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LO QUE BAJÓ DEL CIELO

Las nubes encapotadas se arremolinaban, los truenos y relámpagos tronaban y sacudían el cielo. El aire era frío y seco.

El torbellino de nubes se agitó y pronto tomó la forma de cono invertido, que descendía lento y pausado. El mar se agitaba y se estremecía, con una bravura nunca antes vista. El viento sopló y la arena se sacudió, y una pantalla de polvo inundó la playa, y todo aquel que estaba de pie pronto huyó del lugar, impedido por el temporal, uno que parecía presagiar una horrorosa calamidad. "¡Salgan de allí!", gritaban las voces en la lejanía, "¡Algo se viene!", volvían a gritar, y en verdad, parecía que algo aterrador, o cuanto menos extraño, estaba a punto de emerger de entre las nubes grises y oscuras. Todos corrieron en busca de refugio y pronto las calles se vieron vacías, solo unos pocos permanecieron en su lugar, observando amilanados aquella anomalía.

Fue entonces que hubo un destello en el cielo. Los rayos alumbraban en lo alto, como venas que se abrían paso sobre un cuerpo esponjoso. Y de entre las nubes apretujadas, descendió un objeto. No sabría decir que era realmente, porque no era parecido a nada que el hombre haya construido antes.

El mar se agitó con más furor y el viento azotaba las ventanas de los edificios. Algunos presagiaban el final de los tiempos, otros, no salían de su asombro, perplejos ante aquel extraño objeto que flotaba en el aire, descendiendo y descendiendo, lento, demasiado lento, dejándose arrastrar por la brisa, como si el viento fuera cómplice de su llegada. Emitía un resplandor blanco, centellante. Y mientras más se acercaba, más extraño te era a la vista. Poco a poco fue acercándose, más y más, para luego detenerse en seco. Aquello era algo indescriptible y de gran tamaño. Por un instante pensé que estallaría repentinamente, dejando salir el autentico horror que se escondía en su interior. Pero nada de eso ocurrió.

Y de repente, comenzó a descender hacia el suelo. Lento, muy lento. Las personas corrían despavoridas, gritando y aullando del terror. La brisa se detuvo de golpe. Aquel objeto entonces reposó sobre la superficie del pavimento, suave y delicadamente, y toda la Avenida 22 fue testigo de aquello. No hubo nadie que no tragara saliva con pesadez, pues la incertidumbre taladraba como gusanos abriéndose paso en nuestras cabezas. 

En ese momento, sentí una fuerte opresión, como si mi pecho estuviera a punto de reventar en pedazos. Aquella capsula plateada centelló. Su brillo intenso nos sesgó por un instante, y muchos nos llevamos las manos a la cara. Para cuando el brillo cesó, aquel objeto se había transfigurado. Ya no era un rombo, ni plateado ni gris, ahora había tomado una forma, pero que no era humana, ni nada parecido.

Un ser viviente desconocido, formado de burbujas y orbes luminiscentes con incontables ojos formándose y desasiéndose, moviéndose en todas las direcciones.

Aquello me estremeció por completo. Tenía las manos sudorosas y la frente transpirada. Podía escuchar mi respiración agitada, pues el miedo ahora me invadía.

Miré a mi alrededor y vi como las personas que estaban cerca parecían estar congeladas, como si el tiempo mismo se hubiera paralizado y ahora solo estaba yo, de pie, frente de aquella cosa.

Hubo entonces otro destello, pero esta vez, aquella misteriosa criatura, emitió un sonido espantoso, como un chillido agudo e insoportable. Me tape los oídos, pero, aunque apretase con todas mis fuerzas, aquel zumbido no desaparecía de mi cabeza. Luego, hubo silencio y quietud. Abrí los ojos y allí estaba. Flotando, levitando, moviéndose lentamente en círculos, observándome a través de esos oscuros y profundos ojos que no dejaban de pestañear.

—¿¡Qué eres!? —le pregunté muy exaltado, demasiado como para poder tranquilizarme, pero… ¿quién en su sano juicio podría estar sereno bajo estas circunstancias?

En ese momento, ocurrió lo inesperado. Aquel objeto habló.

—Soy la conciencia que se divide y expande en todos lados. Soy el pasado, el presente y el futuro de todas las cosas. El alfa y el omega. El principio y el fin. Soy la conciencia universal que existió, existe y existirá. Soy el caos y el orden, la creación y la destrucción, la vida y la muerte, el tiempo y el espacio. Soy el todo y la nada. Atrôn… Atrôn. —su voz retumbó en todos lados como un alud de voces que se aglutinaban, buscando surgir de una incomprensible profundidad que ningún humano pudiese entender jamás. Pero allí estaba yo. Confundido, desolado.

—¿Eres…Dios? —le pregunté con la voz entre cortada.

—No. —respondió en seco y enseguida. —Aquel que llamáis dios no es más que una ilusión de vuestro ego.

—¿Qué es lo que quieres de mí? —volví a preguntar, insistiendo en él.

Hizo una pausa, luego dijo: 

—Vosotros los humanos habéis apartado del camino, dejasteis que el ego dominara vuestra conciencia, desplazando vuestro ser interior. Habéis preferido una vida profana, vulgar, desconectada de la fuente primordial. Pero he aquí que he vuelto, como prometí hace eones, cuando anduve la última vez en este mundo que ahora clamáis como vuestro hogar.

Hubo un sonido profundo y un retumbar resonó.

Entonces una explosión de luz iluminó todo a mi alrededor. Me tapé los ojos y me lancé a un costado sobre el pavimento. Después de eso, no hubo nada más, solo silencio. Luego, me desperté. Ahora estaba de pie, frente a la playa. El cielo ahora estaba despejado y las nubes blancas flotaban como copos de nieve en lo alto. El mar, quieto y en calma. Las personas a mi alrededor caminaban y charlaban, y a decir verdad, todo parecía como si nada hubiese ocurrido. De modo que di media vuelta y me fui, pero nunca olvidaré aquella tarde, cuando aquel extraño objeto bajó del cielo encapotado.

G.M. Urdaneta

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