Una semana no es ni mucho ni poco tiempo, pero puede parecer una eternidad en un entorno desconocido. Ese era el tiempo que había pasado desde que Myrddin aceptó trabajar para Belial.
Curiosamente, le gustaba ser sirviente, aunque no tanto por el trabajo en sí, sino por lo novedosa que resultaba la experiencia. Desde que aceptó la propuesta de Belial, sus emociones se calmaron, casi hasta desvanecerse. Esta nueva tranquilidad le resultaba extrañamente reconfortante: una paz cómoda y sosegada, similar pero distinta al vacío desesperante que sentía antes.
"Oye, Merlín, levántate." Una voz molesta y una sacudida ligera lo arrancaron del sueño.
Entreabriendo los ojos, lo primero que vio fue el techo y el rostro de un joven moreno de tez oscura.
"Vamos, levántate y cámbiate rápido. Si llegamos tarde, serás completamente responsable," dijo el joven con un bostezo, mientras ajustaba su traje de sirviente, arrugado y mal puesto.
La puerta se cerró con un golpe, dejando a Myrddin sentado en la cama. Al mirar hacia el suelo, vio un reloj roto. No fue difícil adivinar lo ocurrido: la alarma sonó y "alguien" enojado lo rompió.
Gruñendo ligeramente, se obligó a levantarse y se dirigió al baño. Mientras se lavaba la cara y observaba su reflejo despeinado en el espejo, sintió un déjà vu. Mientras se vestía sin prisas —si iba a llegar tarde, al menos lo haría bien vestido—, comenzó a recordar la semana que había pasado.
Parecía que fue ayer cuando, tras aceptar la oferta de Belial, este rió y desapareció después de decir algunas palabras crípticas. Charles, el mayordomo principal, se encargó de organizar todo. Le explicó lo esencial mientras lo guiaba hasta la habitación en la que hasta ahora dormía plácidamente.
Primero, sorprendentemente, ya no estaban en Lodran. Según Charles, el mundo es como un libro: múltiples capas de papel superpuestas. La capa en la que estaba antes era, por así decirlo, la portada; ahora, estaba en una de las hojas interiores.
La analogía de Charles era confusa, pero al final Myrddin comprendió la idea general: estaba en un mundo paralelo.
Lo demás que le explicó no fue especialmente sorprendente, pero al menos fue fácil de entender. Durante unos meses, viviría junto a otra persona. Dado el tamaño de la mansión, para evitar problemas, compartiría tareas con alguien que lo ayudaría a adaptarse y, sobre todo, a no perderse.
Al principio le pareció ridículo, pero luego entendió que no era para tomárselo a la ligera. Según Charles, no eran pocas las personas que se habían perdido en la mansión, algunas rozando la muerte. Algunos se aventuraron a tocar cosas prohibidas, mientras otros se perdieron en el laberintico edificio, casi muriendo de deshidratación.
Aunque al principio le parecía absurdo, pronto recordó cómo él mismo había actuado de forma similar al despertar por primera vez en la mansión, explorando y tocando cosas extrañas en un lugar desconocido donde todo era muchas cosas, pero no normales.
Volviendo al presente, terminó de vestirse frente al espejo de cuerpo entero en la habitación. El Myrddin desnutrido y desaliñado de antes ya no estaba. Ahora llevaba un elegante traje negro, simple pero distinguido, con un chaleco marrón y una camisa de seda blanca. Parecía el sirviente de un noble de alto estatus.
Se aseguró de que todo estuviera en orden, sin prisas pero con esmero. En su corta estancia, había descubierto dos cosas que realmente podía disfrutar con plenitud: dormir, que resultó ser más placentero de lo que jamás imaginó, y estar pulcro y bien vestido.
"¡Vamos, Merlín, nos volverán a quitar el almuerzo si no nos apuramos!" La voz ansiosa de Edith, acompañada de un golpe en la puerta, lo sacó de sus pensamientos.
Edith era un muchacho de dieciocho años, ni especialmente agradable ni molesto para Myrddin, pero su presencia se había vuelto una constante en su nueva rutina.
Presionado por la urgencia de Edith, quien le advirtió con su tono que lo dejaría atrás si no se daba prisa, Myrddin tomó unas llaves que estaban sobre la mesa y salió rápidamente del cuarto.
"Te tomaste tu tiempo, ¡Vamos!" dijo Edith mientras avanzaba a paso rápido, obligando a Myrddin a seguirlo casi trotando.
Los oscuros pasillos de la mansión, adornados con antiguos tapices, parecían interminables, como si estuvieran diseñados para perder a cualquiera que se aventurara sin guía. Ver a Edith moverse con soltura por escaleras y corredores, como si tuviera un mapa mental del lugar, hacía difícil creer que él mismo se había perdido en esos pasillos laberinticos años atrás, casi muriendo de deshidratación.
Curiosamente, Myrddin y Edith compartían varias similitudes a pesar de sus personalidades distintas: ambos eran huérfanos, sin apellido ni familiares cercanos, y también compartían una línea de sangre demoníaca, aunque en la mansión parecía casi todos, excepto Belial, tenían algún vínculo con los demonios.
Después de una caminata apresurada, llegaron a su destino: la cocina. Delante de la puerta, Edith intentó en vano arreglar su ropa y cabello, tragando saliva con nerviosismo al ver el reloj de la pared marcar las nueve de la mañana, más de dos horas tarde.
"Estoy jodido," murmuró sombrío sintiendo que le venía un dolor de cabeza, mientras él y Myrddin entraban a la cocina.
"¡Rápido, muevan esas cajas!"
"¡¿Dónde está el maldito orégano?!"
"¡Eh, ten cuidado!"
"¡¿Quién demonios tiró tanta sal al suelo?! ¡¿Acaso no sabe lo cara que es?! ¡Mierda! Esto lo descontarán de nuestro sueldo."
El lugar era un caos organizado. Decenas de personas corrían de un lado a otro entre gritos y órdenes, pero había una extraña armonía en sus acciones. Todos estaban ocupados con sus tareas; aunque había errores y accidentes, se resolvían con rapidez y una dosis de insultos.
"Vamos," le susurró Edith a Myrddin al detectar el aroma de la comida.
Pasaron entre la multitud; algunos estaban tan concentrados que ni los notaron, pero otros, menos ocupados, no tardaron en hacer comentarios.
"¡Al fin llegaron las princesas durmientes!"
"¿Así que se dignaron a aparecer?"
"¡Ja, ja, ja!, ¡El jefe los va a matar!"
Con una sonrisa nerviosa, Edith intentó ignorar los comentarios mientras recibía suaves golpes amistosos de algunos compañeros.
Pronto llegaron a su lugar de trabajo: el fregadero, un rincón apartado de la cocina donde se amontonaba una pila gigantesca de utensilios sucios. La vista hizo temblar las pupilas de Edith. ¿Cómo se acumuló tanto?
Parecía que los demás habían ensuciado más de lo habitual a propósito, pero ¿realmente harían algo así?
Mientras Edith se lamentaba, Myrddin ya se había quitado su chaleco y arremangado su camisa, y comenzó a lavar sin decir palabra. El sonido del agua corriendo hizo que Edith suspirara y siguiera su ejemplo.
Aunque su llegada tarde no afectaba directamente el trabajo en la cocina, si no terminaban antes del almuerzo, no podrían comer. Además, cualquier retraso se acumularía para el día siguiente.
A Edith le temblaron las manos al recordar cómo, la última vez que llegó tan tarde, el jefe lo obligó a pelar verduras todas las noches durante un mes.
Al menos, al ver a Myrddin trabajando a su lado, se consolaba pensando que esta vez no estaría solo. Aunque Myrddin era callado e inaccesible, algo de compañía era mejor que nada.
'Eso sí, nunca pensé que encontraría a alguien con mayores problemas para levantarse que yo,' pensó Edith, recordando lo difícil que había sido despertar a Myrddin los primeros días. Al ver el reloj roto esa mañana, no pudo decidir si lo había roto él o Myrddin; ambos tenían motivos. Pero apostaba más por Myrddin, recordando cómo lanzaba golpes cada vez que lo intentaba despertar.
'Pero no es para nada una mala persona, ¿debería intentar ayudarlo a comunicarse mejor?' se planteó Edith.
A Edith hasta incluso le agradaba Myrddin, solo que era difícil entablar cualquier tipo de conversación que no sea sobre magia o el mayor Belial, '¿Quizás debería llevarlo a ver los lugares interesantes de la mansión si el jefe no se entera que llegamos tarde?'
Lamentablemente, para Edith, nada de lo que esperaba sucedería, ya que luego de todo un día de trabajo, limpiando sartenes, ollas y platos sin el más mínimo descanso, era el único frente al jefe.
"¡Ja, ja, ja! ¿Quién lo diría? Ni siquiera yo puedo deshacerme de tu maldita mala costumbre de llegar tarde. ¡Ja! Si no puedo corregirte, nunca más volveré a pisar una cocina." Mientras el jefe se arremangaba, mostrando sus enormes brazos, Edith no pudo evitar una pregunta que salió inconscientemente en voz alta.
"¿Dónde se fue Merlín?"
"¿El nuevo? ¿Te preocupa eso ahora?" El jefe, apretando los nudillos, se rió macabramente de Edith. "Como estás tan interesado, te lo diré como tu último deseo: se lo llevó el mayordomo principal."
'¿El mayordomo principal?' pensó Edith, justo antes de que una mano del tamaño de su cara lo golpeara con fuerza.
Mientras Edith recibía la mayor golpiza de su vida, Myrddin seguía a Charles, a quien no había visto desde hacía una semana, cuando organizó su lugar de trabajo y estadía.
Apenas terminó su turno, Myrddin buscó al jefe, quien aún no sabía que había llegado tarde a la cocina por más de dos horas. El jefe le informó que Charles lo esperaba afuera. Al encontrar a Charles, este le dio un breve asentimiento y comenzó a guiarlo sin decir una palabra.
Una semana se había cumplido desde su llegada, y Myrddin estaba listo para hacer una pregunta. Había estado meditando sobre ello durante toda la semana: quería saber más sobre el dueño del lugar, Belial Von Llewellyn, y, sobre todo, sobre la magia.
Saber sobre Belial fue sencillo; casi todos en la mansión sabían algo de él. Era un hombre famoso y poderoso, proveniente de una familia de magos influyentes de un imperio cercano a Carguria. Según lo que escuchó, Belial había establecido este subplano como su residencia personal. Curiosamente, muchos de los habitantes de la mansión eran originarios de Lodran, rescatados o contratados, pero sin vínculos directos con el mundo mágico. Algunos habían tenido contacto con la magia, pero la mayoría pertenecía a lo que los magos llamaban el mundo normal.
Parecía que Belial se había alejado del mundo mágico. Aunque existían otros magos en Lodran y otros subplanos conectados al mundo mágico, él se mantenía apartado, saliendo solo en raras ocasiones y contratando únicamente a personas del mundo normal.
¿El motivo? Había rumores parcialmente confirmados. Le contaron muchas versiones, pero todas contaban lo mismo con pequeñas diferencias.
Se decía que Belial había fallado en su ascenso a archimago, lo que le habría causado ciertos problemas psicológicos. Según los rumores, su personalidad cambiaba de semana en semana: un día podía ser un hombre común de mediana edad y al siguiente, un asesino frío. Sin embargo, nadie podía confirmar si realmente había matado a alguien, ya que esos cambios parecían solo poder afectar su actitud, no sus decisiones.
Mientras seguía la espalda de Charles, que avanzaba con calma delante de él, Myrddin resumió sus descubrimientos en su mente: "Sangre noble y de una familia de magos, un gran mago con problemas psicológicos de magnitud incierta."
En cuanto a la magia, Myrddin había aprendido mucho menos. Apenas había oído hablar de títulos y rangos como acólitos, magos, grandes magos y archimagos, pero la información era vaga. También escuchó algunos mitos y leyendas, pero ninguno de los trabajadores y sirvientes sabía mucho al respecto, a pesar de estar trabajando para un gran mago.
Sin embargo, había algo claro para todos: para volverse mago se necesitaba talento. Según lo que escuchó, aproximadamente uno de cada diez mil lo poseía. Sin talento, no se podía lograr nada.
¿Y él, tendría talento? Esa pregunta no le preocupaba. Myrddin tenía algo claro que los demás no comprendían: Belial mismo se lo había asegurado, como si supiera que esa duda surgiría eventualmente. "La magia vuelve posible lo imposible." Recordaba claramente esas palabras. Era como si estuvieran dirigidas al Myrddin del futuro, no al de ese momento.
"Hemos llegado. Recuerda ser respetuoso. ¿Estás listo?" Charles interrumpió sus pensamientos y lo miró fijamente.
Myrddin sostuvo su mirada y asintió.
Era hora de resolver alguna de sus dudas.