Guarba mantuvo su cetro dorado en el suelo. Los músculos y vasos sanguíneos de sus brazos se hincharon como pequeñas serpientes de color cian. De la cabeza a los pies, su vigor se dirigió hacia su cetro.
¡Kapa! ¡Kapa! Sobre esa plaza de hogueras, crepitantes sonidos clamorosos estallaban mientras fragmentos de roca se agitaban esporádicamente.
Para asombro de Sheyan, una grieta poco profunda se había formado ante Guarba; como si fuera un grano curvo grabado hace tiempo en ese suelo. La sangre granate del montón de cadáveres de los Guardianes cercanos fluía lentamente a través de esa grieta.
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