A pesar de cómo se sentía Layla cerca del segundo Príncipe, no podía evitar el miedo que se aferraba a sus venas, helándole la sangre. Sintió palidecer su rostro cuando sus agudos ojos rojos se iluminaron en su dirección.
Su sonrisa la detuvo en seco, de la misma manera que el extraño chico en la biblioteca lo hizo cuando la agarró bruscamente y la aprisionó contra la pared. De la misma manera, Layla temía por su vida. Tragó saliva y apartó la mirada, preguntándose si él sabía en qué estaba pensando.
Layla había crecido con los rumores insensatos de que los vampiros poseían la capacidad de leer la mente. Ahora que era una bruja entrenada con poderes abrumadores, Layla sabía que todo eso era absurdo. Sin embargo, cuando se trataba del misterioso y travieso segundo Príncipe, Layla no podía evitar preguntarse si era cierto.
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