Sus dedos giraron el picaporte, pero la puerta de la habitación nunca se abrió, no porque tuviera el seguro puesto, sino porque Rojo abandonó la perilla para girarse con la mirada entornada en mí.
—Quiero que vengas conmigo—su grave voz y la firmeza de sus palabras me hicieron pestañear, pero mi cara jamás se comparó a la de Rossi—. Quiero aclarárselo contigo a mi lado.
Ni siquiera me lo pidió, solo extendió su brazo y esa mano rodeó dulcemente mi muñeca, haciendo que con el tacto cálido de sus dedos, me estremeciera. Mi corazón se alborotó de felicidad n cuanto él tiró de mí con la misma dulzura de antes para acercarme más a su caliente cuerpo. Ese cuerpo al que quise abrazarme.
—Solo provocaras un escándalo si la llevas—La voz de Rossi detrás de nosotros, lo hizo enviar la mirada sobre su hombro—. ¿No le dijiste que protegerías a tu especie?
Los labios de Rojo hicieron una leve mueca, desagradado antes de contestarle:
—Lo dije, la protegeré de los examinadores que quieran lastimarla, pero no de esta forma, no puedo protegerla de su tensión cuando ella misma puede hacerlo.
Me miró, y me sonrió apenas antes de romper su agarre de mi muñeca y llevar ambas manos a empujar la puerta, para abrirla por completo. Tan solo la puerta se abrió, un chillido llenó toda la habitación y esa tensión se añadió instantáneamente a mis músculos cuando aquel par de ojos perlados se alzaron desde el rincón de esa cama clavados únicamente en Rojo.
—Nueve—lo nombró, me miró a mí de reojo antes de levantarse y trotar con toda sencillez hasta nosotros... hasta él, mejor dicho. Y al hacer ese trote, sacaba a la luz las mentiras de Rossi—. Al fin llegas, estaba esperándote.
Estaría sintiéndome tranquila, de no ser porque al verla estirando sus brazos con la necesidad de alcanzarlo, agujeró mi estómago, sin embargo, esos delgados brazos fueron detenidos justo a tiempo, antes de que alcanzaran el torso de Rojo y lo rodearan con fuerza, como aquella vez. Por otro lado, Rojo no la detuvo bruscamente, dejó que sus manos se apretaran sin ser rudo a los antebrazos de ellas para detener sus pasos, esos que querían a duras penas, acercarse más a él.
Su mirada carmín la estudió, estudió esa pálida piel y esa sudoración que lo hizo negar con la cabeza un par de veces.
— ¿Por qué dejas acumular tu tensión? — preguntó de sopetón él, hundiendo su entrecejo, pero no con molestia, era ese mismo desagrado que mostró segundos atrás antes de entrar—. Tu sangre es menos pesada que la mía, puedes bajar la tensión ejercitándote.
Aun así ella sonrió, y aunque no quise, terminé contemplando contra mi voluntad la ternura con la que miraba a Rojo. Sentí pánico en mi interior cuando ella abrió la boca.
—Lo sé, pero no dejo que se me acumule mucha—Y volvió a verme de reojo antes de extender una nerviosa sonrisa y ver nuevamente a Rojo, a esos orbes que la estudiaban con extrañez—. Hacia lo mismo con 23 para intimar, espero que no te moleste que quiera hacerlo contigo.
No supe que cara puse al escucharla, simplemente no podía creer que fuera capaz de decir aquello con toda normalidad a Rojo.
Los labios de él se retorcieron, sus brazos al fin dejaron los de ella que no se movió más, permanecía firmemente observándolo, mientras llevaba su mano a juguetear con un mechón de su largo cabello que se acomodaba sobre su hombro. Ni siquiera me había dado cuenta de que se lo había soltado, mucho menos desbagado la camisa y quitado los zapatos.
Sabía que todo eso lo hizo con un solo objetivo, y solo pensarlo los vuelcos volvieron a mi estómago, esas nauseas que solo provocaron más espasmos en mi cuerpo me hicieron soltar el aliento entrecortado, y saborear asquerosidad en mi boca.
Oh Dios. No era un buen momento para vomitar.
—Si me molesta—espetó él, esa sonrisa en el rostro de ella disminuyó lentamente dejando una mezcla confusa en la forma que terminaron teniendo sus labios, o incluso en la forma en que ella terminó viéndolo a él—. No mostré ni un afecto amoroso por ti, tampoco dije que quería ser tu pareja.
En ese segundo pude ver en el rostro de ella como la sorpresa y el shock le golpeaba, mirándome enseguida.
—Es ella, ¿cierto? — preguntó, volviendo la mirada en él, retrocediendo un par de pasos más—. ¿Es una broma? Es una examinadora, es igual a ellos y no me defendió cuando me hicieron daño, Nueve.
La manera en la que lo dijo demostró un ápice de molestia y rencor que creó una mueca en mis labios.
—Pym no es como ellos, es completamente diferente—defendió él y tan solo vi la manera en que abrió sus labios para agregar algo, ella le interrumpió
—Es que no lo entiendo, dijiste que me protegerías, que me tendrías a tu lado—musito, ahora sus dedos se restregaban unos a otros antes de levantar la mirada y depositarla otra vez en él—. ¿Por qué no quieres ser mi pareja? Después de todo somos los únicos que quedamos vivos, nos necesitaremos, Nueve.
No eran los únicos sobrevivientes Rossi dijo que en la base habían rescatado a otros, los habían limpiado del parasito. Miré a Rojo, contemplando su perfil, estudiando su postura y bajando por todo su cuerpo, hasta volver a su rostro. Desde que se la arrancó, no había vuelto a sucederle nada extraño, sus tentáculos no salieron como en el área roja, y su hambre tampoco.
—No nos necesitamos como pareja solo porque seamos de la misma línea de genes— pronunció palatinamente haciendo que ese pequeño cuerpo se sacudiera un poco—. Eres de los míos, no quería que tú ni otro experimento fuera lastimado por ellos por eso te protegí de esa examinadora y seguiré haciéndolo—repuso él, sabía a quienes se refería—. Pero no porque te haya protegido signifique otra cosa.
Por un momento pensé que ella se podría a llorar, que incluso intentaría acercarse a él o pondría una cara herida, pero no lo hizo, extrañamente no lo hizo. Solo bajó la mirada al suelo y mantuvo esos labios entreabiertos mientras escuchaba a hablar a Rojo quien no levantó el tono de su voz nunca y mucho menos engrosó la tonada.
—Pym es mi pareja—confesó, y esas cejas oscuras se hundieron como si aquella frase no le gustara—, y es la única por la que he sentido algo.
— Te tiene amenazado, ¿verdad? —la lentitud con la que lo pregunto me desconcertó, ¿qué? ¿Amenazado?—. Ella me dijo que tú dirías eso porque Pym te tenía amenazado, y podía hacer que tu tensión se acumulara hasta matarte.
El shock no podría golpear más mi rostro en este momento, ¿de qué demonios estaba hablando esta enfermera? La imagen de Rossi llegó a mi mente, y no pude dejar desde ese instante, de negar con la cabeza, estirando una irritada sonrisa en mis labios, sin poder creer lo que había escuchado.
— ¿Qué? —escupió Rojo, él shock de sus palabras también le afectó de la misma manera que a mí, con sus cejas hundidas y esos labios retorcidos y entreabiertos.
Ni siquiera dejé que Rojo le aclarara que aquello era una absurda razón, porque no pude contenerme al escuchar sus palabras, la duda me carcomía el cuerpo, temblaba mis músculos de ira.
— Estás hablando de Rossi, ¿no es así? —escupí la pregunta, ella pasó de ver a Rojo a mirarme a mí. Mis dientes se apretaron enseguida, ¿de quién más hablaba si no era ella?: — ¿En verdad creíste en lo que te dijo a pesar de que te lastimó? —quise saber, sintiéndome molesta más por lo que 16 había hecho que por lo que Rossi le dijo, ¿en serio le creyó? ¿Quién le creería a alguien después de clavarle un maldito cuchillo en el brazo? Eso era estúpido.
Pero lo sabía, sabía que ella tenía que ver con lo que 16 decía.
—Me lo dijo mucho antes de que me lastimara, me lo dijo cuándo me vistió en el baño y cuando él estaba inconsciente—explicó, ahora haciendo un mohín con los labios—. También agregó que tú me mirabas con esa intensión, y que no era bueno que yo estuviera sola y...—hizo una corta pausa pausa—, que si lo hacía ese hombre no me tocarían.
Temblequeé de ira.
Los gritos histéricos, todos, se acumularon en mi garganta, pero el shock no me dejó ni abrir la boca de lo tan fuerte apretaba mis dientes. ¿Cómo se había atrevido a decirle eso? Después de todo, la muy maldita ya sospechaba de nosotros y aun así se lo pidió.
Instantáneamente en que pensé que mi cuerpo actuaria por sí solo, saldría de la habitación y le arrancarían las mejillas a Rossi, algo se removió en mi estómago, todos los músculos de mi estómago se contrajeron con una rotundidad que ese pensamiento se escapó de mi mente y mi cuerpo salió disparado hacía otra parte de la habitación.
El baño.
Mis piernas se sintieron gelatinosas en tanto llegaba a la puerta que no dudé en estampar mi brazo sobre ella para abrirla, ignorando la forma en que Rojo me llamaba, confundido, sin darme cuenta de que estaba siguiéndome por detrás. Mis manos retuvieron mi boca, la apretaron cuando sentí la convulsión en mi esófago y ese líquido caliente emerger cada vez más por toda mi tráquea hasta mi garganta, un líquido que no pude contener cuando apenas llegué al cesto de basura.
No quería vomitar, pero no pude evitarlo cuando todo mi cuerpo se contrajo produciendo un sonido fuerte para expulsarlo todo en el interior del cesto. Mi mente se atascó con cientos de pensamientos cuando al terminar, esas contracciones disminuyeron, perturbadoramente.
Oh no. No, no, no, no, no...
Me dejé caer sobre mis rodillas, o eso intenté cuando aquel brazo masculino me rodeó por el estómago para sostenerme y no caer al suelo, al instante me trajo a su cálido cuerpo inclinado sobre mi espalda mientras su otra mano se aferraba a mi cintura. Sus dedos apretaban ligeramente mi estómago: esa zona en la que disminuían los espasmos.
— ¿Pym, qué te sucede? — Su pregunta apenas pude escucharla aún por la cercanía en que lo tenía. Ne sostuvo con ambas manos la cintura para arrodillarse a mi lado y ver de qué forma mis dedos apretaban el cesto de basura.
—Na...—Mis pulmones arrastraron con necesidad el oxígeno para responder sin apartarme del cesto: —. N-nada—carraspeé la garganta—. E-stoy bien.
Ni él, ni mucho menos yo creímos en mis palabras, ni siquiera el tono de mi voz de escuchó con seguridad, cuando nuevamente fui amenazada por otra contracción, haciéndome vomitar sobre el cesto en un fuerte gemido.
—Pym— su grave voz, llamándome con preocupación, me hizo jadear, todo mi cuerpo se estremeció.
Las contracciones desaparecieron, al igual que esas rotundas náuseas y ascos, y cuando esperé un segundo más para asegurarme que no volvería a vomitar, dejé el cesto en el suelo y cubrí el espete de mi boca. Traté de incorporarme, pero cuando intenté apartarme de él, con el propósito de alcanzar el lavábamos, no esperé su voraz movimiento para que dé un momento a otro, me encontrara sobre sus brazos.
Con esa misma rapidez, Rojo se acercó al retrete con la tapa cerrada y me sentó sobre él, con calma.
—Voy a revisarte—Se apartó, pero sus manos no lo hicieron, había vuelto a mi cintura. Se volvió a arrodillar frente al tazón con sus orbes ocultos debajo de sus parpados, solo verlo hacer y revisar todo mi cuerpo desde la coronilla de mi cabeza, me puso los pelos de punta.
Por supuesto que no, no estaba infectada, conocía mi propio cuerpo los síntomas del parasito no los tenía yo, el sabor de las galletas que ingerí hace un rato me gustó, igual el jugo de manzana y los deliciosos fritos de cebolla, no tenía hambre de otra cosa anormal y mucho menos sentía algo dentro de mi removerse o algo extraño tratar de atravesarme la piel. Quiero decir, solo sentí nauseas, pero fue mucho después de haber comido.
Oh maldición, un momento, eso no quiere decir que este embarazada, ¿cierto? Es la tercera vez que me ocurre, eso definitivamente no estaba bien. Se me heló la sangre cuando Rojo permaneció con el rostro inclinado, en posición a mi vientre, miré esa área y quise negar con la cabeza.
No, no. Yo no tenía nada ahí.
No tenía nada en mi vientre, ¿verdad?
—N-no he comido ni dormido bien—expliqué nerviosa, tomando su rostro entre mis manos para que él abriera sus parpados y depositara esos enrojecidos orbes sobre mi rostro con una intrigante preocupación.
Que no mirara más a mi estómago me hacía saber que entonces, no vio nada. Sonreí, sintiéndome un poco relajada, mientras él no encontrara otra fuente de temperatura, o la temperatura de mi cuerpo fuera de orden, estaría bien.
—No es nada grave—susurré, sus dedos acariciaron los lados de mi cintura, antes de que una de sus manos se levantara y el torso de esta tocara mi frente y se deslizara por mi mejilla.
—No tienes fiebre y tu temperatura es la misma. Pero que expulses el bolo alimenticio, no esta bien— esfumó las palabras enseguida, hundiendo un poco ceño y volviendo a cerrar sus parpados para revisarme por segunda vez, esta vez todo el cuerpo sin detenerse el mi vientre.
—Algún alimento me cayó mal, no es grave—traté de tranquilizarlo—. Después de todo lo que está ocurriendo, algo debía afectarme, ¿no?
Abrió sus bellos ojos y reparó en cada porción de mi rostro con cuidado, apreciando cada detalle fuera de su lugar, antes de acomodarme un mechón de cabello... que hasta ese momento me di cuenta de que estaba embarrado de lo que vomite.
Rápidamente le di una revisión al resto de mi cuerpo agradeciendo que solo fuera ese mechón lo único sucio, además de mi boca.
Mi boca aún tenía un sabor asqueroso.
Tendría que bañarme.
—No quiero que nada te afecte—Que me dijera eso floreció calidez en mi pecho, nuevamente mi corazón se aceleró, descontrolado—. Debe ser tu pierna.
Estaba segura que no era la pierna solo tenía un enorme moretón pero no era nada grave.
Su palma en mi muslo me sorprendió sobre todo cundo esos dedos se deslizaron por encima de él e hicieron presión, una presión que no fue brusca pero que aun así me hizo
Y él, vio mi quejido.
—Baja tus pantalones, voy a revisarte — No fue para nada una petición, Rojo se inclinó sobre uno de sus costados y estiró su brazo para alcanzar el botiquín que se hallaba tirado en el suelo. Seguramente Rojo lo había soltado para tomarme entre sus brazos.
Iba a levantarme, pero me quedé sentada, todavía no terminábamos von los malentendidos de 16, y no podíamos dejarla aún lado sin siquiera pedirle que baje ella misma su tensión.
—Todavía no— dije viendo como sacaba fe la caja un par fe pomadas antiinflamatorias—, aún no aclaramos mucho con 16.
—Cuando te revise y vea que no es nada grave, hablaremos con ella— Parecía muy seguro de lo que decía, e incluso de lo que haría, pero seguí insegura, preocupada.
—No necesitan hacerlo...—Aquella voz me hizo elevar la mirada y depositarla en el umbral donde aquel delgado cuerpo vestido de hombre se mostraba conforme avanzaba. Su perlada mirada estaba depositada en mí—. Pensé que me estabas mintiendo con que Nueve era tu pareja. Esa examinadora me dijo que inventarías algo parecido a tener una aventura con él, porque estabas obsesionada.
¿Una aventura? ¿Obsesión y amenaza? Rossi no se salvaría de tantas mentiras que dijo, no se salvaría de mi mano. En serio, no podía entender cómo había sido capaz de armar tanto escándalo con mentiras, ¿por qué razón lo hizo?
Algo estaba tramando, lo sentía. Ella no lo hacía solo por diversión, solo porque le gustara molestar, tenía una razón e iba averiguarla.
—No sabía que podía emparejarse con un examinador, ¿no está prohibido?
¿Eso mismo se lo había dicho Rossi? Era increíble. Aunque recordara las reglas de este laboratorio, y aunque pensara mucho en los problemas que habría tener una relación con un experimento, en estas situaciones, ya no me importaban los problemas.
Y estaba segura que a nadie más le interesaba lo prohibido y permitido en el laboratorio.
—No me importa eso —contesté, y a vez en que ella entorno una mirada como si le sorprendiera mi respuesta, Rojo levantó la mirada de las pomadas para verme, eso produjo una sensación de cosquillas en mi estómago.
—A mí nunca me importó, y además ya no estamos bajo sus reglas, podemos decidir por nosotros—esbozo las palabras en una clase de tono ronco y bajo, si crepitar, ese que desde el principio me hipnótico estremeció lo más profundo de mis entrañas. Vi además de la forma en que abría sus carnosos labios, su oscurecida mirada y por ese instante, parecía estar a punto de lanzarse contra mí para devorarme de otra manera.
Y aunque eso me puso muy nerviosa y ansiosa, pude hacerle la señal de que había un tercero en el baño
Él reaccionó, bajó su rostro y exhaló.
—Solo te puedo pedir que bajes tu tensión de una vez por tu bien, necesito revisar a Pym—esas palabras fueron para 16, quien después de varios segundos de estudiarlo, junto sus labios y asintió.
—Aun no puedo confiar en tus palabras—Sus manos se tomaron del marco, todo su delgado cuerpo se recargó contra la puerta, sin quitar la mirada de mí —. Pero tú también, dijiste que me protegerías, espero que ustedes no estén mintiéndome. No tengo a nadie y ustedes se tienen a ustedes...
Con ese hilo de voz tomó el picaporte y cerró la puerta, dejándonos a Rojo y a mí a solas. Tan sólo la habitación se llenó de silencio, bajé el rostro para contemplar a Rojo y ver como sacaba más pomadas, sin enviar una mirada en su dirección.
— ¿Crees que baje su tensión?
—Tiene que, esos examinadores no dejaran que muera y si no baja su tensión intentaran hacerle daño— dijo, no muy convencido—. No quiero que le hagan daño, nunca me gustó que lastimarán a los míos y que estos no hicieran nada más que quedarse a llorar. La protegeré hasta donde pueda sin tocarla, hasta que aprenda a protegerse a sí misma así como yo aprendí— cuando terminó sus palabras y terminó de acomodar las pomadas en el suelo, todas abiertas, subió sus orbes para verme—. Tú me enseñaste eso.
¿Yo le enseñé a protegerse? Supongo que fue cuando lo conocí. Deseaba tanto recordar los momentos con Rojo.
—Me dijiste que no dejara que otros me hicieran daño, que aprendiera a decidir por mí mismo—murmuró al final. Escucharlo decir eso, a pesar de que no recordaba nada de lo que le dije, me gustó. Los experimentos también eran personas, también tenían derechos, debían decidir lo que quería y no hacer, no dejar que otros decidieran por ellos—. Me protegiste hasta donde pudiste, ahora es mi turno protegerte más de lo que nunca tuve la oportunidad de hacer, aunque fallé, te atacó un experimento y no pude protegerte.
Iba a contestar que no había sido su culpa hasta que recordé que yo jamás le había dicho del experimento que me atacó.
— ¿Cómo supiste eso?
—Ese examinador me lo dijo—suspiró después de unos segundos de silencio, miró mi muslo—, también me dijo lo de tu pierna lastimada—la manera en que lo pronunció, con desagrado y decepción me hizo tragar. Se inclinó contra mis pernas, sus manos las tomaron y ese besó en mi muslo derecho me contrajo el corazón—. Perdóname por no cuidarte, me siento un imbécil por no darme cuenta de tu pierna ni aun protegiendo a 16.
—No es gran cosa y se quitara con él tiempo. Además, no fue tu culpa—aclaré, viéndolo incorporarse y todavía, empujarse con su rodillas para acercar su rostro con él mía. Cuando supe lo que haría, cuando supe que me besaría lo detuve, siendo consiente de mi mal aliento, y eso le sorprendió a él—. Me apesta la boca.
Toda mi piel se calentó de inmediato cuando esas comisuras oscuras se estiraron en una sonrisa endemoniadamente enigmática en la que todos sus colmillos blancos se dejaban ver, resplandeciendo amenazadoramente.
—Tú me has besado en mis peores condiciones — Cuanta verdad decía, recordando que incluso, lo llegué a besar después de ingerir carne y órganos de experimento. Volvió a arrimarse para atrapar mis labios y solo pude retirarme colocando mis manos frente a su pecho, deteniéndolo por segunda vez
—Pero en serio, me apesta horrible, vomité—vio mi insistencia, y asintió.
Pero sin disminuir esa sonrisa que provocó que el estremecimiento se concentrara únicamente en mi vientre, bajó sus orbes en dirección a mis labios y en un abrir y cerrar de ojos, me besó. Un beso que me dejó congelada, él se apartó luego de ello, acomodándose entre la apertura de mis piernas, y observarme con cautela.
—Tenía que hacerlo—cerró su sonrisa y la disminuyó un poco antes de mirar a mis piernas—. Bajaré tus pantalones.
Esas manos agiles, no tardaron en volar hacía mi vientre— hacía el borde de mi pantalón— y desabotonar mis jeans con una rápida agilidad que me desconcertó, pero terminé estremecida cuando sus dedos se adentraron un poco tocando la piel fría y frágil de esa parte.
La vez en que hicimos el amor en la habitación y Rojo me embistió con sus dedos, me detuvo el aliento un segundo para después reaccionar.
—L-lo haré yo—Me levanté enseguida debajo de esa profunda mirada observante. Rojo se retiró un poco hacía atrás sin levantarse, para darme espació.
Con una inquietud, y ese nerviosismo a flor de piel que la sonrisa de Rojo había dejado marcada en mí, bajé mis pantalones, amontonándolos sobre mis pantorrillas, desnudando mis muslos, dejando a la vista entera de esa mirada depredadora—ahora oscurecida— mis bragas, esas que no tardó en contemplar y tragar con dificultad, antes de que algo más llamará su atención.
Vi su gesto, el gesto que construyó cuando su mirada reptil atrapó el hematoma en mi muslo, sus cejas juntaron y esos labios se apretaron en un gesto de culpa.
—Es grande y esta oscuro—comentó, sin dejar de mirarlo, examinarlo y estudiarlo con preocupación.
—Tampoco es grave, se quitará—quise restarle importancia, pero pareció que eso no sirvió en él. Me senté sobre la taza del retrete, él volvió a acomodarse entre la apertura de mis piernas y se estiró hacía un lado para tomar un par de pomadas—. Creo que con una sola bastará.
—Nunca antes las he utilizado—añadió. Un par de sus dedos se untaron de mucha pomada, y se aproximaron a mi muslo—. Tampoco sé si te va a doler.
—No duelen las pomadas.
—Pero la herida sí—soltó con gravedad, sin dejar de ver el moretón. No dije nada más y lo observé, como llevaba sus dedos a lo más alto de mi muslo moreteado, y en cuanto sus dedos tocaron mi muslo esa mirada me vio buscando algún gesto de dolor, negué enseguida, porque lo único que hasta ese contacto había sentido, fue un cosquilleó.
Él empezó a untar, repasando lenta y cuidadosamente mi muslo con sus dedos, y hasta que la pomada en ellos se terminó él volvió a untar, repitiendo el acto hasta cubrir mi moretón y terminar con ello, dejando una sensación cálida en mi musculo. Imaginé que después de hacer eso se apartaría y se levantaría, pero entonces, solo llevó sus manos a tomar cada una de mis pantorrillas.
—Estaba muy asustado cuando no te encontré en la oficina—Se inclinó su torso y ese rostro se movió rumbo a mi pierna derecha—. Solo pensar que algo malo te había sucedió, estuvo a punto de enloquecerme.
Se me aceleró el corazón cuando esos carnosos labios besaron la rodilla.
—No vuelvas a irte así— Y volvió a besar, pero esta vez, la piel sana de mi muslo—. No me asustes de esa forma. No quiero perderte, Pym.
Suspiró, un suspiro cálido que acarició el resto de mi pierna lastimada y erizó todas mis vellosidades, y debía admitir antes de perder el control que no solo hizo que mi estómago empezara a cosquillar, sino que mi vientre se contrajera y pulsara de excitación.
Jadeé.
Lo más bajo de mi vientre se calentó instantáneamente, bastando solo ese suspiro contra mi piel, para mojarme.
No, no, este no era el momento.
Lamí mis labios cuando ahora, él se posicionó sobre mi otra pierna, sus carnosos y cálidos labios besaron esa piel fría, enviando corrientes cálidas y placenteras de mi muslo a mi vientre, cuando continúo un lento camino de besos húmedos por mi pierna, mis manos volaron a cada lado de la taza para sostenerse con fuerza, sintiendo como mi cuerpo quería mecerse hacía él.
Oh maldición, ¿por qué estaba sintiéndome tan sensible hoy? Solo eran besos, besos lentos y húmedos en los que sentía como se detenía su lengua para saborearme...
Y relamí los labios, mi cuello amenazaron con estirarse y mis labios con abrirse y gemir al sentir, en el momento justo en que sus manos levantaron un poco la camiseta que llevaba puesta, sus labios besando la piel de mi abdomen, mi zona intima ardió con ansia y deseo, necesitada de su toque, y la cuál se encendió y despabilo de placer cuando esa boca llegó a besar mi vientre por encima de la delgada tela interior. Bajó la tela con sus dedos, para dejar a su vista parte de la piel de mi vientre, en la cual se sumergió su boca en besos en los que su lengua saboreaba mi piel.
Gemí ahogado, y gemí su nombre cuando succionó sin detenerse. Solo pude mirar hacía el techo del baño y atrapando en la mira ese pedazo de madera que cubría la única ventilación de. Ni siquiera pude mirarla un segundo más cuando mi visión se nubló y otro gemido más excitado escapó de mis labios a causa de esa lengua juguetona haciendo presión, con la intensión de arrancarme gemidos de placer.
Cada movimiento suyo era delirante, me perdía y eso que su boca no estaba en mi frágil entrada.
—Si yo te perdiera, Pym...— se apartó, y llevando sus manos a cada lado del tazón, acomodándolas junto a las mías, se levantó aproximándose a mí rostro para, ahora, contemplarme con desconsuelo.
—N-no... — mi voz estaba perdida a causa de él, todo de él me tenía cautivada—, no lo harás.
Algo me desconcertó cuando terminé las palabras, y fue ver a Rojo retirando su mirada con arrepentimiento, además de retirar todo su cuerpo volviendo sobre sus rodillas, y haciendo una mueca con los labios.
El ambiente alrededor volvió a cambiar, tenso y pensado a causa de él.
—Tengo que decirte algo, no es justo que te lo oculte y haga como si no hubiese sucedido algo.
— ¿De qué hablas? — me sentí confundida
—De la tercera vez que te besé— y su voz, sobre todo, revestida de dureza me preocupó más que saber que estaba hablando del tercer beso, y no del primero—. No es justo que te oculte lo que te hice ese día o lo que te estuve a punto de obligar a hacer.
Pestañeé perturbada por su suspenso, por el apretar de sus puños como si retuviera su enojo. Eso me preocupo y mirar la forma en que hundía su entrecejo y negaba ligeramente me perturbó. ¿Qué pasó ese día? ¿Qué fue lo que me hizo?
— ¿Qué ocurrió esa vez?
Él regresó la mirada a mí, mordiendo su labio inferior y soltándolo de golpe para contestar.
—Tenía la tensión acumulada esa vez—reveló, pero haciendo otra pausa que solo me hizo volver a pestañar—. Yo quería que tú me tocaras...
Yo quería que tú me tocaras. Esa frase se repitió en mi cabeza y por supuesto con su tono bajo y pronunciado, me dio a entender que nunca lo toqué o le bajé la tensión en ese momento.
— Que me tocaras como lo tocabas a él, pero no quisiste hacerlo—exhaló, pasando de ver mis ojos a mis labios —, fuiste a buscar a una mujer para que me atendiera, y yo te detuve, enloquecí. Te besé pero no fue un beso de labios solamente..., pensé que si te besaba y te tomaba de la cintura como lo hizo él, y te recostaba en mi cama, mis feromonas te afectarían y querrías intimar conmigo.
Esa imagen llegó a mi mente, ese mismo recuerdo que provocó que yo le preguntara a Rojo sobre si antes nos habíamos besado, ahora sentía que el recuerdo era mucho más claro, yo siendo acorralada y besada por él, un beso de lengua tan rotundo como el beso que me dio cuando salimos del túnel de agua.
—Yo no quería que otra mujer lo hiciera, no quería que me tocara más, quería estar contigo antes de ir a la incubadora y no volverte a ver...— Su tono se volvió grave, ronco, sin ser nada bajo—. Y la forma en que me miraste cuando me apartaron de ti, me rompió. Estaba tan arrepentido que cuando te fuiste, me escapé de mi sala, quería disculparme pero ni siquiera pude salir de mi sala a buscarte, cuando los soldados me detuvieron.
Quiso decir algo más, pero apretó sus carnosos labios, los selló en una línea larga en tanto seguía observándome, esperando a que dijera algo. ¿Qué quería que dijera o cómo quería que reaccionara? Estaba sorprendida, pero para ser franca no me sentí molesta o decepcionada.
Tal vez estaba mal de la cabeza, o tal vez era porque no recordaba todo lo demás, quizás, o tal vez, se debía por lo que sentí en ese recuerdo, estaba asustada pero también, recordaba la forma en que mi corazón latió, acelerado, y la forma en que mi cuerpo se sintió con su beso y sus caricias.
Había algo más, pero no se trataba de Rojo en ese instante, sino de mí, de lo que yo sentía en ese momento...
— ¿Eso es todo? —fue lo único que pude decir, él ladeó un poco la mirada y negó con la cabeza.
—Adam fue el que me apartó de ti esa vez, Pym.
Y eso incluso me asombró más que un beso forzado de lengua, porque con eso pude comprender mucho más la actitud de Adam con Rojo.
— ¿Sucedió algo más entre nosotros? —Hundió su entrecejo, confundido, tal vez por no ver en mí la reacción que él esperaba—. ¿Algo peor que ese beso?
Estaba a punto de negar con la cabeza cuando se detuvo para pensar, mirando nuevamente las pomadas:
— ¿No estas enojada conmigo? —fue su pregunta, y no dude en negar.
—Si hubiera pasado a más—dejé un corto silencio antes de seguir—, creo que sí, no lo sé...
Y él negó.
—Iba a pasar Pym. No podía detenerme contigo, en verdad te deseaba a ti y no quería que nadie más me tocara ese día, solo tú. Te estaba forzando, y no sabía si me detendría, si no fuera por él yo tal vez te habría... violado.
La última palabra, esa última palabra que él soltó en una exhalación entrecortada, se extinguió a causa de aquellos escandalosos y horripilantes balazos que se levantaron y exploraron toda la habitación fuera del baño, llenándola de terror.