Antes de que Leo pudiera responder, la mano de Rosina fue a su cara y le arañó las mejillas, arrancándole la piel.
—¡AHHH! —Leo gritó de dolor. Su cuerpo quería retorcerse para liberarse, pero no podía ya que sus músculos estaban bajo el control de Rosina. Se sentía atrapado sin salida.
La sangre brotó de su enorme herida que mostraba sus dientes y pómulo.
—¡Eres una puta! ¡Igual que esa mujer! —Leo gritó y desahogó sus frustraciones con su voz. Se refería a Natale, quien lo había traicionado.
—Eh, ¿quién es esa mujer? —preguntó Rosina juguetonamente mientras se limpiaba la saliva de las mejillas con la piel de Leo. Lanzó la carne a un lado para que se alimentaran los animales salvajes.
—¡Puta! ¡Te mataré! —Leo gritó y estaba a punto de escupir de nuevo, pero Rosina ya había tenido suficiente.
Rosina agarró la boca de Leo y la forzó a abrirse. Extendió sus garras y pellizcó la lengua de Leo, tirando de ella.
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