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De vuelta al reino

La acogida en el reino fue revoltosa. La gente se había amontonado en las calles al ver finalmente llegar al heredero, acompañado de la guardia real y con el demonio atado con cadenas; siendo escoltado con espadas y lanzas que amenazaban con matarlo si intentaba hacer algo.

Los gritos de la multitud se mezclaban entre sí formando una oleada de insultos para el demonio y alabanzas para el Príncipe.

No fue cuestión de tiempo para que las palabras crueles fueran acompañadas de frutas y verduras podridas que eran lanzadas hacia Daimon, con la intensión de hacerle saber todo el desprecio que le tenían. Los restos se adherían por todo su cuerpo, incluyendo su cara que fue  manchada con tomate podrido y alguna otra cosa con olor putrefacto.

Anselin mantuvo su postura y sostuvo sus ojos al frente, esforzándose por ignorar la situación. Por el rabillo del ojo, observó cómo un hombre entre la multitud levantó una piedra del suelo y la lanzó directo a la cabeza del demonio, haciéndolo sangrar.

Detuvo su corcel abruptamente, deteniendo la marcha.

—¡QUIEN SE ATREVA A ARROJAR OTRA PIEDRA, SERÁ CASTIGADO! —levantó la voz de repente, sorprendiendo a todo el mundo.

El apogeo de la recibida cesó repentinamente, el silencio reino por un momento para luego convertirse en murmullos desconcertados.

Mientras avanzaban hasta el palacio, por órdenes del Príncipe los guardias reales impidieron que Daimon siga siendo atacado. La gente no entendía por qué el heredero protegía al demonio. ¿Acaso los rumores eran ciertos?

En el castillo todo el mundo corría de un lado a otro, anticipando la llegada de Su Alteza con el demonio. Las palabras se pasaban de boca en boca con rapidez hasta llegar al Rey que ya estaba enterado de la imprudencia de su hijo y el palacio se estaba preparando para la llegada del engendro. No hubo rincón vacío en donde no haya un guardia armado, y los sirvientes habían desaparecido hasta convertirse en sombras.

Al llegar a la puerta, fue recibido por un guardia. Anselin notó que temblaba. No hacía frío, así que supuso que sería de miedo.

—¡Príncipe Anselin, Su Majestad el Rey lo espera en la sala del trono! —le hizo saber— ¡Requiere de su presencia y la del demonio!

Se bajó del corcel sin siquiera molestarse en dirigirle la mirada a Daimon.

—Tráiganlo —ordenó.

Fueron escoltados y con cada paso dado los guardias en los pasillos apuntaban al demonio con lanzas, preparados para atacarlo si era necesario.

La gran puerta al trono se abrió, y allí parado vio a su padre. Su semblante era inexpresivo, pero podía adivinar que estaba furioso.

Sin perder el tiempo, apenas puso un pie en la terciopelada alfombra que encaminaba a su padre, se arrodillo ante él, —Majestad —pronunció—. Perdone mi tardanza. Mi incompetencia hizo que demorara más de lo necesario.

—Por lo menos eres consiente —dijo Tinop—. Te he ordenado hacer una cosa y me has desobedecido ¿Tienes alguna idea de las consecuencias que traerá tu decisión?

Anselin tragó, sintiendo la boca seca. Tenía muy en claro que lo que hizo está en contra de los deseos del Rey. No acatar una orden real podría significar la muerte, o en su caso, un severo castigo. No sabía qué era lo que pasó por su cabeza en el momento que decidió traer al demonio vivo al reino. No era propio de él actuar en contra de un mandato.

—No creo que traiga consecuencias, al contrario, Majestad. He estado estudiando al demonio de cerca y no es una amenaza grabe. Ha mostrado signos de civilización a pesar de su entorno y aislamiento. Pienso que es un sujeto de estudio interesante —habló con convicción.

El Rey entrecerró los ojos y soltó un bufido. —Los rumores sobre ti y este engendro están ensuciando Tinopai y la corona, ¿¡Y aun así te atreves a traerlo hasta aquí con vida!? ¡Esa no es la orden que te di!

Anselin levantó la cabeza para mirar a su padre con confusión. Titubeó unos segundos antes de confesar: —Mi llegada al reino es reciente, soy ajeno a qué tipo de rumor gira entorno a este heredero. Por favor, ilumíneme, Majestad.

Su padre lo miró con frialdad, dio media vuelta, caminó hasta el trono y se sentó. Al cabo de un silencio abrió la boca. —¿Qué es lo que hacías exactamente en ese bosque y con ese demonio? —inquirió.

Su pregunta confundió un poco al Príncipe, era como si en realidad estuviera cuestionando otra cosa.—Este Heredero se dedicó a estudiar al demonio, Majestad. Lo he seguido de cerca y creo que es un gran hallazgo que podría beneficiar a nuestro reino en muchos aspectos. Obtendríamos más fama que aquel reino donde habitaba un eslabón criado por simios.

El silencio volvió a predominar en la sala. Esperó por un momento, pero al no obtener palabras de su padre, habló de nuevo, —Si Su Majestad me lo permite, me gustaría-

—Los rumores dicen que mantenías relaciones carnales con el demonio —siseó

—¿¡Que yo qué!?

El Rey soltó aquello de repente, interrumpiéndolo y tomándolo completamente por sorpresa haciendo que perdiera la compostura. Anselin casi escupió sangre por la boca ¿¡De dónde demonios salió algo como eso!? ¡Definitivamente se encargaría de encontrar al responsable y le cortaría la lengua!

Inconscientemente volteó para mirar a Daimon detrás de él, quien le devolvió la mirada con una media sonrisa burlona.

¿¡Esto te divierte!?

Anselin fingió recobrar la decencia, y muy seguro de lo que estaba por decir musitó: —Claro que son mentiras.

—¿Es todo lo que dirás?

—No tengo nada más que agregar.

El Rey Tinop frunció el entrecejo con claro enfado, su ­rostro comenzaba a ponerse igual de colorado que las partes de su cabello que no eran blancas. —¡Insolente! —rugió— Tú reputación y la de la corona está en juego ¿¡Y así te defiendes!?

—No hay defensa si no existe un mal hecho —dijo.

Su padre le clavó los ojos y Anselin no se atrevió a mantener la mirada. Finalmente, rendido, el Rey apartó el ojo ahora más tranquilo y soltó un largo suspiro. —No es de sorprenderse que los demonios son íncubos, ¿ha intentado algo contigo? —quiso saber el Rey, esta vez por preocupación.

—Su Majestad no debe preocuparse, el demonio se ha portado bien conmigo.

En el fondo y a un costado del salón, escuchó a Darren toser y carraspear. Con una mirada por el rabillo del ojo le indico que se callara.

—Lo siento —se disculpó su amigo.

El Rey Tinop hizo un gesto con su mano, ordenando que llevaran a Daimon al frente para inspeccionarlo. Con empujones lo dirigieron delante del trono, para obligarlo a ponerse de rodillas.

Los ojos fríos de la majestad se clavaron en él con cierto desprecio. Sin embargo, y a pesar del poco tiempo que pasaba con él, Anselin conocía todas y cada una de las miradas y expresiones de su padre, pero la que tenía en ese momento no la lograba comprender. Era algo que iba más allá del odio o la preocupación. Sin duda había algo que su padre sabía y él no.

Sin importarle los posibles peligros que implicarían acercarse al demonio, se levantó del trono y se paró frente a él. —¿Qué haces en el reino humano? —Inquirió. Desde abajo, Daimon mantuvo una mirada oscura e inquebrantable ante el Rey— Responde.

Anselin se sintió con la necesidad de hablar por él. —Él no conoce sobre su pasado —avisó.

—Silencio. No te estoy preguntando a ti.

La boca de Anselin se cerró para no volver a ser abierta. También miró a Daimon­, expectante a su respuesta.

Después de un lapso de silencio, Daimon replicó,—En mi cuerpo corre tanto la sangre demoníaca como la humana, no pertenezco a este mundo, sino a los dos.

Esas eran las palabras que el Príncipe le había dicho aquella noche en el bosque. Anselin sintió remordimiento. ¿Por qué tuvo que decirles esas cosas?

Tinop apenas mostró una sonrisa de desdén. —Te crees perteneciente de los dos mundos, sin embargo, no eres aceptado en ninguno — habló con la cruel verdad. Daimon guardó silencio y su expresión seria se vio perturbada por un ligero fruncimiento de cejas— ¿Quién te dijo esa estupidez?

Los ojos del Rey volaron hasta su hijo, reprochándole en silencio. Anselin tragó saliva e involuntariamente se escuchó hablando de nuevo. —Majestad, le pido encarecidamente que me permita seguir estudiando al demonio aquí en el castillo.

No hacía más que una mirada de su padre para saber que estaba haciendo las cosas mal y no estaba nada contento con ello.

—Te has vuelto descarado, Anselin —observó—. Nunca te he visto tan interesado en algo, hasta el punto en el que llegaras a actuar más allá de mis órdenes.

Una sensación de asfixia se apoderó del pecho del Príncipe. Estaba claramente asustado. Apretó los puños hasta sentir las uñas en su piel en un intento de controlarse. Con mucho esfuerzo se expresó: —Como, como futuro Rey quiero adquirir conocimiento. No podemos ignorar que los demonios existen en este mundo, a pesar de estar exiliados. Quiero convertirme en un gobernante capaz de entender a toda criatura viva y estar preparado para el futuro. Por favor, le ruego a Su Majestad que considere mi petición.

Al terminar de hablar, volvió a arrodillarse y a inclinar la cabeza.

En la realeza, solo era propio de este gesto para los subordinados del Rey, no para un Príncipe. Pero frente a su padre, no se sentía como tal. Ante él se sentía pequeño e insignificante mientras al mundo le mostraba lo maravilloso y perfecto heredero que era.

El Rey le dedicó una última mirada al demonio antes de sentarse. —La Princesa Irina ha estado preocupada por ti. Ve a verla en cuanto tengas tiempo. Ya pueden retirarse.

Anselin se quedó de rodillas mirando el suelo. El Rey había pasado por alto todas sus palabras. Ni siquiera lo había escuchado.

Los guardias halaron bruscamente a Daimon para escoltarlo a los calabozos bajo el castillo. Antes de desaparecer por la gran puerta, el demonio giró el rostro para ver como lentamente el Príncipe se levantaba del suelo, con la mirada vacía.

 

Anselin casi había olvidado el placer de bañarse con agua caliente. Salió del baño vaporoso limpio y perfumado. Los sirvientes habían dejado una bandeja llena de manjares en su habitación, pero no tenía apetito. Su estómago parecía haberse cerrado debido al estrés.

Después de ponerse ropas limpias, se recostó en su cama sintiendo un nudo en la garganta. En un abrir y cerrar de ojos, su entorno cambio de árboles y oscuridad, a una habitación pulcra e iluminada.

Todo este nuevo acontecimiento lo hacía sentir como un idiota. Un idiota frente a su padre, Darren y Daimon. A pesar de tener sus propias convicciones, era incapaz de llevarlas a cabo.

Cerró los ojos por un momento y soltando un suspiro se levantó, tomando camino hacia los calabozos.

No le sorprendió ver la cantidad de guardias resguardando tanto la entrada como el interior. Le permitieron el paso y lo guiaron por los pasillos hasta el demonio. Algunas celdas eran ocupadas por criminales, acusados tanto de delitos menores como se considera robar, hasta delitos mayores como lo es asesinar. Ninguno sería perdonado y solo los encarcelados por hurto, tenían la posibilidad de redimirse y tener una segunda opción después de una larga estadía en prisión. En cambio, los asesinos y violadores solo serían libres en el momento de su muerte. 

Aquel calabozo había sido construido durante el reinado de Aston Tinop, lo que significaba que tanto esta parte subterránea como el palacio llevaban dos mil años en pie. Y a pesar de la antigüedad, la estructura se mantenía intacta y casi impecable. Claro que se debía al arduo mantenimiento durante generaciones.

Lo que a este calabozo lo destacaba del resto, además de la antigüedad, sería que era el único en el mundo que contaba con celdas especialmente construidas para contener demonios; el material con el que habían fabricado los ladrillos para levantar las paredes era del más resistente de todos, y solo se logró extraer una vez del interior de un meteorito.

No creemos necesario mencionar que todo este plan fue llevado a cabo por la justificada psicosis de Aston Tinop.

Las mazmorras eran frías y algo húmedas, vagamente similar al bosque.

Daimon se encontraba encerrado en el medio de cuatro paredes. Su cintura y cuello estaban rodeados por dos gruesas argollas de metal de donde salían varias cadenas, sujetadas de ganchos en las paredes. Estaba completamente inmovilizado.

Anselin abrió los ojos al mismo tiempo que fruncía las cejas, estupefacto. Era una completa barbaridad, estaba aprisionado como si fuera el ser más peligroso en la tierra.

Sintiendo su presencia, Daimon alzó la vista para mirarlo. Tenía el semblante oscurecido, pero en el momento que sus ojos conectaron, se volvió a iluminar.

Su expresión fue similar a la de un cachorro que se pone contento después de volver a ver a su dueño. El Príncipe se sintió culpable y con razón. —Mírate —dijo— ¿Por qué estás tan callado?

—¿El Príncipe quiere que le agradezca?

—Bueno, ya no estás en el bosque —mencionó.

—Este lugar no es muy diferente, salvo que no se me permite moverme.

Anselin lo escaneó de arriba abajo. Sus harapos todavía seguían húmedos, y ahora también estaban sucios con restos de comida. La sangre se había secado en su frente dejando la marca del recorrido hasta su mejilla. Y ahora tenía varios moretones que juraba que no estaban allí cuando pisaron el palacio.

Pensó que Daimon era fuerte, sin duda superior a todos los guardias e incluso a él mismo. No entendía por qué razón se dejó humillar de esta manera, cuando pudo huir o pelear desde el principio. Es más, estaba convencido de que si se lo propusiera, lograría romper las cadenas e irse. ¿Por qué seguía ahí? Ya no podía seguir viendo su lamentable imagen.

—Guardias —llamó y en el momento se hicieron presentes—. Libérenlo.

Los hombres se miraron entre sí oscilando, hasta que uno de ellos se atrevió a hablar. —Su Alteza, tenemos ordenes de Su Majestad el Rey de mantenerlo prisionero.

—Mmm, entiendo —asintió comprensivo—. Sin embargo, dentro de poco yo seré Su Majestad, y como futuro Rey y actual heredero, les ordeno obedecer.

No muy convencidos pero al fin y al cabo obedeciendo, Daimon fue liberado de las cadenas en cuestión de minutos. Antes de salir del calabozo con el demonio, se giró hacia los guardias. —Yo me encargaré de él personalmente, así que no será necesario que le notifiquen a Su Majestad. Es otra orden—concluyó.

Todos los vigilantes en el calabozo intercambiaron miradas, temiendo por sus vidas.

El primer lugar al que llevaría a Daimon era al baño de su habitación. Al fin lo obligaría tomar un baño como una persona decente. Lo empujó dentro y cerró la puerta después de darle varias indicaciones. Buscó en su armario algunas prendas para prestarle, pero el otro era notoriamente más grande que él. Se imaginó a Daimon con sus pantalones e hizo una mueca de disgusto. Se vería patético.

Como era obvio que ninguna de sus ropas le serviría, mandó a llamar a una de sus sirvientas personales; la señora Sophie. La mujer, de ahora unos cuarenta y tantos, lo había criado desde que su madre falleció. Junto a Darren, era en quien más confiaba dentro del castillo.

—¡Mi Príncipe, que feliz me hace volver a verlo! —Exclamó con alegría— En cuanto supe que estaba en el castillo, espere ansiosa a que me llamase.

Anselin sonrió con ternura, —Para mí igual es una alegría verte, Sophie. Extrañé de tus cuidados en el bosque.

—¡Bah! Su Alteza se fue tan deprisa que no me dio tiempo a juntar mis cosas para acompañarlo, ¡Yo lo habría alimentado bien!

El Príncipe soltó una carcajada. Sin duda no hubiera tenido dificultades si hubiera estado bajo su cuidado.

—Escúchame, Sophie. Necesito un favor. Debes ir al pueblo y buscar las prendas de hombre más grandes que encuentres, como... como para alguien de dos metros. Y si no las hay, asegúrate de encontrar a alguien que las confeccione. Espera, te daré el dinero.

Sophie parpadeó confundida. Su atención fue dirigida a la puerta del baño del Príncipe, donde se escuchó el sonido del agua al agitarse en la bañera.

—¿Qué es lo que está tramando ahora? —inquirió con desconfianza.

Observó a Anselin buscar en un lado y otro el dinero para las compras. En todos sus años criándolo, desde hacía mucho que no lo veía tan energético.

Sonrió con cariño antes de hablar. —Supe que trajo al demonio del bosque consigo —comentó—. No es propio de usted desobedecer al Rey.

—¡Aquí está! –exclamó Anselin, sosteniendo una bolsa con monedas de oro—Ten, asegúrate de conseguirlo. Y si es más de un juego de ropa, mejor.

La mujer se rió y él no supo por qué.

 

Al cabo de lo que fue alrededor de una hora, Anselin golpeó la puerta del baño. —¿Todo en orden? —le pregunto a Daimon— Recuerda cubrirte con lo que te deje ahí antes de salir.

Se quedó un momento a esperar una respuesta, pero allí dentro parecía muy silencioso.

¿Se habrá escapado? No sería posible, la ventana es muy pequeña para él.

Apoyó su oreja sobre la madera de la puerta, intentando percibir algún sonido. Estaba tomando el picaporte, cuando se abrió de golpe.

Por la inercia su cuerpo se inclinó hacia adelante, pero fue gracias a sus buenos reflejos y unas caballerosas manos que no cayó sobre Daimon. De una manera inconveniente, su cara había quedado a centímetros de su gran, desnudo y húmedo pecho, que goteaba con agua cristalina pareciendo gotas de rocío sobre una hoja.

Una de las manos de Daimon había ido a parar justo en su cintura y la otra sobre su hombro. La tela de su camisa era delgada, pudiendo sentir el fuerte pero gentil agarre de sus dedos.

Con las orejas calientes, se apartó con rapidez y se obligó a mirar a otro lado. Pero su curiosidad seguía siendo más fuerte que su voluntad. A regañadientes lo observó disimuladamente; se había cubierto la entrepierna con su toalla, tal y como le había pedido, dejando a la vista todo lo demás. Ya había visto su torso desnudo, más verlo de nuevo y semi-desnudo era completamente distinto. Todo su cuerpo estaba lleno de cicatrices y tanto su pierna derecha como brazo izquierdo eran cubiertos por escamas negras.

Supongo que el salvajismo es la mejor manera de ponerse en forma.

Mirando bien, tal vez debió darle algo más grande para que se cubra.

Daimon no pasó por desapercibido las miradas del Príncipe, por lo que sus ojos brillaron con una pequeña malicia. —Fue realmente agradable tomar un baño con agua caliente —dijo—. Gracias a las cosas que me dio el Príncipe, ahora huelo bien.

Hablaba mientras se acercaba a él y Anselin retrocedía conscientemente, llegando hasta el centro de la habitación. —Ejem –Anselin carraspeo—. Me alegra saberlo. Podrás bañarte las veces que quieras de ahora en adelante.

Continuó caminando hacia atrás hasta que su espalda chocó con la baranda de su cama que sostenía los cortinajes.

A pesar de la recibida que había tenido desde que puso un pie en el reino, el demonio parecía estar realmente bien ahora mismo. Como si le hubiese importado muy poco, o eso creía el Príncipe.

Daimon bajó la cabeza a la altura de su rostro, con una sonrisa coqueta en sus labios.

¡De verdad huele bien!

Su cuerpo desprendía el delicioso aroma a los jazmines, gracias al jabón que la Princesa Irina había mandado a hacer especialmente para Anselin, como un regalo antes del compromiso.

—Ahora que estoy limpio ¿Qué le parezco a Su Alteza?

—¿Qué estás preguntando?, ¿Esperas un halago?

—El Príncipe dijo que me bañara y eso hice, incluso lave detrás de mis orejas como pediste. Es lo menos que podrías darme.

Anselin reprimió una carcajada antes de hablar.

—Bañarse no es un logro, Daimon.

La sonrisa coqueta del demonio se transformó poco a poco a una con picardía. —Pero, ahora que me ves bien, ¿No tienes curiosidad sobre cuándo nos conocimos por primera vez? —Musitó— ¿Su Alteza todavía siente curiosidad por mí?

Sus palabras salían con una intención que ponía inquieto al Príncipe. Claro que todavía quería saber, pero ya no se atrevía a preguntar por temor al precio que tendría que pagar.

No quería convertirse en la cena de nadie y quería conservar todas las partes de su rostro.

—Detente ahí —le dijo al notar que no dejaría de aproximarse—. Dijiste que el precio era caro, no podría pagarlo —De pronto un foco se encendió sobre su cabeza—. Te he traído hasta aquí, te lavaste en mi baño y usaste mis productos, y también te alimentaré con buena comida. Creo que ese es un buen pago para que respondas una de mis preguntas.

La sonrisa de Daimon se ensanchó más. —Alteza, no puedes cambiar la forma de pago.

—Entonces, no estoy interesado.

Hizo el intento de alejarse pero el demonio lo detuvo.

—Seré justo. Responderé una pregunta del Príncipe a cambio por sus cuidados.

Haber vivido en el bosque no lo volvió ningún tonto.

¿Será debido a su sangre demoníaca que a pesar del aislamiento era tan perspicaz?

No haciéndose derogar, Anselin pensó cual duda quería resolver primero. —¿Dónde nos conocimos por primera vez? 

—Fue aquí en el reino. ¿Te haces alguna idea?

Anselin hizo una mueca, disconforme. —En el reino sin duda sería, quise preguntar en qué situación.

El demonio sonrió primero con los ojos y después con los labios. —Esa ya es otra pregunta, Alteza.

"Debes pensar bien antes de preguntar", pensó el demonio pero no dijo ni una palabra para no despabilar tontos. 

La frustración se apoderó del cuerpo de Anselin. Quería agarrar a Daimon de los hombros y sacudirlo incansablemente hasta que responda todas sus dudas.

¿¡Quien le había dado el permiso para hacerse el misterioso!?

Esta situación se estaba volviendo insufrible y molesta, pero contrariamente alimentaba más su curiosidad.

—¡Ahg! ¡Me exasperas! —soltó con frustración.

—No quiero exasperarte. —Daimon lo miró consternado. Al ver su expresión el Príncipe bajó las comisuras de sus labios y apartó los ojos.

¡Entonces no lo hagas, de acuerdo!

Dos golpeteos sonaron en la puerta de su habitación y sin esperar obtener permiso, Sophie entró sin más. La sorpresa que se llevó al ver al demonio semi-desnudo cerca del Príncipe la petrifico en el marco de la puerta.

Los jóvenes voltearon a verla y un silencio incomodo se apodero del momento.

—¡P-po-por Aston Tinop! —gritó la mujer— ¡Aléjate del Príncipe! ¡Aléjate, aléjate!

Sophie corrió hasta ellos y con la bolsa que traía en sus manos comenzó a golpear a Daimon hasta hacerlo retroceder. —¿¡Cómo te atreves a atacarlo!? —lo golpeaba mientras un desconcertado y confundido Daimon intentaba protegerse con sus manos— ¡¡Te daré una lección que la recordaran hasta tus nietos!!

Anselin estaba igual de estupefacto y apenas podía aguantar la risa al ver a un hombre de dos metros ser golpeado por una mujer de metro cincuenta con la bolsa de las compras. Era una escena hilarante y ridícula.

Por mucho que se estuviera divirtiendo, tuvo que detenerla. —¡Detente Sophie! Lo asustaras.

La mujer volteó con la expresión arrugada. —¿Asustarlo yo? ¿Acaso Su Alteza lo ha visto bien?

—Sophie... Déjalo en paz.

Le dirigió una mirada amenazante a Daimon antes de volver al lado del Príncipe. El demonio parpadeó procesando la feroz, pero suave paliza que le acaban de dar.

—Él es Daimon. No me estaba atacando, es solo que vivió aislado de las personas y no conoce el espacio personal —le aclaró.

Ella le dio una mirada que le daría una madre a un hijo cuando no está nada conforme con sus decisiones. —Sabía que estabas tramando algo imprudente. ¿Qué pretende Su Alteza al traer al demonio a su alcoba? ¡El Rey lo castigará si se entera!

—Es un amigo, ¿Cómo podría dejarlo en esas terribles condiciones? Eso hablaría muy mal de mí.

Sophie suspiró y chasqueó con la lengua mostrando su descontento. —Se meterá en muchos problemas. En fin, aquí esta lo que me pidió. Son las prendas más grandes que conseguí, pero supuse que no estaría conforme con ellas, así que mande a llamar al sastre para que tomase medidas y confeccione unas nuevas.

Anselin tomó la bolsa de sus manos y sonrió. —Muchas gracias, Sophie. Siempre eres de gran ayuda. Te llamaré en cuanto te necesite.

Frunciendo los labios, le dio una última mirada al demonio que no se atrevió a volver a acercarse, y se marchó.

—Es una mujer con mucho carácter, pero es la más buena y amable que conozco. No tienes que preocuparte de ella —le comentó.

Daimon ladeo levemente la cabeza —Parece que Su Alteza le tiene mucho aprecio.

—Así es, luego de que mi madre murió, ella me crió y me consoló.

El demonio guardó silencio, y Anselin le pareció pensar que podría haber avivado recuerdos de su pasado. Le lanzó la bolsa y la agarró de inmediato.

—Ponte lo que hay allí. Cuando termines, vamos a comer. ­

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