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—Dos horas después, Reth caminaba a zancadas por la Ciudad Árbol —apenas escuchando los saludos de su gente que llamaba con voces apretadas y ojos preocupados—. Se obligó a parecer relajado y en control, pero por dentro hervía de rabia. Aymora no había dejado de insistir en que no mostrara piedad con ninguno de los prisioneros que capturaran, ni con ningún enemigo encontrado. Y aunque lo odiaba, sabía que tenía razón. No había lugar para errores ahora. No había espacio para la misericordia.
—Caminaba a zancadas por la Ciudad —reprimiéndose el impulso de abrazar, de consolar—. Recorría la Ciudad recordándose a sí mismo la pérdida que había ocurrido por culpa de estos malditos lobos. Y tomaba la ruta pasando por los árboles almacén para recordarse lo sucedido, y lo que estaba a punto de ocurrir.
Un recordatorio muy sangriento.
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