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Experimento (Rojo peligro) #1

Cuando despiertas en un laboratorio subterráneo abandonado, atrapada en un salón de experimentos rodeado por monstruos que quieren devorarte y en compañía de una incubadora de agua donde hay un hombre en mal estado, te das cuenta que todo está terriblemente mal.

Lizebeth_Honny · 一般的
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56 Chs

El hambre de 09 Rojo

El shock era tanto que no supe en que momento el número diez saltó por todo el techo y se encaramó en un empujón hasta al suelo junto a las máquinas de alimento. Evadiendo al instante, el furor de los tentáculos negros que golpearon contra el techo y se desparramaron a todos lados de éste.

No eran tentáculos, pero era la única forma en la que podía explicar lo que estaba viendo.

Se me comprimió el estómago cuando vi la forma en que se sostuvo sobre sus canclillas, doblando sus rodillas para estirar su cuello y observarnos. Pasó su mirada del Noveno a mí y volviendo a él. Todo su cuerpo estaba bañado en escamas, ninguna se le había caído aun rebelando parte de su piel humana... Retiré la última palabra de mis pensamientos instantáneamente en cuanto lo encontré agrandando su boca, toda esa piel de su mejilla se estiró hasta romperse y dejar ver la grandeza aterradora de todos esos colmillos mucho más largos que los del Noveno.

¿Tan siquiera era humano? No, definitivamente no lo era.

Mis huesos saltaron debajo de mi piel cuando gruñó, cuando sus esféricos ojos rojos que no llevaban pupilas, se abrieron, clavándose solamente en una persona. En él.

Retrocedí con torpeza y casi terminé cayendo sobre una de las sillas en el suelo, odié que el miserable ruido que emití atrajera su rostro con la misma velocidad en la que recordé que lo hizo el noveno dentro de la incubadora.

— ¿Qué le pasó? — quise saber más asustada que sorprendida. La verdad era que nunca me detuve a revisar la incubadora diez, pero se miraba exactamente igual a los cuerpos que estaba en la 08 y 09. Me sostuve de lo que pude ya que mis rodillas no me respondían, y abrí mucho los ojos para estar al tanto de cada amenazador movimiento.

Desde la espalda baja del Décimo, se alargaba hacía atrás una engrosada cola como la de las lagartijas. Puse atención, hasta su forma de caminar y moverse podía confundirse con el de un lagarto. Uno muy enorme. Me pregunté por qué había cambiado tanto su forma humana a la de un reptil.

—Evolución—respondió sin más.

— ¡Eso te está pasando a ti también! — exclamé con una mirada desconfiada hacia el brazo del que salieron todos esos tentáculos. Estaba adquiriendo un color negro y una largura anormal.

Los tentáculos, o fuera lo que fueran esas cosas, se despegaron del techo y se dejaron caer sobre el cuerpo de la lagartija, la fuerza con la que los tentáculos se separaron del techo cuando el Décimo intentó echarse a correr a uno de los extremos del laboratorio, terminaron envolviéndolo, o quise pensar ...

Cuando un leve gruñido a mi izquierda me hizo voltear.

Estaba ahí, sobre el escritorio de las 6 computadoras con botones de distinto color, sus manos encima la pantalla del botón naranja y la del botón verde— una de ellas que comenzó a parpadear a causa de lo mucho que el experimento se recargaba sobre ella—, su espalda encorvada y su rostro... sus ojos entornados en mi dirección. Esas diabólicas esferas rojas que me reflejaban, inyectaron vértigo. Era veloz, muy veloz, ni siquiera había visto que se movió. Mis manos se aferraron a uno de los braseros de la silla y, aunque todo mi cuerpo amenazaba con quedarse paralizado, al verlo alzarse de un salto hacía mí, mis brazos respondieron lo contrario.

El peso de la silla se cargó en mis músculos cuando me obligué a levantarla, apretando todos mis dientes y encontrando fuerza de donde no creí tener. Y cuando al fin la tuve levantada, cada uno de los movimientos que hicimos había tomado una velocidad mucha más lenta. Esa lentitud fue suficiente para ver, tanto los tentáculos del Noveno estirarse hacía nosotros, como ver el rostro del Décimo de tal forma que mi mente se lo dibujara.

Las escamas se hallaban pegadas a él como si fuera su única piel, marcaba incluso sus aterradoras facciones del rostro que no tenían nada que ver con las del Noveno, sino con las de una calavera. Abrió su boca que llegaba por encima de sus pómulos, y me mostró su larga lengua picuda y esos colmillos de tiburón más separados que los del Noveno. Todo el calor de mi cuerpo se escapó y un frio intenso tomó su lugar enseguida, era imposible que la silla llegara a golpearlo antes de que mi cabeza se encontrara en el agujero de su garganta, siendo masticada por los colmillos.

Pero sucedió, aquellos tentáculos golpearon contra la silla que se estampó rotundamente rápido con el torso del Décimo. Su boca ni siquiera tocó mi nariz, pero su aliento ya estaba clavado en mí. La fuerza de los tentáculos rompió con el agarre que tenían mis manos sobre el brasero de la silla, logrando que también todo mi cuerpo terminara cayendo. Y de la sorpresa, ni siquiera pude detenerme con los brazos, cuando mi mentón ya había tocado el suelo y el golpe aturdido mis sentidos.

Gemí por dolor.

El Décimo, que había salido disparado hacía la pared junto a la puerta del baño, hizo que ésta vibrara y grietas empezaran a alargarse sobre la misma. El polvo se alzó rápidamente como el humo y nubló toda esa área. Me paré sin reparar en mis dedos lastimados o mentón que palmeaban con dolor. Vi al Noveno pasar junto a mí: una de sus manos rozó mis nudillos y el calor que con anterioridad se escapó de mi cuerpo, volvió a mí. Él caminó en dirección a la pared que tenía grietas del tamaño aproximado de un metro, quedando a tan solo unos pasos para atraer todos esos tentáculos que rodeaban el cuerpo negro.

Todos mis músculos estaban endurecidos pero eso no impidió que volviera a alejarme, escondiéndome detrás de una de las incubadoras repleta de agua rojiza, aunque escondiéndome no haría mucha diferencia y mucho menos correr, porque definitivamente no había a donde echarme a correr. Observé, atenta y estremecida como en ese instante él alzaba el cuerpo apretujado del Décimo — que parecía inconsciente— y, dejaba que sus tentáculos resbalaran por todo su estómago hasta tomarlo de brazos y piernas.

Me pregunté qué era lo que haría, seguramente se aseguraría de que estuviera muerto, lo cual parecía ya estar. La parte de su pecho se encontraba menos ancha de lo que recordaba, los huesos de sus hombros y costillas estaban contraídos a su interior a causa de lo mucho que sus tentáculos lo habían apretado, y una de sus costillas atravesaba la piel de su costado izquierdo. Era seguro que estaba muerto, que sus pulmones habían sido atravesados también.

El silencio se apodero de todo el laboratorio, sobre todo de él que no inmutaba ni una palabra mientras examinaba el cuerpo escamoso. Levantó su brazo, esa que aún tenía forma humana, y vi como sus uñas se alargaban como la hoja de un cuchillo y le atravesaban una parte del pecho.

Respingué en mi lugar y retuve el aliento ruidosamente, él torció solo un poco su perfil de rostro para verme por el rabillo. La sangré se derramaba por todo su brazo humano, y con cada uno de los sonidos de sus huesos tronando a causa las garras, lo hizo estiras la única comisura que era capaz de ver en su perfil. No supe si era una sonrisa o una mueca pero ese acto logró que un sinfín de escalofríos se deslizara por mi espinilla.

Solté un jadeo silencioso cuando arrancó algo de su interior, un órgano que sus garras rodeaban, los rastros de piel que le fueron arrancados también del pecho del décimo por la fuerza, le colgaban desde las puntas de sus garras apretadas. Fijé perturbada la mirada como pude, y reconocí que ese era un corazón.

Le arrancó su corazón.

Finalmente, retiró los tentáculos dejando al resto de su cuerpo caer al suelo.

Inmediatamente noté como todos esos apéndices se reducían de tamaño y volvían a su brazo, al interior de este. Tragué con fuerza desviando la mirada, con los latidos resonándome en los oídos. Una vez pestañado hasta recuperar la claridad de mi vista, la devolví a él. Los tentáculos, todos, habían desaparecido y sus dedos que en un principio explotaron delante de mis ojos, aparecieron nuevamente tomando el corazón.

¿Por qué arrancar su corazón? Tal vez era para asegurarse que el Décimo muriera. Olfateó el órgano, una acción y cercanía que no esperé jamás.

Y lo lamió.

Algo inexplicable picoteó todo mi cuerpo, y un miedo terrible me invadió, advirtiéndome, sacando el impulso en mis piernas de salir del escondite en un solo empujón cando él abrió la boca y sus colmillos se relucieron por encima del órgano.

—No—grité con el corazón en la boca: mi propia exclamación me tomó por sorpresa. Él apartó el órgano y atrajo la mirada carmín en el ademan de mis brazos exaltados.

Él miró de nuevo el órgano desangrándose en sus manos, pareció consternarse cuando volvió a olfatearlo, y lo soltó como si su acto mismo lo pasmará. Retrocedió cuantas veces pudo llevando su mano al estómago, con la mirada en el cuerpo sin vida. Y sin más me devolvió la mirada con un indescriptible gesto en el que sus cejas se mantenían hundidas pero sus ojos, esa temible mirada, llena de imponencia.

—Creo que tengo hambre— dijo, con un cierto recelo en su voz. Tragué en seco y me dejé ver de nuevo el órgano que había rodado hasta la pierna del décimo. Un segundo me costó procesarlo.

Así que hambre... ¿y se comería el corazón para saciarse? Aunque lo había entendido desde el momento en que lo vi abriendo la boca, pero su claridad me dejó mucho peor que antes, porque con el solo hecho de estar a punto de consumirlo hacía un revoltijo en mis pensamientos.

Rápidamente, intercepté su caminar y tan solo supe a dónde se dirigía, mis rodillas se estremecieron. Busqué las tijeras, se habían resbalado de mis bolsillos cuando me caí, y corrí a recogerlas, siendo lo único con lo que podía defenderme.

Retrocedí de inmediato.

— ¡Para! —exclamé, enseñando con advertencia, las tijeras en mis manos. Al fin tuve sus ojos fuera de mí, solo para revisar el objeto filoso. Dos pasos después, él quedo del otro lado de las 21 computadoras.

—No quiero lastimarte.

—Entonces no te acerques a mí—advertí.

—Pero eso es lo que quiero.

—No lo hagas y solo responde—terminé con una orden. Y no, no me sentía segura sabiendo que las tijeras no le harían nada—. ¿Qué tipo de experimento eres?

—Soy yo...—se señaló, vi la forma tan intrigante en que sus cejas pobladas se hundían—. Soy Rojo 09—respondió.

— Eso no me responde nada—apunté, mirándolo con severidad aunque, mi interior era un desastre teniendo su mirada reparando mi rostro—, ¿por qué los crearon?

—Tampoco lo entiendo—negó, moviendo un poco su cabeza a los lados—. Pero no se crea nada sin un propósito.

No le creí.

— Entonces...—hice una pausa, elevando más las tijeras cuando él se llevó las manos a la capa de escapas que cubrían la corona de su cabeza hasta la parte del cuello de atrás. Se arrancó toda esa área de escamas, dejándome boquiabierta. Mechones humedecidos de cabello en un color castaño oscuro resbalaron por toda su frente, rozando sus labios y quijada, sombreando su endemoniada mirada. El resto de mechones se alargaban a los extremos de su rostro y por detrás de su cabeza, llegando un poco por debajo de sus hombros.

Tenía cabello, este tipo tenía cabello.

Lanzó al suelo la capa de escamas que se mantenían firmemente con la misma forma, y se examinó un gran mechón, acariciándolo con sus dedos.

— ¿Y c-có-cómo supiste que el 10 evolucionó?, ¿por qué evolucionó? —continué con mis preguntas, enderezando mi postura, esa que por el instante había flaqueado cuando su aspecto tan humano me golpeó los nervios. Alzó únicamente la mirada sin dejar de acariciar su mechón, y la depositó en alguna parte de mi rostro.

—La evolución es nuestra maduración, y es algo natural en nosotros. Esas personas dijeron eso, es lo que sé—mencionó. Su respuesta me puso a pensar, hizo que más cuestiones se me acumularan. Movió sus piernas, rodeando los escritorios que por segundos habían cubierto la desnudes desde su vientre hasta los pies. Una rápida mirada me dejé dar a su cabello antes de repetidas veces pestañar y carraspear.

— ¿Evolucionarían cómo el número 10? ¿El monstruo de la puerta 13, evolucionó? ¿Antes era una persona?

Agachó la cabeza, viendo... viendo su entrepierna.

—Si yo supiera—alargó las palabras, ladeando el rostro y subiendo sus ojos por todo su estomagó hasta el pecho—, lo diría, pero no lo entiendo todo. Si fuera la misma evolución o maduración sería igual a Rojo 10 y no a Negro 05, somos todos... creo que diferentes.

Me dejé caer la mirada, era tanta mi confusión que necesitaba un momento para ordenar mis pensamientos. Repetí sus palabras mentalmente pero nada de esto tenía... ¿por qué evolucionarían cuerpos humanos para deformarlos a este nivel?

—No soy una amenaza para ti—insistió.

—No lo sabes —contradije, aunque sí ya quisiera matarme, desde cuando que lo haría, aun así, lo prefería lejos—. Yo solo quiero salir de aquí, con vida... ¿Sabes cómo salir?

Sus orbes carmín pararon en mis pies y fueron subiendo de tal forma por cada milímetro de mí cuerpo que me sentí inmediatamente vulnerable y con la piel erizada.

—La única salida es abriendo las puertas—repuso, sus ojos se detuvieron en mi pecho y, luego, volvió a ver el suyo, esta vez, reconocí su gesto, era de intriga. Presentí que antes no se había tomado el tiempo de ver su cuerpo y que seguramente a eso se debía su inquietante curiosidad de contemplarnos, ¿sabría lo que es un hombre y una mujer?

Sacudí la cabeza, estaba divagando en tonterías.

— ¿Sabes abrirlas? —solté con gran rapidez que me pregunté si realmente me había entendido—. ¿Sabes cómo abrir esas puertas?

—No, temo que solo pude saber cómo salir del incubado.

— ¿Cómo lo supiste entonces? —Lo miré con sospecha, sentía que no estaba siendo sincero, que estaba mintiéndome, que algo ocultaba.

—Esas personas hablaban de la máquina, incluso nos sacaron unas veces para inyectarnos algo, lo memoricé todo—contestó. Vi una de sus manos acercarse al escritorio junto a él, pero no lo tocó—. Memoricé sus palabras y movimientos. Sé también de los experimentos humanos, porque hablaron de nosotros.

Experimento, esa palabra contrajo mi mirada por detrás de mi hombro.

Me fui moviendo lentamente terminando del otro lado de las incubadoras no porque tuviera miedo—cosa que si tenía—, sino porque quería cerciorarme de que el numero 8 estuviera en aún. Y sí, lo estaba. Seguía en la misma posición, sentada sobre su trasera contra el cristal, abrazándose a sus rodillas y ocultando su cabeza. Examiné su cuerpo, las escamas habían dejado toda su pierna derecha y gran parte de sus dos pies desnudos en una piel morena clara.

¿Ella sería igual a Rojo 09? ¿Era peligrosa?

Una, tan inesperada, caricia por debajo de mi mentón me heló la sangre, por instinto mi mano apartó esos desconocidos dedos y mi rostro se giró. Eché un brinco del susto y un chillido apenas audible escapó de mis labios cuando lo encontré justo frente a mí, a centímetros de tocarme con su mano alzada y estirada. Retrocedí o eso intenté cuando sus dedos rodearon mi brazo y en un leve jalón me atrajo a él. El musculo de mi brazo sintió ese escalofrió por el contacto cuando sus dedos resbalaron hasta mis nudillos. Mi corazón se aceleró, turbio, aterrado de ver por segunda vez, en esa corta distancia, sus escalofriantes ojos en los que me reflejaba.

Era como ver oscuridad y sangre, una oscuridad muy peligrosa, únicamente eso. No más. Reaccioné cuando, por segunda vez quiso tomarme del mentón, terminé empujándolo y levantando las tijeras hasta dejarlas a pulgadas de su garganta.

Su mirada se sombreó repentinamente cuando alzó su mentón. Serio y peligroso tal como sus orbes carmín, por ese instante sentí que estaba tentándome con hacerlo, con herirlo.

—No soy una amenaza para ti— repitió, en un tono serio. Sus dedos dejaron mis nudillos, el frio volvió a invadir mi piel de inexplicable forma. Se miró sus dedos, vi hacia esa dirección y encontré que sus yemas estaban manchadas de sangre—. Estas sangrando.

¿Sangrando? Me pasea apresuradamente el torso por mi mentón y ardió con el simple acto. Miré la sangre en mi mano, recordado la caída que tuve, después de todo había sido un golpe que no pude detener. Tragué el miedo y volví a respirar, retrocediendo dos pasos y apartando las tijeras.

— ¿Ella es igual a ustedes? —cambié el tema, mirando a la octava incubadora. Él no se volvió a acercar a mí, permaneció en esa corta distancia dirigiendo una mirada a la incubadora 8.

Asintió.

— ¿Peligrosa?

Asintió otra vez, y tras su movimiento, ella elevó la cabeza, fue así como otro trozo de piel se dejó ver en la parte de su frente y mejilla.

Analicé sus palabras y la postura del experimento femenino. Aunque se miraba tan aterrada, tan confundida, ¿era posible de que lo fuera? ¿Se transformaría en algo parecido al 05 o 10? De solo pensarlo, mis músculos se sacudieron debajo de mi piel.

El hombro del noveno rozó con el mío cuando me pasó de lado, me volteé sobre mis talones para seguirle con la mirada, iba en dirección a esa máquina con la que detuve sus muertes.

—Todos los somos, rojo 08 también intentará matarte si sale.

— ¿Y tú?

Mucho miedo se añadió a mi cuerpo cuando él abrió sus labios carnosos para responder:

—No, nunca lo haría.

Lo miré fijamente, ¿cuál era la diferencia de matarme y no matarme? ¿Por qué él no iba a matarme? Quería saber, pero a la vez, no sabía si preguntar, no sabía si quería saber la respuesta, tenía miedo.

Observó la palanca que, no tardó en tomar y bajar con una fuerza que terminó partiéndola por la mitad. Abrí los ojos en grandes cuando nuevamente el sonido de un abanico detuvo mi respiración, y no quise voltear, pero lo hice cuando escuché esos ahogados gritos femeninos.

Solté un entrecortado jadeo.

La sangre empezó a salpicar el cristal, sus manos, esas que estaban cubiertas de escamas, se aferraban a los lados de la incubadora. Estuve segura de ver como sus dedos se alargaban tomando casi la forma de los tentáculos que salieron del brazo de Rojo 09. Tenía el rostro entornado en dirección al abanico. Las aspas estaban triturándola, jalando su cuerpo cada vez más haciéndole menos poder detenerse, el dolor se emitía con sus infernales gritos hasta ser quejidos agonizantes, en segundos ella había dejado de luchar, dejándose resbalar. Y cuando solo vi su cabeza, retiré la mirada, apretando los puños.

Solté una fuerte exhalación en cuanto el sonido del abanico dejó de fluir. Seguía perturbada, no por toda la sangre sino porque hasta él sabía cómo matarlos y lo hizo sin siquiera pestañar, incluso con el décimo.

—Intentaría escapar como Rojo 10.

Estaba de acuerdo con su punto, pero ahora menos me sentía a salvo.

Un quejido ronco me sacó de mis pensamientos. Solo ver la forma en que se tocaba la cabeza, cabizbaja y con un brazo sosteniendo su peso en una parte de la máquina, me hizo saber que otra vez se pondría mal.

Se tambaleó, y quiso regresar a apoyarse en la máquina para no caer pero terminó de rodillas, sus músculos temblaban y respiraba exaltado. Dudé en acercarme, esta vez más que otras veces, pero mis piernas se movieron involuntariamente después de un tiempo en que los quejidos no pararon. Esos movimientos me desconcertaron como si mi propio cuerpo fuera manejado por otra cosa.

Aunque pensar eso era una tontería.

No pude detenerme sino hasta que estuve junto a su cuerpo para arrodillarme y llevar mi mano a su frente, él tomó mi muñeca pero no me detuvo o no me alejó.

— ¿Por qué te está dando tanta fiebre? — musité confundida. Él soltó el dióxido entrecortadamente, cerrando sus parpados—. Recárgate de espaldas.

Con ambas manos en el suelo, él se fue volteando hasta que su espalda finalmente se recargo en una parte de la máquina, estiró su cabeza hasta que esta también se poyó en ella, y suspiró con cansancio. Además de su frente, parte de su pecho también estaba sudando. Miré hacia un área específica de las computadoras y me levanté, recogí los trozos de tela humedecidos que anteriormente utilicé para bajar su fiebre, y volví a mojarlos. Tomé, también, la bata para cubrir su cuerpo, esta vez, segura de que le pediría que no se la quitara.

Al volver con él, su endemoniada mirada se abrió y me observó en cada movimiento, desde cómo le puse el pañuelo en la frente y mojé su cuello y pies con el otro trozo de tela, hasta como le cubrí los hombros y la parte baja de sus caderas con la bata blanca.

—Déjatela—pedí. Nuestras miradas se conectaron, se toparon en el momento en que seguí mojando un poco más sus mejillas y sentí de nuevo ese temor estremeciendo mis huesos. Era inevitable, y claro que tenía objeto para temerle así, pero también, estaba esa extraña sensación enigmática que me obligaba a quedarme hundida en sus orbes y permanecer así, imposible de ignorar.

Me obligué a romper la conexión, llenando mis pulmones de oxígeno y siguiendo con lo que pause. Estaba a punto de colocar los pañuelos sobre sus pies cuando, de improvisto soy atraída por una mano apresando mi nuca.

Sentí un desgarrador grito explorando mis entrañas y destrozando mis rincones más nerviosos cuando su lengua se estiró sobre la piel de mi mentón y lamió la herida, manchándose con mi sangre. Sus ojos estaban viéndome, con un brillo satisfactorio y lleno de malicia.

Gemí y temblequeé.

Lo empujé y me dejé caer sobre mi trasero para retroceder y luego levantarme de golpe con una mano en mi mentón. En shock. La sensación de su extremidad colonizando ese trozo de piel seguía ahí, firmemente aterrorizante.

Solo de ver como parecía degustar mi propia sangre en su boca, me hizo apartarme más.

— Es que quieres comerme, ¿y por eso no me matas?—Tirite a causa de mis propias palabras secas y bajas. Sus ojos volvieron a alzarse, su brillo desapareció esta vez intercambiándose por un oscurecimiento más inquietante.

—Hice lo que tú has hecho por mí—aseveró, antes de agregar con el mismo tono de voz: —, curarme.

Pestañeé consternada y sobé esa parte en la que me había lastimado con la caída, el dolor no se producía, ni siquiera sentía la herida. Seguí tocando, incrédula, paleando una y otra vez hasta que estuve segura de que sí, la herida ya no estaba ahí. Le miré con asombro.

— ¿Con tu saliva? —Mi voz salió con sorpresa.

—Con mi sangre—aclaró—. Mordí mi lengua para depositar mi sangre en tu piel. Las células de mi cuerpo regeneran toda herida.

—Entonces tu sistema inmunológico debe ser más fuerte, ¿no? Si es así no debería darte fiebre.

—No entiendo porque me pongo débil—negó, bajando el rostro y viendo mis pies—, debe ser por el hambre.

Rápidamente, en mi mente se vislumbraron las máquinas de alimento, aunque era todo comida chatarra, al menos detenía el hambre.

—Te traeré algo—avisé, apartándome del lugar y saliendo del área de las computadoras. Le eche una mirada al cuerpo del décimo y a ese órgano que estaba a punto de ser penetrado pro los colmillos del noveno. Me costaba mucho creer que estaba a punto de morderlo todo por el hambre.

Me pregunté qué era lo que realmente comería algo como él, o sí lo habían estado alimentando dentro de la incubadora. ¿A caso los alimentaban con carne licuada? Pensar en eso me dio escalofríos. Era... asqueroso.

Saqué de la máquina de bebida un gaseosa, si él llevaba mucho tiempo sin comer significaba que la fiebre y el bajón de energía se trataba de una hipoglucemia, y solo con carbohidratos, lo reanimaría. Cuando llegué a las máquinas de comida, tomé lo primero que alcanzaron mis manos, uno para él, otro para mí.

En cuanto regresé, pasando por esa entrada al interior de las computadoras. Un interminable tintineo me hizo curiosear. Junto a la pantalla naranja, la computadora del botón verde no paraba de parpadear, de ahí, de algún lado de esa pantalla provenía el pitido. Así que me acerqué mirando de reojo los mensajes del botón naranja.

Nada había cambiado.

Analicé los parpadeos constantes de la pantalla con el botón verde, alcanzando a ver que varias palabras se transcribían, unas debajo de otras, como si fuera otra clase de mensaje. ¿Sería posible? Coloqué los alimentos en el escritorio y moví la computadora creyendo que así dejaría de parpadear, pero no lo hizo.

Moví sus cables por detrás y al ver que no había funcionado nada, la golpeé de un costado. La computadora pareció aclararse, detenerse un segundo, pero luego siguió como antes. Golpeé un par de veces más, el parpadeo se detuvo, la pantalla se iluminó un poco más y todos esos mensajes se alargaron como una lista de mandados por hacer.

Solo que en realidad no eran una lista.

Eran mensajes. Tomé el mouse y subí hasta la primera conversación que llevaba una fecha en que se emitió dejaba de cada palabra, pero sin fecha. Leí la conversación, intrigada por las palabras:

—. Soy R, Estoy dentro del verde, identifícate.

—.Soy D, estoy en el área roja, iniciaré con el protocolo ahora que no hay nadie.

—.Daesy, asegúrate que no estén contaminados antes de liberar la sustancia.

No hubo una respuesta al último mensaje pero, lo que más me confundió fueron los siguientes que llevaban tres horas de diferencia.

—.Daesy, si estás aún ahí responde.

—. Daesy, maldita sea algo salió muy mal...

—. Recibí un mensaje de los demás, la sustancia deformó a los blancos también. Los blancos estaban más lejos del área por donde se inyectó la plaga, y aun así alcanzaron a contaminarse. Estoy seguro que los verdes y rojos también lo están.

—. Si soltaste la sustancia, no liberes a los enfermeros rojos. Los enfermeros rojos serán mucho más peligrosos, así que no los sueltes. No los despiertes.

—. Si uno de ellos se despierta y se suelta, será demasiado tarde para ti. ¡Así que sal de ahí ya!

—. Filtra el tiempo de muerte a los rojos y sal de ahí ahora mismo, Daesy.

—. Por favor responde.

—. No los despiertes y sal de ahí ahora mismo.

—. Por favor, regresa sana y salva.

— ¿Rojos? —tartajeé, viendo e reojo al noveno descansando contra la máquina de botones.