—No me molestes —murmuró Aries a las criadas que la seguían antes de cerrar las puertas de sus cámaras. Joaquín ocupó toda su mañana, y después de su visita al emperador, regresó a sus habitaciones para descansar.
De pie detrás de la puerta, Aries arrastró los pies hasta el soporte más cercano. Su mano temblorosa lo buscó para apoyarse, casi perdiendo toda su energía mientras el frío se filtraba profundamente en sus huesos. El extremo temor y miedo que ocultaba frente a Joaquín eran como un balde de hielo que ahora se vertía sobre ella.
—Hah… —exhaló y cerró los ojos, incapaz de cerrar su boca abierta por el aterrador pensamiento del emperador. No solo eso, sino que las revelaciones que buscaba de Joaquín nunca cruzaron por su mente.
Aries pensó en la miríada de otros secretos que Joaquín guardaba bajo la manga y ocultaba a todos. Tendría más sentido si Joaquín hubiera construido un ejército secreto bajo el mando del quinto príncipe. Pero ¿inmortalidad? ¿Vida eterna?
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