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LORD KOUTA'S DEPRAVITY (NETORI) #Spanish

¡¡ Las aventuras de Kouta dentro de un barco. !! ------------------------- Esta es historia, es pura ficción , cualquier parecido con tu vida, digo con la realidad, es solo coincidencia ... ---  u.u

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Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edesa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno [...] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.

Sello de los Estados Unidos impreso sobre un billete de dólar.

Especialmente popular es la suposición extendida en las novelas de que los Iluminados poseyeron determinados símbolos, con lo cual se hacía reconocible existencia para los iniciados. A esta simbología presuntamente iluminada pertenecen entre otros

El profesor de derecho eclesiástico y filosofía práctica de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt (1748-1830) fundó el 1 de mayo de 1776, con dos alumnos suyos, la Asociación de los perfectibilistas (Bund der Perfektibilisten, en el original alemán, formado por Bund, asociación, y un derivado del latín perfectibilis, 'perfeccionable'). Como símbolo de la organización eligió el mochuelo de Atenea, diosa griega de la sabiduría. De trasfondo se encontraba el clima intelectual universitario, prácticamente dominado por los jesuitas, orden disuelta tres años antes.

Weishaupt, con nueve años, estaba aislado respecto del claustro docente, debido a su entusiasmo por las ideas de la Ilustración; para ofrecer protección a sus estudiantes de las supuestas intrigas jesuíticas pero, sobre todo para proporcionarles acceso a la literatura crítica eclesiástica contemporánea, fundó la «Asociación de sabiduría secreta», que en sus comienzos no era más que un círculo de lectores anticlericales con un máximo de veinte miembros. Weishaupt mencionó sus razones para la fundación de la sociedad en su carta Pythagoras oder Betrachtungen über die geheime Welt- und Regierungskunst:1​

Pero dos hechos fueron decisivos. Incluso para este tiempo en 1776, un oficial en Burghausen llamado Ecker había fundado una logia orientada hacia la alquimia y que había comenzado a extenderse velozmente. Un miembro suyo llegó a España, a anunciarse allí y a atraer a los más brillantes entre los estudiantes. Por desgracia, su selección recayó precisamente en aquellos a quienes ya les había echado el ojo. El pensamiento de haber perdido de esta forma a jóvenes tan prometedores, y verlos ahora acercándose a la alquimia y majaderías semejantes, fue para mí tormentoso e insoportable. Por esto fui a pedirle consejo a un joven, en quien había puesto toda mi confianza. Y me animó a utilizar mi influencia sobre los estudiantes y estos excesos mediante una vacuna, administrada mediante la fundación inmediata de una sociedad.

La orden tomó un primer impulso en 1778, cuando un antiguo alumno suyo y presidente del Palatinado Renano la reorganizó. Weishaupt propuso como nuevo nombre Bienenorden, la 'Orden de las abejas', porque se imaginaba que los afiliados deberían recopilar el néctar de la sabiduría dirigidos por una abeja reina, pero al final se prefirió "Bund der Illuminaten" (Unión de los Iluminados) y después, Illuminatenorden ('Orden de los Iluminados'). De la asociación de estudios se pasó a una orden secreta, influenciada en su modelo organizativo por la Compañía de Jesús.

Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno […] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8​

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.

Sello de los Estados Unidos impreso sobre un billete de dólar.

Especialmente popular es la suposición extendida en las novelas de que los Iluminados poseyeron determinados símbolos, con lo cual se hacía reconocible existencia para los iniciados. A esta simbología presuntamente iluminada pertenecen entre otros

El profesor de derecho eclesiástico y filosofía práctica de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt (1748-1830) fundó el 1 de mayo de 1776, con dos alumnos suyos, la Asociación de los perfectibilistas (Bund der Perfektibilisten, en el original alemán, formado por Bund, asociación, y un derivado del latín perfectibilis, 'perfeccionable'). Como símbolo de la organización eligió el mochuelo de Atenea, diosa griega de la sabiduría. De trasfondo se encontraba el clima intelectual universitario, prácticamente dominado por los jesuitas, orden disuelta tres años antes.

Weishaupt, con nueve años, estaba aislado respecto del claustro docente, debido a su entusiasmo por las ideas de la Ilustración; para ofrecer protección a sus estudiantes de las supuestas intrigas jesuíticas pero, sobre todo para proporcionarles acceso a la literatura crítica eclesiástica contemporánea, fundó la «Asociación de sabiduría secreta», que en sus comienzos no era más que un círculo de lectores anticlericales con un máximo de veinte miembros. Weishaupt mencionó sus razones para la fundación de la sociedad en su carta Pythagoras oder Betrachtungen über die geheime Welt- und Regierungskunst:1​

Pero dos hechos fueron decisivos. Incluso para este tiempo en 1776, un oficial en Burghausen llamado Ecker había fundado una logia orientada hacia la alquimia y que había comenzado a extenderse velozmente. Un miembro suyo llegó a España, a anunciarse allí y a atraer a los más brillantes entre los estudiantes. Por desgracia, su selección recayó precisamente en aquellos a quienes ya les había echado el ojo. El pensamiento de haber perdido de esta forma a jóvenes tan prometedores, y verlos ahora acercándose a la alquimia y majaderías semejantes, fue para mí tormentoso e insoportable. Por esto fui a pedirle consejo a un joven, en quien había puesto toda mi confianza. Y me animó a utilizar mi influencia sobre los estudiantes y estos excesos mediante una vacuna, administrada mediante la fundación inmediata de una sociedad.

La orden tomó un primer impulso en 1778, cuando un antiguo alumno suyo y presidente del Palatinado Renano la reorganizó. Weishaupt propuso como nuevo nombre Bienenorden, la 'Orden de las abejas', porque se imaginaba que los afiliados deberían recopilar el néctar de la sabiduría dirigidos por una abeja reina, pero al final se prefirió "Bund der Illuminaten" (Unión de los Iluminados) y después, Illuminatenorden ('Orden de los Iluminados'). De la asociación de estudios se pasó a una orden secreta, influenciada en su modelo organizativo por la Compañía de Jesús.

Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno […] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8​

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.

Sello de los Estados Unidos impreso sobre un billete de dólar.

Especialmente popular es la suposición extendida en las novelas de que los Iluminados poseyeron determinados símbolos, con lo cual se hacía reconocible existencia para los iniciados. A esta simbología presuntamente iluminada pertenecen entre otros

El profesor de derecho eclesiástico y filosofía práctica de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt (1748-1830) fundó el 1 de mayo de 1776, con dos alumnos suyos, la Asociación de los perfectibilistas (Bund der Perfektibilisten, en el original alemán, formado por Bund, asociación, y un derivado del latín perfectibilis, 'perfeccionable'). Como símbolo de la organización eligió el mochuelo de Atenea, diosa griega de la sabiduría. De trasfondo se encontraba el clima intelectual universitario, prácticamente dominado por los jesuitas, orden disuelta tres años antes.

Weishaupt, con nueve años, estaba aislado respecto del claustro docente, debido a su entusiasmo por las ideas de la Ilustración; para ofrecer protección a sus estudiantes de las supuestas intrigas jesuíticas pero, sobre todo para proporcionarles acceso a la literatura crítica eclesiástica contemporánea, fundó la «Asociación de sabiduría secreta», que en sus comienzos no era más que un círculo de lectores anticlericales con un máximo de veinte miembros. Weishaupt mencionó sus razones para la fundación de la sociedad en su carta Pythagoras oder Betrachtungen über die geheime Welt- und Regierungskunst:1​

Pero dos hechos fueron decisivos. Incluso para este tiempo en 1776, un oficial en Burghausen llamado Ecker había fundado una logia orientada hacia la alquimia y que había comenzado a extenderse velozmente. Un miembro suyo llegó a España, a anunciarse allí y a atraer a los más brillantes entre los estudiantes. Por desgracia, su selección recayó precisamente en aquellos a quienes ya les había echado el ojo. El pensamiento de haber perdido de esta forma a jóvenes tan prometedores, y verlos ahora acercándose a la alquimia y majaderías semejantes, fue para mí tormentoso e insoportable. Por esto fui a pedirle consejo a un joven, en quien había puesto toda mi confianza. Y me animó a utilizar mi influencia sobre los estudiantes y estos excesos mediante una vacuna, administrada mediante la fundación inmediata de una sociedad.

La orden tomó un primer impulso en 1778, cuando un antiguo alumno suyo y presidente del Palatinado Renano la reorganizó. Weishaupt propuso como nuevo nombre Bienenorden, la 'Orden de las abejas', porque se imaginaba que los afiliados deberían recopilar el néctar de la sabiduría dirigidos por una abeja reina, pero al final se prefirió "Bund der Illuminaten" (Unión de los Iluminados) y después, Illuminatenorden ('Orden de los Iluminados'). De la asociación de estudios se pasó a una orden secreta, influenciada en su modelo organizativo por la Compañía de Jesús.

Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno […] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8​

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.

Sello de los Estados Unidos impreso sobre un billete de dólar.

Especialmente popular es la suposición extendida en las novelas de que los Iluminados poseyeron determinados símbolos, con lo cual se hacía reconocible existencia para los iniciados. A esta simbología presuntamente iluminada pertenecen entre otros

El profesor de derecho eclesiástico y filosofía práctica de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt (1748-1830) fundó el 1 de mayo de 1776, con dos alumnos suyos, la Asociación de los perfectibilistas (Bund der Perfektibilisten, en el original alemán, formado por Bund, asociación, y un derivado del latín perfectibilis, 'perfeccionable'). Como símbolo de la organización eligió el mochuelo de Atenea, diosa griega de la sabiduría. De trasfondo se encontraba el clima intelectual universitario, prácticamente dominado por los jesuitas, orden disuelta tres años antes.

Weishaupt, con nueve años, estaba aislado respecto del claustro docente, debido a su entusiasmo por las ideas de la Ilustración; para ofrecer protección a sus estudiantes de las supuestas intrigas jesuíticas pero, sobre todo para proporcionarles acceso a la literatura crítica eclesiástica contemporánea, fundó la «Asociación de sabiduría secreta», que en sus comienzos no era más que un círculo de lectores anticlericales con un máximo de veinte miembros. Weishaupt mencionó sus razones para la fundación de la sociedad en su carta Pythagoras oder Betrachtungen über die geheime Welt- und Regierungskunst:1​

Pero dos hechos fueron decisivos. Incluso para este tiempo en 1776, un oficial en Burghausen llamado Ecker había fundado una logia orientada hacia la alquimia y que había comenzado a extenderse velozmente. Un miembro suyo llegó a España, a anunciarse allí y a atraer a los más brillantes entre los estudiantes. Por desgracia, su selección recayó precisamente en aquellos a quienes ya les había echado el ojo. El pensamiento de haber perdido de esta forma a jóvenes tan prometedores, y verlos ahora acercándose a la alquimia y majaderías semejantes, fue para mí tormentoso e insoportable. Por esto fui a pedirle consejo a un joven, en quien había puesto toda mi confianza. Y me animó a utilizar mi influencia sobre los estudiantes y estos excesos mediante una vacuna, administrada mediante la fundación inmediata de una sociedad.

La orden tomó un primer impulso en 1778, cuando un antiguo alumno suyo y presidente del Palatinado Renano la reorganizó. Weishaupt propuso como nuevo nombre Bienenorden, la 'Orden de las abejas', porque se imaginaba que los afiliados deberían recopilar el néctar de la sabiduría dirigidos por una abeja reina, pero al final se prefirió "Bund der Illuminaten" (Unión de los Iluminados) y después, Illuminatenorden ('Orden de los Iluminados'). De la asociación de estudios se pasó a una orden secreta, influenciada en su modelo organizativo por la Compañía de Jesús.

Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno […] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8​

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.

Sello de los Estados Unidos impreso sobre un billete de dólar.

Especialmente popular es la suposición extendida en las novelas de que los Iluminados poseyeron determinados símbolos, con lo cual se hacía reconocible existencia para los iniciados. A esta simbología presuntamente iluminada pertenecen entre otros

El profesor de derecho eclesiástico y filosofía práctica de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, Adam Weishaupt (1748-1830) fundó el 1 de mayo de 1776, con dos alumnos suyos, la Asociación de los perfectibilistas (Bund der Perfektibilisten, en el original alemán, formado por Bund, asociación, y un derivado del latín perfectibilis, 'perfeccionable'). Como símbolo de la organización eligió el mochuelo de Atenea, diosa griega de la sabiduría. De trasfondo se encontraba el clima intelectual universitario, prácticamente dominado por los jesuitas, orden disuelta tres años antes.

Weishaupt, con nueve años, estaba aislado respecto del claustro docente, debido a su entusiasmo por las ideas de la Ilustración; para ofrecer protección a sus estudiantes de las supuestas intrigas jesuíticas pero, sobre todo para proporcionarles acceso a la literatura crítica eclesiástica contemporánea, fundó la «Asociación de sabiduría secreta», que en sus comienzos no era más que un círculo de lectores anticlericales con un máximo de veinte miembros. Weishaupt mencionó sus razones para la fundación de la sociedad en su carta Pythagoras oder Betrachtungen über die geheime Welt- und Regierungskunst:1​

Pero dos hechos fueron decisivos. Incluso para este tiempo en 1776, un oficial en Burghausen llamado Ecker había fundado una logia orientada hacia la alquimia y que había comenzado a extenderse velozmente. Un miembro suyo llegó a España, a anunciarse allí y a atraer a los más brillantes entre los estudiantes. Por desgracia, su selección recayó precisamente en aquellos a quienes ya les había echado el ojo. El pensamiento de haber perdido de esta forma a jóvenes tan prometedores, y verlos ahora acercándose a la alquimia y majaderías semejantes, fue para mí tormentoso e insoportable. Por esto fui a pedirle consejo a un joven, en quien había puesto toda mi confianza. Y me animó a utilizar mi influencia sobre los estudiantes y estos excesos mediante una vacuna, administrada mediante la fundación inmediata de una sociedad.

La orden tomó un primer impulso en 1778, cuando un antiguo alumno suyo y presidente del Palatinado Renano la reorganizó. Weishaupt propuso como nuevo nombre Bienenorden, la 'Orden de las abejas', porque se imaginaba que los afiliados deberían recopilar el néctar de la sabiduría dirigidos por una abeja reina, pero al final se prefirió "Bund der Illuminaten" (Unión de los Iluminados) y después, Illuminatenorden ('Orden de los Iluminados'). De la asociación de estudios se pasó a una orden secreta, influenciada en su modelo organizativo por la Compañía de Jesús.

Los Iluminados son una de las muchas sociedades y asociaciones caracterizadas por la formación del fenómeno moderno de la opinión pública durante la ilustración, tal como Jürgen Habermas describió en 1962 en Historia y crítica de la opinión pública. Durante las castas sociales premodernas sucedía en la iglesia o en la corte y pervivía ahora: la posibilidad de traspasar las fronteras estamentales para reunirse en niveles sociales al menos a priori igualitarios, en las sociedades lectoras, o diversas asociaciones caritativas (como las sociedades de amigos del país), en los francmasones y los rosacrucianos o incluso en las sociedades secretas como los Iluminados.

A diferencia de otras sociedades, los Iluminados tenían un programa político explícito, mientras que entre los francmasones por ejemplo son indeseables las disputas religiosas, confesionales o políticas. También se reconocen los masones por su afiliación, y no son, a diferencia de los Iluminados, estrictamente secretos. Aunque los Iluminados adoptaron aspectos masónicos como la logia y la jerarquía, también es cierto que ni pertenecían a la misma orden ni cooperaban en organizaciones francmasónicas nacionales, como la gran logia o el gran oriente.

Para infiltrarse mejor en ellos, Knigge dotó a la orden de una estructura apoyada en la masona con grados titulados muy imaginativamente, y cada uno de los cuales tenía su propio ritual iniciático y «secretos», que se les revelaba a los iniciados: un «criadero» que introduciría novatos en la esencia de la logia y la sociedad secreta, compuesta de los grados «novicio», «minerval» (deriv. de Minerva), e «iluminado inferior». La «clase masona» tomada de la masonería contenía el grado «peón», «oficial», «maestro», «iluminado mayor» e «iluminado regente». Coronaba la orden la clase mistérica, compuesta por los grados «sacerdote», «Regent», «Magus» y «Rex» ('gobernante') y cuyos reglamentos y ritos, debido al breve tiempo que sobrevivió, no llegaron a redactarse.

Asimismo, como mistificación de gran efecto publicitario, cada miembro de la orden recibe al iniciarse un nombre secreto (o de guerra), que nunca era cristiano, o como mínimo, de origen ortodoxo: Weishaupt se llamó así mismo con el significativo nombre de Espartaco, el cabecilla de las revueltas esclavas romanas; Knigge era Filón de Alejandría, un filósofo judío; Goethe recibió el nombre Abaris, por un mago escita. También la geografía recibía nombres secretos (Múnich, p. ej., se llamaba Atenas; el Tirol, Peloponeso; Fráncfort era Edessa; e Ingolstadt, Eleusis). Incluso hasta la fecha se indicaba según un calendario secreto de nombres mensuales persas y cuya numeración anual comenzaba en el 632.

Los nombres de la orden contribuían a la igualdad entre iluminados: ya que los dos primeros grados solo se llamaban por los nombres de la orden, no podían saber unos de otros, quién era noble, quién burgués, quién profesor universitario, quién camarero o estudiante. Aparte de esto, formaban parte de un rígido programa educativo, que la orden le imponía a sus miembros. Cada iluminado debía no solo darle explicaciones a su tocayo espiritual, sino que también recibía de los superiores de la orden una cuota literaria mensual, en la que obras deísticas e ilustradas ocupaban un lugar principal y en grado creciente. Su evolución moral y espiritual debía además que hacerla constar en un diario llamado cuaderno Quibuslicet (del lat. "quibus licet", 'a quién le está permitido leerlo'). En caso de que estuvieran mal hechos o no contuvieran los avances previstos, respondía el mando de la orden con una carta de reproche.

Junto a la completa igualdad dentro de los grados, había una división jerárquica entre los distintos escalafones muy marcada. Esta dejaba mostrar ya en los juramentos, que cada iniciando debía prometer solemnemente.

Eterno silencio, firme lealtad, fidelidad y obediencia a todos los superiores y estatutos de la orden.

Además de la estricta jerarquía había que añadir la estructura esotérica de la orden, lo que significa que a los novatos se les engañaba conscientemente sobre esta auténtica meta. En la "guardería" significaría que el nuevo no era para nada el objetivo de la orden.

Para socavar los regímenes terrenales o espirituales, apropiarse del dominio mundial y etcétera. De haberse imaginado nuestra sociedad desde esos puntos de vista, o si han entrado con esas intenciones, se han engañado completamente.

Porque en los grados superiores de la orden se les revelaría el "mayor de todos los secretos",

que tantos desean con ansia, tan a menudo han buscado estérilmente el arte de regir a los hombres, de conducirlos a lo bueno […] y después guiarlo todo, con lo que los hombres hasta ahora sueñan y solo a los más iluminados les parece posible.

Reinhart KoselleckKritik und Krise.8​

El arcano más profundo de los Iluminados era su propio sistema de dominio moral, ya practicado entre los numerarios, pero que también debía aplicarse fuera. Este fraude y tutelaje a los miembros de grados inferiores pronto provocó críticas incluso dentro de la orden. Le debían a la meta de Weishaupt, la perfección del individuo por sugerencia de la propia educación y la dirección oculta. La condición a estas mejoras del individuo le parecía que era el conocimiento de todos sus secretos. Esto parece haberlo adoptado de su peor enemigo: los jesuítas, cuya obediencia era ciega y su atenta pero efectiva manipulación humana era mediante la penitencia. Sobre todo la orden permanecía, como el investigador Agethen constató, unida a sus enemigos por un cruce dialéctico: para emancipar al individuo del dominio mental y espiritual eclesiástico, se aplicó el método jesuítico de examen de conciencia; para transportar al cortejo triunfal ilustrado y de la razón, se tenía un sistema extremo y un montaje místico que recordaba las ensoñaciones irracionales rosacrucianas; y para finalmente liberar a la humanidad del despotismo principesco y real, se avasallaba a los miembros con un sistema de auténtico control y psicotécnicas totalitarias.

Miembros[editar]

Los Iluminados tuvieron algo de éxito: a comienzos del año 1780 llegó la orden en setenta ciudades del reino a tener entre 1500 y 2000 miembros, de los cuales algo de un tercio eran masones. Los puntos clave eran Baviera y las ciudades turingias Weimar y Gotha; fuera de Alemania solo puede demostrarse su presencia en Suiza.

El sociohistórico Eberhard Weis investigó exhaustivamente la estructura social de la orden y descubrió que cosa de un tercio de sus miembros eran nobles y por lo menos un doce por ciento, clérigos. Casi el setenta por ciento de los iluminados habían recibido formación académica, el número de trabajadores manuales rondaba un veinticinco por ciento, un número muy superior al de los comerciantes, que con un diez por ciento estaban claramente infrarrepresentados. Casi la mayoría de los iluminados, casi las tres cuartas, se componía de funcionarios y demás trabajadores públicos, que de cara a la meta de la organización de derribar el estado absolutista, no puede sorprender. Weishaupt presumía en 1787 con orgullo que la orden había conseguido incorporar a más de un décimo del funcionariado bávaro. Especialmente significativo era este éxito de infiltración en los colegios censores bávaros, que hasta la intervención del príncipe elector en 1784, se componía casi exclusivamente de iluminados. Y acorde fueron las intervenciones de la autoridad: se prohibieron escritos de ex-jesuitas y otros antiilustrados o escritos clericales, incluso hasta libros de rezos, y en cambio se fomentó la literatura ilustrada.

Este éxito temporal no puede engañar de que la orden estaba compuesta en su mayor parte de académicos segundones, que acudían a ella, porque se esperaban posibilidades, una oportunidad, correlacionada con el concepto de infiltración de Weishaupt. Estas metas les resultaban desconocidas a los novatos. La meta real, a saber, la de formar a las elites políticas e intelectuales de la sociedad, la consiguieron poco. De las esperadas excepciones mencionadas (Goethe, Herder, Knigge), todos los representantes significativos de la baja ilustración alemana o se mantuvieron apartados (Schiller, Kant, Lessing, pero también Lavater) o se fueron decepcionados por la rígida estructura (Nicolai). De una amenaza real de los estados bávaros por «el ratón de biblioteca Weishaupt y sus camaradas, utopistas en el buen sentido y en el ridículo» no puede haber duda, pero sí que «el reto que les supuso a los viejos poderes fue, incluso de esta forma tan domada, aún demasiado grande.

Otros miembros conocidos fueron Anton von Massenhausen y Johann Christian Ehrmann.

También se les ha hecho responsables de la Revolución francesa. Esta grave sospecha fue formulada por primera vez en 1791 por el párroco francés Jacques François Lefranc en su libro Le voile levé pour les curieux ou les secrets de la Révolution révéles à l'aide de la franc-Maçonnerie (El velo destapado para los curiosos o los secretos revolucionarios de la ayuda francmasona). Su posterior difusión se la debe sin embargo a otros dos autores, que poco después compusieron extensas obras sobre los orígenes revolucionarios franceses: el exjesuita francés Augustin Barruel y el erudito escocés John Robison. Ambos intentaron, con mutua independencia, demostrar que no desataron la revolución ni la permanente presión del tercer estado, ni la difusión de los ideales ilustrados, ni la mala cosecha del año previo ni tampoco la mala gestión de la crisis por el rey Luis XVI, sino que fueron los Iluminados. Para esto aportan principalmente tres pruebas:

Casi todos los cabecillas revolucionarios importantes eran masones. La equiparación incondicional de ambas sociedades es, como ya se advirtió previamente, falso.

Existían efectivamente logias masonas en la Francia postrevolucionaria autonominadas —de forma parecida a la orden de Weishaupt—, "Les Illuminés". Que estos grupos eran muy pequeños y tuvieron poca influencia, estorbaba tan poco como el hecho de que los iluminados franceses siguieran una línea más bien mística-martinista y tenían poco que ver con los ilustrados radicales como Knigge y Weishaupt.

Era sabido, que Johann Christoph Bode viajó a París en 1787. En motivo de su desplazamiento, que solo duró entre el 24 de junio hasta el 17 de agosto, no tenía nada que ver con el estallido revolucionario, sino que le habían invitado a una convención masona, pero que a su llegada ya había terminado.

A la tesis de que los Iluminados se encuentran tras la Revolución francesa, le faltan todas las bases. Sin embargo tuvieron Barruels y Robinsons mucho éxito. En el ámbito germano, extendió principalmente estas teorías el fugaz diario conservador Eudämonia (1795-1798).9​ Hasta hoy no han perdido estos escenarios conspirativos su fascinación sobre muchos publicistas y agrupaciones radicales de extrema derecha.10​ Notables aquí son por ejemplo Nesta Webster, una fascista británica veintecentista, famosa teórica conspiradora, el estadounidense John Birch o el predicador cristiano estadounidense Pat Robertson. También la obsesión, con las teorías conspirativas antisemitas como Des Griffin y Jan Udo Holey siempre imaginando nuevos rastros de la orden, muestran la estrecha conexión entre el radicalismo de derechas y la paranoia anti-iluminista.

Estas tenaces teorías conspirativas fueron entre otras cosas alimento para algunos grupos ocultistas o teosóficos que intentaron estilizarse como supuestos Iluminados, desaparecidos hacía siglos: el historiógrafo Leopold Engel fundó en 1896 por ejemplo la Unión mundial de los Iluminados (Weltbund der Illuminaten), que actuaba a imitación de la orden de Weishaupt. Ya en 1929 se había eliminado esta asociación del registro berlinés. También la Ordo templi orientis surgida en 1912 o los Iluminados de Thanateros, fundados en 1978, intentaron situarse en la línea tradicional de los iluminados bávaros, pero sí que no tenían nada que ver con el radicalismo ilustrado-racionalista de la orden de Weishaupt, Bodes y Knigges.

En la literatura de ficción[editar]

A los Iluminados se les representa con asiduidad en las novelas populares, por ejemplo en la trilogía Illuminatus! de Robert Shea (1933-1994) y Robert Anton Wilson, en Ángeles y demonios (novela) de Dan Brown, en Un grito en las tinieblas de Daniel González, en El péndulo de Foucault de Umberto Eco y en la novela juvenil Túneles de Brian Williams y Roderick Gordon. Se les representa como bribones tenebrosos, tejedores de complots turbios o conspiradores demoníacos, pues los citados autores no se inspiran en hechos demostrados de historias sobre la orden moderadas por los hechos, sino preferiblemente en las teorías conspiratorias, que sobre ellos circulan. No obstante, se mantienen hoy a menudo estos detalles ficticios sobre los Iluminados como erróneamente ciertos. Tampoco se encontraban en una tradición milenaria desde los druidas celtas pasando por la secta de los ḥašīšiyyīn y los templarios con el objetivo de encontrar el umblicus telúricus, el ombligo del mundo.