Me empuja fuertemente por el pecho y su mano aterriza en mi mejilla.
—Eres un pervertido. ¿Cómo te atreves a besarme y meter tu lengua en mi boca? — su fatiga no le permite hablar claramente—. Si llegaba a saber que eras capaz de esto, jamás hubiera aceptado quedarme aquí contigo.
—Entonces lárgate y déjame solo. Soy yo quien jamás hubiera aceptado que una mujer como tú se quedara en mi casa a querer criticar todo lo que tengo. Maldigo el maldito día en que esto tuvo que pasar y tuve que tener la mala suerte de conocerte.
—Bien, ya lo he entendido. ¿Quién en su sano juicio o por decisión propia querría estar al lado de alguien tan despreciable como tú? Adiós — se levanta de la cama y, sin recoger sus cosas, sale del cuarto y de la casa corriendo.
Debo estar acostumbrado a la soledad. A fin de cuentas, así es como he estado viviendo por todos estos años. ¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué esa mujer vino a mi vida para desordenarlo todo?
Dieron las ocho de la noche, solo he estado recostado, adolorido, con náuseas y creo que hasta con fiebre. Está lloviendo fuerte afuera y tronando. La casa se ve tan extraña, es como si estuviera vacía, a pesar de estar de la misma manera. Todo está en silencio, pese al sonido de los truenos. Me levanto para ir al baño y me observo en el espejo. Todo tiene que recordarme a esa tipa, ni siquiera quiero mirarme más tiempo. Tiro una toalla al espejo para no tener que ver mi reflejo. Buscaré la forma de regresar de una vez a mi cuerpo y así no tener que verla nunca más.
Vuelvo al cuarto y me arropo lo más que puedo. Tengo mucho frío y la sábana es tan fina que no puede quitarme esto. Solo debo luchar por conciliar el sueño y así pasará de una vez este maldito día.
Cierro los ojos y no sé cuánto tiempo transcurre, cuando escucho el sonido de la puerta de entrada y quedo sentado en el borde de la cama.
—¿Ya tan rápido te arrepentiste? — salgo a la sala y ahí la veo, pero no estaba sola, César se encontraba cargando mi cuerpo con el mismo disgusto que siempre.
—Pero qué cálida bienvenida — empuja a Araceli contra el mueble y viendo que está su cuerpo mojado y su ropa ensangrentada, me acerco a auxiliarla.
—¿Qué te sucedió? ¿Qué te pasó? — levanto la camisa y noto un pedazo puntiagudo de vidrio que sobresale de su costado, mientras que la sangre crea un camino en dirección al mueble —. ¿Quién te hizo esto? — la mente se me nubla.
Levanta la mirada extraviada, cuando veo la sangre que expulsa de su boca. Viendo su estado, mi cuerpo se paraliza por completo y un agudo dolor invade mi pecho instantáneamente.
—Es tu culpa. Este es el destino que les espera a todos los que toman malas decisiones.
No logro reaccionar a sus palabras, cuando mi visión se torna negro y, escucho mi propia voz en mi cabeza. La opresión en el pecho se agudiza, mientras mis oídos se han vuelto sensibles, haciéndome escuchar un chillido.
—¿Has oído hablar de la delgada línea entre la vida y la muerte? — las discusiones que tenía día a día con mi madre, estaban resonando en mi cabeza, como si se tratara de un disco rayado, retorciendo cada parte de mis entrañas—. Duele, ¿cierto?
Todavía lo recuerdo como si fuera hoy. El vaivén de aquella vieja camioneta, el jamaqueo de esos brazos que me cargaron hacia ese hediondo lugar, la frialdad de esa camilla donde mi cuerpo descansaba y la voz de mi madre cerca de mi oído:
"Todo va a estar bien, mi amor. Tu cuerpo se sentirá pesado en unos instantes, pero luego no sentirás nada. Cuando despiertes, ya todo habrá terminado. Descansa".
¿Terminado? No, eso solo era el comienzo.
A mi lado se encontraban más niños como yo, acostados de la misma manera y cubiertos con una bolsa oscura, excepto por el rostro. A diferencia de ellos, mi madre me acompañaba, mientras ellos estaban totalmente solos, en un profundo sueño; en el mismo que estaría yo en unos pocos minutos. Ese hombre de cabello rizado, alto y obeso, con esos guantes chorreantes en sangre y ese pequeño bisturí se acercaba. Ya era mi turno. ¿Cómo lo supe? Porque estuve despierto, en todo momento lo estuve.
—¡Basta! ¡Ya no más!
—Vives encadenado al pasado; exclavo de tus recuerdos. Otra vida… ¿No era eso lo que anhelabas, Fabián? — su pregunta hizo eco en mi cabeza—. Se te ha sido concedido, pero ya es tiempo de regresar.
Despierto con dificultad, mi vista se va aclarando poco a poco, escuchando un sonido familiar, como lo es el de esa máquina del suero. No estoy en mi casa, solo puedo confirmar al momento de mirar alrededor que estoy en la camilla de un hospital. No sé cómo llegué aquí. Lo último que recuerdo es a Araceli. Eso es lo que hace que quede sentado, pero estoy aturdido. El dolor que siente mi cuerpo es demasiado. Noto que la sábana no se ve con montañas y me la quito para descubrir que estoy de vuelta en mi cuerpo. No puedo creerlo. He regresado. Lo único que no puedo explicarme es el porqué tengo un yeso en la pierna derecha o el porqué mi cuerpo está tan adolorido y no puedo hacer movimientos bruscos. No salgo de la impresión, cuando abren la puerta repentinamente y se trata de la enfermera con el doctor.
—El paciente ha despertado, doctor — se acercan a evaluarme, como si estuvieran sorprendidos de que haya despertado.
—Su condición es estable — dice el doctor.
—¿Estable? ¿De qué están hablando? ¿Qué hago aquí? ¿Qué le pasó a mi pierna?
—Es sumamente normal que esté aturdido y no recuerde lo que sucedió.
—Lo último que recuerdo es a Araceli. Ella estaba herida— espera, era mi cuerpo es el que estaba herido.
Levanto la bata que me cubre y no veo la herida en mi costado. ¿Qué es lo que está pasando aquí?
—¿Dónde está Araceli?
—La respuesta a todas sus preguntas las tendrá, pero debe guardar la calma. Es normal que luego del accidente esté así.
—¿Accidente? ¿De qué está hablando, señor? ¿Dónde está Araceli?
—¿Araceli? ¿Habla de la chica que estuvo involucrada el día del accidente? Ella se encuentra en la otra habitación. Ambos han estado en coma por alrededor de dos meses. No sabemos a ciencia cierta si fue parte del accidente o hay algo más.
—¿Qué? ¿Usted está loco?
—Le haremos un estudio para verificar que todo esté en orden.
—Llévenme con ella de inmediato — arranco el suero y ellos tratan de presionarme contra la camilla—. Suéltame o no respondo. Yo necesito verla. A ustedes no les creo ni una sola palabra.
—No puede levantarse todavía. Tiene que guardar la calma.
—¿Guardar la calma? ¿Se han dado cuenta de las pendejadas que dijo? Yo solo quiero verla.
—Ella aún no despierta.
Empujo al doctor y trato de bajar la pierna de la camilla, pero duele como un demonio.
—No puede caminar. ¿No ve en la condición que se encuentra?
—Por favor, yo solo quiero verla.
Entre tanto rogarle y rogarle, terminó cediendo, pero con la única condición de que me llevaran en una silla de ruedas a su cuarto. No sé qué es lo que está pasando, pero voy averiguarlo. Aunque creí que realmente ella iba a estar inconsciente como dijeron ellos, ella estaba sentada en la camilla, tocándose la frente, mientras que su madre estaba al lado. Haberla visto me hizo soltar un suspiro de alivio.
—Araceli, qué bueno que estás bien.
—¿Quién eres? — pregunta su madre.
—Mi nombre es Fabián. Es un gusto conocerla. Soy amigo de su hija Araceli.
—¿Amigo de ella? — su madre la mira y ella levanta la mirada hacia mi dirección.
—¿Amigo? — me mira confundida—. ¿Quién eres?