Stefano echó su cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su asiento, detrás del escritorio de Alessio. Su cabello revuelto fue víctima de la burocracia a la que fue sometido en medio de columnas de papeleo. Su nombre maldito estuvo en el centro de la carátula que galardonó el estudio final sobre Arabella D'Angello.
Las noches de insomnio que había invertido, desde que el caso le había sido asignado, por fin tuvieron un redito. Aunque el pago no se sintió adecuado. Sí, él pudo lograr lo que ningún otro psiquiatra hizo. Obtuvo su confesión, su madeja de pensamientos servidos en una bandeja sangrienta, un festín caníbal: pasajes de su infancia anómala, las líneas de su juicio torciéndose, el anhelo por lo profano naciendo de sus entrañas, la metamorfosis del deseo al éxtasis de la realización.
Todo allí, la culminación de su quehacer beato, el predicador que ha sacrificado su propia alma para expulsar al demonio del polvo. Sólo un pequeño paso y estaría libre para buscar su próximo desafío y no volver a ver sus ojos de amaneceres cruentos. Cuando Leonzio se sirviera de su escrito, él por fin sería libre.
— Quiero irme, Stefano. — Fiorella descansó de manera holgazana en uno de los sillones que había en la pequeña oficina que ocupaba el policía y que habían habitado sin consultar.
Su relación, luego de los acontecimientos anteriores, había seguido un rumbo extrañamente normal. La realidad era que Stefano no fue un hombre demasiado preocupado en resolver temas de los cuales Fiorella habría querido hablar hasta el cansancio, y sólo hubo dos caminos posibles: limitar su contacto a lo profesional o esconderlo todo debajo de la alfombra. Ella revoloteó a su alrededor hasta que finalmente las tensiones desaparecieron; donde pudo volver a ser indisimulada con su anhelo al lanzar su mirada sobre sus labios mientras hablaban, sonrojándose cuando sonrió de forma burlona. Conteniendo la respiración en sus pulmones cuando sus ojos diferentes la escaneaban brevemente mientras ella le contaba trivialidades, él sólo pudo pensar en el contraste abrumador en comparación con la existencia de Dios y la sangre.
— Puedes adelantarte, aún debo revisarlo todo para asegurarme de algo. — la voz de Stefano sonó distante, demasiado concentrado en pasar una a una las páginas.
— Stefano, acabas de decir lo mismo hace media hora.— gimió la mujer sentándose firme sobre el sofá. — Sabes que está perfecto.
— Sí, lo sé. Pero no deben quedar detalles refutables, incluso el lector más estúpido y no reflexivo debe entender que su confesión fue directa y que ha utilizado como mecanismo de defensa la tercera persona para alejarse de la proximidad que tiene con los crimines que... —
Stefano pudo, literalmente, estar hablando con sí mismo, pero ella lo interrumpió:
— Estás aburriéndome. — canturreó torciendo su cabeza mientras lo miraba con diversión.
Stefano giró su rostro, quedando de perfil, sólo para mirar a Fiorella algunos segundos. Sus ojos diferentes repletos de cansancio le hicieron saber que estaba utilizando, amablemente, sus últimos vestigios de paciencia. Ella fue inmune a su advertencia, torciendo con sus labios un puchero que la hizo ver más juvenil.
— Todo va a estar bien, Stef. — su voz fue suave, con un deje tranquilizador. — Sabes que te he esperado incluso cuando podría estar en mi casa con mi sándwich favorito, y ahora apuesto que la tienda que los vende ha cerrado. Me debes un poco de piedad, Cacciatore.
Ella puso sus codos sobre sus rodillas, apoyando su rostro sobre sus palmas abiertas. Lo miró batiendo sus pestañas inocentemente mientras le sonreía.
— ¿Por qué siguen aquí? — Alessio se apoyó en el marco de la puerta de su oficina.
Fiorella suspiró desanimada y reanudó su posición desinteresada en el sillón al comprender que su víctima, como en todas las ocasiones anteriores, había sido totalmente inmune a sus encantos manipuladores.
— Revisando el documento.
— Eso mencionaste hace media hora. — el policía frunció el ceño mientras que una de las esquinas de su labio se levantó demostrando su desacuerdo.
— Oh Dios, es lo que acabo de decirle. — Fiorella fue entusiasta al apoyar su comentario mientras levantaba sus manos para darle más énfasis, Alessio le dirigió una mirada con algo parecido al humor.
— ¿Y tú? ¿Por qué sigues aquí? ¿No tienes que recoger ningún testimonio comprometedor esta noche?
Stefano realizó, quizá por primera vez con él, una burla no hostil. Fiorella no tuvo forma de saberlo.
— Oh, no lo sé ¿Saliste recientemente, Stefano? — hubo una complicidad sorprendente en su mirada avellana mientras hablaba.
Se negó a analizar con un ojo positivo los intercambios de palabras que habían tenido luego de aquella charla. Lo cierto es que Alessio fue cada vez un poco menos idiota bajo su lupa, sólo un poco menos.
— En una hora las guardias cambian y no los dejarán quedarse aquí.— Alessio recogió un saco en una de las sillas cercanas a la puerta.— No tarden mucho más. Los veré mañana.
Sus pasos se alejaron sonoramente por el pasillo hasta desaparecer.
Stefano pasó a la hoja siguiente, y Fiorella puso los ojos en blanco mientras se hundía en los cojines.
(**)
Lo cierto fue que el aparente nuevo cambio de guardias no reparó ni una vez en su presencia, y, para cuando Stefano se sintió un poco más satisfecho con su tarea, el reloj había marcado las 1:50 am.
La lluvia azotó de manera insistente en la pequeña ventana de la oficina, el psicólogo se levantó de su lugar para sacudir suavemente a Fiorella de su sueño.
Ella despertó luego de varios pestañeos y un bostezo lleno de confusión, Stefano cerró la puerta detrás de ambos y comenzaron a caminar a través de los pasillos semidesérticos del bloque de oficinas de la prisión. El silencio se instaló mientras caminaban a través de las distintas puertas con placas de identificación polvorientas y viejas, remanentes que recordaron vaga e inútilmente a sus antiguos ocupantes. La tormenta se desarrolló violentamente en el exterior, azotando las ventanas y paredes.
— Realmente no tienes una gota de compasión, Stef. — bromeó Fiorella con un deje adormilado en su voz femenina.
El psicólogo la miró de soslayo, una de las comisuras de su boca se levantó formando la sombra de una sonrisa a medias.
— Me gustaría decir que sí... —
Stefano se detuvo cuando los gritos comenzaron.
El aullido de las sirenas fue un augurio de muerte y ruina. Sonaron lejanas, casi tenues, lo suficientemente fuertes para poder opacarlas levantando la voz para ser escuchado por encima de ellas. Hubo eco de pisadas, una estampida movilizándose a lo lejos, Stefano apoyó su mano en el hombro de Fiorella instándola a continuar ante la provocación. Lo hicieron, caminaron juntos a la par, el cemento frío rodeándolos, impidiendo la prisa deseada. Doblaron una esquina, las alarmas chillando más fuerte por encima de sus cabezas, separados escasos metros por la celeridad de sus caminatas, intercambiaron una mirada de incertidumbre antes de que la luz abandonara las instalaciones, quedando sumidos en la más absoluta oscuridad.
— ¿Stefano? — su voz femenina cargada de inseguridad rebotó contra el hormigón macizo.
— Aquí estoy. — él volvió a tocar su hombro, ella tomó entre uno de sus puños la tela de su gabardina. — Vamos, busquemos un lugar seguro.
Ambos caminaron a tientas, la oscuridad fue tan envolvente que el detective tuvo que valerse del sentido del tacto para ubicarse geográficamente, Fiorella pareció únicamente movilizada por el miedo infantil y agudo que, ambos sabían, le tenía a lo que podía encontrar en el interior de las penumbras. Un destello tétrico iluminó brevemente el corredor.
El aire helado danzó entre sus piernas, pudo estar convertido casi en neblina, pudo ser el refugio de entes imaginarios de los que Fiorella quiso escapar moviéndose hacia la única ventana cuya luz intermitente fue, en su perspectiva, el lugar más seguro.
Ella estaba asustada, Stefano pudo observarlo con total claridad. El ligero temblor en su labio, la forma en que sus ojos se lanzaron a esos rincones sombríos del lugar que podría contener cualquier cantidad de monstruos que estaban enjaulados en su mente y la prisión en la que residían actualmente. Su pecho subía y bajaba en rápida sucesión, su pulso aleteaba en su yugular mientras su respiración salía en jadeos ásperos.
— Fiorella. — su voz severa intentó llamar su atención. — Fiorella. — sus dedos fríos y largos tomaron su barbilla, obligándola a mirarlo. — Respira.
Ella continuó jadeando, sus ojos lucieron tan asustados como los de un ciervo encandilado.
— No, Fiore. Así, sígueme. — Stefano marcó el ritmo respirando lenta y mesuradamente, su pulgar se movió suavemente por su mejilla para recordarle cuándo inhalar y exhalar.
Fiorella pareció calmarse lo suficiente, luego de algunos minutos agotadores, como para hablar. No se alejó de él ni por un instante, ansiosa por sentir cualquier tipo de calidez humana que la anclara al mundo cognoscible.
— En una prisión no... — ella suspiró, su voz temblando. — Bajo ninguna circunstancia, las luces de una prisión pueden, eh, apagarse.
Stefano confirmó un conocimiento que ya rondó en su cabeza desde el primer instante en que toda la atmósfera le susurró peligro. Asintió a sabiendas de que ella no podría verle completamente.
El sonido de otra estampida de pisadas nuevamente alertándolos, el hierro chocando entre sí, rejas abriendo paso, el ruido acercándose.
Ella tuvo un instinto de huida, Stefano lamentó no portar ningún arma consigo.
Fiorella fue por un instante, bajo la luz impetuosa de los destellos de la tormenta que azotaron con fuerza la tierra, la pequeña Fiore que había conocido en la escuela. La niña irreverente de ojos asustados que siempre había buscado refugio en su indiferencia, eternamente atenta a conseguir su aprobación por alguna naturaleza desconocida, a través de demostraciones de purísima valentía temeraria.
La radio sonó en el cinturón de su uniforme, todo gritos e interferencia. Fiorella la descolgó de manera torpe para intentar establecer comunicación nuevamente, el eco de su voz corriendo por los pasillos siniestros. La radio emitió otro mensaje, fue imposible comprenderlo completamente, sólo una oración fue lo suficientemente completa y clara: "Ven al sector C".
— Te sigo.
Fiorella asintió mientras se echaba a trotar, los caminos de hormigón haciéndose más estrechos a medida que avanzaban con rapidez. Atravesaron un muro de rejas que debería permanecer cerrado, y la guardia dobló la esquina repentinamente intentando no perderse en la oscuridad, sufriendo un miedo abyecto que trepó su columna y congeló sus vísceras cuando fue incapaz de escuchar las pisadas de Stefano detrás de ella.
Se detuvo abruptamente, el silencio la envolvió como si sufriera de catalepsia y acabara de despertarse dentro de un ataúd de concreto, allí debajo de la tierra.
— ¿Stefano? — llamó sin respuesta. — ¿Stefano?
Su voz aguda fue síntoma del miedo, allí en el pasaje infernal donde, Santa Faustina tan bien lo había descripto, la tortura es la permanente oscuridad y el terrible hedor que sofoca y aplasta, donde los demonios y los condenados se ven, y ven en la oscuridad toda la malignidad que han provocado.
(**)
Stefano caminó lentamente intentando seguir el rastro de ruidos que jamás volvió a escuchar, la había perdido en un giro de circunstancias, arrastrado por los laberintos de la prisión, guiado por su propio instinto. Mover una de sus manos por el filo de la pared le consiguió un picaporte de bronce helado entre sus dedos, le pareció más estratégico ocupar una habitación vacía que vagar sin rumbo por un territorio ajeno en medio de amenazas desconocidas. En el peor de los casos, sólo hubiese usurpado otra oficina elegante.
El frío pasó como una corriente eléctrica que volvió ásperos sus huesos.
No tuvo miedo, tampoco podría negar la preocupación que anidaba en su estómago y rasguñaba sus entrañas. Perder a Fiorella sólo había empeorado aquella percepción tan desgarradora.
Inspeccionó la habitación lentamente, sus manos le valieron para reconocer su entorno. La enorme ventana le permitió la intromisión a la luz natural de la tormenta, aunque los relámpagos hicieron mejor el trabajo.
Hubo un sonido imperceptible, pudo ser el granizo golpeando el cristal, pero la sensación de peligro hizo que los bellos de su nuca se erizaran. Sus ojos diferentes escanearon la habitación sintiéndose repentinamente observado. Sus dedos rodearon el metal de su mechero que iluminó perezosamente con su llama algunos centímetros más allá de su propia figura, una pequeña aura de luz a su alrededor.
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">La puerta se cerró suavemente y definitivamente con un clic, y una silueta negra se plantó frente a él.</font></font>
<font style="vertical-align: inherit;"><font style="vertical-align: inherit;">La llama tembló levemente cuando percibió los pasos silenciosos. </font></font>
Nunca sé qué pepino poner aquí y me encuentro de manera monótona deseando que disfruten la lectura, pero sí, es lo que realmente deseo. Que la oportunidad que le dieron a esta obra, entre tantas otras maravillosas, valga la pena.
Que tengan buena semana!