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Cap. VIII

ʚ Silencio ɞ

 

 

 

 

 

 

James, se encontraba esperando fuera de la universidad sobre una banca. Sus guardaespaldas se habían marchado tiempo atrás por las ordenes de su amo; este les informó que se haría a cargo de llevarse a su hijo. Sin embargo, James llevaba tres horas esperando sin señal alguna de su padre.

Pudo haberse marchado en transporte público, haber tomado la oportunidad para visitar a Nicolás en su colegio o simplemente, irse caminando en caso de encontrarlo en el transcurso del sendero; pero conociendo la actitud de su progenitor estaba seguro que la mejor elección era esperarlo, aunque significase esperar tres horas más.

—Sube —escuchó la voz de su padre.

Alzó la cabeza, encontrándose con la inexpresiva mirada del contrario. James estuvo pensando en una solución para marcharse, sin darse cuenta en qué momento llegó la camioneta frente a él.

Con tal de no hacerlo esperar, se apresuró a subir el vehículo. Pudo haberlo hecho lentamente con el afán de hacerle entender lo molesto que estaba por haber tardado; sin embargo, esas bromas no eran aceptables para un hombre como él.

—¿Cómo siguen tus rodillas? —Consultó, sin desviar la mirada del camino.

—No estoy seguro —confesó bajo—. Supongo que una se infectó.

—¡Maldición, James! —Frunció el ceño ante la noticia—. ¡¿Acaso no puedes limpiarte bien?!

—No creo que sea por cuestiones de higiene —se atrevió a responder—. Yo, necesito ir con un doctor...

—¡Nada de eso, estarás bien! Lo único que debes hacer es bañarte bien y evitar la humedad —vociferó molesto—. ¡Le das mucha importancia a un raspón!

James bajó la mirada, recordando con temor ese día, hincando por más de seis horas en el suelo. Su padre no me permitió levantarse, hasta que comenzó a sangrar y cuando le concedió removerse, le fue inútil intentarlo.

—Necesito un doctor —demandó con seriedad—. Esto no es normal —objetó, señalándose las rodillas—. Llevan semanas sin sanar, ni tener señales de hacerlo muy pronto. No puedo moverme con facilidad y tomar mi medicamento, solo agudiza el dolor. Si no voy pronto, podría...

—¿Acaso yo te obligué a hincarte? —Interrumpió sin dudar, presionando con fuerza el volante—. Pudiste romper la radio y salvarte las rodillas; pero eso no fue lo que elegiste, James. Ahora, sé responsable por tus acciones y no llores. Los hombres de verdad, no lloran, ni se lamentan o hacen un escándalo por un simple raspón.

El auto comenzó a estremecerse. No podía quitar la mirada del camino, pero con ayuda de la visión periférica vislumbró a su hijo agitándose en su asiento.

—¡¿Qué cuernos estás haciendo, James?! ¡No te atrevas a mostrarme tus asquerosas rodillas! —Advirtió, desviándose lentamente de la calle—. ¡James Marvin, te juro que me estrello si te bajas los pantalones! ¡No estoy bromeando!

—¡Es la única forma de que me creas, padre!

—¡Chocaré el auto! —Repitió, acelerando paulatinamente—. ¡Obedéceme, James!

La primera llanta se desvió de la carretera, rozando con el pavimento. De su lado, James veía lo cerca que estaban de llegar al comienzo de una construcción, por lo que la calle sería de tierra y ya no habría una forma de detenerlo. No le importaría, si tan solo su asiento tuviese un cinturón de seguridad; pero hasta eso se le había privado, ya que su propio padre lo cortó para hacer sus amenazas más efectivas.

—¡Oh, dulce Señor, dame paciencia! —Gritó colérico, regresando al camino justo a tiempo—. James, pero ¿qué cuernos te pasa últimamente? Estás muy rebelde y sabes que no me gusta esa actitud en ti. ¡Soy tu padre, me tienes que respetar! ¡No tengo que andar amenazándote para que entiendas, solo debes obedecerme!

—No logras entender, ni un poco, lo que siento ahora —expresó entre dientes.

—Ya te lo dije, que no tengo culpa alguna en tu drama. ¡Te di a elegir y elegiste tus rodillas! Tienes que aprender a aceptar tus errores, aprender de ellos y darte cuenta que cada oportunidad que se te da, siempre tiene que ser a tu favor.

—Esa radio no era mía.

—¿Y qué? ¿Las rodillas tampoco eran tuyas? En tu lugar, no hubiese dudado ni un segundo en romper ese aparato, fuese de quien fuese.

Al llegar, al final de una larga cola de vehículos por el tráfico de la tarde, el mayor le dirigió la mirada a su hijo. James, se tambaleaba en su asiento, deseoso por recargarse de la puerta y a la vez, ser el hijo erguido que su padre deseaba.

—No te preocupes —suspiró, avanzando en el camino—. Todos pasan por esa etapa de la adolescencia, pero cuando se termine vas a ser un hombre de verdad. —No recibió comentario alguno de su hijo—. Sé a dónde podemos ir, para que veas que me preocupo por ti.

Esas últimas palabras, dichas con cierto hastío, abrieron esperanzas en James. Su padre solo podría ser capaz de hablar de esa forma al mencionar a una persona, una que James no ha visto por muchos años.

El auto tomó una ruta diferente, en vez de ir a casa, su padre estaba conduciendo al lugar que indicó. James intentó reconocer alguna pequeña parte, solo para darse una idea de si en verdad podía tener esperanzas por una vez.

 

[. . .]

 

James, no creía en muchas cosas, como por ejemplo, en las hadas, las grandes ligas de béisbol, algunos capítulos del génesis de la Biblia y en las buenas intenciones de su padre.

Sin embargo, estaba seguro que alguien sí podría creer en esas cosas y estaría bien, sería lo mejor del mundo si una persona fuese tan amable de mostrarle que existen. En especial, las hadas, porque causaban un particular conflicto al debatirlo consigo mismo. A veces, llegaba a la conclusión de que se extinguieron con todo lo bueno de la humanidad.

—Disculpe, señor, pero creo que su hijo necesita un doctor.

—No te estoy pagando para que me des tu opinión, te pago para que le hagas un nuevo traje a James —protestó irritante, logrando que el sastre volviese a lo suyo—. Intente que el pantalón le quede más suelto de las rodillas.

Las vagas esperanzas de James, porque su padre lo llevase con un médico, se esfumaron al entrar a la sastrería donde su progenitor le compraba sus trajes. Según lo que entendió, sería de beneficio si conseguía un pantalón que le quedase aún más flojo de la pierna.

James, no entendía cuál era la lógica aplicada, pero se quedó quieto y en la espera de que el sastre le hiciera entrar en razón. Terminaría en un hospital, con un traje nuevo o sin ambas cosas, si su padre llegase a despedir al sastre.

—¿Y bien, lo hará o no?

—Señor, insisto en que necesita un doctor y eso que no sé nada de salud, solo que...

—Responde —interrumpió con autoridad, cruzándose de brazos—. ¿Podrá o no podrá?

—Sí, sí podré, señor —contestó tartamudo—. Lo tendré listo pronto.

En ese lapso de tiempo, James planeó una buena estrategia ahora que se encontraba sin los pantalones. Con suavidad, se giró para que su padre viese lo mal que se encontraba, a tal punto de provocarle asco y obligarlo con ello a mandarlo con un doctor.

En todos esos años, desde la primera vez que se le obligó a hincarse hasta ese momento, James jamás había visto a su padre desmayarse con tanta facilidad. Aunque se debía admitir que la escena era particularmente desagradable, muy justificable para un hombre que no estaba acostumbrado a tales escenas.

James, sintió que era la primera vez que su padre era vulnerable a una situación. No podía juzgarlo, ya que solo le ordenaba una cosa tras otra sin descanso alguno; a lo mejor, su padre jamás se ha detenido a meditar lo que puede pasarle al cuerpo humano luego de tanto esfuerzo.

Hincarse, podría ser –en el futuro– un castigo abolido en la mansión, ahora que el amo vio lo que provocaba luego de años.

—Llame a una ambulancia, por favor —le pidió al atemorizado sastre.

 

[. . .]

 

Nicolás llegó poco después de las tres, aprovechando la ausencia de su familia en casa, para ir con James al enterarse de que estaba en una clínica privada. El guardia no quiso dejarle entrar, solo hasta que los guardaespaldas confirmasen que era un conocido del joven amo.

—¿Qué le sucedió a tus rodillas? —Preguntó ahogado, observando con espanto al cirujano analizando las heridas—. Espera, ¿se te ve el cartílago?

—Se le ven muchas cosas, muchacho —respondió el cirujano, negando con la cabeza cada vez que encontraba un problema más—. Un poco más y te habríamos amputado las piernas. ¿Se puede saber lo que estabas haciendo para terminar así?

James, guardó silencio y solo se limitó a bajar la cabeza. No podía decir nada que incriminara a su padre, él siempre fue claro en ello desde un inicio. Al volver la mirada al cirujano, este desvió la atención hacia Nicolás.

—Entiendo, no puedes decirlo —murmuró, terminando de anotar un par de cosas sobre una hoja—. Volveré cuando esté listo el quirófano, no se vayan a emocionar hablando, muchachos.

Nicolás se hizo a un lado cuando el cirujano salió. James se mantenía en silencio, observando las heridas de sus rodillas y meditando en lo cerca que estuvo de perder sus piernas.

La camilla se hundió levemente con el peso de Nicolás. Ambos se observaron por un momento y juntos, regresaron la mirada a las rodillas.

—¿En dónde está tu padre?

—Haciendo un drama por haberse desmayado —murmuró—. No vendrá, de eso estoy cien por ciento seguro, porque sabe que estoy expuesto y él no querrá ver de nuevo la sangre.

—¿Tienes miedo de la cirugía?

—Temo más por perder las piernas. ¿Puede imaginarlo? No tendría oportunidad de huir, cuando las cosas se pongan mal.

—James...

—Sé que esto es terrible, pero no tengo nada aún y huir sin un plan, solo me condenaría.

—Puedo ayudarte —aseguró, llevando su mano al brazo contrario—. En cuanto te sientas mejor, solo dímelo y te sacaré de ahí.

—¿Viviremos en un rancho? —Esbozó una pequeña sonrisa, antes de observarlo—. Confieso que tengo experiencia en ordeñar vacas y hacer queso. Un estimado doctor me enseñó en mi niñez.

—Por ti, tendríamos todos los ranchos que quieras —respondió risueño—. Por algo se debe empezar.

La habitación se quedó en silencio. Nicolás volvió la mirada en James, algo en sí mismo le decía que sería bueno confirmar cómo se encontraba. Se veía pensativo, como si la idea de tener un rancho fuese una buena idea; pero ambos sabían que de hacerlo iban a tener que competir contra granjas más viejas y profesionales, que ni el queso de James podría hacer competencia.

Fue entonces que Nicolás se dio cuenta de lo desesperado que estaba James por huir. Pensar que estuvieron hablando de comprar una granja, cuando ninguno de los dos conocía los tramites era una señal indirecta. Para Nicolás, no había necesidad de decirlo, lo conocía muy bien para saber que era lo que pensaba.

—Todo estará bien —habló con suavidad, frotando su espalda—. Comencemos a creer fielmente en que así pasará y comprobemos si tu teoría es cierta. —Se recargó sobre el brazo de James—. Tengamos fe en que todo mejorará en tu vida. Por ahora, sal primero de esta clínica con las piernas intactas; luego veremos qué hacer con lo demás.

—Una decisión a la vez.

—Aquí estaré contigo, siempre.