Se acercó a la orilla del precipicio, observando el eterno y profundo abismo, dio un paso más, la tierra se deslizó hacia abajo, mientras él miraba sin intenciones de irse.
--Tal vez algún día. --Dijo después de un momento de silencio, retirándose y volviendo a su camino.
Cruzó el puente con calma, observando la rocosa superficie con la que estaba construido. Se detuvo justo a dos pasos del inicio de los escalones, mirando el camino de hierba alta que decoraban las blancas paredes. Sus ojos fueron guiados a la enorme puerta, sintiéndose pequeño y débil. Bufó como una bestia, activó la pantalla de sus habilidades y estadísticas, observando y creando un plan para su próxima contienda.
--La muerte será inevitable --Retiró la armadura de su cuerpo, enviándola a su inventario y extrayendo una nueva, con estadísticas menores, pero con atributos destinados a la resistencia mágica. Guardó su espada, sacando una alabarda de hoja negra--, no puedo perder mi mejor equipo, pero --Sonrió-- eso no significa que me dejaré matar.
Levantó la planta de su pie, subiendo el primer escalón, luego el segundo y, así hasta llegar al vigésimo. Llevó su palma derecha a abrir la inmensa puerta, empujando con todas sus fuerzas, rechinó, haciendo un sonido de pesadez.
El interior era inmenso, oscuro y lúgubre, con una poderosa intención de muerte en cada rincón del castillo. Abrió una vez más su inventario, sacando un cristal azul que al momento de decir un par de palabras se iluminó y, aunque la luz que brindaba no era mucha, al menos le permitía caminar con mejor prevención. Barrió con su mirada los alrededores, en busca de algún enemigo, sin embargo, o la luz era muy poca, o en realidad el recinto estaba vacío, pues no lograba percibir nada. Bajó los diez escalones, adentrándose aún más en la oscuridad.
--Esto es extraño. --Se dijo.
Continuó avanzado, pero justo cuando iba a dar el décimo paso, el sonido de algo fracturarse llegó a sus oídos y, al instante el sentimiento de que algo malo se aproximaba se hizo presente en su mente y corazón. El suelo desapareció, siendo las cuchillas en el fondo del foso lo único que su cristal pudo iluminar antes de morir empalado.
--¡¡Mierdaaa!! --Gritó al aparecer en la pequeña habitación.
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Al siguiente día lo intentó una vez más, apareciendo al principio del puente, solo que ahora, al conocer que no se encontraba ningún enemigo y, lo único que debía soportar eran trampas, prefirió ir vestido con nada más que ropa sin atributos. Entró al castillo y bajó los diez escalones, alumbró su sendero gracias a otro cristal similar al anteriormente perdido. Pasó por el lugar de su muerte, observando el oscuro precipicio. Volvió a escuchar el crujir en la superficie, lo que provocó que inmediatamente rodará por el suelo, intentando evadir lo que se aproximaba y, al notar que nada había sucedido, se tranquilizó, sin embargo, repentinamente sintió como sus plantas del pie se quedaban sin punto de agarré y, con suma frustración gritó, cayendo una vez más a su muerte.
--¡¡Maldición!!
∆∆∆
Pasó cerca de dos meses en poder mapear todas las trampas de la sala principal, encontrando el camino correcto después de varios intentos desafortunados. Estaba harto de morir, no porque eso representara dolor y frustración, sino porque volvía a ese lugar de pesadilla: su habitación, el único sitio donde más odiaba estar.
Llegó ante una entrada arqueada, repleta de pilares cristalinos, con entradas distribuidas en varios puntos de las largas paredes paralelas. Tenía la premonición de que al abrirlas algo malo iba a pasar, por lo que inmediatamente creo un punto seguro, no queriendo volver a cruzar nuevamente por la zona de las trampas, aun cuando conociera el camino correcto.
--Solo tengo un punto seguro más, solo uno y perderé la transportación inmediata al bosque de mis buenos amigos árboles. --Mordió su labio con fuerza, provocando que sangrara, podía considerarse alguien desinteresado, sin embargo, la compañía de esos maravillosos seres le habían permitido conservar parte de su esencia más profunda y, no estaba dispuesto a perderlos.
Gruñó y comenzó a caminar. Abrió la primera puerta, entrando a una habitación iluminada por antorchas largas, donde lo único que se escuchaba era el eco de las gotas al caer al suelo. Se sintió renuente a abrir su inventario para sacar un objeto ofensivo, temiendo perderlo en otra trampa. No se adentró, prefirió esperar, pero al paso de los minutos y no observar ni sentir nada, decidió por volver al pasillo. Su cuerpo chocó contra algo sólido, alto y robusto, levantó la mirada, encontrándose con el rostro cadavérico de un caballero oscuro. Antes de siquiera poder pronunciar una palabra, su cuerpo ya había caído al suelo al haber perdido la parte superior de su cuello.
∆∆∆
Apareció en el umbral de la entrada arqueada una vez más, abriendo sin duda alguna su inventario y, equipándose con su apreciada espada de dos manos y, una armadura con atributos altos en la resistencia contra golpes contundentes y cortes por armas filosas.
--Ahora verás maldito esqueleto.
Fue de inmediato a la puerta donde antes había muerto, encontrándose con la misma escena anterior, solo que, con la diferencia de que en el lugar donde debía estar su cuerpo inerte por su anterior muerte, se encontraba una pequeña bolsa de cuero. No la recogió, ya conocía su interior, sabía que dentro de ella estaba su vestimenta sencilla que había tenido antes de morir.
--¡Muéstrate! --Gritó con ira.
El frío viento de la muerte acarició los pómulos de su rostro, como una dulce amante antes de besar los labios de su enamorado. El individuo de la espada no hizo nada, ni siquiera cambió su expresión, solo tenía algo en mente y, eso era acabar con el esqueleto que lo había matado.
Esquivó repentinamente, lanzando su cabeza hacia un lado. Un objeto puntiagudo se clavó en la dura pared, creando un pequeño cráter. El individuo de la espada respiró profundo y, con la agresividad de un rayo gritó, activando una de sus habilidades favoritas. Al instante detectó el cuerpo de su enemigo, mientras sus estadísticas tenían un aumento de al menos dos veces el original. Blandió su espada y se lanzó hacia la batalla, cortando sin consideración y provocando que el lugar retumbara por sus furiosos cortes... La contienda no duró mucho tiempo y, al cabo de un par de segundos, el esqueleto de la armadura azul oscuro cayó vencido, dejando como recuerdo tres objetos: una espada bastarda, un libro y unas botas de cuero con buenas estadísticas.
El individuo de la espada guardó nuevamente su arma en la vaina después de meter sus nuevas adquisiciones en su inventario. Se dirigió a la entrada, abrió la puerta, pero antes de salir, volteó hacia atrás.
--¿Quién dijo que soy el villano? Jaja.