El aire nocturno estaba denso de tensión, de esa que se te mete en los huesos y te hace hiperconsciente de cada sonido, cada respiración. Nunca había sentido este nivel de inquietud antes, y no era por la oscuridad. Era algo más, algo que permanecía en el aire como una conversación sin terminar. No podía quitarme la sensación de que James estaba en peligro, aunque no lo había visto en días.
Me encontraba en el límite del bosque cerca de la manada de Vincent, los árboles imponentes como centinelas que guardaban los secretos del interior. Mi corazón acelerado, mi loba, Layla, inquieta dentro de mí. Ella también percibía algo anormal. Había estado inquieta durante horas, sus instintos gritándome que actuara, pero yo aún estaba indecisa.
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