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I

Parte I

I

La niña gitana

No podía ser cierto. Alex pensó mucho en la naturaleza. Esta era grande y colorida, rodeada por muchas cosas, por árboles, ríos y animales. Todo lucía tan extraño. Y claro, no se parecía en nada al monasterio.

Se preguntó qué estaría pensando Lucano en aquel momento. Era una idea extraña, ilusa quizás, pero se cruzaba completamente por su cerebro. Su líder, aquel hombre que lo había criado durante mucho tiempo, probablemente estaría sufriendo. Pero bueno, tampoco podía culparse de mucho.

Y es que al final, el propio Alex lo había elegido. Mathieu estaba a su lado y pensaba mucho en lo que había pasado. Aquel encuentro, su visión y la esperanza del futuro, todo estaba presente de alguna manera. Alex se movía por el camino, viendo todo lo que les rodeaba, pero pensando mucho en eso. Sin embargo, no era bueno que lo estuviera haciendo...

Llegando a un pueblo, se calmó. Alex vio cómo la gente cubría todo el lugar, como de las casas brotaban más caras de las que nunca había visto. Su mente, sus ojos, todo se cubría de esa visión. Alex estaba emocionado, concentrado en lo que tenía enfrente. Pronto, y sin entenderlo mucho, se olvidó del sufrimiento, de los pensamientos incómodos. Y era algo raro, pero allí estaba. Vio como las casas se extendían, como los rostros lo miraban. Uno a uno, cada cara estaba presente. Notaba cierta antipatía, pero al mismo tiempo interés. Era como si nunca lo hubiesen visto, cómo si no fuera humano.

Y Mathieu también lo estaba notando. De pronto, se quedó prendado de sus harapos.

-Tenemos que cambiarte de ropa- le dijo-. Creo que todos te están notando.

Alex no le respondió. Pero lo entendió casi de inmediato.

Comenzaron a correr. Se perdieron por unas calles. Los rostros se alejaban y pronto se quedaron solos. Mathieu llevó a Alex a un callejón oscuro.

El niño sintió como era sentado en un lugar donde no podían verlo. Mathieu le hizo una seña y se alejó de improviso. Alex vio como la figura de su compañero se apartaba. Se quedó solo por un rato, aunque pronto eso terminó. Cuando Mathieu regresó, venía con unos trapos en la mano. Eran ropas, aunque muy diferentes a lo que había usado. Muy pronto Alex abandonó sus harapos y se vistió con una camisa y unos pantalones muy limpios. Se sentía todo muy extraño. Miró con detenimiento a Mathieu. Notó que este último lucía muy sucio, como si el tiempo se hubiese ensañado con él durante lo poco que estuvo ausente. Alex sonrió, pues de pronto se dio cuenta de que su amigo también necesitaba un cambio. Aunque no se lo dijo.

-Ya se que lo estás pensando- dijo Mathieu con cierta vergüenza-. Lo entiendo perfectamente.

Era una cosa tan rara darte cuenta de tu propia suciedad. Mathieu lo sabía constantemente. Sin embargo, ¿por qué no hacía algo al respecto? Alex pronto se olvidó de eso.

-¿Sabes qué haremos ahora?- preguntó.

-Buscaremos donde quedarnos...

-¿Nos admitirán en alguna posada?

-Eso estoy esperando…

Pero no pasó nada. Cuando fueron a la posada local, se encontraron con mucho recelo. La gente parecía formada de una forma muy extraña. Los inquilinos, el posadero y hasta la mujer que hacía la limpieza los vieron raro. Se notaba que no toleraban a los extraños. Alex sintió que su cambio no había bastado.

-No tenemos nada- dijo el posadero-. Todo está lleno.

-Pero yo miro mucho espacio- respondió Mathieu.

-Estás equivocado.

Equivocado o no, se llevaron una decepción. Pronto Mathieu y Alex tuvieron que conformarse con arrimarse a una bocacalle. El frío empezaba a aproximarse conforme nacía la noche. Alex temblaba, pero no pensaba en el frío. No, su mente estaba en su pasado. En esa cama que había dejado.

Pasaron los minutos en el silencio. El tiempo se hacía más espeso. La niebla que brotaba con el frío empezaba a cubrir el lugar. Era una visión desconsolante. Sin embargo, no era lo único. Pronto se dio cuenta de que unas sombras se movían en su campo de visión. Esas sombras lanzaban alaridos y se extendían cual viento. Alex quería saber por qué se estaban alborotando.

-¿Ves eso?- preguntó.

-Sí…

-¿Te importa?

-Ya veremos.

Se acercaron al tumulto. Mientras más lo hacían, Alex se dio cuenta de que era una especie de turba. Las personas estaban alineadas en un círculo, como rodeando a alguna cosa. Pronto se dio cuenta de que era una persona, aunque era difícil notarlo. La oscuridad, cómo si quisiera confundirlos, no dejaba que miraran. Sin embargo, las antorchas mostraban los contornos, los rostros y los dolores. Alex se dio cuenta que el rostro de la persona que sufría, esta que era vilipendiada por la turba, estaba muriéndose. Estaba perdiendo el sentido. ¿Por qué demonios hacían esto?

Pero no había respuesta. Alex estaba destrozado. Estaba sufriendo porque no podían hacer mucho.

-No aguanto ver esto- le dijo a Mathieu.

-No te preocupes…

-¿Qué piensas hacer?

-No pienses en nada.

Pero, ¿qué hacía? Alex no pudo hacer más que sorprenderse. Mathieu se alejó de su lado, pero pronto terminó frente a sus ojos. Estaba allí, sosteniendo a la pobre niña, consolando su sufrimiento. Porque sí, era una niña. Eso era lo más horrible de todo.

-¡Mathieu!

Pero él no le hizo caso. En cambio, desenvainó. Alex por poco olvidaba que tenía una espada.

La gente empezó a gritar más fuerte. Mathieu caminaba en círculo, apuntando a todos con su acero. Su rostro se miraba desafiante.

-¡Malditos!- exclamó- ¡Deberían tener vergüenza!-

Y acto seguido, se lanzó a darles un sermón. De lo poco que entendió, Alex pudo sacar que todos eran unos desconsiderados, unos inhumanos por hostigar a una pobre niña. En fin, que los hizo alejarse.

No más quedaron solos, Alex se acercó a su amigo. Este sostenía tranquilamente a la niña de la mano.

Alex la miró. No parecía muy diferente a lo que él mismo había sido.

-¿Cómo te llamas?- le preguntó. La niña no parecía muy alerta que digamos.

Sin embargo, sonrió. Y, por un momento, Alex pensó en lo raro que era todo. Estaba consciente de que sonreír no era una cosa tan fácil en su situación. Pero lo hacía. Y eso era lo importante.

-Soy Melina- dijo. Y luego perdió el conocimiento.

El fuego crepitaba frente a sus ojos. Alex observaba el rostro de la niña durmiendo a través de la oscuridad y en medio del bosque. Era una cara apacible, muy diferente a ese sufrimiento que había visto. Parecía no entender lo que había pasado, quizás hasta haberlo olvidado. Alex no podía estar más que sorprendido.

-¿No te parece extraño?- le preguntó a su amigo.

Sin embargo, Mathieu no parecía interesado en lo que le decía. Estaba demasiado concentrado avivando la fogata.

-No te entiendo- le dijo.

-¡Si que no tienes remedio!

-¿Qué quieres que te diga?

-¿Acaso no te das cuenta?

Pero Mathieu no lo hacía.

-Te lo tomas todo muy a pecho- agregó.

-No lo creo…

-Deberías dormir un poco.

Aunque Alex estaba demasiado enojado como para hacerlo.

-¿Quieres saber lo que pienso?- Mathieu trató de tranquilizarlo- Creo que esta niña puede ayudarme un poco.

-¿Hablas de tu ridículo plan?

-Sí.

-No lo creo.

-¿Por qué piensas eso?

-Porque es ridículo.

Mathieu soltó una enorme carcajada.

-Veo que no te has dado cuenta.

-¿Por qué debería?

-Porque la chica es una gitana.

Alex abrió los ojos como platos. Ahora todo tenía sentido.

-Entre los muchos que son tratados de esa manera tan vil, especiales son los gitanos… ¿cómo no pude darme cuenta?

-¿Viste como sirve mi capacidad de empatía? Eso es algo que a ti te falta.

-¡Si yo iba a ser un monje!

-Pero eso no es suficiente.

Alex se sintió ofendido por esto último. De pronto, y de manera aparentemente poco ceremoniosa, sintió mucho sueño. Se acostó sin siquiera decirle algo a su amigo.

Cuando se levantó, vio que la chica también se había despertado. Y de manera sorpresiva tampoco se había movido de su sitio.

Alex la miró con fijeza. Ella también estaba mirándolo de la misma manera. Sus ojos eran de un intenso color verde. Demasiado hermosos cómo para creerlo.

-Eres muy bonita- se oyó susurrando…

-¿Qué?

-¡Lo siento!

Se calló de inmediato. No había peor manera de arruinar un momento. A lo lejos, la risa de Mathieu se estaba escuchando.

-Sí que eres un tonto- le dijo.

-¡Qué!- Alex se paró hecho una furia- ¡Tú no tienes ni idea de lo que estás hablando!

-¿A qué no? Creo que si la tengo.

Alex se volvió para ver a la niña. Ella también se estaba riendo.

Y estuvieron así por un momento. Luego, como cosa rara, volvió a calmarse todo. La niña recordó de pronto que estaba en un aprieto.

-Estoy lejos de casa- les dijo.

Mathieu y Alex se sentaron tranquilamente a escucharla.

-¿Sabes dónde queda?- preguntó este último.

-Creo que sí. Está a un día de aquí. Aunque no estoy segura.

-¿Por qué?

-Porque no lo sé.

-Eso no tiene sentido- dijo Mathieu- ¿Tendrías que saber algo?

-Mi familia, bueno… no sé cómo decirlo… están perdidos...

-Cálmate- Alex trataba de no molestarla mucho.

Pero la niña se derrumbó en llanto.

Alex se sintió bastante extraño. Y sinceramente no podía hacer otra cosa que quedarse petrificado. Esos recuerdos… ¿le parecían tan extraños? Quizás no. Aunque no podía recordarlo.

Mathieu tuvo bien de darle un abrazo a la niña. Ella se acercó a su amigo de manera bastante profunda. Alex pudo notar como las lágrimas caían de la mejilla de Melina hasta la espalda de Mathieu. Caían como río caudaloso.

-No te preocupes. Los encontraremos- se oyó diciendo.

Y parecía tan raro…

Sin embargo, la niña pareció creerlo. Porque sonrió como nunca lo había hecho.

-Gracias- le dijo.

Alex de pronto se sintió motivado.

-Tenemos que ir, Mathieu…

-Te tardaste mucho en decirlo.

Estuvieron vagando por largo rato. Varias horas por los caminos que rodeaban el bosque. Entre más se metían, más se confundían. Aunque la niña parecía estar cada vez más segura.

-¿Estamos cerca?- la voz de Alex se oía cansada. Vagar por estos caminos no era sencillo. Las hojas crepitaban a su paso y los pájaros hacían sonidos que no podían resultar menos aterradores. Además, el sol parecía estar acobardado. Las nubes estaban cubriéndolo.

La oscuridad empezaba a extenderse. El lugar era cada vez más tenebroso.

-Creo que sí.

La niña no pensaba lo mismo. Ella ya empezaba a verlo claro. Era una sensación tan rara verla, tener su rostro cambiando con cada expresión. Alex empezaba a creer en ella, empezaba a tener un poco fe. Mathieu, en cambio, siempre estuvo convencido.

-Ten paciencia- le decía.

Pero no era sencillo. Alex no estaba lo suficientemente acostumbrado a todo esto. Era una sensación demasiado rara estar vagando. Y más cuando no sabías que estabas esperando.

-¡Allá!

Pero era bueno cuando todo estaba cambiando.

El dedo de la niña señalaba algo. Parecían unas sombras metidas en un ambiente espeso. Estas eran grandes, demasiado como para pasar desapercibidas en el bosque. Sin embargo, y entre más las miraban, más comenzaban a tener sentido.

Alex no podía creerlo. Era algo que nunca había pensado contemplar. Había oído rumores, pero parecía imposible. Le parecían solo invenciones.

Pero ahora estaban allí. Todo lucía claro frente a ellos…

-¡Mamá!- la niña lanzó un grito…

Pero Mathieu le tapó la boca.

-No hagas ruido- le susurró.

La niña dejó de oponer resistencia. Las sombras a lo lejos comenzaron a moverse. Alex vio que eran personas.

-¿Es lo que yo creo que es?- le preguntó a Mathieu.

-Lamentablemente sí.

Era un campamento de esclavos. Un lugar donde negros y blancos, ricos y pobres, caían igual. Alex había oído historias de gente que había vivido en esos lugares, de cómo sufrieron tantas penurias. En aquel tiempo, le parecía una fantasía. Ahora ya no sabía.

-Allí está mi familia- dijo Melina.

Y fue como un mazazo. De pronto Alex nunca quiso haberla conocido. Después de todo, era horrendo. Pero tampoco pudo haber hecho mucho.

Estaba pensando en que hacer ahora. Y tampoco le salía nada.

-No podemos ir- dijo Alex-. Nos atraparían. No podemos tampoco dejar ir a Melina.

-Déjame pensar…- respondió Mathieu.

Pero no había manera.

Mathieu comenzó a abrir su morral. El rostro de Alex se puso aún más pálido. ¿Acaso no podía hacer algo distinto?

-¡No puedo creerlo!- exclamó enfadado.

-Es lo único que me queda.

-¡Deberías tener vergüenza!

-No puedo hacer nada más…

Melina no lo entendía.

-¿Qué pasa?- preguntó.

Pero Alex no le dijo mucho.

Mathieu sacó un libro del morral. Era un libro enorme, viejo y ajado. Su cubierta, dura, tenía una fuerte tonalidad café. De frente tenía grabado un gran símbolo.

Era una cosa extraña finalmente estarlo viendo. Cuando Alex lo escuchó de boca de su amigo, le pareció una estupidez. Sin embargo, ahora, y viendo los ojos desesperados de Mathieu, ¿de verdad lo era?

-Melina…- Mathieu tenía la voz delicada. Estaba tratando de mostrarse tranquilo- ¿Qué piensas hacer?

-¡Tenemos que sacarlos!- exclamó la niña.

-No puedo. Es imposible

-Pero…

-No es posible-

Melina agachó la cabeza.

-¿Qué quieres que haga?- Estaba viendo el libro.

Mathieu la miró fijamente a los ojos. Le sonrió.

-Cuéntame tu historia

Pero, ¿de verdad lo haría? ¿La niña se negaría?

-No puedo dejarlos…- dijo.

-Lo sé. Y yo tampoco puedo evitarlo.

Alex no podía soportarlo. Pero tampoco podía hacer nada. ¿Quién podía alejar a una niña de sus padres? ¿Acaso un grupo de esclavistas era suficiente? No había cosa más difícil.

Lo cual volvía a Mathieu más admirable. Era imposible que cualquiera hiciera lo contrario. De hecho, él haría exactamente eso. Por tanto, era demasiado ver como una persona estaba tan metida con su causa y entendía tanto los sentimientos de la niña cómo él lo hacía.

-Quiero que tú historia no se pierda. No puedo detenerte. Quiero, pero sé que te destrozaría. Por eso mismo quiero que tu memoria se conserve. Por favor, Melina, cuéntame tu historia. Háblame…

Y la niña habló. Dijo muchas cosas. Mathieu empezó a escribir con una pluma que llevaba siempre oculta. Estuvieron así muchas horas, se develaron muchas respuestas. La sangre de los gitanos se extendió por todos lados. Las lágrimas corrieron sin detenerse.

Cuando terminaron, la oscuridad los cubría. La única luz venía de las antorchas del campamento. La niña ya no estaba llorando.

-Puedes irte- dijo Mathieu.

La niña empezó a alejarse. Alex perdió la compostura.

-¡No lo hagas!

Trató de detenerla.

-Por favor…

Mathieu empezó a sostenerlo.

-Melina…

Alex no pudo soportarlo. Se sintió débil. Todo se puso negro.

Cuando despertó, Alex estaba en otro lado. La luna estaba en lo más alto. Mathieu avivaba tranquilamente un fuego.

-Qué bueno que te despertaste- le dijo.

-Como pudiste…

-¿Qué? ¿Habrías hecho otra cosa?

-Sí.

-No conoces a los gitanos.

-Melina morirá.

-Quizás no. Tendrá otra oportunidad.

-Pero…

-Olvídalo.

Pero Alex no podía. Era demasiado pensar en ello. Quizás nunca podría hacerlo.

-Alex- Mathieu trató de calmarlo-. Voy a decirte algo. Los gitanos nunca aguantarían quedarse solos. Son la familia más grande del mundo. Melina moriría quizás a la semana, no, a los tres días. No quedaría nada de ella. Ahora al menos tiene memoria.

-¿Y eso es lo que siempre has hecho?

-Toda la vida…

Alex ya no preguntó más. No quería saber nada. De pronto, sintió mucho sueño. Cuando se durmió, esperó no despertarse. Que mal que la suerte no estaba consigo.

Mientras dormía, el viento estaba corriendo.

El inicio de todo.

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