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11.1

Jensen subía las escaleras con sus maletas, y Helena luchaba por encontrar las palabras adecuadas antes de que él continuara su camino.

— Em disculpa. ¿Mi habitación está arriba?

―Así es, pero espera ― dijo él, deteniéndose para tomar la mano de Helena y examinarla con curiosidad.― También está brillando, ¿Entonces nuestros lazos brillan cuando estamos cerca?

― Sí, pero ya suéltame― respondió ella apartando su mano.― Y oye, no es por ser exigente, pero preferiría que mi habitación estuviera en el piso de abajo. ¿Tienes alguna disponible?

—Bueno, hay un cuarto disponible, pero aún está desordenado. Me llevará un tiempo ponerla en orden. Sabes que ahora es difícil encontrar personal de servicio, las dos que tenía se fueron, y dudo que vuelvan ya que ninguna de ellas tenían la marca—explicó él.

Ella asintió, ofreciendo su ayuda—No importa, yo la arreglaré. ¿Qué debo hacer?

—Perfecto, ven conmigo y lo verás por ti misma.—

El espacio de la habitación resultaba ligeramente amplio, con un escritorio abandonado en un rincón y a su alrededor, una multitud de cajas, de tamaños considerables, esparcidas por el suelo. Sus etiquetas, escritas a mano, revelaban un contenido heterogéneo: herramientas polvorientas, materiales frágiles que parecían implorar protección, y hasta equipos de fútbol que evocaban partidos olvidados. Junto a este almacén de curiosidades, un montón de sillas y bancos se apilaba precariamente, desafiando la gravedad y el orden.

—¿Esto es lo que te llevará mucho tiempo arreglar?—preguntó alzando una ceja.

—Ya sabes, hay que sacar todas las cosas, limpiar un poco y luego organizar tu cama y tu equipaje.

—Jensen, de verdad no pensé que fueras tan perezoso—soltó.

—¿Qué estás insinuando?

—Que eres un holgazán, para ser sincera. Pero mejor vete, anda. Llegarás tarde a tu reunión—insistió ella con el élan en sus manos, indicándole que se vaya.

—Recuerda que estás en mi casa, no puedes dirigirte a mí de esa manera.

—Hablarte como.

—Dándome instrucciones y con ese tono. Pensé que eras más educada—

La miró con detenimiento.

—El burro hablando de orejas—

Mientras hablaban, Helena miraba a su alrededor, notando los detalles de la casa de Jensen con curiosidad, preguntándose qué secretos podría estar escondiendo entre sus paredes.

—Espera un momento, yo soy una persona moralmente educada, respetuosa y con un gran sentido del humor—dijo el chico antes de darle la espalda.

—¡Jajaja! Ni tú te lo crees.

—No te rías, que es verdad—cruzó sus manos sin siquiera mirar atrás.

—No, te diré realmente cómo eres...— Helena hizo una pausa, yendo tras él para enfrentarlo cara a cara—eres el mismo de siempre: narcisista, grosero, soberbio, egoísta, desinteresado, y eso es poco, fíjate, porque aún hay más.

—¡¿Pero, qué dices?!

—Yo solo he dicho la verdad, niño.

—¿Niño?

—Te comportas como uno—respondió mientras se adentraba a su futura habitación, dejando la puerta entreabierta.

—¿No que éramos unos desconocidos? Ya no te entiendo.—Escuchó como la puerta se abrió completamente detrás de ella.

Antes de contestarle, tomó un suspiro girándose para enfrentarlo de nuevo.

—Es verdad, lo somos, pero con solo ver cómo vistes y esa expresión de niño mimado que traes siempre en tu rostro, imagino que sigues siendo el mismo—sus ojos se encontraron brevemente y rápidamente apartó la mirada, sintiendo un cosquilleo en el estómago.

—Por favor, deja de juzgar un libro por su portada. ¿Tú no eres una escritora? deberías saber sobre eso.

—Pues para tu información, a nosotros si que nos importa la portada.

—Entonces créeme cuando te digo que ya estoy cambiado, ya no soy lo que mencionaste anteriormente.

—Bueno, por lo menos aceptas que lo eras—dijo Helena buscando alejarse de él. Aquel cosquilleo aún la molestaba sin saber por qué.

—¡Era un niño! Nada me importaba en ese entonces, solo triunfar como futbolista, lo cual gracias a todo mi esfuerzo logré hacerlo.

—Ya vas de engreído otra vez.

—Es la verdad, pero ahora por ser un profesional cambié todo lo malo de mí y...

—Entonces pruébalo—interrumpió alzando ambas cejas.

—Cómo que probarlo.

—Sí. Demuéstrame que ya no eres un egoísta, cancela tu reunión, o diles que llegarás tarde porque tu pareja de lazo cósmico, mejor dicho, tu Infinity, acaba de mudarse a tu casa y necesitas ayudarle a acomodar sus cosas.

—No puedo hacer eso.

—Bien, entonces no andes diciendo que cambiaste porque para mí sigues siendo el mismo chico arrogante de siempre.

—Y tú sigues siendo la misma...

—¿La misma que? —contestó ella mientras buscaba mover una de las cajas del suelo.

—Charlatana de siempre. A ver, dame eso que está pesado y te vas a lastimar. —Jensen le quitó la caja que cargaba en sus manos y la llevó afuera de la habitación.

—Oh vaya, entonces sí estás cambiando—suspiro al ver que alguien había caído en su trampa, una sonrisa se escondió detrás de ese rostro más que burlón.

—Sí, sí, lo que digas—murmuró el futbolista de espalda ancha , yendo por otra caja, y otras más, mientras Helena solo lo miraba más que complacida.

Si ella supiera que Jensen solo la ayudaba porque seguía pensando lo mismo que le había dicho antes de entrar a su casa.

...

En un silencio cómplice, los dos chicos dedicaron la mañana a transformar el cuarto. Una vez concluida su labor, Jensen guió a Helena hacia la segunda planta. Primero, la condujo a una sala

consagrada al ejercicio, donde imaginaron sudorosos entrenamientos y cuerpos fortalecidos. Luego, la llevó al baño adyacente, un espacio íntimo que prometía momentos de relajación y bienestar.

El punto culminante llegó al revelar un pequeño cuarto rebosante de instrumentos musicales. Entre ellos, destacaban las guitarras eléctricas brillando como estrellas, sus cuerdas tensas parecían vibrar con la emoción contenida, ansiosas por ser pulsadas y dar vida a canciones que aún no existían.

Helena no pudo evitar sentirse conmovida por la minuciosa atención al detalle que Jensen había puesto en la creación de ese espacio. Cada rincón, cada objeto, parecía reflejar sus intereses compartidos y la dedicación con la que había trabajado era un gesto que trascendía las palabras, algo que Helena sería incapaz de mostrar.

—No creí que te gustara tocar algún instrumento musical.

—Ya me voy dando cuenta que no me has visto jugar. Mi celebración de victoria es lucir como si estuviera tocando una guitarra. Amo el rock y a veces práctico en las tardes.

—Mmm, no te lo pregunté, pero es bueno saber que haces algo productivo.

—Lo dice la chica que se pasa todo el día sentada escribiendo.

—Si supieras lo beneficioso que me resulta, tanto personal como profesionalmente. La escritura ha hecho cosas que jamás nadie lograría hacer por mí. Ese es mi trabajo y lo amo mucho.

No hay por qué hablar más.¿Verdad?

—No. Vaya, hasta que encuentre algo que los dos tenemos en común…amar lo que hacemos—mencionó el chico, recargándose en la pared con los brazos cruzados.

—Sí, bueno, sigamos—dijo ella.

Jensen le mostró una acogedora habitación para huéspedes, ideal para sus visitas. Luego, con orgullo, la guió hacia un estudio especialmente preparado para ella, un refugio donde plasmar su creatividad. Sin embargo, Helena, práctica y con un toque bohemio, sorprendió a Jensen al revelar su preferencia por un espacio en la sala de estar, cerca de la cocina y su habitación, donde la vida del hogar fluía con naturalidad.

Antes de bajar las escaleras, fueron a un cuarto que originalmente sería para ella, un espacio que, finalmente terminaron utilizando como un versátil cobertizo, hogar de herramientas y recuerdos.

Por último, regresaron al primer piso. La llevó a la cocina, la sala de estar y un segundo baño, lugares que representarían su nuevo comienzo. En silencio, volvieron a la habitación de Helena, el silencio no era incómodo, sino más bien cargado de tensiones y emociones no resueltas que parecían pesar desde el principio.

—Eso sería todo, bueno, solo una condición… el cuarto que no entrarás sin mi permiso será este—Jensen señaló a una puerta conjunta.

—Tu habitación—observó Helena.

—Así es.

—Está al lado del mío.

—Tú elegiste este cuarto, no yo.

—Sí, pero nunca me dijiste que el cuarto de al lado era tuyo.

—No lo preguntaste. Además, ¿qué importa? No le veo ningún problema, ¿o me equivoco?—Los ojos pícaros de Jensen hicieron que Helena desviara la mirada de él, sintiéndose ligeramente incómoda.

—Ah, no, me refiero a que…olvídalo.

—Emm, bien, entonces... encargaré de comer, que ya tengo hambre—comento Jensen, palmeando su vientre. A Helena esa acción le recordó a alguien que en vez de ese abdomen marcado lucía una panza cervecera.

—¿Qué tienes en el refri? Puedo preparar algo—dijo alejándose de él mientras se dirigía hacia el enorme frigorífico.

—Eh, no, ¡espera!.

—¿Por qué? ¿Qué no quieres que vea? —preguntó Helena, con curiosidad evidente, apresurandose más para abrir la puerta del electrodoméstico.

Dentro del refrigerador la desolación se hizo palpable. En su interior, reinaba un vacío casi absoluto, interrumpido únicamente por un Six Pack incompleto de tres latas de cerveza.

—Ay, por Dios. ¿Nunca has hecho de comer, verdad? —frunció el ceño ante la escasez de alimentos.

—Lo hago. Cuando tengo tiempo, claro. Me gusta hacerlo bien. Pero bueno, no es mi culpa que mi refri esté asi, mi cocinera se fue ayer en la mañana y vació todo para limpiarlo. Hasta hoy iba a comprar mercancía—respondió él.

—Si, y solo te dejo unas cervezas para acompañar tu soledad, supongo.

—Así es, es una buena persona también muy buena amiga y tú…

—¡Si pues, pero no tienes nada que comer! —Ratificó la morena, señalando al interior del refrigerador después de cerrarlo.

—Tengo pan dulce en la alacena, unos plátanos, manzanas y cervezas para bajar la comida. Agarra lo que quieras. Yo de por sí planeaba encargar comida para nosotros.

Helena asintió y preguntó: —¿Y qué encargarás?

—Pizza.

—¿A las diez de la mañana?

—Cierto, no abren hasta después de las doce. Entonces pediré comida casera con doña Chaide, solo dame chance para mandarle mensaje y …

—No, sabes qué... voy a comprar mis cosas—anunció saliendo de la cocina.

Con una sonrisa más que amable, y siguiendola a pasos cortos, Jensen terminó diciendo: —Vamos, te llevo. Ya te diste cuenta de que también debo hacer compras.