sillas, ideales para comer o realizar otras actividades.
Encima de las mesas había un mapa y una brújula. En una de las paredes cercanas, un horno de piedra se destacaba. Parecía diferente al de su casa, ya que no producía humo ni usaba leña.
Mientras Zeref y Natsu observaban con curiosidad, su padre les interrumpió:
—Niños, acomoden la comida en los estantes. Si se quedan sin espacio, dejen las cajas a un lado —ordenó, mientras se dirigía a otra parte del refugio bajo la atenta mirada de sus hijos.
—Natsu, ayúdame a acomodar la comida —dijo Zeref, llamando su atención.
—Ya voy, espera —respondió Natsu, dejando la caja que llevaba junto a las camas.
Ambos trabajaron rápidamente y terminaron antes de lo esperado. Como no había suficiente espacio en los estantes, siguieron las instrucciones de su padre y dejaron las cajas restantes en un rincón.
Zeref, curioso, buscó con la mirada a su padre y lo vio abriendo un cofre grande y desgastado. Al observarlo, notó cómo sacaba una piedra brillante, del tamaño de su puño, que parecía un pequeño sol.
Natsu sintió una conexión extraña con la piedra, como si esta le perteneciera, mientras su instinto le pedía que la tomara.
Por otro lado, Zeref, que había leído todos los libros de la biblioteca de la villa, no tenía idea de lo que era. Sabía de piedras mágicas, pero ninguna se describía como aquella.
Tras sacar la piedra, su padre también extrajo una espada. Aunque parecía diseñada para un caballero real por sus detalles, el óxido la hacía ver desgastada. Guardó la espada en una funda, ajustándola a su cinturón.
Finalmente, su padre cerró el cofre, se volvió hacia ellos con una expresión seria y, tomando un largo suspiro, dijo:
—Hay algo muy importante que quiero decirles, y espero que escuchen con atención, porque sus vidas dependerán de que recuerden esta información.