—Vas a ir a la enfermería —dijo Damon con una mirada de pocos amigos, en un tono que no admitía réplica. Pero claro, no sería yo si no cuestionara sus órdenes.
—¿Por qué? No estoy herida —dije, y me sorprendió gratamente descubrir que era verdad. Damon no me había lastimado mientras follábamos como conejos— solo tenía los músculos doloridos, pero era una molestia totalmente placentera. No había sangrado, ni había participado en otras actividades más perversas que requirieran que buscara atención médica urgente.
—Si tienes tantas ganas de parir a mis malditos hijos, entonces quédate —Damon sonrió con sarcasmo, pero no había humor en sus ojos—. Estoy seguro de que a Blaise le encantaría saber que su hermano ha dejado preñada a su pareja predestinada.
—Que te jodan —siseé en respuesta, pero Damon tenía un punto. Inmediatamente abrí la puerta y me dirigí a la enfermería a grandes zancadas, con Damon pisándome los talones.
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