A lo lejos, el cadáver desfigurado gruñó. El inesperado golpe del martillo lo había impactado fuertemente, pero no suficiente para asestar un golpe severo.
Gruñendo, el cadáver primero fijó su vista en su comida —Rey de la Llama— el que lo liberaría de este estado maldito. Luego movió la mirada hacia Kiba, el único obstáculo entre él y su libertad.
—Pierdete... —el cadáver ordenó, casi como un susurro, pero con una voz que era como una uña afilada raspando el vidrio.
—No, no quiero —respondió Kiba con una sonrisa—. Pero te agradecería si te puedes ir.
El cadáver respondió lanzando sus dedos hacia adelante. Hilos de llamas negras aparecieron y se entrelazaron entre sí. El cadáver hizo otro gesto con la mano, y la red avanzó a gran velocidad, haciendo que el espacio se derritiera literalmente como si estuviera hecho de cera.
Kiba concentró su fuerza en el martillo. Espinas doradas sobresalieron del cabezal del martillo, y cuando la red lo alcanzó, él arremetió.
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