Pasaron días de paz y la dinámica entre ellos había cambiado un poco. Ahora, Leon también besaba a Naia en la despedida, aunque seguía siendo muy tímido y no había hecho más movimientos desde entonces.
Abuela sonrió y le gustaba que los niños se tomaran su tiempo, mientras que Naia no pensaba mucho en ello.
Un día, la abuela y Naia estaban haciendo una limpieza profunda semanal de la casa.
—Concéntrate en los rincones, niña —dijo la abuela, mostrándole cómo se hacía. Luego señaló otro lado de la habitación donde Naia podía aplicar sus nuevos conocimientos de limpieza.
—Naia, querida, limpiar el polvo no es solo quitarlo. Tienes que ser minuciosa. ¡A ellos les encanta esconderse!
—Cuando terminemos de quitar el polvo, solo entonces podemos limpiar con trapos húmedos.
—Entiendo, abuela —dijo ella, siguiendo obedientemente los consejos y trucos de la mujer mayor.
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