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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · ファンタジー
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261 Chs

Situación fortuita

La hermosa morena limpiaba la hoja de la espada cubierta de sangre, con un paño blanco recientemente obsequiado por el joven de mirada tranquila, que degustaba con placer un fruto negro de rayas rojas. El olor embriagante, de cáscara lisa y brillante hipnotizaba sus sentidos, haciendo que se olvidara por un instante de sus alrededores.

—Su sabor se asemeja a la papaya —dijo para sí, admirado por la belleza del exótico ejemplar—, solo que menos dulce.

La pelirroja calmó a los caballos, que se agitaron al escuchar el susurro de lo extraño, que aguardaba en cada arbusto, sombra, o ramaje del denso bosque.

—El aire se ha espesado —dijo Ollin, con la mirada puesta en el orbe recién obtenido del cuerpo inerte de la bestia cuadrúpeda en el suelo—. Algo en este ambiente no me gusta.

El expríncipe fue pasando la mano por los orbes recién extraídos de los cuerpos de las bestias, en busca de la rara oportunidad de ser bendecido con una habilidad que mejorase su tasa de supervivencia, para lograr el objetivo de una muerte digna, con un digno y poderoso oponente.

—Ni a mí —respondió Amaris al alto hombre—. Me trae malos recuerdos.

Gustavo tiró el fruto a medio comer, parando con sus dedos una extraña pluma filosa.

—¡Nos atacan! —gritó Xinia, despertando al escudo que descansaba en su espalda.

Meriel desenvainó con prontitud, observando con rapidez a ambos flancos, que desde su posición, cada vaivén del aire amenazaba con ser un ataque. Ollin recuperó al pequeño lobo, protegiéndolo de lo desconocido con su imponente cuerpo.

Primius recobró la espada de la vaina, que por sus dedos torpes dejó escapar, teniendo que recuperarla del suelo con una expresión avergonzada.

Xinia fue la segunda en defenderse, bloqueando el objeto puntiagudo con el escudo, mientras buscaba el origen del mismo, acercándose de forma inconsciente a su señor.

—Una bestia alada no debería poder atacarnos en un bosque tan denso —dijo, escuchando que la madera había soportado otro proyectil.

—Son proyectiles mágicos —dijo al terminar de analizar la pluma filosa—. Creados por magos humanos. —Hizo un sello rápido en el aire, activándolo al culminar con el proceso.

Una densa e invisible energía antigua protegió a los presentes de las aleatorias plumas hostiles, que caían destruidas al entrar en contacto con el territorio del sello.

Gustavo inspiró profundo, normalizando su respiración. Todavía no se encontraba en su estado óptimo, pero le agradecía a Dios Padre que al menos ya pudiera hacer un breve uso de su energía pura, aunque solo fuera para dibujar y activar un simple sello de protección.

—¡Nos están rodeando! —gritó Meriel al ver extrañas sombras pasar por los flancos lejanos.

Amaris activó el hechizo recién conjurado, viendo con el Ojo Imaginario la esencia de vida de los alrededores, únicamente para descubrir que había bloqueos en sitios específicos del bosque, que impedían que pudiera detallar la ubicación exacta del individuo. Cantó tan rápido como su lengua le permitió, teniendo la energía mágica entre el velo de lo imposible y lo real, a solo un "chasquido" de lo poderoso.

Gustavo se abalanzó al frente al escuchar la ruptura de los ramajes, deteniendo con su propio cuerpo la embestida del poderoso oso gris. Evadió la mordedura a su cuello, usando la fortaleza de sus brazos para empujarlo en contra del árbol cercano.

Primius quedó deleitado con lo visto, si bien había estado cerca de su nuevo señor durante algunos días después de su liberación de las manos de la general Iridia, no había presenciado su fuerza, ni poderío verdadero, por lo que ahora verlo de tan cerca, fue como encontrar al héroe del que tanto leía en sus fascinantes libros, pero aquello no disminuyó su atención hacia los proyectiles, que continuaban impactando contra la pared del sello.

Gustavo extrajo con rapidez el sable de su bolsa de almacenamiento, empuñándolo con ambas manos, con una mirada enfocada únicamente en su objetivo, y una respiración controlada. La hoja se iluminó de un rojo azulado, mientras llamas negras parecían proteger el contorno del filo.

El animal rugió, levantándose a dos patas, era inmenso, gordo y con una aura tiránica, pero eso no provocó ni un cambio en la expresión estoica del joven, que parecía ocultar el disfrute en su mirada.

—Sangre. —Escuchó un susurro en su oído, largo y tétrico—... Muerte...

Ignoró el musitar de los espíritus que la energía de la muerte cargaba, como tantas veces lo había hecho. Era difícil, inimaginablemente sí, como escalar una montaña sin piernas, pero sentía que debía, era una responsabilidad que se había dado, la única cerradura que tenía la puerta para no perderse: su voluntad. Fue un solo paso, uno solo, y tan pronto como el tiempo retomó su continuidad, los presentes lograron observar la caída de la cabeza del oso al suelo, que fue desprendida de su cuerpo con una limpieza sobrenatural. Jadeó, y volvió a la protección del sello, que envejecía apresuradamente.

Meriel enfrentó a una extraña cruza de lobo, más grande y fuerte, de ojos muertos y pelaje sucio, había algo extraño en su comportamiento, pero la guerrera no supo el qué, ni tuvo el tiempo para averiguarlo. Blandió a *Rayo Fugaz* con fuerza, fue rápida, certera, y supo equilibrar el ataque con la defensa, pero parecía que la bestia no era un oponente fácil, y las embestidas continuas, los zarpazos y las mordidas al aire lo declaraban.

Ollin protegió con su brazo izquierdo al pequeño lobo, mientras destrozaba el cráneo del enemigo cuadrúpedo en el suelo con la ayuda de su mano desocupada. Inspiró profundo, descargando al aire un ensordecedor grito que simuló con maestría un rugido.

Las bestias y los animales salvajes que se habían reunido para formar un cerco al grupo de Gustavo debió despertar de un extraño sueño, pues, tan pronto como escucharon el atronador grito del alto individuo se detuvieron, contaminados por el miedo, ya sin intenciones verdaderas por combatir. Bajaron la cabeza y se volvieron a la oscuridad del bosque, tan rápido que se sintió extraño.

Amaris activó el hechizo que por mucho tiempo había guardado, lanzando una devastadora y veloz fuerza eólica. El árbol cedió al encontrarse de frente contra el poder artificial de la naturaleza, inclinando su tronco y desenterrando parte de sus raíces.

—Son demasiados —dijo la maga, disgustada por ver su hechizo desviado.

—Los jóvenes son talentosos —dijo un hombre al aparecer al lado del árbol respetuoso—. Pero todavía muy inexpertos. —Elevó sus comisuras, mientras con un movimiento imperceptible para los no atentos invitó a sus compañeros a presentarse.

Eran en total quince individuos, ocho hechiceros y siete guerreros, todos con auras amenazantes y peligrosas, rodeándoles con actitudes arrogantes y miradas de superioridad.

—La Mente y el Puño —dijo Xinia al recordar.

Comenzó a respirar con irregularidad, nerviosa y temerosa por sus nuevos aliados, quiso informarlos, pero la sonrisa del hombre con la insignia dorada en su pecho la congeló.

«Fui yo».