El majestuoso palacio aún se alzaba alto, siendo testigo del acto final de una historia de amor agridulce. Luciana, la princesa una vez vibrante y llena de espíritu, había perdido su voz y, con ella, la capacidad de expresar sus emociones más profundas. Su tiempo en este mundo era limitado, y el peso de ese conocimiento pesaba mucho en su corazón.
Mientras se preparaba para dejar el palacio, sus padres se pararon frente a ella, los ojos de su madre rebosando de lágrimas. La madre de Luciana se aferró a ella, sus sollozos resonando a través del corredor. Pero Luciana estaba entumecida ante todo y simplemente continuó caminando hacia afuera con Leana.
—Luciana, por favor —suplicó la mujer, su voz ahogada por la emoción—, no te vayas. Quédate aquí con tu esposo. O puedes irte con nosotros.
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