El día siguiente llegó. Lucía bajó con grandes ojeras negras. No podía dormir después de ver al majestuoso lobo esa noche. Incluso pensó que solo había sido un sueño.
—Buenos días —saludó Lucía a Gastone, quien estaba friendo unos huevos para su desayuno.
—Día —respondió Gastone y se volvió hacia Lucía. Él también tenía ojeras.
—Te ves cansado —murmuró Lucía al notar la cara caída de Gastone.
—Ah, me acosté tarde —explicó Gastone antes de empujar un plato a Lucía que contenía la comida que había cocinado.
—Gracias —respondió Lucía. No tenía apetito, pero comería para no desperdiciar los esfuerzos de Gastone. —Se supone que debería ser yo quien cocine... ya que me contrataste —añadió.
—Hmm —tarareó Gastone. Ya no le importaba, ya que solo quería comer bien y no morir debido a la cocina de Lucía.
Después de que Gastone terminó de cocinar su comida. Se sentó frente a Lucía y comieron en silencio. Era un silencio incómodo, sabiendo que ella se iría después de un par de horas.
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