Fue muy doloroso para Ámbar moverse, pero con la ayuda de un bastón, al que se aferraba con todas sus fuerzas, se movió lentamente hacia afuera, su cuerpo más caliente que nunca como si estuviera envuelta en llamas.
Estaba agradecida por el hecho de que al menos Paulina no estuviera aquí.
Había sopesado sus opciones y llegado a una conclusión sobre qué hacer.
Tenía sus ojos fijos en la Luna de Sangre mientras intentaba dolorosamente acercarse más.
Harold la seguía detrás en silencio. No había nada que pudiera hacer. Por mucho que le costara admitirlo, era inútil en lo que respecta a las tácticas de las deidades.
—¡Mi señora! —llegó el grito desesperado de Paulina detrás de ella, corriendo hacia ella con todas sus fuerzas. Un frustrado Lance la seguía.
—¡No te vayas! —gritaba Paulina, corriendo para abrazarla.
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