Mientras Rosina volvía a su habitación sintió un pulso extremo en su cuerpo que casi la tumba.
«Está sucediendo», pensó Rosina y utilizó la pared para equilibrarse. La emoción que trataba de subyugar estalló en su cuerpo, y la sensación de tener su coño lleno la volvió loca.
Los sentidos de Rosina se agudizaron y el aroma de Pepe la atrajo hacia su habitación. No quería molestar a Pepe y pedirle sexo tan temprano ya que había planeado hacerlo enamorarse de ella, no desearla.
—Debería detenerme —murmuró Rosina mientras se apoyaba en la puerta de Pepe. Sus rodillas se volvieron gelatina y su cuerpo estaba ardiendo de lujuria. Tomó una respiración profunda y estaba a punto de alejarse cuando escuchó una voz detrás de ella.
—¿Rosa, estás bien? —preguntó Pepe preocupado. Volvía a su habitación después de una breve reunión con sus hombres cuando vio a Rosina contra su puerta. Trató de olfatear el aire para ver qué sentía Rosina, pero no olió nada.
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