Trinidad
Junípero entró corriendo, bueno, más bien avanzando a pasitos cortos y rápidos, a la habitación lo más rápido que podía. Estaba tan emocionada que no podría haberse detenido aunque quisiera. Era como un misil balístico que estaba en ruta de colisión con la ternura.
—¿Dónde están? —preguntó tan pronto como entró en la habitación, Pablo trataba de alcanzarla a pesar de no ser notoriamente embarazada de gemelos.
—Están aquí —reí entre dientes mientras acercaba uno de los dos moisés con ruedas hacia mí, y Reece empujó el otro hacia mi lado.
—¡Oh, son tan lindos! —ella los contemplaba en cuanto los vio—. Me hacen querer abrazar a los míos tan fuerte. —Vi lágrimas en sus ojos mientras los miraba dormir—. Quiero cargarlos tanto, pero no quiero despertarlos tampoco. —Me reí de su intensidad.
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