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El peso de ser Príncipe

En el lejano reino de Tinopai, donde era famoso por ser el país más grande de todos e históricamente tener como fundador al pionero de la rebelión contra los demonios, ser el Príncipe Heredero era un peso grande que llevar sobre los hombros.

Anselin Tinop era el Príncipe y legítimo heredero de Tinopai, y descendiente de Aston Tinop; el revolucionario y primer humano que se levantó en contra de los demonios hace dos mil años atrás. Su legado es toda una leyenda en la tierra. Gracias a su valentía fue que ahora los humanos podían vivir pacíficamente en la superficie.

Por lo tanto, llevar tal apellido también requería una enorme carga. La grandeza de Aston Tinop terminó siendo una carga para todos sus descendientes, destinados a vivir bajo su sombra o a superarlo.

El Príncipe Anselin era considerado el mejor de su árbol genealógico, después del primer Rey, claro. Y no solo eso, sino el mejor de todos los príncipes en la actualidad.

Y claro está que él había sido criado para ser el mejor de todos y como fruto, enormes eran las hazañas por la que era idolatrado.

Había derrotado todo tipo de bestias salvajes, combatido como aliado en guerras y siempre había vuelto victorioso.

Se decía que él poseía el halo de Aston Tinop, sino era inexplicable como un humano pudiera ser tan perfecto.

Había crecido con belleza, elegancia y varios tipos de inteligencia. Entre ellas el arte de la espada y el combate cuerpo a cuerpo, sin olvidar su admirable astucia y tenacidad.

Si alguien tuviera que elogiar cada virtud del Príncipe, podría escribir al menos treinta paginas solo de ello.

Porque como dicen allí, o vives bajo la sombra de tu ancestro, o eres mejor que él. Y su padre, el actual Rey, no permitiría que su único hijo viva bajo la sombra de alguien más.

A pesar de las apariencias, Anselin vivía exhausto. Soñaba con tan solo un día para él.

Desde muy pequeño, cuando su buena madre murió de repente, el único consuelo que tenía en su vida se sepultó junto con ella. Quedó al cuidado de sirvientes y maestros que eran severamente estrictos por órdenes del Rey. A corta edad comenzaron a tratarlo como a un adulto, exigiéndole excelencia o un castigo de ser lo contrario.

Obligado, abandonó su infancia a los cuatro años. Los juegos fueron sustituidos por entrenamientos forzosos y los juguetes por espadas y libros de estudio.

Obediente, calmado, amable y distante, eran algunos adjetivos que lo describirían.

Pero la realidad era que no poseía voluntad propia.

Muy dentro de él, Anselin se sentía atrapado en los zapatos de alguien que no era. Pero era el Príncipe de Tinopai, y se había resignado a sus obligaciones. Su corona era su correa y lo aceptaba con calma.

De todas formas, su nacimiento había sido sellado por su destino. Viviría y moriría para servir a los demás aunque eso implicara abandonar sus propios deseos, no era posible huir.

Sin embargo, todo lo anterior no era por lo único que Tinopai estaba en la boca de todos. ­­­­­­­­En los últimos años, se rondaba el rumor de que en sus bosques habitaba un demonio. Se decía que era imposible; los demonios habían sido exiliados a Pandemónium hace miles de años. Pero las malas lenguas hablaban sobre el amorío entre una mujer humana Tinopatense y un demonio, que como fruto dio a un niño hibrido. Al pasar de los años, ese niño creció y se volvió una bestia salvaje.

Muchas eran las personas que habían afirmado verlo en el bosque, asegurando su monstruosa apariencia. Durante los últimos tiempos los rumores comenzaron a convertirse en un hecho. Temían que el demonio saliese del bosque y los atacara.

A pesar de que el demonio nunca se había acercado a la ciudad realmente, las personas creían que podría llegar a hacerlo y volvería todo una calamidad.

Quienes entraban al bosque en busca de hierbas curativas, dejaron de hacerlo por temor a encontrarlo, desabasteciendo las farmacias.

De la noche a la mañana, surgió que el demonio había matado a una muchacha para robarle el alma y la había dejado allí tirada en la entrada del bosque. Cuando la encontraron, la joven ya había perdido todo el color y su sangre había sido drenada por un corte profundo en su cuello.

La gente comenzó a temer aún más. Nadie quería salir de sus casas y mucho menos solos. El alcalde de dicha ciudad estaba desesperado, la gente se negaba a pagar impuestos hasta que les otorgara seguridad. Así surgió la primera idea: dar una recompensa para quien trajera la cabeza del demonio.

Que grabe error...

Las muertes fueron en aumento desde entonces; quienes entraban al bosque ya no salían, y quienes lo hacían volvían con alguna extremidad menos. Regresaban derrotados y con una espantosa expresión en el rostro, jurando que la única razón de seguir vivos, era porque su ángel así lo quiso.

Los rumores llegaron a oídos de Anselin, que sintió curiosidad al respecto. Oculto en una capa, bajó a la ciudad con su amigo, y guardia personal: Darren.

En su niñez, había leído varios glosarios sobre demonios; criaturas espantosas y malvadas, que comían carne humana para fortalecerse y succionaban sus almas como postre. Jamás había visto uno en persona, y honestamente no sabía si quería hacerlo.

En el camino Darren comenzó un interrogatorio por puro aburrimiento. —Tres reglas de la realeza —Soltó el guardia.

Anselin hizo una mueca de disgusto, pero le siguió el juego. —No tener contacto físico, hacer reverencias y no demostrar sentimientos —Musitó a la vez que enumeraba con los dedos—. ¿No te parecen bastante tontas?

—Tú dirás. Ahora una más difícil. Dime quien fue el Primer Rey de Tinopai y por qué —Se cruzó de brazos y lo observó. Sabía que al Príncipe no le gustaba historia.

El Príncipe resopló por la supuesta "dificultad". La historia de su reino es lo primero que le hicieron memorizar.

—Anteros Tinop I. Fue el primero en alzar su espada en contra de los demonios hace dos mil años. Luego de la victoria, se nombró así mismo rey y construyo nuestro reino —No dudó ni un poco en su respuesta—. ¿No tienes un juego más divertido?

Darren asintió y luego sonrió con cierta malicia. —Ahora sí viene lo realmente difícil. ¿Cuánto es cincuenta dividido diez?

Anselin miró a su amigo que sonreía con grandeza. Sabía que su intención era humillarlo con su única debilidad: las matemáticas. Y si creía que lo lograría estaba en lo correcto. Porque no importaba cuanto lo intente, no sabía hacer cuentas mentalmente. O siquiera entender los números.

—Tú... eres un maldito —siseó.

—Su excelencia todavía no me responde —Anselin estiró su pie desde su caballo para golpearlo—. ¡Auch! Quien diría que el perfecto Príncipe no sabe hacer una simple cuenta para niños de primaria.

—Silencio.

Desde pequeño nunca entendió. Ni siquiera era capaz de sumar mentalmente sin usar los dedos y era un verdadero problema cuando se quedaba sin dedos para contar.

—Bien. Cambiemos el tema entonces. ¿Qué opinas sobre esos rumores?

El Príncipe hizo un movimiento con la cabeza y dejó que el aire pasara entre sus dientes. —Todo este tiempo creí que era una historia para asustar a los niños y ocasionalmente a los adultos.

—Tal parece que no.

Como futuro gobernante, su deber era permanecer al tanto de todo lo que ocurría en su reino. Sin embargo, había sido extrañamente descuidado con este tema al respecto. No fue hasta hoy que decidió venir a echar un vistazo.

Una vez allí, pararon a escuchar el relato de un joven que aseguraba haber visto al demonio en el bosque.

—¡Vi al engendro con mis propios ojos!, ¡Era enorme y espantoso! —Aseguró mientras seguía siendo rodeado por más gente— ¡Tenía unos enormes cuernos sobre su cabeza y unas garras enormes y afiladas! ¡Mi familia necesita dinero, así que fui por la recompensa pero casi muero en el intento! ¡Escape porque Dios así lo quiso! —Exclamó sacando una cruz de madera oculta entre sus ropas.

—¡Sí! Mi rebaño desapareció hace unos días, ¡Estoy seguro que fue obra de ese demonio!, ¡De quién sino! —Exclamó un hombre entre la multitud.

Todos comenzaron a darle la razón y a echarle la culpa al demonio por cosas que habían estado sucediendo. Sin olvidar mencionar la muerte de aquella jovencita hace apenas unas semanas.

No tenía idea de que fuera así de grabe la situación.

Anselin había oído hablar desde hace mucho sobre un demonio en sus tierras, pero había creído que se trataba de una leyenda urbana. ¿Por qué tan de repente comenzó esta psicosis?

Desde hace miles de años que los engendros habían sido expulsados a Pandemónium, el Páramo de los demonios. No habían sido una preocupación desde entonces.

La historia que circulaba entre los reinos sobre la joven tinopatense que desposó a un demonio, su padre le había dicho que eso es lo que era; una historia. Por lo que no le dio demasiada importancia. Solo le había parecido curioso como una humana se había enamorado de nada más ni nada menos que de un demonio de aspecto inhumano.

Le pareció repugnante y fuera de lugar.

La atención que recibía el joven fue desviada a un hombre que entró a la ciudad pidiendo ayuda a gritos y con la ropa cubierta de sangre. Entre la manga de su camisa rasgada, su brazo colgaba de unas tiras de carne que apenas lo sujetaban para que no cayera al suelo.

—¡Que alguien me ayude! ¡El demonio me ha cortado el brazo! —Suplicó entre llantos. Adolorido cayó de rodillas al suelo. La gente gritó espantada y se amontonaron a su alrededor para socorrerlo. El Príncipe sin querer llamar mucho la atención se acercó también.

—F...fui al bosque y e-ese maldito... me arrancó el brazo —Aulló.

Sin esperar más, el Príncipe y Darren se dirigieron hasta la casa del alcalde. Desde que había puesto un valor por la cabeza del demonio las desapariciones y victimas del monstruo crecían innecesariamente.

En la enorme y lujosa casa, una mujer de aspecto inusual les abrió la puerta. Su piel parecía de porcelana, contrastando con su cabello oscuro. Sus ojos rasgados y finos eran lo que más llamarían la atención.

Por supuesto que no a Anselin. Él había conocido a la familia del alcalde, su esposa e hija, cuando era un niño y sabía que ellos no eran de aquí.

El Príncipe saludó con una leve inclinación de cabeza antes de hablar. —Buenos días. Me preguntaba si podría tener una reunión con el alcalde, es de suma importancia.

—Su Alteza —la mujer hizo una reverencia—. Mi padre no se encuentra bien el día de hoy, me temo que no podrá recibirlo.

—Necesito hablar sobre la recompensa por el demonio del bosque. Tengo entendido que ofrece una gran cantidad de dinero para quien le de caza.

—Es... así.

La muchacha hablaba como si no tuviera ganas de hacerlo.

—Me temo que debo insistir —Para asegurarse de que fuera recibido recalcó:—. Por favor, dile que he venido a hablar con él.

La mujer estaba a punto de negarse una vez más, pero detrás de ella apareció un hombre de avanzada edad que se sujetaba de un bastón.

—Ya puedes hacerte a un lado, Mei —Le dijo a su hija, apartándola con una mano. Sin rechistar, la mujer obedeció—. Su Alteza, ¿Qué lo trae a mi humilde hogar?

Tanto el padre como la hija hablaban con un acento diferente que dejaba en evidencia que eran extranjeros.

Anselin se dirigió a él respetuosamente.

—Buenos días, alcalde. He venido porque me gustaría tener una conversación con usted sobre la recompensa por el demonio.

El anciano hizo una pausa no muy convencido de ello. —Está bien ¿Qué es lo que a Su Alteza le gustaría saber?

Creyó que lo haría pasar para hablarlo con calma, pero al parecer no tenían ganas de recibirlo. Restándole importancia habló—: Hace unos momentos llegó un hombre del bosque muy malherido por el demonio, supe que entró allí por la recompensa. Supe también de muchos que entraron y aún no han vuelto, todos por lo mismo. Sería conveniente que retire los anuncios y la recompensa para que esto no siga ocurriendo.

El anciano lo miró apacible sin contestar. Al no tener respuesta el Príncipe continuó.—¿Por qué la puso en primer lugar?

Tenía curiosidad del porqué querría el cadáver de un demonio. Él era ignorante en muchos aspectos, no sabía qué tanto se podría hacer con él.

—Me temo que esos son asuntos personales que Su Alteza no puede saber —Contestó—. Sin embargo, esa recompensa no hubiera existido en primer lugar si Su Majestad nos hubiera acudido en un principio. Solo revocaré la recompensa si es el Rey quien me lo pide. Si me disculpa, tengo cosas que hacer. Gracias por tomarse la molestia de venir hasta aquí.

Y sin más volvió a entrar a su casa, seguido de su hija que los despidió con otra reverencia antes de cerrar la puerta.

¿Qué asuntos personales podría tener con el demonio?

—Que amable anciano —rechistó Darren de brazos cruzados.

Anselin suspiró. —Sé cuándo no soy recibido, por eso no insistí.

Ofendido por la falta de hospitalidad, decidió que había sido demasiado tolerante. Nadie más que él podría encargarse de este terrible asunto y sin saberlo el Rey opinaba lo mismo.

No fue necesario hacerle saber a su padre que iría tras el demonio, porque en cuanto puso un pie en el palacio, su armadura y espada ya habían sido preparadas.

Con paso firme entró a la sala y al llegar al frente del trono, el Príncipe se arrodilló para demostrar sus respetos.

—Aquí estoy, Su Majestad —Se anunció.

Con una imagen imponente y elegante, el Rey despegó su vista de unos papiros para mirarlo. —Hijo mío, qué bueno verte.

Anselin se puso contento de escucharlo, pero sin demostrarlo solo hizo un leve asentimiento con la cabeza antes de responder—: Lo mismo digo, padre. Ha pasado un tiempo.

El Rey apenas esbozó una pequeña sonrisa antes de decir—: Me he enterado de lo que está ocurriendo en nuestra ciudad. Varios ciudadanos importantes vinieron a verme para que hiciera algo al respecto. Es por eso que decidí que seas tú quien se encargue de esto —Habló—. Será tu última tarea como Príncipe, antes de tu coronación y compromiso. Trae la cabeza del demonio y consigo paz y honor a nuestro reino.

Los ojos de Anselin centellaron. Su padre estaba confiando en él y en sus capacidades para semejante misión. Sabía que era el único en todo el mundo que podría hacerse cargo de algo así. No ignoraba sus esfuerzos y a pesar de que el Rey no lo había dicho, él lo interpretó de ese modo.

Su trabajo era velar por su gente y sus deseos, eso lo tenía bien claro. Entendía su puesto, así como entendía que siempre debía demostrar ante todos que era merecedor y capaz de sentarse en aquel trono cuando sea la hora.

—Sí, Majestad. No te fallare ni a nuestro reino. —Anselin se inclinó ante el Rey con una mano en el pecho. Y con el permiso, se dio la vuelta y salió del salón del trono.

El Príncipe de veintiún años de edad, estaba comprometido con la Princesa de un reino vecino para dentro de un mes. Un casamiento arreglado por sus reyes, por supuesto, y del que ninguno de los dos había intentado oponerse. Debía partir lo más pronto posible si quería llegar a cumplir con su compromiso.

Esa misma tarde, Anselin marchó rumbo al bosque. Al salir del castillo se encontró con que no podía avanzar con su caballo. Las calles estaban atestadas con súbditos que habían ido a suplicar por su seguridad al Rey. Al ver al Príncipe se abalanzaron sobre él, suplicantes.

Casi sin poder controlar su caballo, les pidió que se apartaran y exclamó con voz engreída—: ¡Gente de Tinopai, hoy será el día en el que sus miedos y preocupaciones llegaran a su fin! ¡Yo, su Príncipe, traeré la cabeza del demonio y velaré por una vida segura y tranquila para ustedes!

Los gritos de la multitud se hicieron presentes.

—¡Larga vida al Príncipe!

—¡El santo de nuestro país!

Regocijándose en ovaciones, agitó la cuerda de su caballo y galopó con velocidad hacia el bosque.

Él era tan popular, que hasta las jovencitas y no tan jóvenes, compraban pinturas con su rostro para adornar sus paredes. Cuando el Príncipe se enteró de eso se sintió realmente avergonzado. De solo pensar que había cuadros suyos en las casas, como si se tratara de algún santo, le daba escalofríos.

Había baladas enteras dedicadas a él. Su favorita era aquella que contaba todas sus hazañas, y terminaba con "Pero al igual que nosotros los mortales, él también siente y duele". No supo quién la hizo, pero le pareció considerado de su parte que lo recordaran.

A la media noche, llegó a la entrada del bosque. El clima primaveral era agradable y cálido, pero en cuanto se adentró entre los árboles, comenzó a volverse mucho más frio.

Tan pronto como el sonido de los animales nocturnos cesó y la luz de la luna apenas lograba colarse entre las copas de los árboles, supo que había llegado al lado profundo de aquel bosque, donde habitaba el hijo del diablo.

La naturaleza era cada vez más salvaje y descuidada; su caballo había tropezado varías veces obstaculizado por ella. No quería que se dañara, así que sin problema se bajó de él dispuesto a continuar a pie.

Era un caballo inteligente, demasiado para ser un animal. A sabiendas de que lo entendería le dijo—: No te vayas muy lejos. Si no vuelvo en un par de días, solo vuelve al castillo.

Su corsel relinchó en respuesta, y el Príncipe lo acarició antes de seguir.

Digno de un lugar embrujado, era tenebroso y sombrío y empeoraba cada vez que avanzaba. La humedad y el barro parecían querer tragarlo bajo sus pies. El silencio era increíblemente ensordecedor, al punto de que oía su corazón. Había combatido en guerras y derrotado a bestias, pero nunca se había enfrentado a tanto silencio. Era de cierta forma inquietante hasta erizar los vellos de la piel.

Caminó con cuidado, tratando de hacer el menor ruido posible para no alertar a nada. Pero las ramas y las hojas en el suelo crujían debajo de sus pies, dando la sensación de que hacía eco, lo cual en realidad, era imposible.

El vahó salía de su boca mezclándose con la penumbra. No podía evitar querer temblar, solo que no sabía si era de frío o por el suspenso y tensión que se sentía en ese momento.

Desde lo profundo de la oscuridad, un sonido se oyó. El Príncipe se alertó agudizando sus sentidos y no queriendo dar un paso en falso. Era claro que no estaba solo.

El sonido era suave, lento y escalofriante. Lo acechaba y tenía la impresión de que se le venía encima, como si estuviera en una pesadilla.

No podía estar seguro de dónde provenían. Se mantuvo quieto mientras trataba de distinguir algo en la oscuridad. Creía que era su imaginación, pero la silueta de los arboles parecían mecerse de un lado a otro.

Anselin tomó la empuñadura de su espada y esperó.

Gracias a sus reflejos fue que logró evitar a tiempo la figura negra que se meció desde los árboles hasta arrojarse son re él.

El Príncipe retrocedió varios pasos sin perder el equilibrio, despegando sus pies del fango. Blandió su espada contra la figura que se acercaba peligrosamente. No podía predecir cuándo atacaría de nuevo, así que agitó la espada alrededor suyo evitando que pueda acercarse.

Sus ojos apenas se habían adaptado a la oscuridad y estaba peleando a ciegas, guiándose de su audición y reflejos.

El viento había comenzado a soplar, trayendo consigo una brisa que apenas mecía la copa de los árboles, pero lo suficiente para que en momentos entrara claridad.

Aprovechando la escasa luz, Anselin deslizó su espada hacia el monstruo. Estuvo cerca de alcanzarlo, pero era más ágil.

No peleaba como pelearía un hombre, era como luchar contra una fiera salvaje volviendolo más impredecible.

Saltando de árbol a árbol, la criatura se colocó a sus espaldas y con sus enormes garras lanzó un zarpazo que arañó la armadura del Príncipe hasta traspasarla. Anselin tambaleó no queriendo perder el equilibrio, pero en ese momento el monstruo se precipitó a él y como último recurso le clavó su espada en el hombro antes de caer al suelo.

Sin importarle la espada que traspasaba su hombro, el monstruo continuó acercándose al Príncipe, forcejeando con él en el lodo.

Anselin no podía verlo, pero podía oír los feroces e inhumanos gruñidos que emitía sobre él.

Apretando los dientes y alejando su cara sabiendo que estaba apenas a centímetros de la suya, el Príncipe maldijo mil veces. No podía terminar así, sería una vergüenza para su país.

La brisa primaveral volvió a soplar y un lúgubre rayo de luz blanca se desplazó entre ellos.

El Príncipe contempló aturdido el rostro del monstruo encima de él que lo miraba con ferocidad, arrugando su expresión y enseñando sus dientes, tal cual lo haría un animal.

Inconscientemente y poco a poco, su cuerpo parecía dejar de resistir.

Y antes de dar la primera mordida para arrancarle la piel de la cara, los ojos del demonio parecieron suavizarse en el momento que vio el rostro del Príncipe. Lentamente se apartó mientras lo observaba con perplejidad. Y antes de que pudiera entender, el demonio ya se había alejado con brusquedad.

Anselin lo observó igual de perplejo y desorientado. Él había venido a matar a un monstruo; un demonio espantoso y deforme. Pero lo que tenía frente a sus ojos era a un joven no mayor que él que lo miraba espantado. Lo único que lo diferenciaría del resto eran el par de cuernos sobre su cabeza y la poca piel escamosa y negra sobre ciertas partes de su rostro y cuerpo.

Fuera de eso, que no era poco, parecía un muchacho común. Sea como fuera, no era para nada lo que había esperado o lo que habían descrito los ciudadanos en el reino.

El Príncipe continuó sentado en el fango, hasta el momento en que volvió en sí y se levantó de golpe. El demonio retrocedió un paso en cuanto lo vio ponerse de pie.

Rodeados de oscuridad y ocasionales rayos de luz, ambos se observaron sin hacer nada.

Una sensación de deja vu azotó su cabeza.

Titubeando, Anselin se atrevió a hablar.

—¿Eres tú... a quien llaman ­"Demonio del bosque"?

A pesar de que la respuesta podría ser un poco obvia, quería asegurarse. Sin embargo, el demonio no pronunció nada.

Creyó que tal vez no entendía ni media palabra de lo que estaba diciendo, después de todo quién sabe desde hace cuánto tiempo estaba viviendo como un animal.

—¿Puedes hablar?, ¿Tienes un nombre?, ¿Entiendes lo que digo? — volvió a interrogar— Yo... yo no voy a hacerte daño.

Era hipócrita decir eso, teniendo en cuenta que tenía su espada atravesándole el hombro.

El demonio frunció el ceño y sin que Anselin lo esperara habló con lentitud, con voz ronca y gruesa. —Quienes... llegan hasta aquí... lo hacen con la única... intención de hacerme daño... —Replicó. Una mezcla de enojo, tristeza y decepción se percibían en su voz.

Naturalmente era a lo que Anselin había ido hasta allí, no estaba de visita. Quería su cabeza para que el Rey la ofreciera como ofrenda a sus antepasados.

—Vete.

Pronunció por último el demonio antes de desaparecer en la oscuridad.

El Príncipe pensó ir tras él, pero se quedó estático en el lugar.

No le cabía duda de que era el demonio del bosque, pero había quedado tan impresionado con su apariencia que era difícil de creer que era casi humano. Se veía tan... normal comparado con los demonios ilustrados en los textos que era insólito que él fuera un monstruo sanguinario. Pero de repente recordó que se trataba de un híbrido, así que le encontró más sentido.

Anselin sentía demasiada curiosidad e intriga por él. Cabía destacar que además de ser un hábil heredero, también era un curioso explorador y aficionado a estudiar todo tipo de criaturas. Y sin duda, para él este era un gran hallazgo.

No olvidaría su propósito en primer lugar, pero podría estudiarlo de cerca antes de precipitarse. Tenía en mente llevar la cabeza del demonio ante su padre, quiera o no. Su futuro dependía de ello.

Luego de Aston Tinop I, él sería el segundo en su linaje en acabar con un demonio. Su historia quedaría registrada en textos e historias. No se le estaba permitido fallar.

Pero sin duda esto ameritaba una investigación. En este momento muchas preguntas daban vueltas por su cabeza. Lo había estado atacando ferozmente y hasta casi le arrancaba la cara ¿por qué se detuvo de repente?, ¿Qué lo había hecho cambiar de opinión?, ¿Por qué simplemente le dijo que se fuera?, ¿Cuál era su historia y por qué recién se daba cuenta de que se había llevado su espada?

El Príncipe pensó que le estaba dando demasiadas vueltas al asunto, pero no podía evitar sentirse emocionado. De todas formas no podía volver con las manos vacías. Menos después del show que había hecho.

¿Qué les pareció este primer capítulo?

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