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El Hijo de Dios

¿Qué pasa cuando uno muere? Es una pregunta qué ha estado en mente de todos desde el inicio de los tiempos, pero la verdadera pregunta es: si lo supieras ¿Guardarías el secreto? ¿Lealtad y honor? ¿Amor a la patria? Hay muchas razones para pelear en una guerra, pero son pocas las verdaderas para entregar la vida. Esta es la historia del joven Gustavo Montes, un soldado del ejército Mexicano, que por querer tener una vida digna, para él y su familia, murió asesinado en batalla. Pero por fortuna o desgracia, viajó a otro mundo, uno lleno de criaturas misteriosas, magia y aventura. ¿Qué le deparará el destino?

JFL · ファンタジー
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261 Chs

Porque somos hermanos (4)

—Piedad —articuló con dificultad.

—¿Qué tipo de lengua es esa? —El aire expulsado de su boca recorrió el cuerpo de la fémina como una caricia sepulcral, mientras sus ojos hacían de jueces de un mundo corrupto.

Sus dedos apretaron con una suavidad sádica su garganta.

La ber'har expresó un sonido gutural, ahogado. Se meneaba como una marioneta atada a hilos invisibles, desesperada por salir de las garras del muchacho de ojos negros.

—Pie...dad...

Negó con la cabeza como quién observa una situación cómica.

—Ja, ja, ja, te atreviste a declarar que la corrupción nunca tocaría tu creación —Observó el cielo sin cambio en su expresión, pero con la sonrisa en sus ojos—, que no eran capaces de ocupar la energía de muerte. Te equivocaste Vera. Maldita niña estúpida, sacrificaste demasiado, y resultó en vano. —Su mirada volvió a la fémina, quién ni por solo un instante había dejado de intentar escapar—. Deseabas poder, déjame concederte tu deseo.

—Te atreviste a afirmar que la corrupción jamás llegaría a mancillar tu creación —Observó el cielo imperturbable, aunque en sus ojos danzaba la comicidad de la situación—, que la energía de muerte no encontraría eco en ella. Te equivocaste, Vera. ¡Maldita niña insensata! Sacrificaste tanto y todo fue en vano. —Su mirada se posó de nuevo en la mujer, que no cesaba en su intento de escapar—. Anhelabas poder... Permíteme concederte tu deseo.

Un negro tan denso y oscuro como el vacío mismo cubrió el suelo bajo los pies de la fémina. Vaporosas sombras negras que compartían esencia con aquellas energías intocables del abismo se arremolinaron con parsimonia alrededor de esos pies desnudos de porcelana, apenas tocados por la corrupción de hechizos prohibidos. El aire no tenía autoridad sobre el poder de Carnatk, que en un movimiento casual besó los dedos de la ber'har.

Su boca se entreabrió, mientras los músculos de su rostro se contraían en una mueca de dolor que quiso expulsar en un devastador grito. No obstante, este fue contenido en su garganta, imposibilitado a salir por cinco dedos que apretaban con una fuerza inamovible. Sus ojos, desmesuradamente abiertos, reflejaron el terror que la consumía mientras apretaba con renovada fuerza el antebrazo del joven, buscando con desesperación un atisbo de clemencia. Ya no anhelaba escapar, sino tan solo detener el tormento que la destruía por dentro. Su cuerpo se veía sacudido por espasmos de dolor insoportable, un sufrimiento que jamás hubiera imaginado conocer.

El ojo izquierdo de Gustavo se tornó de un blanco inmaculado, fulgurante, con una luz divina que podía atravesar las sombras más oscuras del mundo.

—No. —Una voz como un susurró navegó hasta sus oídos, creando un eco que tardo en silenciarse.

Los vapores se desvanecieron, pero el agujero persistió. La entidad llamada Carnatk frunció el ceño.

Gustavo levantó con lentitud la mirada, sus ojos fueron cautivados por el radiante halo de luz que dividía el profundo abismo de derredor. Una mano sobresalía, mientras una dulce voz le llamaba. No reconocía el tono, pero la calidez que le envolvía le ayudó a recuperar ligeramente su compostura. Se levantó, estaba adolorido y sin fuerza, un dolor agonizante anidaba en su pecho.

—No oses detenerme. —Hizo por imprimir más fuerza en el agarre, pero el brazo de Gustavo no respondió.

—Él no mata —dijo la dulce voz en un nuevo susurro.

En el interior del muchacho, una feroz batalla se libraba. Las dos energías primordiales, Vida y Muerte colisionaban. Una luchaba por el control, mientras la otra deseaba otorgar libertad. Ambas fuerzas se oponían entre sí, detonando en poderosas fluctuaciones energéticas que creaban fisuras en su núcleo mágico, y desestabilizaban su control energético.

—Por eso es débil.

La energía de muerte explotó, drenando el color de los alrededores. El poder era tan aterrador que provocó que todas las cosas vivas en la totalidad del mundo separado de los continentes humanos se doblegara. Su ojo izquierdo aumentó su intensidad, la energía de Vida creó una barrera en su corazón y mente, que impidió el paso de la influencia de la energía de Muerte.

—Tu influencia ha sometido a su voluntad en una tormenta de contiendas, de sufrimiento e indecisiones. He escuchado sus plegarias sin voz, rechaza tu poder e influencia. Pero ustedes no saben cuándo parar.

—Mi poder lo destruirá sin mi ayuda.

—Tarde o temprano tu poder lo destruirá. Y tú volverás de tu letargo.

—No me impliques en cuestiones que desconoces, Origen —bramó con un enojo que se podía palpar.

Evitó ejercer nuevamente su poder, consciente del punto muerto al que habían llegado.

Gustavo dio otro paso al frente, esforzándose por sujetar aquella mano, aquella voluntad de esperanza que lo llamaba.

—¿Conocer? Fui elegida por Sol, bendecida al nacer con su "voluntad sagrada" para convertirme en uno de sus recipientes. —Su tono no perdía la suavidad y dulzura que le caracterizaba, sin embargo, las sensaciones que emanaba no eran nada amistosas—. Mantenida cautiva para no ser manchada con la corrupción. O al menos eso me decían.

—El conocimiento que posees fue obsequiado por aquella "maldición" de la que reniegas, pero no te dio sabiduría para comprender tu propósito verdadero. Si entendieras nuestros sacrificios...

—¿Sacrificios? —interrumpió sin tacto—, ¿sabes a quién se lo estás diciendo? Me encadenaron, me arrancaron mis ojos, y mi madre ¡La que pensé que era mi madre, era mi captora! Me torturaron para drenar mi energía y así alimentarse. Si ese era mi propósito, maldigo a todos los de tu especie.

Hubo un breve silencio. Los espasmos de dolor de la ber'har eran lentos, como si el propio tiempo se hubiera dilatado.

—No naciste en nuestro tiempo, Origen, no puedes entender la clase de enemigos que enfrentamos.

—Ustedes nos usan, y luego nos desechan, eso es todo lo que necesito comprender. Por lo que no permitiré que manches su esencia.

—¿Por qué? —interrogó con ligera curiosidad, aunque su tono frío se mantuvo—. Debes saber que él es un bastión de la humanidad, no puedo permitir perderlo.

—Fue mi miedo —dijo, ignorando su última frase—, después mi esperanza, y finalizó como mi salvador, el único que vio a una persona, y no un instrumento. Y lo hizo solo después de liberarse de ti, de tu influencia destructora.

—Estás muy equivocada, Origen.

—En lo único que me he equivocado es en confundir que él eras tú, de no ver a tiempo que era solo otra herramienta en los perversos planes de los dioses. Si tan solo lo hubiera sabido...

—No podrías haber cambiado nada, su destino ya ha sido escrito, y sin mí, no tiene salvación.

—Tal vez en el pasado, pero, ahora todo es distinto. Está fortaleciéndose, te rechaza, y conmigo a su lado podremos eliminarte.

Carnatk detectó la anomalía en su poder, el decremento e inestabilidad.

—No podrás lograrlo, Origen, tu poder no será suficiente, te estás debilitando.

—Nunca fue mi intención perdurar junto con él.

—Vas a matarlo.

—No, voy a liberarlo.

Gustavo estiró su mano aún más, estaba a centímetros del rayo de luz, podía sentir su calidez, pero el dolor en su pecho no le permitía llegar. Sentía como la herida se abría, como la sangre resbalaba por su piel y la vida se escapaba de su cuerpo. Solo había voluntad en sus ojos, no quería morir, todavía tenía promesas por cumplir, no podía permitirse romperlas. Se lanzó, sujetando la mano fulgurante.

La luz cubrió los alrededores, destruyendo por completo la oscuridad.

En la lejanía, en un dominio apartado de la propia realidad, moraba una silueta, pequeña, con una sonrisa infantil decorando su rostro. Él percibió el ademán de sus labios mientras se desvanecía con parsimonia. Aunque el eco de sus palabras se extinguía antes de llegar a sus oídos, su consciencia abrazó el mensaje con claridad: "Hola, Muerte".

Cuando abrió los ojos se encontraba nuevamente sobre la superficie plana, cerca de los escombros del castillo. En su mano reposaba, ceñida por el cuello, una mujer, una ber'har. Ella exudaba una fuerte aura de muerte, combinada con una energía desconocida, ajena a su compresión inicial. Sin embargo, tal como un relámpago, fue iluminado, aquella esencia animosa la había poseído Dominius.

Sus ojos se posaron en el agujero negro, un vacío infinito, desolado de vida, y repleto de una sensación opresiva. Podía escuchar lamentos de almas condenadas, un sufrimiento que sentía rozar su piel, clamando por la liberación. La claridad no se había manifestado en su mente, ignoraba lo acontecido, no obstante, en el fondo de su ser existía el entendimiento por el inmenso poder depositado en ese abismo, una verdad que su corazón rechazaba con vehemencia, pero esa misma le hizo consciente de todo. No eliminó el agujero, solo dejó escapar un suspiro resignado.

No se encontraba bien, la energía de muerte todavía reinaba su cuerpo, y sabía que tan pronto la cancelase, todo habría acabado.

Su pecho subía y bajaba con una lentitud preocupante, sus párpados, decorados con el negro que predominaba en su cuerpo, se deslizaba con tranquilidad, buscando el descanso ansiado. Su mente se desvió por un instante, a un recuerdo hermoso, a un momento irrecuperable. Tenía nuevamente ocho años, su madre le acogía en sus brazos con la promesa de amor eterno, su tío reía a carcajadas, su padre esculpía en un pequeño trozo de madera, con la paciencia de un artista... Inspiró profundo, volviendo al presente.

—¿Quién eres?

La fémina se sorprendió al escucharlo hablar por fin en su idioma, sin ese tono horrible e imponente que provocaba terror en cada fibra de su ser.

—Pie... dad... —dijo con una mirada de terror absoluto.

La soltó, pero contrario a sus expectativas, ella no pudo soportar su propio peso. Tal como una muñeca de trapo arrojada con desprecio cayó al suelo. Ya liberada, sin el poder doblegándola, ella todavía era incapaz de mover uno solo de sus dedos.

La oscuridad del agujero no la afectó.

—¿Eres tú la causante de todo esto? —inquirió, no hubo cambio en su expresión, no era necesario, esa combinación de severidad y solemnidad era suficiente para potenciar la presión sobre la hembra.

Enmudeció, aunque la decisión de hablar se encontraba en sus labios entreabiertos. Gustavo notó el conflicto en su mirada, pero no era lo único, había un rastro apenas perceptible de odio y asco.

—¿Si o no?

Levantó el torso, sosteniéndose con sus palmas. El dolor había disminuido con creces, pero no la había abandonado por completo, y lo que persistía era suficiente para enloquecerla.

—No... un esqueleto —jadeó, sus piernas punzaban como si cientos de agujas perforaran su piel—... me atrapó... en este castillo... Me hizo hacer cosas... —Sus mejillas se humedecieron a causa de las lágrimas que resbalaban como cascada.

—¿Esa es la verdad?

Ella inclinó su cabeza en afirmación, sus ojos resplandecieron con la honestidad pura de un infante. Sus labios se contorsionaron en una mueca por el dolor que continuamente soportaba, sus extremidades temblaban, mientras de reojo mantenía la alarma del peligro existente debajo de sus posaderas.

Gustavo dejó escapar su aliento en un breve suspiro.

—Mi camino se ha relacionado con los de tu especie en algunas ocasiones, y, aunque orgullosos y arrogantes, tuve una impresión favorable por su rectitud y honestidad. Pero tú me dejas un sabor amargo en la boca, si bien, sabes ocultar tu naturaleza con vasta destreza, puedo ver tras ese disfraz.

La hembra supo en el instante que el joven parpadeó con lentitud que su fin estaba cerca. Se retorció, su aliento se tornó irregular, apretó los puños y los labios, haciendo hasta lo imposible por alejarse de él, de su imponente presencia, de su sombra fúnebre, pero no podía, se encontraba ligada al suelo, a ese espantoso agujero negro.

—La sangre a tus espaldas es densa, tus errores tan profundos como el abismo en el que te posas, que ni con el precio de tu vida serás capaz de saldar cuentas. Pero, yo no soy ni juez, ni verdugo. No me corresponde imponer sobre tu vida castigo alguno. —Envainó el sable.

La mujer se quedó atónita, sus ojos reflejaban sorpresa y desconcierto ante las palabras mencionadas. Apenas lograba desentrañar su significado, pero en la calma que siguió a la tormenta de emociones, percibió la certeza de que su vida no corría peligro inminente. Una sensación de alivio la invadió, como el abrazo cálido de una luz en la más densa oscuridad. Se sentía como si un manto de gracia hubiera descendido sobre ella, otorgándole una segunda oportunidad, una nueva página en el libro de su existencia. Se sentía agradecida, bendecida por la clemencia inesperada que le era concedida, como si el universo mismo le extendiera la mano en señal de perdón.

—Lamentablemente tu final ya fue decidido por alguien más.

El vapor envolvió el cuerpo de la fémina con cierta calma, aunque no con la misma lentitud de antes. Sus gritos fueron ensordecedores, y de alguna manera dolorosos de escuchar, Gustavo no tenía el corazón para causarle tal sufrimiento, pero había entendido por el conocimiento que Carnatk le había dejado una vez dejó el control de su cuerpo que, en el instante que el vapor del agujero tocó su cuerpo, su esencia quedó atrapada, y no tenía el poder suficiente, ni la motivación para deshacerlo. Solo podía continuar lo más rápido posible.

Los segundos se tornaron minutos. Los gritos se desvanecieron poco a poco, cediendo paso a alaridos que resonaban con una intensidad sobrenatural, ajena a toda humanidad. La densa neblina negra que rodeó su cuerpo fue tragada lentamente por el agujero, y el mismo desapareció cuando todo acabó, dejando una silueta, apenas reconocible, arrodillada.

—Su Excelencia —dijo con una voz artificial, una mirada sin alma, una expresión sin vida.

Con cabellos tan oscuros como la ausencia de luz, una tez tan pálida como la luna en una noche de tormenta, y unas pupilas ardientes de un rojo profundo que parecían haber perdido todo rastro de vida. Incontables venas ennegrecidas se entrelazaban como raíces de árboles retorcidos por todo su ser. Exudaba una fuerte intención asesina, aquello que alguna vez le dio vida, ya no estaba, solo era otro vehículo de la muerte.

—Vuelve.

Y con su orden desapareció.

Él se volvió al extraño paisaje, la destrucción de todo, los cuerpos que decoraban la superficie plana, y el horizonte tan azul como el océano. Caminó hacia el final, la armadura de su pecho se evaporó como polvo en el viento, sus brazales, las protecciones de sus piernas, el casco... Su pecho abierto había teñido con su sangre su preciada armadura. Sus pasos se hicieron más lentos en cuanto las líneas negras que se dibujaban como ramas en su piel se fueron extinguiendo. Sus ojos recuperaron la claridad. Se notaba el cansancio, de algún modo la aceptación.

El aire flotaba suave y fresco a su alrededor, susurrando secretos mientras acariciaba su piel con una delicadeza que evocaba el recuerdo del cálido roce de su amada. La calma reinante en ese instante parecía sostenerlo en un abrazo etéreo, como si el universo entero se inclinara para compartir su carga y ofrecerle un breve respiro en medio de todo lo que sucedía en su interior.

Se quitó los guanteletes, dejándolos caer al suelo. Una suave sonrisa apareció se dibujó en su rostro al observar que sus dedos no habían perdido su humanidad. Suspiró, aún sin conjurar hechizo alguno sabía que no podría hacerlo, ya no tenía contacto con ese misterioso lugar donde se almacenaba su energía pura. Sus párpados se cerraron y abrieron con una tranquilidad que no había sentido en mucho tiempo.

Trastabilló con la nada. Una ráfaga de viento golpeó su rostro, no era fuerte, ni agresiva, en realidad se sentía tranquila y acogedora. Aquello provocó que cerrara los ojos, perdiéndose en el sentimiento.

—Hola, Gus.

Sus párpados se deslizaron con una ligera sorpresa al escuchar aquel tono, uno que había creído nunca volver a escuchar. Sus comisuras se alzaron de forma inmediata al percibir la silueta de un soldado, más pequeño en estatura, y con sonrisa infantil acompañando su rostro.

—Héctor —le saludó.

—Te ves cansado, amigo mío.

—Lo estoy, pero estoy feliz de verte. —Dos lágrimas que resbalaron por sus mejillas traicionaron su entereza.

—Un hombre no debe llorar —le regañó con una sonrisa.

—No somos hombres, solo niños con rifles —dijo, pero no hizo por limpiarse las lágrimas.

Asintió con calma.

—Es verdad.

—Lo siento, Héctor. —Apretó los labios, desviando la mirada, no podía verle a los ojos.

—No...

—Fue mi culpa —intervino, sin dejarle hablar—, yo te convencí, te hice quedarte, y al final no pude protegerte.

—No deshonres mi memoria de tal forma, amigo mío. —Le observó con una severidad que Gustavo nunca había visto, aunque no se notaba enojado con él, sino con sus palabras—. Tu influencia me ayudó a decidirme, pero fue mi decisión. Yo opté por quedarme, por pelear. Y di gracias a Dios por caer al lado de mi hermano.

—Pero yo no morí... —repuso, determinado a cargar con la responsabilidad.

—Lo hiciste, Gustavo... Pues tu vida se convirtió en el eco de mi muerte, de la derrota, y de las promesas incumplidas. Olvidaste como vivir, y de eso sí deberías culparte, porque únicamente de eso tienes control.

—Parece que ya no. —Se observó el pecho, así como la estela de sangre que decoraba el suelo transitado.

—Debes seguir luchando, Gustavo. Todavía no es tu tiempo.

—Me gustaría, amigo mío, pero ya no puedo, me he quedado sin fuerzas.

—Eres la persona más fuerte que conozco, sabrás cómo salir de esta.

El cielo se tornó dorado, con una luz cegadora que le hizo cerrar los ojos.

—Espero no verte pronto, amigo mío. —Las palabras se tornaron en susurros, permaneciendo en los alrededores durante una brevedad interminable.

La silueta de Héctor había desaparecido.

Cuando la luz desapareció, Gustavo se encontraba acostado sobre la superficie plana del lugar, apenas había caminado un par de pasos de donde se encontraba con anterioridad. Tenía los ojos abiertos, la piel pálida, y una tonta sonrisa en su rostro. La sangre en su espalda había formado un charco.

Lo último que su mente apenas consciente percibió, fue el aullido lastimero de un lobo.