Rosina tocó las mejillas de Terzo y se dio cuenta de que era más mono de cerca. Tiró de su cabeza y le dio un beso en la mejilla antes de voltearlo hacia un lado.
Rosina se levantó y observó a Terzo. Llevaba una simple camiseta negra y pantalones que se acomodaban a su piel bronceada.
—Quiero que te toques pensando en mí —dijo Rosina, acercó una silla y la colocó frente a la cama. Se sentó en ella y abrió sus piernas donde su coño se abría para que Terzo viera.
Terzo tragó saliva antes de bajarse los pantalones, y su miembro semi-duro apareció.
—Eres tan delicioso —susurró Rosina, animando a Terzo a hacer lo suyo. Le gustaba que la entrepierna de Terzo estuviera limpia y sin vello, lo que la hizo pensar que gastar mucho dinero en el contrato de la Realeza no había sido malo.
Terzo rodeó su gran longitud con las manos y empezó a masturbarse. Sus ojos estaban fijos en el núcleo de Rosina que empezaba a humedecerse más.
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