Narra: Emir Evliyaoglu.
Dos horas antes.
—¡Bahar! ¡Abre la maldita puerta!
Escuché esa voz femenina agresiva y dejé de prestarle atención a los papeles que estaba revisando.
Ese tono de su voz indicaba que algo no iba bien e incendiaron las alarmas de que lo que acontecía entre ellas dos no era algo simple que se debía tomar a la ligera. Así que tuve que incorporarme y encaminarme hacia la puerta.
—¡Sé que estás allá dentro! Si no me abres la maldita puerta, te juro que la haré caer sobre tu cabeza. ¿Cómo te atreviste a sacar mis cosas de esta casa, niña estúpida?
Escuché cómo rió con sorna; incluso en aquello se parecían. Tal vez por eso se detestaban la una a la otra. Bahar solía ser como su madre; incluso no se podía distinguir cuál de las dos era más malvada y escandalosa. La diferencia era que su madre era más calculadora que ella y mi esposa actuaba movida por el impulso que le provocaba la ira. Sin embargo, Melek esta vez había perdido los estribos.
—Te vas a arrepentir —volvió a hablar tras no recibir respuesta—. Te haré la vida miserable. Te lo juro. Les diré a todos que no eres más que una maldita golfa.
Abrí la puerta con rapidez. Por suerte, los tíos de Bahar estaban demasiado lejos, al otro lado de la ciudad. Si hubiera sido todo lo contrario, ellos hubieran hecho preguntas que habríamos tenido que contestar obligatoriamente.
—¿Melek? —la llamé, en el umbral de la puerta—. ¿Qué está pasando?
Ella se volvió en mi dirección y se acomodó el velo con nerviosismo.
—Esto es entre mi hija y yo, no deberías entrometerte —me sugirió con una tranquilidad fingida.
—Este es mi casa, Melek, y no te permito que grites así a estas horas de la noche. ¿Acaso no te da vergüenza lo que puedan comentar de la servidumbre? ¿Quieres que nos expongan en los medios de comunicación? ¿Eso quieres? Hace tanto tiempo que no estamos expuestos públicamente después del altercado que tuvimos, y planeo estar así por mucho tiempo más. No quiero que afecte a mis negocios, así que te voy a pedir que seas discreta.
Estaba dolida, así que endureció la mandíbula y cerró los ojos. Tomó aire y se encaminó hacia el lado posterior del pasillo, en vía contraria, al frente de mí.
—Sé que este es tu espacio, Emir —aclaró—. Si estoy aquí es por mi hija, para protegerla. No deberías opinar en esta situación.
—A mí no me engañas, Melek —repliqué—. Nunca te ha interesado proteger a tu hija.
Ella arrugó el ceño continuamente, abrió la boca para intentar articular una palabra; sin embargo, volvió a cerrarla, abriendo y cerrando los ojos continuamente.
—¿De qué demonios estás hablando? —quiso saber, intrigada.
Ensanqué la comisura de mis labios en una mueca maliciosa. Si había alguien que debía ponerla en su lugar, era yo, nadie más. Así que estaba totalmente preparado, y eso era algo en lo que había estado pensando y analizando desde hacía mucho tiempo.
—Le tienes envidia, ¿no es así? Porque ella sí se atreve a hacer lo que tú nunca hiciste.
Torció los ojos y una sonrisa divertida, que fue más falsa que sus labios inyectados, salió a relucir.
—¿Estás loco? Yo di la luz a Bahar. Ella es mi hija y me debe respeto.
—Sabes perfectamente de lo que estoy hablando, Melek. Bahar es una mujer que no se deja controlar por ninguna persona y que rompe las reglas. En cambio, tú nunca pudiste hacer eso con el viejo Murad. Querías viajar, estudiar, estar con la persona que amabas, pero no pudiste, y quieres que tu hija viva la misma vida miserable que tú.
Sustituyó la sonrisa divertida por una expresión maliciosa, apretó los labios levemente. Si con el comentario que lancé me sentí incómoda, en ese mismo momento se iba a incomodar más, porque yo no pensaba detenerme.
—¿Estás en mi contra después de todo lo que he hecho para poder controlar a Bahar? ¿Y a ti qué te pasa?
—No me pasa nada —dije, muy pasivo, como y ella actuaba como si no hubiera afectado. Me encantaba estar aplastando a mi queridísima suegra con mis palabras. Lo mejor era que su humor no podía afectarme—. Pero debo preguntar lo mismo, ya que en menos de diez minutos has cambiado la expresión dos veces.
—Siempre supe que eres un infeliz —pronunció—. Tú no te mereces a mi hija. Ella es demasiado mujer para ti.
—Me extraña, Melek, porque aún así no quisiste desistir del matrimonio arreglado, aun cuando tu hija se acostó con otro e inclusive estaba embarazada.
—Sabes que lo hice por protección —articuló—. No podía permitir que los hermanos de Murad heredaran nuestro patrimonio y nos dejaran en la pobreza. Tú muy bien sabes que las mujeres no pueden heredar y el matrimonio es para toda la vida, incluso después de la muerte. ¿Qué quieres? ¿Que me quedara en la calle y me alejaran de mis hijos?
Reí.
—Deja de victimizarte. Tienes hijos varones que darían la vida por ti, Melek. Kemal es un hijo abnegado que, sin dudarlo, daría la vida por ti, y el consentido Murad no se queda atrás.
—No importa que tenga varones —repuso—. No iba a abandonar lo que por muchos años fue mío mientras fui la esposa de Murad. Yo fui su esposa, la que aguantó sus infidelidades. Nadie sabe por lo que yo pasé al lado de mi esposo y, por ende, debía ganar algo. Y Bahar es mi hija; si la puedo persuadir para que siempre nos mantengamos juntas, lo haré mil veces más.
—¿Por qué Bahar sacó tus cosas? —le inquirí—. ¿Qué fue lo que pasó?
—Es insoportable —contestó, restando importancia—. Es otro de sus arranques de ira. Sabes bien que no se está tomando las medicinas.
—¿Y adónde vas a ir?
—Voy a irme a la casa que me compró Murad —mencionó—. Me iré con un familiar que me escolte. Sé que las cosas van a solucionarse, de eso no le cabe la menor duda.
—Espero que puedan solucionar las diferencias por su bien, porque si sus cuñados regresan, harán muchas preguntas. Preguntas que no responderé yo. Así que arreglen sus cosas.
—Debes ayudarme, Emir —propuso—. Mi hija me odia —tragó saliva—. Debes hacerla entrar en razón. Habla con ella y dile que sus tíos pueden arremeter en su contra si descubren que le ha faltado el respeto a su madre.
—¿Crees que yo dejaré que le hagan daño? No seas ilusa, suegra. Bahar y yo podemos tener diferencias, pero es mi esposa y no dejaré que nadie la golpee.
—Hablas como si estuvieras enamorado de mi hija. ¡Quien te viera!
—No lo estoy, y nunca lo estaré, pero la estimo, y además, es la hermana de Kemal; debía cuidarla. Lo mejor será que te vayas por ahora. Después yo veré qué hacer para solucionar este problema. Y cuando vuelvas, debes poner de tu parte para que esto no se vuelva a repetir.
Melek me dio la espalda sin decirme ninguna palabra. Ella y yo nunca empatizamos, y si unimos fuerzas, fue para mantener con vida a su hija desobediente e impulsiva.
Dios, es que Bahar era una fiera caprichosa y cuando en su cabeza navegaba algún capricho, sin duda lo imponía por encima de quién fuera. Desde pequeña había sido así; su voluntad era una ley. Sin embargo, conmigo no funcionaban esas cosas, porque al igual que ella, yo también tenía mis demonios y, si algo me gustaba, era tener el mando. El control de todos y de todo lo que poseía a mi alrededor.
Lo que no podía ejecutar era sacar a Melek a la calle, porque me convenía que ella estuviera junto a mí; así, ella se haría cargo de los desórdenes de su hija, no yo. Yo no podía estar al pendiente de mi empresa y de las travesuras de la psicópata de su pequeña fiera. Sería demasiado estrés. Pero debía interceder; era lo único que me quedaba hacer. Eso fue lo que acordamos: cuando hubiera una situación que Melek no pudiera manejar, entonces yo iba a tomar el control.
Me giré y cuando lo hice, me detuve abruptamente al casi estrellarme con un pequeño cuerpo. Tanto fue la impresión que tuve que tomarla por el brazo para evitar que se tambaleara.
—Lo... Lo siento, señor —dijo—. No... No fue mi intención. Yo solo...
Sus labios temblaban y su pequeño cuerpo se estremeció ante el agarre de mis manos en sus antebrazos.
Me preguntaba quién era esa chica; jamás la había visto en esta casa. ¿O sí? Había recordado verla, pero no sabía en qué lugar.
—¿Quién eres? —quise saber. Tenía curiosidad.
—Soy Polina —respondió; su voz suave y tierna llegó a mi zona auditiva y me pareció la cosa más hermosa que mis ojos no habían visto en tanto tiempo. No sabía si sus ojos eran azules o grises, pero lo único que sabía era que era hermosa—. Soy la hija de Mónica. Ella me envió.
—¿Quién es Mónica?
—Es el ama de llaves —contestó; era tímida, no podía mantener la mirada por tanto tiempo. ¿O eso era la impresión que quería dar? Por supuesto, ninguna mujer de su edad era tan ingenua y tan tímida. Esta chica era distinta. Tenía una regla con personas como esa, una regla de oro: no bajar la guardia.
Levanté las cejas y una sonrisa maliciosa curvó mis labios. Hacía mucho que no tenía acción, y esta chica había llamado mi atención. Era una mujer demasiado exótica, así como me gustaban. ¿Acaso era mayor de edad? ¿O era menor? Parecía ser muy joven.
Pero parecía tan frágil, tan delicada, tan tierna. En otro momento de mi vida la hubiera llevado a mi habitación y me la hubiera cogido hasta el cansancio, pero estaba seguro de que ello me hubiera ocasionado muchos problemas.
—Entiendo —hablé después—. Deberías tener cuidado, podrías caerte —ensanché la comisura de mis labios en una sonrisa divertida—. A mi esposa no le gustan las empleadas torpes.
Sonrió, con nerviosismo, y sus carnosos labios rosas me estaban incitando a desnudarla y ver lo que sea que hubiera estado debajo de esa ropa de adolescente. En ese momento confirmé que sus intenciones no eran ser por siempre la chica tímida.
—Tampoco le gusta que lleguen a trabajar personas que son menores de edad —me acerqué con sigilo—. No eres menor de edad, ¿o sí?
Negó.
—No, señor —respondió—. Ya soy mayor de edad, no se preocupe.
Dejé lentamente sus brazos libres, dejando caricias superficiales mientras se deslizaban entre mis dedos. Sus pequeñas muñecas quedaron sujetas por mi dedo índice y pulgar; eran tan frágiles, y me imaginé apretando sus manos mientras me mecía en su interior, arrebatándole gemidos chillones de placer. Sin duda, tanta falta de acción me estaba provocando una imaginación salvaje.
La chica ni siquiera se tensó; ella me sonrió, como si estuviera... ¿Me estaba coqueteando? Lamió sus labios y pasaron unos microsegundos. Luego se soltó lentamente sin apartar su mirada de la mía; miró mis ojos, luego mis labios y volvió a repetir la misma acción del principio.
—Debo irme —avisó—. Con su permiso.
Así me gustaban, sumisas.
Se dio la vuelta y aproveché para mirar esas pequeñas nalgas tonificadas y redondeadas debajo de sus pantalones de mezclilla. Acomodé mi cabello hacia atrás y cerré los ojos, tratando de esconder esas malditas ganas de follarme a alguien.
Había algo que debía hacer y era buscar información sobre Anastasia. Desde que Kemal me habló del suceso con ella, no podía sacarme de la cabeza que debía reencontrarme. Necesitaba información y mi hombre de confianza me había enviado información sobre la mujer que era: Anya.
Me senté en mi despacho y desbloqueé el monitor. Me introduje en mi correo para abrir el archivo; era ella, su nueva identidad, Anastasia Lizowska. Actualmente tenía dos hijos y vivía en una casa en un lugar de clase media.
Era bailarina en una escuela suya.
—No es muy interesante —pensé—. No llama la atención y, sin embargo, pudieron encontrarla.
Demonios. Pensé que los tíos de Bahar se habían olvidado de eso, después de que pasaron años, diez para ser exactos; tenían que ser muy vengativos para querer seguir procediendo en esta situación.
Debía encontrarla primero, y para eso debía adelantar mi viaje a Rusia lo más pronto posible, incluso si la compañía no estuviera del todo terminada. La íbamos a inaugurar, solo necesitaba una excusa para poder trabajar allá y pausar todo en Estambul.
Elevé la flecha para integrar la otra información en el monitor, y en ese momento fue cuando pude apreciar a los hijos de Anastasia.
Era un pequeño niño rubio, de unos cinco o seis años, llamado Andrés, solo con el apellido de su madre. No me extrañaba.
Y su hija...
Alekxandra Bedborodko.
Mi mano se quedó pasmada en el mouse y mi mirada en el monitor de la pantalla. Observé durante varios minutos la foto de ella y quedé encantado por su enigmática belleza. Podía apreciar que ella tenía algo que la hacía ser especial; la mirada nunca mentía.
Sus ojos eran verdes, muy grandes, nariz pequeña y respingona, cabello largo, rubio, y su piel parecía tan suave y delicada. Era delgada y muy pequeña, tal vez su estatura 1.50, para ser exactos. Y ese pequeño y sexy lunar un poco más abajo de su nariz y un poco más arriba de la comisura de sus labios.
Continué mirando más fotos de ella; sin embargo, me maldije al notar que no había más información, no era tan relevante. Recordé cuando yo le di las instrucciones y me maldije por ello. Quería continuar observando ese hermoso rostro de muñeca de porcelana exótica.
Algo se había sacudido en mi interior. Tenía la rara impresión de que por fin iba a poder vengarme de Anya Porizkova y que sus hijos eran un tesoro que los iba a poder utilizar a mi beneficio.
Esa chica era muy bella. Sin embargo, acababa de cumplir diecisiete años, pero eso no me iba a detener. Era imparable cuando se trataba de cobrar venganza.
(...)
Kemal Demir
—Bahar me matará —avisó Gül, y se mordió los labios en un reflejo de nerviosismo—. Me pusiste en una situación muy difícil.
Ella no había iniciado a hablarme y yo ya estaba desesperado, así que quise convencerla de nuevo dándole la seguridad de que no le diría nada a Bahar, al menos por ahora.
—No le diré que fuiste tú, lo prometo. Ahora cuéntame, ¿sí? —le animé, intentando esconder mi ansiedad.
—No importa que no se lo digas; Kemal, ella sabrá que fui yo quien te lo confesó.
—Yo la escuché hablándole a nuestra hija en el cementerio —le confesé—. Ella no me vio, pero yo estaba ahí, observándola, escondido... Escuché cada palabra, cada lamento. Todo... Me pregunto por qué siempre tengo que enterarme de las cosas importantes escuchando detrás de las paredes.
—Es el destino, Kemal —murmuró—. La vida te está mostrando que pueden estar juntos, pero tú no quieres aprovechar esa oportunidad y la estás perdiendo nuevamente.
—Lo sé —dije—. He sido un tonto.
—Eras más valiente cuando eras más joven; ahora no.
—Cuando era adolescente no pensaba en las consecuencias venideras de mis actos. Ahora que me he hecho adulto, sé que puedo lastimar a muchas personas. Para mí no es fácil; tengo una vida, una mujer que está esperando casarse conmigo... Es frustrante.
—Te diré la verdad de todo; te voy a contar cómo pasaron las cosas una por una. Sin embargo, de nada serviría que te lo dijera si no vas a hacer nada al respecto.
Tenía razón y me estaba comportando como un verdadero cobarde; esa palabra que tanto le dije a Bahar cuando rompió mi corazón en mil pedazos.
Asentí.
—Un día Bahar me confesó que creía estar embarazada... —resopló. Luego se sentó frente a mí, mirándome a los ojos—. Ella me confesó que ustedes hicieron... ya sabes, y que no se protegieron... —hizo una pausa para sonreír con ironía.
—¿Qué ocurre?
—Nada, Kemal —dijo, poniéndose seria—. Solo pensando en lo tonto que fuiste al no cuidarte.
Fruncí el ceño; eso era lo que menos importaba en ese momento.
—Gül, por favor, eso ya no es importante.
—Sí, perdona. Es que siempre te lo quise decir y ahora que tengo la oportunidad no la iba a dejar pasar. Pero está bien, Kemal —murmuró—. Tu madre sospechaba que Bahar estaba enamorada de alguien más, pero nunca supo que eras tú. Melek era inteligente y por eso pudo escuchar bien detrás de las paredes...
—¿Dices que mamá escuchó la conversación que ella tuvo contigo? —inquirí—. Pero no pudo escuchar mi nombre.
Asintió.
—Bahar era precavida —reveló—. Cuando hablábamos de ti, no mencionábamos tu nombre. ¿Te imaginas que hubiéramos mencionado tu nombre, Kemal?
Se me apretó el pecho de pavor. Hubiera sido todo un escándalo y Murad me hubiera matado por haber "deshonrado" a su hija. Siempre tuve miedo de mi padre adoptivo en cuanto se trataba de la relación que tuve con ella. Inclusive, una vez intenté decirle, pero no pude; la palabra se me cortó.
Murad Yildiz era un hombre autoritario, moralista y muy estricto. Si bien, Bahar era la luz de sus ojos, cada vez que cometía errores, mi padre la castigaba y la reprendía. Eso sí: jamás nos pegó a ninguno de nosotros, pero cuando cometimos algún error, nos castigaban severamente.
Cuando ella se volvió adolescente, a papá no le gustaba que estuviéramos juntos en la habitación, durmiendo, sin embargo mamá lo convenció de que no pasaba nada, que éramos hermanos. A veces mamá era muy ingenua porque era todo lo contrario.
Yo la hice mía de todos modos: en la cama, en la ducha, en el piso, en el balcón, en el jardín e incluso en la mesa del comedor donde toda la familia se sentaba a comer cuando todos estaban dormidos. Fue en cada rincón de la casa. Dios, todavía no podía comprender cómo las personas no pudieron encontrarnos. Jamás nos cohibimos; éramos puro fuego. Cuando hacíamos el amor, ella gemía fuerte, sin parar, y yo, aunque quería detener sus alaridos de placer, terminaba gruñendo contra sus labios.
—El punto es que ella nos escuchó hablar. Todavía tiemblo de pensar en ello —comentó—. Me asusté mucho. Pensé que sería nuestro fin. Ella me ordenó que saliera, pero a causa de la preocupación que sentí, me quedé en la puerta escuchando. Ella la abofeteó y le preguntó quién era el padre. Ella negó decirlo porque siempre te protegía, Kemal. Siempre lo hizo.
Mi pecho se contrajo y mi boca se volvió amarga. Mi estómago dolía; era un dolor severo, como si me estuvieran clavando millones de agujas en la piel.
Gül se quedó en silencio, la mirada cristalizada y sus lágrimas se derramaron lentamente al pestañear. Sus ojos castaños dejaron caer lágrimas de dolor.
— Dios, es que me duele contar esto y recordar —susurró con la voz rota—. Recordar el infierno que tuvo que padecer. Si la hubieras visto en ese momento.
Los ojos me ardían y mis manos empezaron a temblar. Abrí la boca para respirar profundo, a ver si dejaba salir una pequeña partícula de mi dolor.
—Tu madre le pidió que se deshiciera de ese bebé —continuó con voz llorosa—. Ella se negó. Aunque era muy joven, estaba enamorada de ti y quería tener a tu hijo. Estaba muy ilusionada. Pero tu mamá quería que se casara con Emir Evliyaoglu, en un matrimonio arreglado, Kemal.
Eso lo sabía. Papá quería casar a Bahar con él e incluso me lo comentó en una charla. Él pensó que ella estaba enamorada de él; incluso siempre los mantenía juntos en contacto para que no se perdiera la costumbre. A ella le gustaba Emir, pero me confesó que un día dejó de ser amable con ella y se había convertido en un ogro.
Yo también noté un cambio en él; ya no sonreía con gentileza, ya no veía en él rastros de bondad, y eso lo noté cuando volví meses después de que asesinaran a mi padre. Tal vez el llegar a ser un adulto y haber sentado cabeza lo habían cambiado drásticamente. Incluso le pregunté qué le ocurría y él jamás me dijo nada; solo dijo que las cosas habían cambiado y que no me preocupara, que nuestra amistad seguía siendo la misma.
No le pregunté más; no quería incomodarle, así que lo acepté como era y volví a partir, culpable por haberme acostado una vez más con Bahar siendo ya su esposa. Jamás volví hasta ahora y la dejé ir; sin embargo, no murió en mi corazón, ella se quedó junto con mis latidos de dolor cada día.
—Es tradicional, eso lo sabes, ¿verdad? Tu padre quería unir los patrimonios de la empresa en un solo apellido para asegurar la sociedad de generación en generación.
—Sí —afirmé.
—A las mujeres nos venden por empresas en esta familia. Y Bahar no fue la excepción —limpió sus lágrimas—. Tu madre, al ver que no pudo convencer a Bahar, hizo un trato con ella: dijo que la dejaría tener al niño a cambio de su consentimiento para la boda. Ella accedió; si no accedía, Melek iba a confesar a sus tíos lo que estaba sucediendo. No tenía otra opción, ella quería proteger a su hijo y, por eso, se casó con Emir.
Recordé cuando regresé, cuando ella me dijo que no me quería, llorando, vestida de novia. Cada vez que recordaba esas escenas en la oscuridad de mi habitación no podía evitar llorar y maldecir, creyéndome tan tonto, tan imbécil por haber creído en las palabras de ella. Esa noche me embriagué tanto que tuvieron que recoger mi cuerpo del pavimento.
Mi padre se molestó conmigo, pero me lo dejó pasar porque nunca había sido una molestia para él ni para mamá. Él murió creyendo que era un santo, pero no era así; lo traicioné, pero no me sentía mal por ello, porque la amaba, y ella lo hacía también.
—Esa noche fue terrible; empezó su calvario. Tuvo que decirte adiós y tuvo que acostarse con Emir... Ella me confesó que fue horrible, que tuvo que cerrar los ojos y rogarle a Dios porque terminara. Su madre sugirió que estuvieran íntimamente porque ella tenía otro as bajo la manga. Porque sí, tu madre es toda una caja de sorpresas.
Cada vez que imaginaba esa escena se me revolvía el estómago. No podía evitar los celos; los malditos celos. Me rompía en mil pedazos saber que otro hombre estuvo tocando lo que una vez fue mío. Pero cuando esos pensamientos llegaban a mi cabeza, intentaba pensar en lo cruel que fue ella al decirme que nunca me amó, y mi rabia era más fuerte y prevalecía más que el dolor.
—¿Qué pasó después?
—Melek se llevó a Bahar; Mónica también estaba con nosotras. Ella se convirtió en su mano derecha después de todas esas barbaridades que provocaron. Melek llamó a una ginecóloga obstetra para saber cuántas semanas estaba; eso fue lo que ella quiso que se creyera. El bebé tenía cuatro meses de gestación y era una niña... Bahar se contentó muchísimo y sus ojos brillaban —sonrió con tristeza—. Recuerdo que nunca dejaba de acariciar su vientre y hablarle al bebé. Ella le nombró Dafne.
Mis ojos en ningún momento dejaron de arder, próximos a desbordarse... Y mi pecho también al imaginarme toda la escena. Era un calvario esto, como haber estado en un pozo profundo, en un abismo de tristeza, en una maldita pesadilla la cual había sido desarrollada letra por letra sin cesar. Y era un masoquista, porque quería que ella continuara a pesar de que sabía el desenlace de esta historia. Aunque quería entender el porqué, me afectaba saber que esto le había pasado, que ella estuvo cargando tanto tiempo con este peso, ella sola.
—Pero esa misma tarde escuché los gritos desgarradores, cuando le dijeron que Dafne no tenía latidos, que ya su corazoncito había dejado de palpitar. Cuando entré, la vi llorando en la cama y su pequeña hija estaba a su lado, inerte, era tan pequeña, tan frágil. Su mamá ni siquiera dejó que la sostuviera en sus manos. Intenté consolarla, sin embargo no pude; podía ver su mirada que, antes era de felicidad, sufrir esa metamorfosis repentina de tristeza.
Ya no pude soportarlo más; mis ojos dejaron caer las lágrimas que estaba conteniendo.
—¿Sabes lo cruel que fue Melek? Ella mató al bebé porque era niña; si hubiera sido un varón, lo hubiera dejado nacer. Es una arpía, es... una maldita serpiente... Después de aquello, ella jamás volvió a ser la misma; se volvió alcohólica, intentó suicidarse, tomando pastillas ligadas con alcohol. Intentó suicidarse tantas veces que Melek no dejaba pastillas en su habitación y los medicamentos debía tomárselos solo con la presencia de terceros. Fue a terapia, pero jamás ayudó; todavía, a pesar de que ha transcurrido tanto tiempo, ella llora y la sigue recordando. Sin duda la amaba con toda su alma. Fue como si le arrancaran parte de su corazón.
—¿Por qué no me lo dijo? —negé con la cabeza, sintiendo las lágrimas que se me desbordaron en la comisura de mis labios—. ¿Por qué no me lo confesó?
Gül limpió sus lágrimas.
—Solo quería protegerte; pensaba que si te lo decía ibas a hacer un escándalo.
Sollozó varias veces.
—Tengo mucha ira. No sabes cuánta, dentro de mí —apreté la mandíbula—. Con mamá, conmigo mismo... La verdad es que estoy tan confundido, tan triste. Me siento miserable.
—Te pido que intentes calmarte —propuso—. No puedes revelar este secreto, no sabes de lo que son capaces.
—¡Fui un estúpido! —acomodé mi cabello hacia atrás, reflejo de la frustración, sintiendo este vacío en mi pecho—. Ni siquiera pude ver lo que estaba pasando.
—No, no te hagas esto, por favor. No eres culpable. La única culpable es Melek. ¿Ahora entiendes por qué la detesta? No sabes lo mala que puede llegar a ser.
No podía creerlo. Cómo mi madre le había hecho eso a su propia hija de sangre. A mi hija, a mi bebé, a su nieta. Por su culpa, Bahar tenía que cargar con ese dolor...
—Lo peor es que —hizo una leve pausa—. Ella la sigue culpando. Cada vez que Bahar le reprocha, ella la culpa... Kemal, ¿qué harás?
Me quedé pensando. Sin duda, quería estar en estos momentos con ella, acariciándola, brindándole el apoyo que necesitaba. Ver cómo estaba ella me hizo replantear mi decisión: eso de irme y dejarla en este lugar ya no formaba parte de mis planes. Quería estar a su lado; debía protegerla, darle todo mi amor y comprensión. Hacerla sentir bien, ayudarla. Pero primero debía ser sincero con ella, decirle la verdad.
En cuanto a mamá, jamás la perdonaría; fue un acto demasiado cruel lo que cometió y, aunque ganas no me faltaban de escupir todo lo que sabía en su cara, me contuve. Debía cumplir esa promesa de silencio, provisionalmente; era lo más sensato.
—Gracias, Gül —pronuncié—. Sin duda, eres la mejor prima del mundo.
—Los quiero mucho, a ti y a Bahar, y solo quiero que sean felices, se lo merecen. Quiero que vayas allá; cuídala, estoy segura de que está borracha.
—Tuve que traerla a la fuerza —repuse—. No sabes lo difícil que fue.
—Iré mañana a verla. Ve a hablar con ella; dile cuánto la quieres. Por ahora, el que tiene que hacerle compañía eres tú.
—Lo haré, no te preocupes.